14 - Puerto de Livorno

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No llevo ni un minuto en mi camarote cuando llaman a la puerta. Me han pillado lavándome los dientes, pero como sé que son mis padres que vienen para hablar de los planes de hoy, no me molesto en terminar de lavármelos ni en sacarme el cepillo de la boca para abrir la puerta. Para mi sorpresa y estupefacción no son mis padres.

Para mi sorpresa y estupefacción es Ivan.

Al verlo, abro mucho los ojos y me meto en el minúsculo cuarto de baño para enjuagarme la boca rápidamente. Me miro en el espejo y compruebo que todo está en orden antes de volver a salir. Cuando salgo me dirijo hacia la puerta y veo que Ivan no se ha movido, pero ahora está con el antebrazo apoyado en el marco y me espera sonriendo.

Casi me atraganto con mi propia saliva antes de hablar:

–¿Qué haces aquí?

Ivan sonríe aún más. Le parece divertido que casi me ahogue con la sorpresa. Y con la idea de que está irresistiblemente sexy con esa postura.

–He entrado a desayunar cuando tú salías. Te he llamado para que me esperaras pero no me oías, así que he cogido un cruasán y te he seguido.

–No he oído que me llamaras. –apunto.

–Pues he dicho varias veces tu nombre.

Entrecierro los ojos.

–Mi… ¿nombre?

Ivan asiente.

–He dicho: Angie…

–Odio que me llamen Angie. –Aclaro marcando mis palabras–. Lo odio.

Ivan levanta las manos a modo de escudo.

–Vale, vale, Bonnie, no me ataques. Al menos déjame pasar, ¿no? No me dejes en el pasillo.

En seguida me echo a un lado y dejo que pase hacia mi camarote. No duda en sentarse sobre la cama sin hacer.

Observo cómo mueve la cabeza hacia todas partes, observando cada rastro que he dejado alrededor. Me hace gracia su mirada porque es como si intentara saber más de mí por cómo están las cosas colocadas, cuando en realidad están deliberadamente, como la revista que me conseguí en Mallorca el otro día, que ha acabado sobre el televisor; o la bolsa de mi tienda de ropa interior favorita, que está en el suelo, junto al mueble sobre el que está la tele.

–Tienes una cara de pena… –pienso en voz alta.

Entonces me mira, y fuerza una sonrisa que casi ni se ve. Ni frases contraatacantes, ni palabras para defenderse… nada. Una simple y leve sonrisa.

–¿Te pasa algo? –pregunto.

Chasquea la lengua y sacude la cabeza. Por un momento se me pasa por la cabeza el pensamiento de que es imposible que esté bien después de lo de anoche. De hecho yo no me había olvidado desde que pasó hasta ahora, pero ha sido la sorpresa lo que ha provocado que mi mente se centrara en otra cosa.

–No. Sólo pensaba.

Me siento a su lado sobre mi cama. El corazón a veces nos lleva a realizar cosas que queremos hacer pero que nuestra mente nos dice que es mala idea o que no deberíamos estar haciendo eso precisamente. Ahora es una de esas veces en las que he preferido poner en off las voces de mi cabeza.

–¿En qué pensabas?

Suspira, pero no me mira.

–En anoche. Creo que me estoy haciendo mayor ya.  –en ese momento no lo pillo, de hecho sigo en silencio esperando que se explique:– Anoche bebí demasiado y no recuerdo nada. Sé que lo pasé bien contigo porque eres Bonnie, pero no recuerdo qué hicimos.

El amor no existe hasta que llegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora