2 - Puerto de Valencia

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Un golpe sordo me despierta. 

Me miro la muñeca en busca del reloj. ¿Sólo he dormido veinticinco minutos?

No tengo ni idea de qué es ese golpe sordo hasta que lo repiten. Han llamado a la puerta. Estoy segura de que serán mis padres. ¿Quién, sino, iba a llamar a mi puerta en unas vacaciones en las que estamos los tres solos?

Resoplo.

La llevan clara si esperan que voy a abrirles la puerta. Pienso seguir durmiendo. 

Al otro lado de la puerta insisten. La llevo clara si creo que me van a dejar dormir. 

Conociendo a mi padre que sabe que me gusta dormir tanto como a él, seguramente ya se habría ido, así que sólo puede ser mi madre. 

Me levanto a regañadientes de la cama y me dirijo a la puerta arrastrando los pies por la moqueta de color azul marino. 

Para mi sorpresa no es ni mi padre ni mi madre. Es un empleado del crucero que, enfundado en su uniforme de botones, me trae mis maletas al camarote como veo que hacen otros tantos empleados a lo largo de mi pasillo. 

No puedo creer que lo haya hecho esperar tanto. Enrojezco mientras lo dejo pasar. 

–Su equipaje, señorita Molina. –pronuncia con un claro acento forzado. 

Vaya. No sabía que fueran tan rápidos con esto de los equipajes. Dijeron que a lo largo de la tarde y me ha llegado menos de una hora después de subir a bordo.

–Gra-gracias. Siento haberlo hecho esperar. 

No sé si me ha entendido, pero al menos me he disculpado. 

–No se preocupe. No es que yo dejara su equipaje ahí fuera. –dice incorrectamente mientras coloca, una a una, mis dos maletas y la mochila sobre el mueble del equipaje.  Asiento con la cabeza y aprieto los labios. Soy muy perfeccionista con mi idioma, pero tampoco soy de las que va corrigiendo a todo el que se confunde. 

–Disfrute del crucero, señorita. –comenta justo antes de cerrar la puerta tras de sí llevándose el carrito consigo. 

«Espero disfrutarlo, amigo»

Estoy pensando en volver a mi siesta anteriormente interrumpida pero como sé que no volveré a caer tan fácilmente en los brazos de Morfeo decido que es hora de investigar un poco el barco. Más que nada para no perderme. 

En apenas unos minutos me he colocado un bikini rojo que he encontrado en una de las maletas y un vestido playero de flores encima. Cojo mis gafas de sol favoritas, unas parecidas a las que llevaba Audrey Hepburn en Desayuno con diamantes, aunque las mías son de Jimmy Choo y dudo que Holly llevara esa marca en los sesenta. Me calzo las havaianas y salgo al pasillo de mi cubierta. 

Tengo que buscar las indicaciones que me facilitan el camino hacia el ascensor y la cubierta de la piscina, pero al final llego. Podría haber tomado las escaleras, pero supondría tener que subir cinco cubiertas a pie.

Creo que el deporte lo dejaré para más tarde.

La piscina está abarrotada, a diferencia de lo que creía. Pensaba que la gente no querría usar la piscina el primer día de crucero pero veo a más de uno que ya ha probado hasta el buffet de meriendas del restaurante de la piscina. Es alucinante. 

Me acerco a la barra de bebidas y le pido al camarero un San Francisco. No es que nunca haya probado el alcohol, es que por casi un año soy aún menor de edad y no podían permitirme una pulsera "de adultos" como las llamó mi madre. De todas formas el alcohol es algo sin lo que puedo vivir así que en realidad no es problema. 

También me acerco al stand de toallas y pido una. Luego voy hacia una de las tumbonas que veo libres, coloco la toalla blanca del crucero sobre ella y me tumbo encima. 

Me dedico a observar a un par de niños franceses y en cómo hablan (discuten) durante unos minutos. Estoy acostumbrada a que hablen en francés cerca mía gracias a Chloé y su familia. Y también gracias a ella consigo entender un par de palabras. Creo entender "piscina" "salpicar" y "cállate". Quizá debería haberme traído un libro. Ése que me prestó mi prima Carla y que aún no he logrado empezar. Es más, ni siquiera recuerdo su nombre. 

Sólo interrumpo mi observación del idioma francés cuando soy yo la que se siente objeto de observación. 

Peino la cubierta y encuentro a Moreno Sexy en la terraza que hay sobre las tumbonas del otro lado de la piscina. Es el solárium. La gente normal sube arriba cuando quiere broncearse, no cuando quiere observar a los bañistas de la piscina. También creía que Moreno Sexy no podía ser más sexy que antes, cuando andaba con las manos en los bolsillos. Me equivocaba. Ahora está sin camiseta y con los codos apoyados en la barandilla que da a la piscina sin dejar de mirarme. No me equivocaba con la sensación de que alguien me observaba. Lo peor es que me he puesto nerviosa porque un chico desconocido me observe. No es que me sienta atraída pero... ¡¿Y si es un violador?!

Me bajo las gafas de sol para que mis ojos queden visibles y también lo observo. Sin quererlo entramos en una de esas luchas de miradas incómodas que me suenan de haber visto en alguna peli, aunque no recuerdo cuál. ¿Ganaba el chico o la chica?

Aquella lucha no la recuerdo, pero ésta la gano yo justo después de que, al levantar yo una de mis cejas esperando alguna reacción por parte de Moreno Sexy, éste decida abandonar su puesto en la barandilla con una sonrisa en la cara. 

Pego un sorbo de mi cóctel para acentuar mi indignación. Qué maleducado ha sido. ¿En su país no le enseñan buenas costumbres? Espero no encontrármelo más. 

Justo cuando Moreno Sexy desaparece de mi vista, mi padre aparece tapándome el sol que anteriormente me tostaba la piel. 

–¡Eh!

–Pensábamos que estabas dormida. –comenta mi padre alisándose una camiseta celeste que se ha colocado. Supongo que también ha venido en busca de sol. 

–Estaba –Afirmo–. Pero me han despertado al traer las maletas. 

–Nosotros hemos llamado a tu puerta para ver si te venías a dar una vuelta pero como no contestabas supuse que estabas dormida. –explica lanzando una mirada a mi madre, a quien encuentro pidiendo algo de beber en la barra. 

–Lógico. –murmuro sintiendo aún algo de recelo por el chico que ha llevado mi equipaje hasta mi camarote. Sé que no tenía culpa pero es que no me suele sentar muy bien que me despierten. 

–¿Todo bien, Ángela? –pregunta mi madre cuando se acerca a nosotros. Le tiende, además, una copa de cristal con alguna especie de cóctel y que está adornada con una sombrillita y azúcar en el borde de la misma copa. Voy a pedir de eso para mis San Franciscos a partir de ahora. 

–Sí, todo bien. 

–¿Sigues enfadada por estar sola estas vacaciones?

Está claro que sí. No se me pasará el enfado hasta que no me baje de este dichoso barco.

–No lo sé. Quizá. En realidad sí pero se me pasará si consigo tomar el sol sin que me lo tapéis. 

Mis padres se miran y sin decir nada se van. Es muy probable que les haya sentado mal lo que les he dicho, pero no considero correcto que me estén presionando para saber si lo paso bien cuando, evidentemente, no lo hago. 

Por suerte no se me acercan en toda la tarde a excepción de una visita que me hace mi madre para decirme que cenaremos a las 9 y que pasarán a recogerme a mi camarote antes de ir al restaurante. Genial.

El amor no existe hasta que llegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora