37 - Mar Mediterráneo

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Para mi sorpresa no bajamos, sino que subimos. Y para más sorpresa aún, subimos hasta la cubierta que está justo debajo de la piscina.

—¿Aquí? Pensaba que los trabajadores vivían debajo de recepción —comento al salir del ascensor.

—Y viven, pero ya sabes, con mi labia no me podía quedar en ese zulo.

Río y sacudo la cabeza.

—No puedo creer que convencieras a Enzo para que te subiese aquí.

—Fue a Zoe, de hecho. Y sólo faltó pedírselo: me debía un favor por haberle solucionado un problema de cálculo que tenía.

Andamos un poco por el pasillo hasta llegar a la puerta de uno de los camarotes que quedan a estribor del barco. Ivan introduce la tarjeta en la cerradura sin dejar de mirarme. Juraría que este camarote es de los que...

—¡Joder!

Tienen terraza. Es una suite. Es una dichosa suite gigante. Es como el doble o triple de mi camarote sin contar con la terraza.

—Entra, campeona, no seas tímida ahora. Disfruta de tu premio.

Entro por delante de Ivan y doy vueltas sobre mis pies para observar todo el camarote. Hay una cama de matrimonio perfectamente hecha con una camisa arrugada sobre ella, como si Ivan estuviese pensando qué ponerse. A un lado de la cama está el armario, que ocupa toda la pared hasta la puerta. Al otro lado de la cama está el ventanal que da a la terraza, donde hay una mesa y un par de sillas de plástico. Frente a la cama hay un televisor de pantalla plana colgado de la pared y un escritorio. También hay una puerta que supongo que da al baño.

—Es enorme... —murmuro.

Entonces miro a Ivan, que está apoyado en la columna que hay justo en medio del camarote, y soy consciente de que no ha dejado de mirarme en todo el rato que llevo aquí.

—¿Te ha pasado alguna vez que has llevado a alguien a tu habitación y has pensado "No puedo creer lo increíblemente bien que pega con mi dormitorio"? Creo... creo que me pasa contigo.

Parpadeo. Tardo unos segundos en contestar porque intento procesar lo más romántico que el moreno ha soltado por su boca en mucho tiempo.

—Es igual —se retracta con un movimiento de la mano—, es una tontería.

—No. No lo es. Sí me ha pasado —me acerco a él y dejo que rodee mis caderas con sus manos mientras yo apoyo mis brazos en sus hombros—. Contigo.

Se acerca para besarme, pero luego se separa y arruga el entrecejo.

—¿Con Jaime no?

Sacudo la cabeza.

—No. Pocas... veces ha estado en mi habitación.

—¿Nunca ha pisado tu habitación?

—No. Bueno, sí. Un par de veces. Para trabajos de clase, ya sabes.

Ivan me dedica una mirada seria y yo le respondo arrugando mi entrecejo.

—¿Qué?

—Uhm... ¿responderías una pregunta extra para mí?

—Claro. Ya he ganado —respondo, aunque al segundo de hacerlo me arrepiento porque sé por qué camino va a ir.

—¿Has llegado... a hacerlo con tu novio?

Suelto un profundo suspiro. Muy profundo. Deseando en el fondo que sea más profundo aún para que no se acabe nunca. Debería decírselo. Lo que siento por Ivan es más grande que lo que he sentido por Jaime en todos estos años. De Jaime me cansaba muy rápido y con Ivan me entra el pánico al acordarme de que estas vacaciones son temporales y que no puedo vivir a bordo para siempre. Pero no quiero decírselo. No quiero decirle que mi novio y yo somos unos clásicos, que aún no lo hemos hecho y que estábamos esperando el momento oportuno; que nunca dio señales de que quería, a pesar de que yo sí, hasta que me compró ese conjunto de lencería en mi tienda favorita. Conjunto que, por cierto, he aprovechado y me he puesto hoy, más que nada porque era el único sujetador de encaje negro que no se veía con este mono.

El amor no existe hasta que llegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora