Dia de los inocentes: Gustacio

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El rubio giró levemente su cabeza con disimulo hacia su amigo quien se hallaba sentado a su costado en el sofá color crema en medio del amplio salón de su hogar.

La película que se reproducía en la televisión en ese momento estaba comenzando a aburrirlo terriblemente y con incomodidad se removió en su lugar.

Recordando la fecha en la que se encontraban se le ocurrió una espantosa pero según él, brillante idea. No perdería nada si intentara insinuársele al de cresta. Moría por ver cual seria su reacción, después de todo, sabía de sobra que simplemente lo apartaría y probablemente después se reiría con él.

Sin perder más tiempo se decidió por fin a lanzarse. Se giró hacía un lado colocándose encima del menor a horcajadas sobre sus piernas.

Horacio dio un respingo por la sorpresiva acción de su amigo. Se quedó pasmado mirándolo con confusión, pasando saliva con dificultad ante su cercanía.

—¿Gustabo? ¿Qué haces?. — su voz sonó temblorosa y por inercia colocó ambas manos en la cintura del rubio.

Gustabo hizo un intento de verse provocativo, mordiendo su labio inferior, enfocando sus zafiros en los orbes de su amigo mirándolo con firmeza.

—Horacio... he estado pensando... — apoyó sus manos en los hombros del menor masajeándolos pausadamente y con delicadeza. —Deberíamos dejar de fingir que somos hermanos o simples amigos. Tu y yo sabemos que queremos ir más allá. — continuó haciendo un esfuerzo sobrehumano para no carcajearse en su cara.

—¿A... a qué te refieres?. — frunció el ceño extrañado, su nerviosismo era palpable. El rubio volteó ligeramente el rostro buscando ocultar la sonrisa burlona que sin querer había asomado de sus labios.

—Me refiero a que deberíamos entregarnos el culo de una vez. — llevó una de sus manos hasta el rostro de Horacio acariciando sus labios entreabiertos con el dorso de sus dedos.

Se quedó expectante y curioso esperando con impaciencia alguna reacción o respuesta por parte del mas alto. Pasaron unos cuantos segundos que parecieron hacerse eternos. Horacio no parecía inmutarse, su expresión era indescifrable.

—Tienes razón. — contestó finalmente en un murmullo, el rubio enarcó una ceja.

Un jadeo de sorpresa escapó de su boca al ser invadida repentinamente por la del de cresta, quien lo atrajo con su mano sosteniéndolo de su nuca.

Aún sin entender lo que estaba pasando, petrificado, sintió los labios de este moverse contra los suyos y sin ningún permiso adentró su resbalosa lengua dentro de su boca. Algo hizo click en su cabeza, empujó los hombros del menor tratando de apartarse.

Rompió el beso tomando una gran bocanada de aire, miró sorprendido a su amigo quien tomó sus caderas alzándolo de su lugar dejándolo sentado de nuevo sobre el sofá.

Quedándose de pie frente a él, se inclinó y volvió a besarlo repartiendo caricias sobre su pequeño cuerpo y antes de que pudiera siquiera replicar, bajó sus manos hasta el pantalón del rubio.

El aire escapó de sus pulmones cuando escuchó el sonido de sus pantalones siendo desabotonados. Estaba siendo atacado sin piedad por el más alto, sus besos eran bruscos y la saliva de ambos escurría por la comisura de sus bocas. No tenía la mínima intensión de detenerse.

Tensó las piernas y movió un poco sus caderas cuando sintió la mano del de cresta adentrarse en su pantalón comenzando a palpar su miembro por encima de la ropa interior.

Desunieron sus labios buscando recuperar el oxígeno. El rubio gimió ante la constante atención de los dedos del menor en su falo que inevitablemente empezaba a endurecerse bajo sus toques.

—H-horacio... — suspiró contrayéndose en su lugar. —Esto... esto no está bien.

—Acabas de decir que si. — sin prestarle mucha atención bajó su pantalón. Sonrió pasando su lengua por los dientes de manera provocativa, se arrodilló entre sus piernas separándolas en el proceso.

Acercó su cara al bóxer de Gustabo dejando una lamida sobre la tela. Tomó el resorte entre sus dedos y lo bajó liberando su miembro erecto.

—Mira que dura te la pongo. — mencionó observando con lujuria y hambre la polla erguida del rubio. Posó sus labios sobre el glande rosado dejando un pequeño y húmedo beso sobre el.

Gustabo gimió arqueando ligeramente la espalda en el respaldo del sillón y cerró los ojos de golpe cuando seguido a eso Horacio comenzó a lamer con ímpetu toda la longitud de su falo.

—Horacio, p-para. — pidió en un hilillo de voz. El de cresta lo ignoró por completo colocando la punta de su polla entre sus labios introduciéndola poco a poco dentro de su boca.

El mas bajo apretó los dientes sintiendo la cavidad húmeda de su amigo aprisionando la erección.

El menor comenzó un vaivén lento moviendo su cabeza de arriba abajo durante un par de segundos, luego volvió a sacar el miembro cubierto de su propia saliva y alzó su mirada conectando sus ojos con los del rubio.

—¿Estás seguro de que quieres que pare?. — le cuestionó rodeando su polla con la mano masturbándolo de forma pausada.

Gustabo lo miró con los ojos entrecerrados respirando con algo de dificultad, pareció meditarlo un poco pero sencillamente no podía razonar si tenía a Horacio entre sus piernas haciéndole una paja junto con una mamada.

—Sigue. — susurró rindiéndose, dejándose llevar por la excitación que recorría su cuerpo.

Horacio sonrió y ni corto ni perezoso volvió a engullir la polla de su amigo por varios minutos con agilidad, succionándola aumentando el vaivén cada vez más con su cabeza. Sentía como su cabello era jalado por los dedos del rubio y se retorcía sobre el sofá jadeando su nombre.

Gustabo hundió sus dedos entre las hebras blancas del mas alto echando su cabeza para atrás no pudiendo aguantar más el calor que comenzó a arremolinarse en su vientre.

—D-detente ya Horacio... no puedo. — los movimientos del de cresta aceleraron buscando que el rubio llegara finalmente a su orgasmo.

Gustabo soltó una de las manos de los cabellos de Horacio y la llevó hasta su boca cubriéndola con ella. Se estremeció corriéndose dentro de la boca del mencionado ahogando un gemido entre la palma de su mano.

El mas alto tragó sin miramientos cada gota de los fluidos de su mejor amigo, relamiéndose los labios haciendo sonidos de gusto con su boca.

—¿Por qué te callaste? Si tus gemidos son lindos. — se enderezó dejando un suave y corto beso sobre los labios rosas del rubio. Este desvió su mirada avergonzado.

—Cállate que ahora sigo yo. — se quitó los pantalones junto con su ropa interior y le hizo una seña golpeando sus cremosos muslos con las manos, indicándole al menor que se sentara en su regazo.

Horacio sin ningún disimulo se desnudó con premura de la cintura para abajo. Se acercó al rubio colocando sus rodillas a ambos lados de sus caderas.

El mas bajo comenzó a masturbarse a una velocidad moderada, volviendo a poner erecto su miembro. Ambos gimieron a la vez cuando el trasero del de ojos bicolores rozó contra su dura polla.

Restregó sus glúteos con insistencia sobre la erección del rubio, impaciente y deseoso de tenerla adentro.

Gustabo queriendo complacerlo de una vez por todas, dejó de masturbarse y llevó su mano hasta la boca dejando caer una cantidad generosa de saliva en su palma, acto seguido cubrió su falo con sus propios fluidos.

Horacio se alzó levemente alineando su entrada con la punta de su polla, bajó lentamente sus caderas insertándola poco a poco hasta tenerla completamente en su interior. Gruñó gustoso al sentirla palpitar y sin ninguna espera comenzó a moverse acompasadamente de arriba abajo sacándola y metiéndola de nuevo en su aro rosado.

No pudiéndose contener el rubio gimió complacido, la estrechez del mas alto comenzaba a hacerlo perder la cabeza, aferró las manos en su cintura viendo como este comenzaba brincar con agilidad sobre sus caderas.

—Ah... Gustabo, s-se siente muy bien. — gemía una y otra vez sin detenerse aumentando sus movimientos, rebotando sin parar sobre los pálidos muslos del rubio.

Gustabo quería más así que bajó sus manos apretando con fuerza el trasero del menor, impulsó su pelvis hacía arriba y comenzó a mover sus caderas de arriba abajo consiguiendo igualar el ritmo de Horacio sobre él.

—¡Gustabo!. — estiró su cuello y sus ojos se cristalizaron ante las exquisitas sensaciones que sacudían su cuerpo.

Las embestidas del rubio empezaron a ser más erráticas y desenfrenadas. Los gemidos y jadeos de ambos escapaban de sus labios de manera descontrolada inundando por completo la estancia con sus dulces sonidos.

Abandonó uno de los glúteos del menor y llevó la misma mano sujetando con firmeza la gruesa polla de este acariciando con su pulgar la punta de su enrojecido glande.

Un gruñido gutural salió de la boca de Horacio y clavó las uñas en la tersa piel de los hombros del más bajo. El clímax amenazaba ya con irrumpir cuando el pene de este empezó a golpear sin piedad su punto dulce.

—¡Me corro, me corro!. — apretó los párpados con fuerza encorvando su espalda, se desbordó liberando su semen sobre la mano del rubio.

Gustabo gimió alto sin dejar de embestir con ahínco la entrada de su amigo, se derritió sintiendo como las paredes de este se apretaron deliciosamente en su miembro. Sujetó su cintura y lo sentó de golpe introduciéndose totalmente en su interior. Gritó su nombre derramando su semilla dentro de su ardiente y sudoroso cuerpo.

Respirando agitados se aferraron el uno al otro en la misma posición. Gustabo con cuidado se recostó en el largo del sillón dejando aún a Horacio sobre él.

El de cresta se acurrucó en su pecho besando con delicadeza uno de sus pectorales.

—Horacio. — lo llamó. El mencionado levantó su cabeza reposando su mentón contra su pecho indicándole que tenía su atención. —Lo que te dije hace un rato en realidad era una broma. — confesó soltando una pequeña risita que contagió al de cresta.

—Lo sé, te conozco muy bien y sé cuando estás mintiendo. — sonrió con sorna viendo como Gustabo lo miraba con asombro.

—Pero tú...

—Solo aproveché la oportunidad. — rió por lo bajo volviendo a acomodarse sobre el rubio dejándose envolver por la calidez de su cuerpo.

Suspiró resignado y negó lentamente con la cabeza. Su amigo ya no parecía ser tan inocente como él pensaba.

—Muy bien, ya me diste el culo ahora me toca darte el mío a ti. — afirmó acariciando las hebras de color blanco de su cresta desordenada.

—Dámelo ahora. — se irguió acomodándose entre sus tonificadas piernas, se arrodilló sobre el sillón y tomó su propio miembro comenzando a masturbarse con rapidez, preparándose para penetrarlo. El rubio hizo una mueca de horror.

—¡Ahora no cabrón!, ¡Ya me corrí dos veces y me duele la cadera!.

Historias Gustacio/PogacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora