Hoy es la noche de disfraces. Supongo que la han puesto hoy porque mañana ya pisamos Venecia y una de las mejores cosas de Venecia es su carnaval.
Después de que se fuera Bruno pasé la tarde tranquila y sola hasta que llegaron mis padres. Nos dimos un chapuzón juntos y nos volvimos a nuestros camarotes para arreglarnos. Mi madre me notó algo más seria que de costumbre y me lo preguntó, pero como vio que no le daba una respuesta clara no quiso insistir más. Creo que es lo mejor que hace, aunque me extraña que no quisiera insistir.
Mi disfraz ya está listo. Esta noche seré Cleopatra, uno de mis mayores modelos a seguir. Cleopatra tuvo el coraje de querer llevar adelante un imperio entero porque consideraba que su hermano no era capaz. Y lo hizo, a pesar de ser la primera mujer faraona. Es digno de admirar.
Y también es digno de admirar mi disfraz, hecho a mano por mi abuela Miriam. Desde que dejó la floristería no ha dejado de coser para pasar su tiempo libre y mi disfraz de Cleopatra es su obra estrella. Compró las joyas y adornos en una tienda, pero el vestido es obra de ella. Luego le he añadido yo una peluca negra a la que le he hecho algunas trenzas y me he maquillado un montón el ojo, como las egipcias.
Me termino de arreglar justo cuando mis padres llaman a la puerta de mi camarote. Esta noche tampoco necesitamos ir juntos puesto que hay buffet, tal y como la noche vintage, pero han querido que fuésemos juntos. Mis padres no van disfrazados y para ellos no es obligatorio ya que no irán por la discoteca juvenil esta noche donde para entrar es obligatorio ir disfrazado. Esta noche no hay obras en el teatro, así que supongo que ellos irán a tomarse algo al bar.
Nada más llegar al restaurante el corazón se me para al ver pasar delante de mis narices unos rizos algo más largos que los de Ivan. Por un momento creo que es él, pero entonces escucho que es un chico disfrazado de algún cantante famoso. Ni siquiera sé quién es.
Han puesto casi lo mismo que en la noche vintage, sólo que ésta vez han sido más originales. Hay canapés con la forma de la cabeza de Mickey, sándwiches adornados como campos de fútbol, galletas saladas en forma de máscaras y platos y vasos adornados con máscaras venecianas.
A Ivan no lo veo por mucho que peine el restaurante. A quien sí que veo es a Tatiana, que por lo visto también trabaja esta noche en el restaurante. Empiezo a pensar que la tienen un poco explotada aquí. Tatiana va de futbolista de la selección italiana y lleva la bandera de Italia por todas partes, hasta en la bandana que lleva en la cabeza. Me fijo y compruebo que todos los camareros van vestidos iguales. Genial.
Esto de que Ivan no aparezca me empieza a poner nerviosa. ¿Lo normal no es que me busque para pedirme perdón o para encandilarme de nuevo? No es que lo esté esperando, de hecho no quiero verlo, pero no estaría mal verlo arrastrarse un poco después de los chascos. A no ser que en realidad se haya rendido y pase de que mi tía sea Claudia Valverde.
Como mis padres deciden irse al bar a tomarse unos cócteles, me despido de ellos no sin que antes me recuerden que mañana tenemos que levantarnos temprano para visitar Venecia.
En cuanto se van, echo un vistazo a Tatiana, que sirve muy cordialmente ponche a una pareja mayor. Como no me mira, decido correr escaleras arriba, agarrando mi vestido, hasta llegar a la discoteca juvenil. No sé si es pronto o no, pero Bruno no está. Quizá se ha ausentado unos minutos. La discoteca, aunque no esté Bruno, está a rebosar de jóvenes disfrazados dándolo todo al ritmo de la música. Este ambiente me agobia un poco, así que decido salir y tomar el aire mientras espero al barman.
Salgo y me dejo caer con un suspiro en mi sofá blanco. Es casi como mi sofá. Son muchas las noches que he pasado aquí con Ivan. Esta noche hace calor, menos mal, porque no soportaría tener que abrigarme y tapar mi disfraz. Echo la cabeza hacia atrás a la apoyo, con cuidado por mi peluca, sobre el respaldo del sofá y miro las estrellas. Sin duda ésta es una de las noches que más claras se ven. Estoy tan concentrada viendo las estrellas que no me doy cuenta de que hay una persona apoyada en el marco de la puerta que da a la terraza.
—My Bonnie lies over the sea, my Bonnie lies over the ocean... Oh, bring back my Bonnie to me —Ivan canta muy bajito y suave, casi no tiene ningún gallo, y con un tono algo melancólico.
Me giro para mirarlo de arriba abajo y a su disfraz de emperador romano, para luego volver a mirar hacia el frente, o hacia lo que el barco va dejando atrás. También me cruzo de brazos. Es gracioso porque es un emperador romano con rizos. Un momento. ¿Ivan de emperador romano y yo de faraona egipcia? No puede ser verdad. Somos...
—Marco Antonio por fin encuentra a su Cleopatra. Estaba cansado de tanta diosa romana —comenta en voz alta.
—¿Qué cantabas?
—My Bonnie, de los Beatles —responde, algo inseguro de cómo voy a reaccionar.
—¿No crees que te has equivocado de fecha? Dudo que un emperador conozca a los Beatles. —Sigo con los brazos cruzados y sin mirarlo— Además, ¿de quién vas?
—Iba de Julio César. Un gran romano disfrazado de otro gran romano, pero al ver a Cleopatra no he podido evitar cambiarme los papeles con Marco Antonio. Y Marco Antonio enamorado puede conocer a los Beatles, si quiere.
Suelto un bufido. Enamorado, dice.
Ivan tiene la valentía de acercarse a mí y sentarse a mi lado en el sofá. No me levanto, pero no dejo que ninguna parte de su cuerpo toque un solo centímetro del mío.
Espero que Bruno ya haya vuelto. Miro hacia el interior de la discoteca, a través de los cristales, en busca de Bruno, y lo encuentro detrás de la barra. Va vestido de faraón egipcio. Qué casualidad. Como lo vea Ivan va a rabiar.
—¿Sabes? Pensaba que ibas a reaccionar peor. Pensaba que no me hablarías.
Ahora sí lo miro a los ojos, esos ojos que estaban deseosos de que los míos les devolvieran la mirada.
—No te mereces que te odie —digo, lo más bajito que puedo para que sólo él me oiga—. Y no voy a odiarte. Me queda poco tiempo a bordo y con suerte no nos veremos en la vida. No voy a desperdiciar mi tiempo odiándote, hay más egipcios en mi imperio.
Me pongo en pie y me dirijo a paso firme hacia el interior de la discoteca, donde ya está Bruno comiéndome con los ojos. No me gusta cómo me mira, pero lo prefiero mil veces al Embusterianni.
Cuando llego a la barra, éste sale y me coge del brazo para estirármelo hacia arriba y darme una vuelta sobre mí misma. Sé de sobra que se está regodeando con el culo que me hace este vestido a pesar de ser recto. Le doy una palmadita mental a mi abuela Miriam, que estará a estas horas disfrutando del fresquito de la noche de la Costa del Sol junto a mi abuelo Saúl.
Mientras me giro tengo la oportunidad de ver a Ivan donde lo he dejado, en la terraza de la discoteca, solo que ahora está de pie y no para de mirarnos a Bruno y a mí. Primero a Bruno, luego a mí, vuelta a Bruno y otra vez a mí. Y sigue mirándome cuando termino de darme la vuelta.
—Bellisima, Angela. ¿Cómo se dice?... ¡Impresionante! —me halaga el barman. Yo le respondo con una sonrisa—. Qué casualidad los dos de Egipto, ¿no?
Pero no lo escucho, busco ahora a Ivan pero no está. No me mira de lejos ni de cerca porque no está ni en la discoteca ni en la terraza. Se ha ido. ¿Dónde narices está? Debería estar mirándome y viendo cómo su sueño de trabajar con mi tía se le escapa de las manos.
—Angela?
—¿Eh?
Bruno se señala a sí mismo y luego a mí.
—¡Casualidad!
—Ah, sí. ¡Casualidad! —río, de manera forzosa y falsa mientras no dejo de pensar en Ivan.
Lo engañaré a él, a Tatiana y a Bruno, pero a mí misma no. Sigo enamorada de Ivan, de una persona tóxica que desde que empecé mis vacaciones no ha hecho más que hacerme daño.
Creo que es un alivio que haya desaparecido esta noche, pero tengo el presentimiento de que esto no ha hecho más que empezar.
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N/a: Queda poco para que acabe la historia así que, aprovechando mi inspiración de hoy y que no podré publicar en un tiempo otra vez, espero que hayáis disfrutado de los dos capítulos de hoy como compensación. Un millón de besos y un abrazo de oso.
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El amor no existe hasta que llega
Teen Fiction¿Quién no ha soñado con un amor de verano? Todo el mundo lo ha hecho. Para Ángela, por algunos conocida como la hija de Dani y Elena de Cartas para Irene, los amores de verano no existen. Ángela no cree en los amores de verano porque lleva toda la...