13 -Puerto de Livorno

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Cinco días. Cinco días son los que llevo en este barco y los que han bastado para que me plantee lo que tengo y lo que quiero. Para que piense si de verdad me veo en un futuro con la misma vida que tengo ahora mismo o si quiero cambiarla. Por supuesto me refiero a mi vida amorosa.

No sé cuánto tiempo pasó desde que entré a mi camarote anoche hasta que me quedé dormida, sólo sé que lloré mucho. Y que por eso hoy me escuecen los ojos. No quiero hacerle daño a Ivan y mucho menos a Jaime, pero necesito aclararme.

Por suerte la excursión de hoy nos ocupará casi todo el día. Saldremos a las once de la mañana en autobús hacia Florencia y volveremos con el tiempo justo para cambiarnos para la cena. Con un poco más de suerte, Ivan no habrá escogido la misma excursión que yo. Aunque, pensándolo mejor, quizá prefiero que venga. En el fondo, pero lo prefiero.

Dormirme me cuesta horrores, y al final acabo despertándome antes de que el despertador de mi móvil suene. Además, como anoche comí poco por culpa de Ivan, que me sacó del restaurante antes de que saciara mi hambre, mi estómago ruge esta mañana de tal forma que me veo casi obligada a subir a desayunar antes de lo que pensaba.

Son las diez de la mañana, la hora a la que abre la piscina y, supongo, la que más vacío estará el buffet del desayuno de la piscina.

Me visto con un pantalón corto rojo y una camiseta blanca lisa, una básica de mangas cortas. Luego subo al buffet por las escaleras.

Hoy han puesto galletas con pepitas de chocolate para el desayuno. Son caseras. También son las favoritas de mi hermano, al estilo americano. Mientras me echo un par de ellas no puedo evitar acordarme de él y de que lo echo de menos, aunque apenas lleve unos días sin verlo. Quizá debería intentar llamarlo, después de todo yo también hubiera preferido ir a un festival con mis amigos en lugar de unas vacaciones en familia. Y más si hay cerveza de por medio. Creo que ya lo he odiado suficiente. Igual que a mi tío Álvaro.

Definitivamente las cosas se ven de otra manera desde la distancia.

Buongiorno –saludo a Tatiana al sentarme en su mesa. Ella me sonríe. No está sola, está acompañada de una decena de niños con edades entre los cuatro y los doce años, aproximadamente. Supongo que es la hora del desayuno para los del mini club. Hoy le toca de niñera–. ¿Trabajas de noche y de mañana?

–Sí. La vida no es tan bonita si no estás de vacaciones –comenta mientras le quita el envoltorio a una magdalena y se la da a una niña rubia de ojos azules que no debe de pasar los seis años–. ¿Qué tal anoche?

Formula su pregunta lanzándome una mirada fugaz. Sabe lo que pasó. ¿Por qué se ha enterado tan rápido?

–Bien. –respondo y me concentro en mi bandeja y en los cereales que me he echado en un cuenco.

–Eso me han dicho –añade. Está claro que quiere sacarme mi versión, sino lo dejaría ahí.

–¿Te lo ha…? –me atrevo a preguntar.

–Sí. Vino anoche al restaurante a buscarme y me lo contó –me interrumpe.

Hago una mueca con los labios. Tuvo que ser un gran fracaso para él que yo evitara su beso. Seguro que ya no querrá saber nada de mí. Seguro que ya le he hecho daño y eso era justo lo que menos quería. Seguro que ahora me evitará y toda esa mierda. Y aún nos queda más de una semana aquí.

–Tatiana estoy hecha un lío –exploto.

–No veo por qué. –responde, restándole importancia. Ella lo ve todo muy fácil porque no tiene ni idea de que tengo un novio esperándome en casa. Ni idea–. Francesco, mangiare la pancetta.

El amor no existe hasta que llegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora