🎂 Un buen cumpleaños 🎂:Gustacio

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La noche cayó sobre la ciudad de los Santos. Aquel había sido un gran día. Debido al cumpleaños de Horacio, Gustabo lo llevó a una feria, por petición del menor, donde pasaron la tarde jugando en las más temerarias atracciones en las cuales ninguno tenía reparos en subir.

Cuando llegó la noche fueron a comer, una cena que consistió en hamburguesas compradas del badulaque mientras mantenían una amena charla.

No importaba lo que hicieran, mientras lo hicieran juntos estaban seguros que se divertirían.

En el camino a casa, los coqueteos y toqueteos indebidos que ambos tenían de vez en cuando se salieron de control gracias a la euforia de ese día tan especial.

El punto culminante sucedió cuando Horacio, acariciando lentamente la pierna de Gustabo, subió su mano hasta la entrepierna ajena donde la palpo por encima del pantalón.

Aquel tipo de contacto sexual no era raro en ellos aunque sólo sucedía de vez en cuando, y ese día iba a suceder.

Apenas estacionaron en la casa que ambos compartían, se abalanzaron sobre el otro uniendo sus bocas con desesperación y lujuria intentando satisfacer el deseo de poseer al otro.

A duras penas bajaron del vehículo dirigiéndose a la casa a tropezones manoseándose entre sí buscando tocar el cuerpo del contrario en su totalidad.

Al entrar en el hogar, Horacio cerró la puerta de un portazo y empotró a Gustabo en esta. Se separó lo suficiente para mirarlo a los ojos permitiendo que sus alientos calientes se mezclaran entre sí.

—Te necesito ahora, Gustabo —admitió en un susurro—. Esta vez quiero ser yo... Quien te folle, ¿puedo?

Gustabo cavilo unos momentos. Estaba excitado y quería estar dentro del de cresta, pero le quería dar un capricho.

—Está bien, mimosin. Solo porque es tu cumpleaños —concedió colocando la mano del menor sobre su pantalón abultado.

Horacio sonrió con picardía antes de dejarse caer de rodillas al suelo, levantó la camisa del rubio pasando sus labios húmedos por su abdomen desnudo llegando hasta la orilla de su pantalón, el cual desabrocho y bajó a la altura de los talones dejándolo en ropa interior. Se relamió al ver el pene de Gustabo palpitando deseoso detrás de aquella fina tela, dio un par de lengüetazos en esa zona tan privada antes de tomar el elástico de los calzoncillos y bajarlos un poco dejando su miembro erecto al aire libre. Horacio acarició con suavidad las suaves y delgadas piernas de su amigo disfrutando el pedazo de carne frente a él que no paraba de escurrir líquido preseminal.

Gustabo mordió su labio inferior al ver el atrevimiento de su amigo, sin duda estaba desesperado por empezar ya.

Sin perder tiempo, llevó tres dedos a su boca antes de sustituir dichos dedos con el glande del rubio, quien gimió al sentir la agradable boca de Horacio en su miembro.

Succiono la punta antes de pasar la lengua a lo largo del falo disfrutando con las pequeñas muecas que Gustabo hacia al sentir la caliente lengua del de cresta en su pene.


Horacio repartió varios besos mientras con sus manos separaba los glúteos de Gustabo y tanteaba su entrada trasera con uno de sus dedos.

Introdujo el falo en la boca comenzando un vaivén rápido y delicioso a la vez que metía la mitad de su dedo en la cavidad trasera de Gustabo, quien se retorcía entre la incomodidad y el placer.

—Intenta relajarte más, perla –pidió sin detener su trabajo oral.

—Es difícil hacerlo cuando tengo un dedo en mi culo.

Una vez acostumbrado, metió el segundo dedo jugando con su mano libre con los testículos del mayor, el cual jadeaba y gemía complacido del buen trabajo de su amigo.

Al meter el tercer dedo, Gustabo estaba por correrse e intentó acelerar el deber de ensanchar su entrada estirando y retorciendo sus dedos dentro de él.

El mayor bajo la mirada encontrándose con los traviesos ojos del menor, quien no dejaba de observarlo. Aquella adorable imagen de Horacio chupándole el miembro lo excito más de lo que ya estaba y las ganas por correrse aumentaron.

Peinó las hebras blancas de su amigo hacia atrás antes de enterrar sus dedos en su suave melena indicándole que lo estaba haciendo bien.

Ni siquiera aviso cuando llegó al clímax, echó su cabeza para atrás y descargó sus fluidos en la garganta de Horacio, quien los trago de inmediato procediendo a relamerse los labios.

Siempre disfrutaba probar el néctar del rubio. Le encantaba hacerle felaciones pues sabía que sólo él podía poseer al rubio. Solo Horacio podía ver ese lado de Gustabo y le encantaba.

—P-perdón, no te avise, fue tan... ¡No te lo tragues! —grito avergonzado.

—¿Por qué no? Sabes muy rico —admitió lamiendo los excesos de la punta.

—¡Eres un puerco, asqueroso! —exclamó bastante apenado con las orejas completamente rojas.

El menor se levantó quedándose inmóvil en su lugar acercando con lascivia su rostro al de Gustabo, quien se mantuvo impasible esperando lo que haría su amigo.

Ante la atenta mirada del rubio, el menor de los dos se desabrocho el pantalón y enmarcó con sus dedos su prominente erección por encima de su ropa interior blanca, la cual ya estaba húmeda.

—Estoy así de duro por tu culpa —susurró en su oído comenzando a repartir caricias por el cuerpo del mayor.

Al sentir la erección de Horacio contra él, y gracias a sus caricias, su miembro se levantó de nuevo listo para correrse otra vez. Horacio se quitó la ropa restante sin despegar la mirada del rubio, quien lo imitó saboreando internamente el apetitoso y bien marcado cuerpo de su amigo.

Una vez desnudos, Horacio lo empotró contra la pared tomándolo de los glúteos para elevarlo, Gustabo entendió el mensaje y enredo sus piernas en la perfecta cintura del de cresta quedando con la espalda apoyada en el muro.

—Si me sueltas, te juro por dios que nunca vamos a volver a hacer esto —admitió temeroso.

—¿Así que puedo hacerlo otra vez? —respondió el menor relamiéndose los labios. Vio cómo Gustabo apartaba la mirada avergonzado—. Tranquilo, bebé. No pienso soltarte.

Sujetándolo con firmeza, colocó una mano en su espalda baja manteniendo la otra en la cadera del mayor bajando su trasero hasta su miembro erecto para penetrarlo. La punta logró entrar con facilidad arrebatándoles un gemido de placer a los dos amantes.

La respiración de Gustabo se aceleró y enterró sus uñas en los gruesos hombros del menor.

—¿Te duele?

—No, y más te vale que no lo haga, de lo contrario te voy a morder —gruñó el mayor.

Sintiendo las uñas de Gustabo casi incrustarse en su piel y sabiendo a la perfección bien que mordía muy fuerte, controlo sus impulsos para no entrar de una estocada y evitar hacerle daño. Era consciente que si le provocaba el más mínimo dolor, Gustabo le iba a devolver el doble.

Cuando era el rubio quien estaba dentro de él, Horacio no quería delicadeza. Le encantaba que fuera rudo e incluso disfrutaba cuando le jalaba la cresta y le daba fuertes nalgadas.

Lentamente pudo entrar por completo, el mayor se aferró aún más a él ahogando sus gemidos enterrando su cara en el espacio entre su cuello y pecho.

Los solitarios gemidos de Horacio inundaron la estancia, el interior de Gustabo se sentía increíble, su miembro estaba aprisionado por sus deliciosas paredes ofreciéndole un placer inimaginable.

Comenzó a mover su pelvis entrando y saliendo con lentitud alzando el cuerpo de Gustabo con las manos para ayudarse. Sus pieles se impregnaron de sudor cuando los movimientos aumentaron de velocidad.

—¿Se siente bien? —preguntó Horacio en tono seductor.

Gustabo asintió de mala gana negándose a abrir la boca pues sabía que si la abría ya no podría cerrarla.

Horacio lo azotó con cierta brusquedad al muro detrás suya obligando al rubio a despegar su cara del cuello del de cresta.

—Déjame oírte, bebé —susurro contra sus labios—. Déjame oír qué clase de sonidos puedes hacer.

Gustabo se negó rotundamente, mordió su labio inferior con fuerza, en el momento que lo sintió sangrar tuvo que dejarlo libre y fue inevitable empezar a gemir.

Horacio sonrió complacido y aumentó el ritmo de sus embestidas sacudiendo en su totalidad el pálido cuerpo del mayor.

—Eso es, bebé. Grita para mí, grita sólo para mí.

Comenzó a lanzar gritos que eran incontrolables y surgían de su garganta de manera automática.

—¡Que te jodan! —chillo apenado.

—Que no te de vergüenza, bebé. Grita más fuerte para que todo el mundo sepa que sólo yo puedo hacer esto.

Cegado por su propio placer, Horacio embistió con fiereza ocasionando un gran golpe de sus pieles chocando. El orgasmo lo invadió obligándolo a gritar el nombre del rubio y a arquear la espalda temiendo por un momento soltar al mayor. Pudo jurar ver el paraíso en el momento que su miembro fue abrazado aún más por las viscosas paredes del rubio.

Se dejó caer al suelo de rodillas permitiendo que Gustabo se deslizara junto a él . Apoyó su frente en el pecho desnudo de su amigo. Sus brazos temblaban debido al peso de Gustabo que había sostenido durante mucho tiempo, incluso sus piernas parecían no responder.

El enorme reloj de madera que tenían en la sala, retumbó por toda la casa cuando las manecillas marcaron las doce de la noche. El cumpleaños de Horacio había terminado oficialmente.

El menor abrió la boca para admitir que fue un gran día, sin embargo, antes de poder pronunciar nada, Gustabo lo apartó con rudeza logrando tirarlo al suelo, donde se puso encima de él.


Casi de inmediato atacó su cuello besándolo y chupándolo dejándole un par de marcas rojizas que al día siguiente definitivamente serían mucho más notorias.

—Se acabó tu cumpleaños —dijo como si leyera sus pensamientos—. Es mi turno de estar dentro de ti.

—¿Cómo? —preguntó aturdido.

Las manos de Gustabo se deslizaron por sus piernas acariciando sus muslos internos y obligándolo a abrir sus extremidades.

—¡E-espera, Gustabo! Acabo de correrme.

—Yo no —susurro.

Horacio bajo la mirada para verificar que tenía razón, Gustabo seguía erecto y no tenía intenciones de parar.

El de cresta quiso quejarse pero un dedo húmedo en su entrada lo hizo callar de inmediato. Una deliciosa vibración llegó hasta su vientre pidiéndole más de aquella sensación.

Gustabo palpo e impregnó un poco más aquel aro rosado observando con detenimiento los pequeños gestos de Horacio que movía su cuerpo con disimulo en una silenciosa súplica de recibir más.

Cada lugar donde Gustabo tocaba quemaba en la mente de Horacio inclinándose y abriendo más las piernas para poder sentir su calor.

—Ya estás duro de nuevo, eres un guarro —comentó el rubio sacándole la lengua a modo de burla. —Te sentías tan poderoso hace un momento. Mírate ahora, deseoso por qué te folle. Te obligaré a gritar tanto que me pedirás más.

—¿Vas a decirlo o a hacerlo? —murmuró ahogándose en su propia excitación.

No podía, ni tampoco quería, resistirse. Su cuerpo estaba demasiado débil para moverse y las caricias que le brindaba Gustabo eran suficientes para ponerlo cachondo y exigirle sentirlo dentro de él.

Se acomodó entre sus piernas acariciando estas antes de alinear su miembro en la entrada rosada de Horacio y meter su miembro de golpe.

Horacio arqueo la espalda y dejó escapar un chillido al sentirlo adentrarse de golpe. Como acababa de correrse, su cuerpo se sentía más sensible y ardiente que antes.

De inmediato, el más bajo de los dos comenzó a penetrarlo entrando y saliendo con ímpetu mandando a Horacio al cielo de inmediato.

Se retorció de gozo sobre la alfombra debajo de él intentando moverse al ritmo de las embestidas pero estaba muy cansado para hacerlo. Gustabo, satisfecho de verlo de ese modo, decidió complacerlo.

Tomó una de sus torneadas y firmes piernas colocándola sobre su hombro antes de empezar a moverse con más rapidez y fuerza. Aquella posición hacía que el pene de Gustabo entrara más hondo y golpeara sin piedad la próstata del menor, quien aullaba de placer.

—¡Más, más rápido, Gustabo! ¡Quiero más! —grito el de cresta aún más alto que el propio Gustabo en su momento.

Sus ojos soltaron gruesas lágrimas las cuales se deslizaron por su cara llevándose consigo el rímel que portaba. Bajo su mano tomando en su poder su propio miembro para masturbarse al compás de los movimientos del rubio.

Sosteniendo en alto la morena pierna de Horacio, Gustabo se inclinó hasta llegar al torso del de cresta donde apretó con sus dientes uno de sus pezones jalándolo y pellizcándolo con gentileza.

—¡Ah, ah, Gustabo! ¡No pares, sigue así!

Balbuceando el nombre del rubio, lo tomó del rostro y lo guió al suyo uniendo sus bocas en un frenético beso permitiendo que sus lenguas jugaran con la del contrario mientras la saliva escurría por la comisura de sus bocas.

Sus mentes se desconectaron, se movían solos perdidos en el cuerpo del otro. Horacio había tardado horas en arreglarse y maquillarse en la mañana para su cita con Gustabo, ahora no existía nada de aquella hermosa apariencia que le quiso brindar a su amigo. Era un desastre con su cabello alborotado y el maquillaje embarrado por toda la cara, pero no le importaba. Lo único que existía en su mente en ese momento era el gozo que Gustabo le brindaba, él era la única persona que podía hacerlo sentir bien.

Horacio sentía su cuerpo arder, estaba apunto de correrse y un cosquilleo en su vientre se lo hizo saber. Rodeando el cuello de Gustabo con sus brazos, ahogó los obscenos sonidos que aquel exquisito acto le obligaba a soltar en la boca del rubio.

Con el incesante sonido del chapoteo creado con cada embestida en sintonía con los gruñidos y gemidos por parte de ambos. Los dos alcanzaron el orgasmo liberando su semen en el cuerpo del otro.

Al ser el segundo orgasmo fue más fuerte, delirando y casi desmayándose, las extremidades de Horacio se contrajeron y abrazo a Gustabo con fuerza enterrando sus uñas en la pálida piel de su amante.

—¡Joder, Horacio! —gruñó el rubio.

Una explosión de placer lo hizo enterrar levemente sus dientes en el hombro del menor liberando su semilla blanca dentro de él la cual comenzó a escurrir de su entrada de lo lleno que lo había dejado.

Jadeante y con el sudor perlando su frente, Gustabo se separó lo suficiente para verlo a los ojos y regalarle una tierna sonrisa.

—Feliz cumpleaños.

Horacio sonrió satisfecho besándolo una vez más. Un cumpleaños inolvidable.


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