✨ Limusina ✨:Gutacio

242 9 0
                                    

"Un agradable reencuentro"


Cuando recibió aquel mensaje su corazón dejó de latir por unos momentos, una oleada de felicidad recorrió su cuerpo a la vez que su alma se llenaba de rencor.

Horacio estaba feliz, aunque había una parte de él que seguía enojado, con aquel nuevo mensaje de Gustabo, el cual consistía de una foto donde se le veía a su amigo posando en un lugar bastante feo acompañado de la frase: "buenas tardes".

Después de meses sin saber de él eso era lo primero que le decía: "buenas tardes". Ni siquiera se digno a disculparse.

Estaba nervioso y aún más cuando le envío su ubicación. Sintiéndose cómo un adolescente en su primera cita, fue a arreglarse y a cambiarse sólo para ir a ver a su amigo, quería estar precioso para el momento de su esperado reencuentro.

Cuando llegó a aquel lugar de mala muerte donde vivía su amigo, pudo volver a verlo y lo supo. Ya no sentía aquellas dos emociones opuestas mezcladas en su corazón, había una sola emoción ocupando su ser. Sonriendo y sintiendo como sus ojos se cristalizaban, llegó hasta Gustabo y le metió un puñetazo en la cara.

¡Obviamente estaba muy enojado! El bastardo del rubio aparecía y desaparecía sin dar muchas explicaciones, llegaba a su vida como si nada hubiera pasado.

Tras un bonito reencuentro que consistió en varios golpes por parte de ambos y ver la horrible casa de Gustabo, ambos fueron al hogar de Horacio, no sin antes informar al mayor sobre el evento que ocurría esa tarde: "Fame or shame"

Gustabo pareció emocionado con la idea y se apuntó a ser jurado junto con el de cresta, quien, a pesar de todo, aceptó encantado. Tener a su amigo al lado suyo era reconfortante. Estaba muy feliz de voltear y encontrarse la brillante sonrisa del mayor, se sentía en casa.

Después de enseñarle su hogar y ofrecerle un dildo —que fue rechazado—, Gustabo tomó una ducha y subieron a la limusina que les esperaba para ir en dirección al gran evento.

El interior del vehículo era un lugar espacioso y elegante que incluía un pequeño mueble donde se guardaban varias copas y botellas de alcohol como vino, vodka y whisky.

Gustabo se sentó en el asiento trasero del fondo mientras que Horacio se sentó en el cómodo sillón pegado a la ventana en un intento de alejarse del mayor.

Por alguna razón seguía furioso con el rubio, tal vez era su actitud despreocupada y arrogante, actuaba como si no importara todo el tiempo que lo abandonó.

Horacio cambió, había crecido todos esos meses sin Gustabo a su lado y parecía no importarle. Aún lo veía como un chico sensible pese a que ya no lo era, hizo muchas cosas que antes nunca hubiera hecho, era una persona diferente.

—¡Vamos! ¿Sigues enojado? —preguntó Gustabo sacándolo de sus pensamientos.

Horacio lo ignoró completamente girando su cabeza al lado opuesto de dónde se encontraba el rubio.

—Creí que lo habías superado, ¿quieres estar enojado conmigo todo el día? —se quejo.

Volvió a ignorarlo. Quería estar en sus brazos y a la vez ardía en deseos de golpearlo otra vez, estaba muy confundido con aquellos pensamientos inundando su cabeza. Comenzó a jugar con sus dedos tratando de tranquilizarse.

—¿Que opinas si te como la verga para animarte? —ofreció de pronto.

Eso fue suficiente para que Horacio bajará la guardia y volteara a ver al mayor con una expresión de sorpresa marcada en el rostro.

Gustabo sonrió con malicia pasando la punta de su lengua por sus delgados labios.

—¿Pero qué dices? —masculló Horacio frunciendo el ceño.

—No sería la primera vez —le recordó—. Te noto algo tenso, déjame hacerte sentir bien.

—¿Ahora? —preguntó escéptico. Gustabo asintió—. ¿Estás loco? Estamos en un coche. Alguien puede oírnos.

—Tomaré el riesgo.

Se sentó al lado del menor posando su mano en el muslo de esté mirándolo con lujuria. Horacio intentó zafarse pero su cerebro le impedía hacerlo, estaba hipnotizado con aquel magnífico color azul impregnado en los ojos de quien tanto amaba.

La mano del rubio subió hasta palpar descaradamente su entrepierna. Gustabo masajeo la zona con la palma de su mano intentando poner duro aquel falo.

—Detente —masculló nervioso.

—Podrías apartarte fácilmente pero aún así permaneces aquí. Sabes que lo quieres —susurro con malicia.

Ante las atentas caricias que recibía, el miembro de Horacio se puso erecto sin mucho esfuerzo dejándose llevar por aquella mano que hacía mucho tiempo no sentía.

—¡Wow! Que duro te pusiste —observó el mayor—. ¿Tanto me deseabas?

—N-no...

Gustabo lamió su oreja y cuello antes de ponerse de rodillas frente a su compañero, quien lo miraba expectante.

Le bajó el pantalón depositando un par de lengüetazos y besos sobre su miembro oculto por la ropa interior, con solo estas acciones Horacio jadeo de placer. Por algún motivo estaba demasiado sensible y cualquier cosa era suficiente para satisfacerlo.

Liberó su grueso miembro de su pequeña prisión, Gustabo lo tomó de la base y lamió el glande como si fuera una paleta, Horacio tembló ante aquel contacto directo.

—Relájate —pidió el mayor antes de meterse el falo a la boca por completo.

El menor ahogó un gemido. No había tenido una felación en mucho tiempo, había olvidado lo bien que se sentía. La boca de Gustabo era maravillosa, tan caliente y húmeda.

El mayor succionó el miembro llenando su boca con el líquido pre seminal que no paraba de salir. Pasó su lengua por toda la longitud preparándose para meterlo más a fondo.

Horacio gruñía intentando reprimir sus gemidos, mordió su labio inferior en un intento de detener aquellos obscenos sonidos. Si llegarán a descubrirlos no habría una forma sencilla de explicar aquella comprometedora situación.

Estaba disfrutándolo mucho pero necesitaba más, se sentía vacío, chupó tres de sus dedos antes de meterlos por detrás de su pantalón con esfuerzo. Empujó su pelvis hacia adelante para tener más acceso permitiendo que su miembro se hundiera más en la garganta del mayor.

Horacio tanteo su propia entrada haciendo círculos en esta e inserto un dedo dentro de él. Gimió suavemente antes de comenzar a moverlo.

Gustabo comenzó a embestirlo con su boca soltando leves arcadas cuando el pene ajeno tocaba su campanilla, leves lágrimas aparecieron en su rostro pero se negó a parar viendo como el de cresta parecía extasiado.

El menor metió el segundo y el tercer dedo en su cavidad trasera en un arranque de locura, comenzó a penetrarse a sí mismo con fuerza. Se sentía muy bien, desearía tener uno de sus dildos en ese momento pues sus dedos, aunque le gustaba, no lo satisfacían por completo. Quería algo más grande y caliente dentro de él, algo que pudiera tocar su próstata. Maldijo en voz baja su propia genética por tener los dedos tan cortos impidiéndole tocar aquel punto que tanto amaba.

No pudo ni avisar cuando el orgasmo lo invadió e hizo temblar su cuerpo. Eyaculo en la boca del mayor, quien se apartó una vez su interior estuvo lleno.

—¡Perdón, perdón, perdón! —se disculpó con el rostro rojo de la vergüenza—. ¡Te juro que lo hice sin querer!

Gustabo pareció dudar pero finalmente trago el semen y se relamió para quitar los excesos, los cuales también ingirió sin chistar.

—No sabe mal —admitió.

El menor lo miró asombrado.

—¿Te lo acabas de tragar? —preguntó impactando, su compañero se encogió de hombros.

Pesé a que no era la primera vez que le hacía una felación, si era la primera vez que se tragaba su semen.

Cada vez que eyaculaba lo hacía fuera de su boca o Gustabo lo escupía de inmediato cuando terminaba, Horacio no se sentía ofendido por esto y tampoco le insistía en que se lo tragara. El mayor consideraba está acción muy sucia —pese a que le había comido el culo en más de una ocasión— y por lo tanto se negaba a engullirlo.

—No sabe mal —repitió—. Es para que veas lo mucho que quiero que volvamos a la normalidad.

Gustabo volvió a su asiento original. Horacio, jadeando y con el rostro rojo, le sonrió con lascivia.

—¿En verdad crees que... Una mamada puede arreglar todo?

Antes de que pudiera responder, Horacio se despojó por completo de su ropa de cintura para abajo y se acercó al mayor con un brillo de lujuria impregnado en sus ojos.

Se sentó a horcajadas sobre su regazo tomándolo con brusquedad del cuello de su sudadera para unir sus labios en un beso salvaje y húmedo. El menor hundió sus dedos en el suave cabello del rubio despeinadolo aún más de lo que ya estaba, acunó su rostro entre sus manos para acercarlo más a él.

Sus lenguas chasqueaban al tener contacto con la del otro, pequeños gemidos escapaban de sus bocas cuando intentaban recuperar el aire, la saliva comenzó a escurrir de las comisuras de su boca a la vez que Horacio comenzaba a mover su cadera de atrás para adelante rozando con el miembro del mayor, el cual despertó al poco tiempo.

El falo de Horacio también se había puesto erecto de nuevo, rompió el beso y desabrocho el pantalón del mayor bajándolo a la altura de sus muslos junto con la ropa interior dejando al descubierto su miembro, lo tomó con la mano para guiarlo a su entrada mientras se elevaba un poco hundiendo sus rodillas en el asiento.

—Espera... Nos van a escuchar —titubeó el rubio por lo bajo.

—Eso no te detuvo antes —contradijo en el mismo tono.

Lo introdujo de golpe sentándose sobre sus piernas creando un fuerte ruido. Ambos echaron la cabeza para atrás. No habían tenido sexo en mucho tiempo.

Gustabo se acercó a los pezones de su compañero y comenzó a chuparlos sabiendo que era muy sensible en aquella zona. Horacio comenzó a moverse lentamente disfrutando la cálida lengua del rubio.

Comenzó a saltar aumentando el ritmo conforme la lengua de Gustabo se deslizaba por todo su pecho y subía hasta su cuello donde succionó su piel con la clara intención de dejar chupetones.

El mayor lo tomó de la cintura al mismo tiempo que movía su pelvis de arriba a abajo para penetrarlo. Horacio gimió y tuvo que morderse el labio inferior para evitar gritar del placer.

El menor, al mirar al rubio, pudo verlo con el rostro completamente rojo y los ojos cerrados haciendo una mueca de gozo. Sonrió al saber que él era el único que podía sacar ese lado tan vulnerable de su amigo.

Lo tomó de los hombros y comenzó a saltar sobre el falo más rápido permitiendo que saliera y entrara en su totalidad provocando un fuerte ruido de sus glúteos rebotando en el regazo del mayor cada vez que lo introducía.

—¿Te gusta, Gustabo? —gimió Horacio.

El mencionado asintió apretando los labios con fuerza los cuales Horacio aprisionó con los suyos en un brusco beso ahogando sus gemidos en la boca del mayor. Sus lenguas jugaron en la boca del otro y comenzaron una batalla que Gustabo ganó dejando en claro que él quería tener el control de la situación.

El sudor se hizo presente en sus cuerpos y rostros, iban a terminar hechos un desastre pero en ese momento solo existía el placer cegando sus mentes.

Ya ni siquiera les importaba los ruidos de sus pieles chocando repetidas veces llenando el auto con estos, los cuales los conductores podrían estar escuchando.

—E-espera, no tan rápido —jadeo Gustabo con un hilo de saliva escurriendo de la comisura de su boca.

—¿Por qué? Si lo estás disfrutando —gimió el menor.

—¡Que tienes los glúteos muy fuertes, me vas a destrozar!

—No puedo parar —confesó.

Se sentía muy bien, cada penetraciones golpeaba su próstata con brutalidad enviándolo al cielo. Era increíble, ni con sus dildos había disfrutado tanto como ese momento.

Su cadera parecía moverse sola conforme sentía que el clímax estaba muy cerca. Enterró las uñas en los delgados hombros de su amigo, abrió la boca dejando escapar sus jadeos permitiendo que el aire entrara en él y secara su garganta.

El ambiente era muy caluroso, las ventanas estaban empañadas y escurrían pequeñas gotas limpiando el cristal. Sin duda las personas de afuera sabrían lo que podría estar pasando en aquel vehículo. Era tan asfixiante aquel lugar que resultaba muy erótico.

—¡Ah, Gustabo!

—¡Horacio!

Entre leves alaridos que soltaban gozando el momento como nunca, los dos se corrieron al mismo tiempo. Horacio, al alcanzar el orgasmo, liberó su esencia sobre la ropa de Gustabo mientras que el mencionado lo hizo dentro del menor manchando un poco su largo saco blanco.

Tuvieron un par de espasmos antes de que el clímax los abandonará. Sus respiraciones estaban agitadas, el aire no alcanzaba a satisfacer sus pulmones. Descansaron su frente sudoroso en la del otro intentando recuperar el aire perdido. Habían creado un desastre y no sabían cómo limpiarlo.

Al llegar a su destino, se podían escuchar los gritos de los participantes y periodistas, desde dentro del enorme edificio, emocionados por ese gran evento.

La limusina se estacionó y bajaron los conductores —guardaespaldas— de los jurados de ese día.

La puerta trasera se abrió. Al bajar del vehículo, Horacio se estaba peinando la cresta y acomodando la ropa. Fue el único en bajar.

—¿Y el otro juez? —preguntó el conductor con el ceño fruncido.

—Él...

—¡Ah, mi cadera! —grito Gustabo desde el interior del vehículo.

Horacio se hizo el tonto desviando la mirada.

—Se empezó a quejar del dolor de pronto, no se que le paso —mintió con descaro.

—Ya, ¿y eso en tu cuello no es un chupetón? —preguntó señalándolo.

El más alto se cubrió el cuello como pudo, sus mejillas se tornaron aún más rojas de lo que ya estaba.

—No...

—No es por nada, señor Horacio. Pero la ventanilla que separa la parte trasera y la delantera no es anti-ruido, así que... —mencionó la chica que venía con ellos.

—Uy... —exclamó bajando la cabeza para evitar hacer contacto visual.

Avergonzado, regresó al interior del vehículo donde Gustabo se retorcía de dolor.

—¡Te dije que más despacio, Horacio! —lo reprendió el mayor.

—No diremos nada, no se preocupen —aseguró el conductor intentando no reírse ante los alaridos de Gustabo.

Horacio se sentía humillado y se negó a bajar del vehículo hasta que el mayor de los dos pudo hacerlo, quien, sin pudor alguno, admitió a viva voz lo que habían hecho y se adentro en el edificio.

Después del evento entre risas y nuevas experiencias, volvieron a casa de Horacio donde, en repetidas ocasiones, tuvieron sexo por toda la vivienda: en la piscina, en la cancha de tenis, la cocina, la sala, en todos los lugares disponible.

También estrenaron el cuarto "especial" de Horacio, donde gozaron como nunca y aprendieron muchas cosas, sobre todo Gustabo.

Todo fue perfecto, después de hacer todo tipo de actividades sexuales quedaron exhaustos y pegajosos. Se bañaron juntos donde jugaron como niños aventándose agua a la cara entre risas y sonrisas traviesas.

Al salir del baño cubrieron la sucia cama, llena de múltiples fluidos corporales, con una toalla y se acostaron en ella, estaban muy cansados para cambiar las sábanas. Se acurrucaron en la cama y se abrazaron para transmitirse calor mutuamente.

—No te vayas otra vez —susurro Horacio enterrando la cara en el pecho desnudo del rubio.

Gustabo no contestó, se limitó a acariciar el cabello del menor enredando sus dedos en las hebras blancas de este.

—Por favor —pidió de nuevo con un hilo de voz.

Sus ojos se llenaron de lágrimas y comenzaron a deslizar por su rostro cayendo en el pecho del mayor, quien al sentir sus lágrimas, lo pegó más a su cuerpo.

—Duérmete, duérmete —murmuró Gustabo en su oído.

Horacio se aferró a él en un intento de mantenerlo a su lado. Era cierto que había cambiado, ya no era un chico sensible, aún así, Gustabo era el único que podía hacerlo llorar fuera para bien o mal, era al único que quería a su lado.

—¿Estarás aquí cuando despierte? —preguntó con voz temblorosa.

—Si —respondió tras un largo rato en silencio.

Horacio sonrió soltando un suspiro de alivio. El sueño lo estaba consumiendo, era imposible que pudiera quedarse despierto más tiempo. Aún sabiendo que la afirmación de Gustabo era mentira, se dejó llevar por ella sin querer aceptar la verdad.




××××××××



Horacio abrió los ojos sintiendo una corriente fría recorrer su espalda desnuda. Parpadeo un par de veces intentando adaptar sus ojos bicolor a la luz de un nuevo día.

Lo primero que vio fue una cama vacía, no había nadie a su lado. Se encontraba solo y desnudo entre las sábanas húmedas de aquella enorme cama.

Su mirada se nubló gracias a las lágrimas que comenzaron a brotar de sus ojos. Comenzó a sollozar levemente ocultando su rostro en la almohada al saber que Gustabo se había ido.

Podía estar en el baño o en la cocina pero su corazón le decía que su compañero de alma no estaba en la casa, se había ido de nuevo dejándole un hueco en el pecho aún más grande al que tenía antes.

Desde la noche anterior lo sabía, supo que el rubio no estaría ahí cuando despertara y aún así albergo la esperanza de equivocarse.

Estiró su mano tocando las sábanas frías donde Gustabo había estado, rodó a ese lado de la cama hundiendo su nariz en la almohada ajena.

Pudo percibir el delicioso aroma del champú de Gustabo, olía a coco, sus lágrimas incrementaron mientras intentaba bañarse en aquella fragancia tan familiar.

—Gustabo —susurro a la nada—. Eres un perro.

En aquella solitaria casa en la que sólo residía él, todo el día sus quejidos y sollozos de tristeza inundaron aquel vacío edificio.


Historias Gustacio/PogacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora