41 - Mar Adriático

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Estoy en la barra de la discoteca juvenil, con mis codos apoyados en ella y la cabeza entre las manos. No paro de observar a Bruno. Adoro cuando la gente le pide cócteles porque verlo hacerlos es una auténtica maravilla. Le he preguntado dónde aprendió a ser tan habilidoso con las manos y a tener tanta destreza elaborando cócteles y él se ha encogido de hombros y me ha dicho que es la magia de Italia. Yo he puesto los ojos en blanco. Ojalá aprendiese a hacer cócteles yo también. ¡Hasta me ha dado a probar uno de su propia creación! No sé cómo pero el cóctel sabía a café, plátano y vodka. Estaba buenísimo. Le he preguntado a Bruno por el nombre y me ha dicho que es una antigua receta egipcia que sólo el faraón Ramsés II conocía y que le preparaba a su esposa Nefertari. En ese momento no lo he pillado, sino que ha sido después cuando me he dado cuenta de que Ramsés II era él y yo Nefertari, su esposa. Tendrá sentido en su cabeza, pero para mí que soy Cleopatra.

Embusterianni no ha vuelto a aparecer por la discoteca juvenil y me molesta. Supongo que sí, que yo sí me había enamorado y él no, pero al fin y al cabo era él el que no creía en el amor y el que seguirá sin creer en él, aunque ahora sé que no es por las demás, sino por él mismo. Me alegra que no aparezca, pero en el fondo estoy deseando que lo haga y que me demuestre que en realidad sí que sentía algo.

Angela, ¿me has... escuchado? Te veo... ida. ¿Mucho vodka antes?

—No, no —me apresuro a contestar—, estoy bien, sólo algo cansada. Estas dos semanas están siendo de locos.

—No te quejes, estás de vacaciones. Al menos no trabajas. —Bruno me habla en un tono tan dulce y tan encantador que encandila, como si me invitara a quedarme a vivir en su voz.

Touchè. —Sonrío y levanto mi copa.

Por suerte unas chicas disfrazadas de mariquitas con faldas de tutú rojas se acercan para pedirle una bebida a Bruno. Parecen menores pero llevan pulseras de mayores. ¿Por qué mi padre no me ha dejado llevar una de ésas? Por lo menos Bruno me invita a lo que quiera. Espero que no lo despidan por ello.

Mientras Bruno mezcla diferentes zumos aprovecho para peinar la discoteca de nuevo en un intento desesperado por encontrar a Ivan. No es que lo esté buscando, pero ojalá él a mí sí. Aunque, pensándolo bien, dudo que él me busque. Primero porque ya sabe dónde encontrarme, segundo porque me ha demostrado que no siente nada más que interés.

Y sin embargo nada, no encuentro a Ivan en la discoteca juvenil ni lo veo a través de los ventanales, para no variar.

Suspiro mientras vuelvo la mirada hacia Bruno, dándole la espalda al ventanal y a la oscuridad de la noche. Y si eres una chica pesimista o filósofa diría que también le estoy dando la espalda a Ivan y a mis vacaciones junto a él, pero como no lo soy dejémoslo en oscuridad de la noche.

—Estos chicos no dejan de beber. ¿Me has estrañado? —pregunta, Bruno, a pesar de su vago español lo he entendido muy bien.

Como respuesta sonrío y pego un sorbo largo a mi bebida y dejo que el vodka rasgue mi garganta mientras pienso que no es a él exactamente a quien "estraño". Por suerte vuelven a pedirle más bebidas antes de que le dé tiempo a reclamarme una respuesta.

—¿Y a mí? —susurra una voz a mi oído.

Noto cómo los pelos de la nuca se me erizan al reconocer la voz de mi Ivan y su español perfecto. Ya estaba tardando en aparecer. Y no sabe cuánto me alegro de que lo haga, aunque tiene que saber que tengo que seguir haciéndome la dura.

Al menos me ha demostrado que en el fondo de su negro corazón sí que siente algo por mí. O será que me agarro a un clavo ardiendo.

—¿Qué haces aquí?

Se apoya de manera casual con un codo sobre la barra dejándome ver ese tatuaje suyo que tanto me gusta. Noto cómo el corazón se acelera y tengo que beber de mi bebida para que el alcohol me ayude como calmante.

¡El tatuaje! ¿Ya no lo cubre ninguna venda?

—He estado pensando, ¿sabes? He ido a la proa y he estado pensando que me importa una mierda cuántos egipcios haya en tu reino, sabes que tu corazón siempre pertenecerá a Marco Antonio o como mierda se llame.

—Qué sorpresa —musito sin mirarlo.

—¿Qué sorpresa? —pregunta, después de unos segundos, con tono de no llegar a entender nada.

—Qué sorpresa que hayas pensado. Pensaba que no hacías de eso.

Suelta un suspiro profundo. Conociéndolo sé que no tiene ganas de discutir y se está controlando a sí mismo.

—Sí pienso, Ángela.

Lo señalo con el dedo. Ahora sí que lo miro. Al mover mi cabeza he notado el mareo que me ha provocado beber tanto vodka del tirón. No tiene sentido, no es la primera vez que bebo. Sé que llevo tres copas de este cóctel especial, pero seguro que ese idiota de Bruno me ha echado bastante.

—Cierto. Sí que piensas, pero piensas sólo en ti.

Ivan arruga la nariz.

—Apestas a alcohol. ¿Qué estás bebiendo?

Se acerca a mi bebida pero yo la retiro rápidamente antes de que le dé tiempo a quitármela.

Otro suspiro. Qué paciente.

—Ángela, déjame oler qué bebes.

—¿Ahora me llamas Ángela? ¿Ya no me llamas Bonnie? Podrías llamarme también sobrina de Claudia Valverde, ¿sabes? No creo que tú notes mucho la diferencia —mis palabras salen de mi boca como cuchillos, mis labios saben como al veneno que acabo de soltar. O puede que sea el vodka, ya no distingo muy bien lo que bebo.

Otro nuevo suspiro.

—Ya está bien.

De un tirón me quita el vaso de cristal de las manos que se resbala y acaba cayendo al suelo y rompiéndose. Estoy segura de que algún trozo ha tenido que caerme en mis pies que sólo están cubiertos por sandalias, pero ahora mismo no noto nada.

El estruendo llama la atención de mucha gente, incluida la de Bruno, pero sólo éste último se nos acerca, el resto sigue bailando.

Cosa stai facendo? —oigo que Bruno exclama, pero no consigo entender qué dice. Sé que no es a mí, porque de repente su tono dulce y encantador de antes ha cambiado.

—¡¿Qué estoy haciendo?! ¿Qué coño haces tú, Bruno Bianchi? ¿Pretendías emborracharla? —Ivan grita más fuerte y sé que usa la ventaja del español para que Bruno tarde más en entenderme y él pueda ayudarme a levantarme obligándome a dejar los trozos del vaso que no sabía que estaba recogiendo. ¿Es eso sangre lo de mi mano? No consigo entender por qué no duele.

Era lei che voleva bere.

—¿Ella quería beber? ¡¿ELLA QUERÍA BEBER?! —El grito de Ivan retumba mi cabeza. ¿Por qué parece que cuanto más tiempo pasa, más sube el alcohol?— ¿Qué le has dado?

Noto cómo los jóvenes de la discoteca nos miran. Bruno levanta las manos a modo de escudo.

—Ella... quería tres copas. Absenta. Es un cóctel...

¿Absenta? ¿No había dicho vodka?

Hasta yo, en este estado de embriaguez puedo notar el miedo en la cara de Bruno cuando Ivan salta la barra y se abalanza sobre él.

El amor no existe hasta que llegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora