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Alrededor de otros muchos pacientes del doctor, Alexa podía decirse que era la más intranquila. Movía el pie con ansiedad en el silencio del consultorio, fastidiando a los demás, pero a ella le importaba un demonio.

"Como odio los malditos hospitales" se quejó en su interior.

Tenía malos recuerdos de los hospitales desde que era niña. Desde entonces, no le agradaban en lo absoluto. Si era posible, los evitaba a toda costa, pero su mala salud nunca le había ayudado demasiado con eso. Desde que tenía conciencia de sí misma, fue muy enfermiza. Las visitas con el doctor se habían vuelto una constante en su vida. Doctores que adoraban pincharla con jeringas todo el tiempo. Como los odiaba.

Ya no era una niña, y tampoco estaba su madre para llevarla a las consultas. Una parte de ser un adulto independiente incluía el cuidar de su salud y acudir al doctor cada vez que estuviese enferma. Hasta entonces ella pensaría que lo estaba haciendo bien, pagando la tarifa mínima con doctores poco capacitados, pero entonces comenzaron los síntomas más graves...Sería muy irresponsable de su parte hacerse la de la vista gorda cuando no había día que se sintiera al borde de la muerte.

Y ahí estaba ella, sentada en uno de los hospitales más prestigiados de Londres con el que se consideraba el mejor médico internista del país. Si él no lograba ayudarla, ¿Qué le esperaba?

Su celular vibró en su bolsillo y ella suspiró temblorosamente sabiendo de anticipo de quién se trataba.

"Más te vale estar con el médico" citaba el texto de su mejor amigo, Chris.

"Ya estoy aquí, la pregunta real es: ¿el doctor me atenderá antes de que yo muera en la sala de espera de su consultorio?"

Miró con ansiedad la puerta cerrada del consultorio y a su alrededor. Había sido difícil conseguir una cita con aquel doctor, al parecer su agenda siempre estaba repleta y podía comprobarlo con solo ver su sala de espera llena de gente. ¿Cómo lo había conseguido? Gracias a Chris, su mejor amigo que tenía conocidos en el Saint Thomas Hospital.

Bajó la mirada a su pie que parecía el de un conejo ansioso hasta que escuchó el sonido de la puerta abrirse y alzó rápidamente la mirada a una señora de la tercera edad que salía del consultorio cojeando y con lentitud.

-Alexa Stevens- llamó la enfermera tras la recepción, mirando su celular sin prestar atención a los presentes. Cuando Alexa se puso de pie, se quedó congelada y se mordió el labio inferior con nerviosismo, podía sentir su corazón martillar su pecho. La enfermera la miró como si fuera un bicho raro y arqueó una ceja.

-¿Vas a entrar o no, niña?- escupió con cara de pocos amigos. Alexa asintió e inhaló profundamente antes de entrar al consultorio y cerrar la puerta tras ella. Las manos le sudaban y las escondió en los bolsillos de su abrigo.

Alzó sus verdes ojos, aterrorizados. Lo que vio no la hizo sentirse más tranquila. Ella esperaba uno de los típicos médicos internistas de la tercera edad que ya estaban amargados por hacer lo mismo durante años. En cambio, frente a ella, tras un escritorio de madera oscura, se encontraba un apuesto hombre de cabello rubio peinado hacia atrás con rizos escapándose a los lados, una nariz perfectamente perfilada, mandíbula definida y unos lindos ojos azules.

"Ay Dios" se quejó interiormente- Tragó saliva con dificultad intentando controlar su espantoso latido acelerado que estaba segura resonaba en el silencio de la oficina.

-Hola, señorita- dijo el doctor y leyó las hojas sobre su escritorio para complementar-Stevens. Puede tomar asiento.

Ella asintió con la cabeza y se acercó hasta las sillas frente a su escritorio, miró a su alrededor al lujoso consultorio y los diplomas colgados en la pared donde leyó el nombre completo antes de que él lo mencionara.

Dr. HiddlestonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora