30 - Mar Mediterráneo

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Mis padres siguen ajenos a lo que acaba de pasar. Ahora mi madre está contando las experiencias de su amiga Olivia y del crucero que hizo por la Luna de Miel en su última boda. Por cierto, hace mil que no vemos a Olivia. La última vez que la vi creo que fue en la boda de la que habla mi madre.

Tatiana viene a dejarnos los platos y ni siquiera soy capaz de mirarla hasta que creo que se va a ir, pero se queda junto a mi mesa, mirándome. Yo le dedico la peor mirada de odio que he dedicado jamás.

—¿Todo bien?

Mis padres se miran, confusos. Claro que están confusos: los camareros suelen preguntar sobre la comida cuando ya hemos probado bocado. Tatiana no nos ha dado tiempo a eso, pero es que tampoco se refería a la comida cuando ha formulado la pregunta.

—No lo sé —escupo.

Tatiana mira a mis padres, que le sonríen educadamente. Luego me mira a mí con expresión culpable. Sí, Tatiana, siéntete culpable. Lo sabías y has decidido guardártelo para ti. Es más, pensabas hasta cambiarme de mesa para que la tonta de Ángela siguiera sumida en su ignorancia sobre la importancia de Ivan en este barco.

La ignoro y comienzo a cortar el pescado. Tatiana pilla la indirecta y se va.

—¿Es su primera vez como camarera? —pregunta mi madre.

—No.

—¿Por qué nos pregunta si todo va bien cuando aún no hemos empezado a comer? Ni siquiera he probado las patatas panaderas que tengo de guarnición.

Me encojo de hombros. Estoy tan roja de ira que temo que las horquillas del recogido vayan a saltar de un momento a otro.

La comida del Capitán y sus acompañantes llega poco después que la mía. Cuestión de preferencias en el barco por lo que veo.

—Si el Capitán está cenando con nosotros, ¿quién lleva el barco?

La pregunta de mi padre es lo único que parece poder hacerme reír esta noche. Desde luego hay preguntas que sólo se le ocurre a él.

—No lo lleva nadie, Daniel, va solo —responde mi madre con ironía.

—¿Es ironía o...?

Río y pongo los ojos en blanco. En un descuido por mi parte miro hacia Ivan. Es inevitable que mire, bastante estaba aguantando. Ivan me devuelve la mirada. Y en este cruce de mirada parece que nos decimos todo lo que no somos capaces de decirnos a la cara. Es de esas miradas que tanta rabia me dan. Soy más de vivir que de planear y este tipo de miradas son todo lo contrario. ¿Por qué no nos decimos las cosas y nos dejamos de chorradas? Por supuesto que me encanta su mirada, de hecho me quedaría toda la noche así.

—¿Podemos hablar luego? —leo que dicen sus labios.

Sacudo la cabeza como negativa y me vuelvo a centrar en el plato.

—¿No es ese tu amigo? —pregunta mi madre.

Mierda.

—No —me apresuro a contestar sin siquiera mirar hacia donde mira ella. Demasiado rápido he dado mi respuesta, fijo que me ha pillado.

Me dedica una mirada interrogativa pero me deja estar. Seguro que su mente está que echa humo. Seguro que no para de darle vueltas y de pensar qué es lo que ha pasado. Lo que me extraña es que no pregunte nada.

La cena pasa mientras mis padres discuten sobre las diferencias entre la Cena de Gala de este barco y la del crucero que hicimos cuando yo tenía diez años. Participo poco porque no me acuerdo mucho, no porque aún siga roja de ira, que también.

El Capitán de repente se pone en pie y da unos golpecitos en su copa vacía para llamar la atención de todo el restaurante. Noto la mirada de Ivan, que con el Capitán en pie tiene más espacio para verme, pero decido ignorarlo para devolverle que él me haya ignorado antes.

Tatiana aparece a mi lado, otra vez.

—¿Qué haces, Tatiana?

Pero ella no me responde. Seguro que es idea de Ivan que ella esté aquí. Y yo que sólo estoy deseando irme del restaurante y estar en mi camarote tranquila. Es más, desearía que el crucero terminara y pasar el verano con mis primas en la casa de la costa de mis abuelos.

El Capitán comienza a hablar el italiano y como no lo entiendo decido ignorarlo y miro por los ventanales de la parte trasera del restaurante preguntándome en qué punto exacto del mar estaremos.

—"Quiero agradecerles a todos el estar aquí, el haber elegido el Gran Crucero de Neptuno para pasar sus vacaciones." —Tatiana empieza a traducir en voz baja para que sólo nosotros tres la oigamos.

—¿Qué haces, Tatiana? —repito. Ella me ignora de nuevo. Y me cruzo de brazos, molesta.

—"Para mí es un honor estar a la cabeza de este gran barco como llevo haciendo cinco años. Normalmente no me dejan hacer este tipo de discursos pero esta vez es especial. Esta noche nos acompaña alguien que lleva un mes con nosotros, justo desde que empezó el verano, para hacer unas prácticas en las oficinas de recepción. Damas y caballeros, el Señor Ivan Colaianni, hijo del jefe de esta gran empresa, de la imagen de esta gran familia que forma nuestra cadena." —Ivan se levanta y saluda a la gente, pero sólo me mira a mí. Yo aparto la mirada y miro a Tatiana, que sigue traduciéndome—. "Quería agradecerle la labor que ha hecho y la juventud que ha aportado al barco teniendo en cuenta que uno ya se hace mayor y no está para los trotes para los que el joven Colaianni sí está."

Esto último provoca las risas de los italianos que entienden al Capitán. Ahora es el turno de Ivan.

—"Gracias, Capitán. O Enzo, si la confianza me lo permite." —Más risas de los comensales, pero sobre todo del Capitán. Yo pongo los ojos en blanco. Qué humorista está hecho este chico—. "Para mí sí que es todo un honor trabajar aquí. La oportunidad que se me ha bridado para aprender y madurar ha sido una maravilla. Gracias otra vez. Espero seguir disfrutando del barco lo que me queda de prácticas y espero trabajar con estos compañeros alguna que otra vez más."

Aplausos e Ivan se sienta. Tatiana me sonríe y desaparece por donde había venido. Veo cómo Ivan le da las gracias con la mirada.

Prácticas. Prácticas en serio. Prácticas en la oficina de recepción. Por eso tenía la llave de la proa. Y por eso no tuvo que ir al simulacro de emergencia del primer día. Y por eso no se le permite ir a las excursiones o pasar toda la tarde en la piscina conmigo: está trabajando. También por eso sólo está con Tatiana y Dioni en el barco. Y su padre es el Gran Fabio Colaianni. Es el jefe que todos temen porque es un gran jefe. Está al frente de la compañía a la que pertenece el Neptuno y también el hotel del otro día. Y también Ivan es el hijo del director del que todos hablaban en Roma por su vuelta. Y por eso su padre aún sigue en Roma. Ahora todo tiene sentido. Todo tiene sentido menos lo que siente por mí.

El simple pensamiento de haber sido engañada me da arcadas y tengo que levantarme para salir.

—¿Dónde vas? ¿No pruebas el postre?

—Voy a que me dé el aire, papá. Tampoco tengo mucha hambre así que no creo que vuelva para el postre.

No les doy tiempo a decir nada más cuando me levanto de la mesa y salgo escopeteada del restaurante. Casi noto la mirada de Ivan clavada en mi nuca, pero seguro que es mi impresión. Seguro que no se ha dado ni cuenta.

El amor no existe hasta que llegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora