26 - Mar Mediterráneo (Especial Ivan)

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Especial narrado por Ivan

Pasa un rato sin que la rubia diga nada, lo que me sorprende porque siempre tiene algo que decir.

—En serio, Ivan, ¿dónde vamos?

Joder, esta niña de verdad es un grano en el culo. Es jodidamente pesada, pero estoy seguro de que quiero que sea un grano en mi culo, y no en ningún culo de ningún pijo con nombre de rey inglés. ¿Quién llama a su hijo Jaime? Mamma mia.

También es esa la única razón por la que acepte escucharla. Ya me he liado con chicas con novio y he actuado como si nada, no me esforzaba por ignorarlas pero tampoco volvía a hablarles. Ni siquiera les daba la oportunidad de que se explicaran y me soltaran todo ese rollo de que soy mejor que sus novios, que soy lo que en realidad quieren y bla bla. La gran diferencia es que ellas no son mi Bonnie.

Hemos subido al solárium, la terracita sobre las tumbonas de la piscina, y del solárium hemos pasado a la terraza de detrás de la discoteca juvenil. Aún se sigue escuchando la dichosa música de la piscina, pero no tanto como allí. El ruido del agua ahoga la música. Odio los días de aquagym y cómo es casi imposible tener hueco para nadar tranquilamente en la piscina, por no hablar de mantener una conversación normal.

Ángela me pisa los talones. Cuando hemos llegado, me he dirigido hacia el sofá sin pensármelo y me he dejado caer sin echar cuenta a la toalla mojada. Si estuviera aquí mi madre ya estaría poniendo el grito en el cielo con que voy a estropear la tapicería blanca del sofá con mi toalla, pero por suerte no está.

—Vas a estropear el sofá con la toalla mojada.

Pongo los ojos en blanco.

Cómo no, mi grano en el culo molestando otra vez. No entiendo cómo puede atraerme tanto. Assunçao no es tan molesta ni tan pija y está igual de buena. Juraría que ella se ha pillado por mí, es normal, con tanto tiempo a bordo y con tantas visitas que le hago a Tatiana, pero yo no siento lo mismo por ella. Por suerte. Para mí es sólo un amor de verano. Al menos me ha servido como entretenimiento durante las primeras noches hasta que he tenido que dejar de verla por culpa de la imagen de esta rubia, que no sale de mi cabeza, y de su voz, recordándome que es una tontería creer en los amores de verano y no en los amores de verdad, como ella los llama.

—Suenas como mi madre —murmuro—. ¿Vas a hablar o qué?

La rubia suspira y evita mi mirada. Claramente la tengo intimidada. Lo sé desde el primer día, desde que la vi sonrojándose en el ascensor a causa de mi cercanía. Ya entonces sabía que me iba a marcar.

—Lo siento, Ivan —murmura sin mirarme.

Ahí están las palabras que llevo dos días soñando con escuchar. “Lo siento, Ivan” ha sonado incluso mejor viniendo de su boca que como me la imaginaba en mi mente.

Suspiro y me paso la mano por el pelo, sacudiéndolo para secarlo.

—¿Qué sientes?

No es lo que quería decir, pero me vale. Es suficiente para que siga explicándose.

Vuelve a suspirar. Le está siendo más difícil de lo que pensaba. Me entran ganas de irme hacia ella y abrazarla apoyando mi barbilla sobre su cabeza. O dejarle un reguero de besos por toda la cara y el pelo hasta que empiece a reír y se le quite la arruga del entrecejo.

Giro la cabeza y dirijo mi vista hacia el agua. Necesito dejar de mirarla si no quiero acabar rodeándola con mis brazos.

—Lo siento, Ivan. Siento no haberte dicho que tenía novio y siento haberte besado. No tendría que haberlo hecho.

El amor no existe hasta que llegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora