33 - La Valletta

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A Ivan no le dejan la tarde libre así que no puede salir a visitar Malta. De todas formas no creo que hubiera podido estar con él: la excursión hoy es libre y no tenemos guías. Por una parte es genial porque no aguanto a ninguna guía más después de la insoportable de la última vez. Por otra parte es un poco rollo hacer turismo sólo con mis padres. Una vez más, si mis primas hubiesen venido la visita se me habría hecho mucho más amena.

A pesar de mi inminente aburrimiento, disfruto mucho de La Valletta. Al salir del barco cogemos un autobús o algo parecido. Es una especie de caravana sin cristales en las ventanas y totalmente pintado en colores vivos. En vez de Malta tenía la sensación de estar en Jamaica. También puede que fuera por el olor a hierba que desprendía el conductor y por su estatuilla de Bob Marley sobre el salpicadero. Era de esas estatuillas cuya cabeza va moviéndose con el vaivén del vehículo.

En el minibús entramos una familia más y nosotros tres. La otra familia me suena de haberla visto por el barco, pero nunca he cruzado palabra con ellos. El pseudojamaicano nos deja en la Catedral de San Pablo, al otro lado de La Valletta. Empezamos el itinerario aquí porque, a pesar de ser el primer sitio que cierran, es el edificio más alejado del puerto y así podemos volver el camino andando. La catedral es, sin duda, el edificio más majestuoso y que llama más la atención de entre todo el paisaje de la ciudad. Tiene una cúpula impresionante, aunque no más que la de la catedral de Florencia. Subimos a una de las torres que nos dejan la mejor vista panorámica de la ciudad.

Después vamos a la Co-catedral de San Juan. No sé cómo se llama exactamente en español, pero los audios que me prestan para la visita guiada lo llaman así. Lo que más me llama la atención de todo el lugar son las pinturas de Caravaggio. Sobre todo la presencia que tiene la muerte en todas ellas, como en una en especial, donde había una calavera junto a una mesa de comedor. También son dignos de ver tanto la decoración barroca como los suelos de mármol. Daba hasta pena pisarlo.

Para finalizar nuestra visita vamos al Auberge de Castille. Tampoco sé traducir este nombre, y ahora no hay nadie quien lo haga por mí ni mediante audios. Se trata de un castillo donde antiguamente se albergaban los caballeros de Malta. Está en el punto más alto de la ciudad y hay que subir algunas cuestas hasta llegar a él. Actualmente no se puede visitar porque por lo visto el Primer Ministro se encuentra dentro. A pesar de estar cerrado, es, sin dudarlo, lo que más me gusta de Malta. Quizá no es el edificio más impresionante, como pasa con la catedral, pero sigue siendo mi favorito. Por supuesto me hago algunas fotos junto a los cañones que están a los lados de la puerta.

Terminamos el tour por La Valleta antes de que atardezca, así que mi padre propone ir a tomar un helado y yo acepto encantada. Hoy parece ser uno de los días más calurosos del verano. He visto, incluso, a una señora derramando su botella de agua por su propia nuca para refrescarse. Me ha recordado mucho a mi ciudad en verano, así que se puede decir que estoy algo acostumbrada.

La heladería a la que vamos está abarrotada y tienes que dar algunos empujones para que las camareras te hagan caso. Mi padre se cansa antes y decide desistir. Dice que ya se tomará algo fresquito cuando suba al barco. Yo no cedo. Quiero probar el helado de piruleta que he visto llevarse un niño, así que me quedo dentro mientras mis padres me esperan fuera.

—Te llamas... ¿Angela? O algo así.

Un chico que no conozco y cuyo codo está totalmente pegado al mío me habla. Quizá me suena, pero no estoy muy segura. Si lo conociera sería del barco: su acento y su dificultad hablando español lo delatan.

—¿Te conozco? —Achino los ojos.

Chasquea la lengua. Es mucho más alto que yo. Más que Ivan. Me extraña que no se haya llevado ya su helado.

El amor no existe hasta que llegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora