27 - Mar Mediterráneo

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Mi primer pensamiento al llegar a la piscina es el de volver corriendo a Ivan y pedirle perdón una vez más por omitirle información, pero mis pies no me lo permiten, y menos mal. Ahora es mi orgullo el que no quiere saber nada de él.

No tiene ningún sentido. Es totalmente creíble la parte de que sólo quería conseguirme, como todos los capullos, y que no pararía hasta conseguirme. Lo que no me explico es qué necesidad tenía de mentirme y decirme que no se podía alejar de mí ni estando en Florencia si luego resulta que ni me quiere ni me necesita, que sus sentimientos eran por conseguirme y por orgullo.

Me quito la toalla y se la entrego a Dioni de mala gana, que me mira con expresión interrogativa pero no pregunta nada. Mejor. De hecho es lo mejor que hace si no quiere que explote contra él, cosa que haría incluso aunque no me entendiese.

La sesión de aquagym ya ha terminado y casi es la hora de comer, así que la mayoría de los bañistas se han ido ya. En la piscina sólo quedan unas cinco personas y ningunas son Tatiana o mis padres. Deduzco que mis padres han ido a comer dado que para los almuerzos en el buffet dijeron que no me esperaban.

Me visto rápidamente sin dejar de lanzar miradas hacia el lado por el que Ivan podría aparecer, pero no lo hace. Y tampoco creo que lo haga. Seguramente se habrá vestido ya y estará en Dios sabe dónde está cuando no lo veo.

Me siento utilizada. Con Jaime las cosas eran más fáciles. Son más fáciles. Jaime es como un libro abierto, con mirarlo sé lo que hago bien o mal y cómo debo actuar. Con Ivan estoy perdida, me tiene perdida.

En realidad no sé ni cómo se me ha pasado por la cabeza que Ivan quizá sintiera algo por mí. Sé que Tatiana me lo dijo, pero ahora no estoy segura de si debí confiar en Tatiana ni de si debo, actualmente. Tampoco me explico su comportamiento de antes. A lo mejor sólo quería evitar esto, a lo mejor lo preveía y sí que veía qué era lo mejor para mí. A lo mejor...

Mi cabeza no deja de darle vueltas a todo y las lágrimas amenazan con volver a salir. No quiero llorar en la piscina, así que voy al buffet a por un sándwich y luego iré a encerrarme en mi habitación hasta que llegue mañana y vayamos a Malta. Ya queda menos para acabar estas dichosas vacaciones.

No veo a Ivan en la piscina mientras la atravieso para ir al buffet. Tampoco lo veo en el restaurante ni de camino al ascensor, por suerte. Sin embargo, cuando me monto en el ascensor para bajar a mi cubierta, las puertas de éste se abren de nuevo justo cuando quedaban unos centímetros para que se cerraran del todo. El destino vuelve a ser juguetón conmigo: es Ivan.

A diferencia de mí, él se sorprende, pero no para mal, sino que pone la cara de sorpresa que se suele poner cuando te encuentras de pronto con la persona que estabas buscando, como si él me estuviera buscando.

—Ángela —es lo único que dice.

—Déjame salir. —Intento pasar por su lado para salir del ascensor sin que ningún centímetro de su cuerpo me roce, pero es inútil porque el moreno me agarra del mismo brazo que sujeta el sándwich.

—Ángela —repite.

—Ivan, suéltame, que bajo por las escaleras.

Ivan me obedece, pero no se calla:

—Vale, yo también bajo por las escaleras.

Me paro en el umbral de la puerta del ascensor.

—¿Qué?

—Que yo también bajo por las escaleras —repite—. Ten cuidado que la puerta se va a cerrar mientras sigues ahí.

Sacudo la cabeza y avanzo un paso.

—¿Te estás oyendo? No tiene ningún sentido lo que dices. Me estás volviendo loca.

—Sólo he dicho que tengas cuidado —Se encoge de hombros.

Me llevo las manos a la cara.

—No puedes ir por ahí diciendo que te acercas a mí por tu orgullo dañado y ahora no me dejas ni bajar tranquila a mi camarote. Déjame olvidarte, ¿quieres? Y olvídate tú también de mí, si me haces el favor.

Como doy por finalizada la conversación, le doy la espalda y me meto de nuevo en el ascensor rezando para que Ivan me entienda y no me siga.

Mis rezos son en vano. En cuanto me doy la vuelta, veo a Ivan en el mismo ascensor que yo, sin mirarme. No obstante adivino una casi sonrisa en su cara. Me encantaría saber qué está pensando.

Cuando se da cuenta de que lo estoy mirando me devuelve la mirada. En el brillo de sus ojos veo una chispa como de pasión, como de fuego, pero no estoy segura si las cosas van por ahí. Siguen siendo tan intensos como el primer día, y yo me sigo perdiendo en ellos.

—¿Sabes qué? Soy tan gilipollas que no te voy a hacer ese favor. No voy a hacerte el favor de olvidarte, Ángela —dice mientras pulsa el botón del ascensor que lleva a la planta más baja mientras yo lo observo. Lo mantiene pulsado hasta que la luz del botón que lleva a mi cubierta se apaga y sólo queda el de recepción.

—¿Qué haces? Quiero ir a mi camarote.

—Ganar tiempo.

Las puertas del ascensor se cierran e Ivan se vuelve hacia mí.

—Cuando el ascensor se abra en recepción te dejaré ir, si eso es lo que quieres, pero mientras bajamos me toca hablar a mí.

Parpadeo un par de veces. Esto sí que no me lo esperaba.

—Soy un capullo, pero un capullo integral, un capullo de los grandes. No he sabido nunca lo que es enamorarse, lo que es pillarse por una persona, lo que es que por muchas chicas con las que me líe siempre acabo viendo la cara de esa persona, imaginarme que es ella quien me besa, que es ella quien me abraza o me acaricia. No he sabido lo que es sentir celos por tener que compartir a alguien o ni siquiera tenerlo porque es de alguien más. Nunca  hasta que te conocí, Bonnie. Y soy tan gilipollas que me doy cuenta de que la estoy cagando cuando te has ido, cuando más enfadada no puedes estar o cuando lloras por mi culpa. No me puedo alejar de ti y no es por mi orgullo, Bonnie, es porque te quiero.

Como si lo hubiera programado, Ivan dice la última palabra en cuanto llegamos a la cubierta de recepción, pero yo no soy capaz de dejar de mirarlo. Nadie había apostado tanto por mí de esa manera, ni siquiera Jaime. Ni tampoco nadie me había hecho antes una declaración tan... profunda, tan sincera como lo ha sido la de Ivan.

—Dime algo que me lo estoy jugando todo por ti de la manera más cursi que se me ha ocurrido —dice tras soltar una risita nerviosa.

Sigo sin decir nada porque mis labios no obedecen y dado que no pienso salir del ascensor y hacer como que no ha pasado nada, no se me ocurre qué hacer.

—Si decides salir del ascensor no me voy a enfadar, te haré el favor que me has pedido antes y ya está, pero si te quedas dime algo por Dios, que me estoy poniendo muy nervioso.

Sigo sin poder decir nada, pero ahora sonrío, e Ivan también sonríe por mi sonrisa, y entonces me atrapa contra la pared del ascensor y me besa.

El amor no existe hasta que llegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora