No sé si por suerte o por desgracia, pero está Zoë en recepción cuando llego.
–Hola, me habéis citado aquí para...
–Sí, sí. El simulacro –responde rápidamente mientras se agacha para coger un sobre de alguna parte debajo del mostrador–. En todos los viajes pasa. Siempre hay alguno perdido. No sé por qué pero esta semana es la vez que menos gente se lo ha saltado –me tiende el sobre y un bolígrafo por el mostrador de recepción–. Tienes que rellenar esto y luego te tengo que explicar más o menos lo que estuvimos haciendo en el simulacro.
Me dedica una sonrisa y desaparece por la puerta de atrás del mostrador. Yo me dedico a abrir el sobre y examinar los dos folios que venían dentro de él. En uno de ellos hay una serie de preguntas tipo "¿Sabe usted dónde se encuentra el chaleco de emergencia?", "¿Conocía usted, de antemano, las pautas a seguir en caso de emergencia?" y la última: "¿Cuál es la razón por la cual decidió no atender al simulacro realizado en el barco?". Ninguna pregunta es difícil de contestar. Ni tampoco necesito la ayuda de Ivan para que no me den la chapa, como dijo él. Si solo es un cuestionario, ¿qué más da? Lo que no me convence mucho es por qué no le han enviado a él un sobre como el mío y por qué no está aquí. No me creo que sea un pasajero VIP.
Estoy a punto de pasar al segundo folio, que está todo lleno de letras y dibujitos con indicaciones cuando Zoë vuelve al mostrador riéndose por alguna posible broma entre compañeros de trabajo ahí dentro.
–¿Ya está?
Asiento con la cabeza.
–Ahora la segunda parte –examina mis respuestas al cuestionario y me mira–. ¿Nadie te dijo que había formulario?
Chasqueo la lengua.
–El caso es que se supone que sí, mi padre lo hizo, pero dice que estaba hablando por teléfono y no me enteré de lo que me dijo.
–¿Y dónde estuviste cuando sonó la alarma? Es bastante molesta como para no oírla.
Cierro los ojos para que Zoë no vea cómo los pongo en blanco. Les falta preguntarme cuál es mi grupo sanguíneo.
–Estaba en mi camarote, echándome una siesta. Me había puesto los cascos para escuchar música. –miento. Me niego a mencionar que estuve en el gimnasio con Ivan.
Asiente con la cabeza.
–Ahora sí es la segunda parte. –se agacha y coge un chaleco salvavidas del mismo sitio del que ha cogido el sobre.
¿Ahora es la segunda parte? ¿Y el interrogatorio qué parte es? Si me iban a interrogar no tiene sentido rellenar ese cuestionario que me ha pasado.
–Toma. Tienes que ponértelo según las indicaciones de este papel –señala el segundo folio que venía en el sobre–. Y si tienes alguna duda me preguntas, pero tengo que asegurarme que sabes qué hacer en caso de emergencia.
–Vale. –respondo, esperando que Zoë vuelva a desaparecer por la puerta de atrás de recepción, pero esta vez no lo hace, sino que me observa mientras me coloco el chaleco.
Tengo suerte porque he estado ya en un crucero y me acuerdo de haber leído estas mismas indicaciones en otros sitios, como el barco del padre de Jaime.
Me coloco el chaleco perfectamente y lo ajusto a mi medida tal y como pone el papel bajo la atenta mirada de Zoë.
–¿Has estado en más barcos? –pregunta cuando he acabado.
–Sí.
–Ah, vale.
Supongo que ahora entiende por qué no tenga dificultades a la hora de colocarme el dichoso chaleco delante de todos los que pasan por recepción. Veo, incluso a un señor que me mira juzgándome mientras doy mis explicaciones a Zoë. Seguramente se pensará que no fui al simulacro porque me lo estaba montando con mi novio. Le dedico una sonrisa amplia e irónica.
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El amor no existe hasta que llega
Genç Kurgu¿Quién no ha soñado con un amor de verano? Todo el mundo lo ha hecho. Para Ángela, por algunos conocida como la hija de Dani y Elena de Cartas para Irene, los amores de verano no existen. Ángela no cree en los amores de verano porque lleva toda la...