39 - Mar Adriático

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En lugar de encerrarme en mi camarote a la espera de que ningún estúpido de rizos venga a hacerme una visita, decido pasar la tarde en la piscina, al sol. Por suerte Ivan trabaja toda la tarde, así que ni siquiera tengo que preocuparme por que venga a verme para encandilarme y llevarme a su terreno otra vez. ¿Sabía lo de mi tía desde el principio? ¿Me usaba para acceder a ella? Es lo más rastrero que he oído jamás. Esto ni siquiera me ha pasado en mi ciudad, donde todos saben lo de la profesión de la prima de mi padre.

Me paso la tarde al sol, embadurnada de aceite para coger el bronceado que no he podido coger en estos días por culpa de Ivan. Y la paso tranquila, al menos la primera mitad, hasta que Dioni me ve y avisa a Tatiana, que esta tarde trabaja en el club de animación, para que hable conmigo. No entenderé italiano, pero que pille a Dioni hablando con su novia y señalándome no ayuda mucho.

—Ángela.

Hay un deje de arrepentimiento en su voz. Noto que se sienta en la tumbona de mi lado. Ni siquiera me molesto en contestar.

—Eh, Angela. Lo siento.

Me levanto las gafas de sol para observar a la italiana.

—¿Qué?

—Que lo siento por lo de antes.

—No entiendo.

Tatiana parpadea y suspira.

—He dicho que lo siento.

—No, lo que no entiendo es por qué tienes que sentir algo que no es culpa tuya. Me la han jugado, ya está. Es más, si no llega a ser por ti ahora aún seguiría enamoradísima de Ivan —explico y me incorporo en la tumbona.

Tatiana arruga el entrecejo. Espero haber usado las palabras en español que entiende.

—¿No lo quieres?

¿Que si no lo quiero? ¿Qué clase de pregunta es esa? Lo quiero tanto por hacerme que lo quiera sin corresponderme que hasta me odio por hacerlo. No lo odio a él, sino a mí, pero eso no quita que no pueda verlo. De hecho no voy a reconocer que lo quiero, bastantes cartas tiene a su favor, bastante me la ha jugado ya como para darle más ventaja. Se acabó.

—¿Qué más da eso ahora?

Vuelvo a colocarme las gafas de sol y a tumbarme en la tumbona.

—No debería meterme pero... la he fastidiado yo, creo.

—Si no deberías meterte no haberte metido desde el principio —suelto, algo más cortante de lo que me hubiese gustado—. Pero te agradezco que lo hagas. Apenas quedan unos días ya para coger el avión de vuelta a España y esto se volverá una moraleja graciosa que me recordará que jamás debo viajar sin mis primas.

—Ángela, nunca te he considerado mi amiga, lo sabes, ¿no?

Eso no me lo esperaba. A pesar de mis contestaciones y mi fachada dura su declaración acaba de sentarme como una jarra de agua fría sobre la cabeza.

—Claro... —murmuro.

—Me caías bien, pero me esforzaba en tratarte bien para ayudar a Ivan a ganar.

—Está bien, Tatiana, no pasa nada. Vete que quiero tomar el sol.

A Tatiana se le escapa una risita irónica, pero finalmente se pone en pie para irse.

—Tampoco es Ivan mi amigo, ¿sabes? Se metió entre Dioni y yo cuando Dioni dejó de ir a sus fiestas. Ivan es un fiestero, no sé si sabes esa parte de su vida o sólo te ha contado lo imprescindible para que te dé pena. El caso es que tenía que devolvérsela. Si verdad quisiera ayudar a Ivan a ganar me habría callado hoy en el almuerzo, ¿no crees? Tienes que agradecerme más cosas de las que crees.

Dicho esto se da media vuelta y avanza hacia el club de animación. Su rato de descanso ha acabado.

Este barco está lleno de mentirosos y yo sólo quiero bajarme de aquí. Tanta agua está ahogándome.

No he sacado nada bueno de aquí y todo lo que he sacado ha sido perjudicial. He perdido la virginidad con un embustero. He dejado de correr y entrenar. He perdido tiempo. He hecho amigos que han acabado siendo igual de embusteros y he desperdiciado mis sentimientos por el embustero mayor.

Cosas buenas tengo pocas por no decir ninguna. Quitando todos los monumentos visitados y las ciudades que he conocido, me he dado cuenta de que lo mío con Jaime no tiene ningún futuro y que lo más favorable para los dos será dejarlo. En cuanto pise tierra firme lo haré, aunque no pienso decirle nada de que lo he engañado.

Pasa un rato más mientras hago mi balance del barco hasta que una sombra me tapa el sol. Cruzo mis dedos con todas mis fuerzas para que no sea Ivan antes de abrir los ojos.

Gracias, Dios, por escucharme: Es Bruno.

Ciao, bella.

Ayer hubiera huido de él, pero después de darme cuenta que de quien de verdad tenía que haber huido era de Ivan, no pienso hacerlo. Es más, echo un vistazo a Dioni, que no me quita la vista de encima, para asegurarme de que me ve y de que luego se lo cuente a Ivan. Tengo que fastidiarlo aunque sea un poco y aunque no sienta nada por mí excepto interés por mis familiares.

Ciao, Bruno. Come stai?

—Bien, bien —suelta una carcajada—. Sabes bien italiano —me dice mientras se sienta a los pies de mi tumbona.

Hago una mueca.

—Bah, tampoco tanto, sólo de oídas.

Sonríe. Tampoco es tan feo, de hecho es de lo mejor que hay en el barco. Aparte de Ivan, claro.

—He oído lo de... Colaianni. Lo siento. —Se defiende mal con el español, pero lo entiendo bien.

—No te preocupes, está bien.

Sin esperármelo, me abraza.

Io... sabía que... —no encuentra la palabra que usar, pero por sus gestos deduzco que estaba al tanto del plan del Embusterianni—... Lo siento.

—No lo sientas, Bruno. La tonta soy yo.

—¡No! —Niega bruscamente con la cabeza—. Io quería decírtelo en Malta y quería apartarte de que te dañara pero tarde. Mia culpa.

Le dedico una sonrisa a Bruno. No es tan malo como parece.

—Sigo pensando que tu eres una principessa, Angela.

Aprieto los dientes. Por un lado me apetece seguir coqueteando mientras Dioni nos observe. Por el otro sé que si no me gusta debería pararle los pies.

Grazie, Bruno.

—De nada.

Silencio. Me paso la lengua por los labios. Odio los silencios incómodos.

—¡Oh! Eh... Angela....

—¿Sí?

—Esta notte es fiesta de... ¿Cómo se llama?

—Disfraces —lo ayudo.

—Disfraces. Esta noche. ¿Te pasarás por el Junior Club? Te invito a algo. Una copa.

Suspiro y me lo pienso durante unos segundos. Diría que no, pero no me queda otra cosa mejor que hacer.

—Claro, Bruno. Esta noche nos veremos.

Se pone en pie y comienza a andar de espaldas para irse.

—Espero reconocerte principessa. Ciao!

Ciao!

Mientras me despido de él con la mano echo un vistazo a Dioni, que, como cabía esperar, ha desaparecido. Seguro que ya ha corrido a contarle a Ivan lo que ha visto. Al menos no ha entendido nada del español que hemos hablado.

El amor no existe hasta que llegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora