"Yo te cuido, deja que te cuide"
Estaba muy cómodo, no quería salir de la cama, en especial porque tenía a un precioso rubio entre brazos.
A pesar de que estaba babeando sobre su brazo, la imagen de Gustabo durmiendo siempre sería bella para Horacio y se tomó su tiempo para apreciarlo.
Le encantaba verlo dormir, cosa que Gustabo odiaba, podía apreciar mejor sus delicados rasgos y sus largas pestañas claras que siempre había envidiado.
—Me voy a trabajar, bebé —susurro en su oído quitando uno de sus revoltosos mechones rubios para verlo mejor.
Escucho un gruñido como afirmación.
—En el refrigerador está tu almuerzo listo —masculló aún dormido, no tenía intenciones de levantarse.
Horacio sonrió antes de levantarse de aquel nido de amor e ir a prepararse para un nuevo día de trabajo.
Habían pasado un par de meses desde que Gustabo comenzó a vivir con él, era como un sueño hecho realidad pues no sólo accedió a quedarse en su casa, sino que también aceptó y correspondió sus sentimientos amorosos, ahora eran pareja aunque no se habían establecido como tal, lo único que importaba es que se amaban.
El trabajo del FBI ya no era tan pesado desde que él mayor estaba a su lado, quien se negaba a salir de la casa.
Gustabo siempre lo esperaba con la cena lista y se tomaba su tiempo para dejar listo el almuerzo que Horacio debía llevarse al día siguiente.
Había pasado mucho tiempo desde que Gustabo cocinaba para él, no cabía en su dicha ante tal acción. Le hacía feliz poder compartir nuevamente una vida junto al mayor.
Una vez se terminó de arreglar, miró hacia la cama viendo a su amado hecho bolita entre las sábanas rojas.
Se acercó para depositar un tierno beso en su frente, cuando lo hizo, se dio cuenta de que el rubio ardía en fiebre. Su piel estaba muy caliente y colocó una mano sobre su frente para verifícalo.
—Estás ardiendo, Gustabo.
—Ya sé que soy muy guapo, pero podrías decirlo de otra forma —susurro entre dientes.
—Te lo digo en serio —reclamo obligándolo a que se sentará en la cama—. ¿Te duele algo?
—Me siento un poco mareado —admitió adormilado—. Y me duele mucho la cabeza desde ayer.
—¿Por qué no me dijiste?
—No me preguntaste.
Horacio bufo molesto. Gustabo podía morirse si no le preguntaba si estaba enfermo o le dolía algo. Cuando eran niños y tenían que pelear, Horacio debía examinar todo el cuerpo del mayor pues solía ocultar heridas profundas.
Se apresuró a abrigarlo con las sábanas antes de bajar a la cocina a prepararle una bebida caliente y conseguir el termómetro que tenían guardado.
Una vez tuvo una deliciosa taza de café en su poder, regresó con Gustabo, quien temblaba bajo las sábanas.
—Llamaré al sheriff, hoy teníamos una reunión importante pero me quedaré en casa a cuidarte —dijo decidido colocando la taza de café en la mesita de noche al lado de Gustabo.
Como si fuera un gusano, el rubio se removió por debajo de las sábanas y sacó su cabeza para verlo. Con un brillo de preocupación impreso en sus luceros, Horacio le ofreció el termómetro. De mala gana, el mayor lo aceptó colocándolo bajo su axila.
—No te preocupes, es un efecto secundario de mi medicamento —explicó—. No es la primera vez que me pasa, desde que salí del psiquiátrico sucede a veces, esta vez es más leve.
El corazón de Horacio se rompió y retrocedió por instinto. La imagen de Gustabo revolcándose en la cama de su caravana gracias a la fiebre era muy dolorosa, no estuvo ahí para cuidarlo. No estuvo para ayudarlo.
Quién sabe cuántas cosas más el mayor había sufrido en silencio.
Apretó los puños hasta que los nudillos se pusieron blancos ante la impotencia que lo inundó.
—Con más razón me quedaré a cuidarte —dijo firmemente tomando el termómetro. En efecto, su temperatura estaba muy elevada.
—No es necesario —repitió el rubio tallando sus ojos—. Ve a tu reunión y cuando regreses podrás cuidarme.
—Pero...
—¡Ve a tu reunión! —exclamó. No quería interferir con el trabajo del de cresta—. Estoy bien, me quedaré en cama y dormiré. Si no vas a trabajar, puedes irte olvidando de mis besos durante una semana.
Un escalofrío recorrió la columna vertebral del menor y negó repetidas veces.
Sabía que lo cumpliría. No sería la primera vez que le quitaba ese privilegio cuando estaba enojado. Resignado y prometiendo que volvería muy pronto, se fue a la comisaría maldiciendo en voz baja al sheriff.
Gustabo se ocultó bajo las sábanas y se quedó dormido, no quería entrometerse en el trabajo de su compañero de vida. Además, a diferencia de otras veces, estaba muy cómodo, muy pronto el malestar se iría.
×
Apenas puso un pie en comisaría, Horacio apresuró a todos para iniciar la reunión, la cual duró mucho menos de lo esperado gracias al director del FBI. Cuando terminó la junta, salió de servicio a toda velocidad, compró comida y un par de medicamentos antes de volver a casa.
Entró a su hogar y lo primero que vio, más bien escuchó, fue la televisión reproduciendo una película. Gustabo estaba envuelto en un par de sábanas blancas acostado en el sillón de la sala mientras veía el filme.
Al ver a Horacio, Gustabo le regaló una sonrisa genuina que calentó el corazón del de cresta.
—Te traje sopa—dijo acercándose. Noto que estaba vestido con su ropa, la cual le quedaba muy grande. Le encantaba que usará sus prendas, se veía adorable.
Le dio un pequeño beso en los labios antes de verificar su temperatura con ayuda de su mano. Ya no estaba caliente y eso lo alivió.
—Sigo teniendo frío —explicó el rubio ocultándose en las sabanas —. Y me siento muy débil.
Horacio asintió antes de servirle la comida que compró y llevársela hasta el sillón junto con una pastilla para la fiebre.
Con el pasar de la horas, Horacio cuidó diligentemente a su amado asegurándose que la fiebre no volviera y estuviera lo más cómodo posible.
Ahora que lo recordaba, nunca había cuidado a Gustabo cuando estaba enfermo, era el rubio quien velaba por él. Su pecho dolió ante ese pensamiento, Gustabo siempre se sacrificó a sí mismo. Pero ahora era diferente, era el turno de Horacio de cuidar de él y estaba encantado de hacerlo.
A petición de Gustabo, se sentó a su lado para ver una película juntos. El rubio se acurrucó junto a él compartiendo su sábana y su comida mientras el de cresta acariciaba su cabeza con dulzura.
Gustabo se sentía mucho mejor y se lo dejó saber al menor, aunque seguía un poco cansado y lo tomó como excusa para apegarse más a Horacio. Quería sentir su calor. No solía ser muy meloso pero ese día lo necesitaba, deseaba el amor y cariño de su compañero de vida.
Conforme la película avanzaba, ambos repartieron mimos por el cuerpo del otro hasta acabar besándose. Al principio fueron besos inocentes y dulces pero acabaron introduciendo su lengua en la boca ajena como si quisieran devorarse.
Las manos de Gustabo paseaban por las musculosas piernas de Horacio, quien disfrutaba el cálido tacto de su pareja.
La temperatura del ambiente subió sin notarlo conforme sus labios se sincronizaban y encajaban a la perfección.
Estaba tan embelesado con los labios del rubio, tan hipnotizado con la deliciosa sensación de su lengua revoloteando junto a la de Gustabo, que no se dio cuenta cuando su miembro se despertó estimulado por el beso y las leves caricias que el rubio le brindaba.
Gustabo si se percató y cortó el beso dejando a Horacio confundido, quien dirigió su mirada al sitio donde los ojos del rubio estaban clavados encontrándose con su propia erección.
Rápidamente se cubrió con las manos y un llamativo color rojo adornó su rostro.
—¡Lo siento! ¡Perdón! —grito avergonzado—. Perdón, no... No quería incomodarte, Gustabo.
Desde que se confesó, hacían todo tipo de cosas: dormían juntos, se besaban y manoseaban, pero no tenían relaciones sexuales.
El libido de Gustabo era prácticamente nulo y Horacio, a su pesar, lo respetaba aún cuando su deseo sexual era bastante alto.
La mirada penetrante de Gustabo a su entrepierna no ayudaba a sus nervios, quería irse corriendo al baño pero por alguna razón sus piernas no respondían.
—¿La tienes muy grande o es por que los pantalones son muy ajustados? —cuestionó Gustabo ladeando la cabeza.
—¡No mires! —dijo apenado.
—¿Te calentaste por unos simples besos, bebé? —pregunto burlón soltando una pequeña risa.
Horacio bajó la cabeza oprobioso.
—Si se trata de ti, soy fácil de calentar —murmuró encogiéndose de hombros—. Después de besarnos, normalmente voy al baño a ocuparme de esto. Suelo controlarlas muy bien, hoy me descuide. Perdón.
Gustabo lo miró unos largos segundos antes de desviar la mirada.
—Nunca me dijiste nada, ¿por qué?
—No quería perturbarte —confesó—. Se que nuestra relación no es sexual y yo respeto eso por que se que no te gusta ni te interesa...
Gustabo recostó su cabeza en el respaldo del sillón manteniendo aferrado con una mano el brazo de Horacio para evitar que se fuera corriendo, el de cresta no sabía que intentaba manteniéndolo sentado con una erección en los pantalones.
— No me disgustan esas cosas, solo no son mi prioridad... Podemos intentarlo —masculló rascándose la nuca—. Sigo un poco débil, así que tendrás que hacer todo el trabajo.
Giro rápidamente su cabeza en dirección a su pareja pensando que bromeaba, pero el rostro de Gustabo permanecía impasible y lo observaba fijamente.
Su corazón galopaba con ímpetu haciendo eco en sus oídos ante tan inesperada y ferviente invitación.
—Estás enfermo —recordó.
—Te dije que me sentía mejor —musito mordiendo su mejilla interna—. Quiero hacerlo, Horacio.—con la mano libre, rozó una de sus piernas muy cerca de su entrepierna.
Aquella confesión lo tomó por sorpresa. En todo ese tiempo, se reprimió a sí mismo creyendo saber lo que Gustabo quería, se había equivocado.
No sería la primera vez que tenían sexo, estuvieron juntos dos ocasiones cuando eran adolescentes, entregaron su primera vez al otro en una noche fría donde la confianza y los nacientes sentimientos se hicieron presentes.
—¿S-seguro? —preguntó pensando aún que era un chiste.
—¡Pues claro, hombre! ¿Te parece a ti que estoy jugando? —repuso inflando las mejillas—. Si no quieres esta bien, ve a pajearte al baño.
Dicho esto lo soltó y se cruzó de brazos indignado. Horacio se apresuró a lanzarse sobre él antes de que retirara la oferta definitivamente.
Unió sus labios desesperado, como si pudieran desaparecer en cualquier momento. Gustabo correspondió gustoso un tanto nervioso por lo que estaba por pasar, pero se sentía seguro en los brazos de su amado. Necesitaba sentir todo de él, necesitaba todo su cariño.
Sus lenguas, jugando entre sí, chasqueaban al tener contacto con la del otro, gratificantes sonidos escapaban de sus bocas cuando intentaban recuperar el aire, la saliva comenzó a escurrir de las comisuras de su boca a la vez que sus labios se hincharon un poco.
Cuando se separaron para tomar aire, Horacio contempló el rostro carmesí del mayor, quien lo observaba expectante y jadeante con un brillo de pasión en la mirada.
—Eres tan tierno cuando te sonrojas —admitió maravillado.
—¡Cállate! —grito apenado.
Horacio sonrió y relamió sus labios con lujuria.
—Déjame ponerte cómodo.
Lo acostó en el sillón manteniéndose pegado a él. Inició un camino de besos desde los rosados labios del mayor hasta su apetecible cuello, donde depositó un par de lengüetazos y besos disfrutando los leves quejidos del rubio.
Sus manos curiosas recorrieron todo su delgado cuerpo y se adentraron debajo de su camisa acariciando su tersa piel. Era muy suave.
Alzó la camisa dejando expuesto su pecho, el cual acarició y observó con lujo de detalle. Siempre fue muy delgado y sin ropa se veía más pálido de lo normal, todo de él era perfecto.
Gustabo no se quedó atrás y despojó al de cresta de su ropa de cintura para arriba.
Ya lo había visto desnudo pero nunca le prestó atención suficiente. El cuerpo robusto de Horacio era muy grande y lo mantenía tonificado. Lo intimidaba de cierta forma pero a la vez, saber que ese cuerpo estaba a su entera disposición lo hacía sentir excitado y emocionado.
Enterró la cara en su pecho y masajeó sus pectorales deleitándose de lo firmes que estaban. Horacio gimió levemente, le gustaba que Gustabo estuviera experimentado, estaba encantado de ser su sujeto de pruebas.
Pasó la lengua por su morena piel y depositó una mordida cerca de su pezón dejando impreso sus dientes antes de atrapar entre sus labios su botón rosado, el cual chupo y succiono arrebatándole varios quejidos al más alto.
Al ver que tuvo una respuesta positiva, masajeó el pezón contrario con su pulgar y dedo corazón apretando de vez en cuando.
Lamio y chupo toda la piel que pudo mientras pasaba superficialmente sus uñas por la gruesa espalda del de cresta provocándole un placentero escalofrío.
Una vez Gustabo dejó marcas por todo su pecho y parte de sus hombros, Horacio se deslizó por sus piernas besando cada cicatriz, marca y tatuaje a su paso hasta quedar encima de su entrepierna, la cual tenía ya un visible bulto.
Masajeo la zona estando pendiente de que Gustabo lo disfrutará. Al ver que no lo detuvo, siguió frotando con la palma de su mano hasta bajarle los pantalones y contemplar su erección a través de los calzoncillos, los cuales ya estaban mojados gracias al líquido preseminal.
—Eres muy guapo, Gustabo —gruño—. ¿Puedo? —preguntó con voz gutural, se estaba ahogando en sus propios deseos libidinosos.
Gustabo apartó la mirada y asintió débilmente. El de cresta procedió a lamer su miembro oculto saboreando el líquido impregnado en la tela. Tomó con sus dientes el borde de los calzoncillos y los bajó lentamente regalándole una mirada lujuriosa a su amado.
Cuando el miembro erecto salió de su pequeña prisión, lo observó un tanto nervioso por arruinar el momento, quería darle la mejor atención.
—Deja de mirarlo así —pidió Gustabo, le cohibía la sofocante mirada del menor.
Ya se habían acostado, pero eran apenas unos niños cuando lo hicieron. Esta vez se sentía más real, más sugestivo y nuevo.
Dejó caer una generosa cantidad de saliva en su mano antes de tomar el miembro en su poder.
Con ayuda del líquido transparente que salía de la punta, comenzó a masturbarlo lentamente tomando su tiempo para delinear las venas que se marcaban sobre ese apetecible trozo de carne.
Gustabo estaba hipnotizado viendo a Horacio hacerle una paja y regresó a la realidad cuando sintió su lengua deslizarse por el glande.
Soltó un pequeño gemido acompañado de una maldición ante tan gratificante sensación.
Horacio lamió la punta como si fuera una paleta y la atrapó entre sus belfos succionando y chupando con devoción.
Cuál criatura hambrienta, introdujo el pene en su boca y comenzó a mover la cabeza de arriba a abajo mientras masturbaba la parte del falo que su boca no cubría.
Gustabo chillo complacido echando la cabeza para atrás. Repartió gentiles caricias en la cresta del menor en señal de que lo estaba haciendo bien antes de enterrar sus dedos en las hebras blanquecinas. No intentó marcar el ritmo de la felación pues no lo creía necesario, parecía que el menor sabía exactamente como le gustaba.
Horacio se sintió orgullo, tener a Gustabo gozando frente a él y escuchar sus leves sonidos de placer era lo único que quería.
Embarro tres de sus dedos en saliva y, sin detener sus movimientos, acercó su índice a la entrada trasera del rubio, donde tanteo la misma con la punta del dedo y poco a poco lo introdujo por completo. El cuerpo de Gustabo se tenso y un pequeño quejido lastimero escapó de sus delgados labios.
Sabía que podía ser un poco doloroso e incómodo, por esa razón intentaba darle el mejor oral que podía para compensar las sensaciones negativas.
Gustabo se relajó y aceptó el nuevo intruso, fue más fácil meter el segundo dedo donde los movió con lentitud mientras se metía aquel sabroso falo hasta la garganta provocándole un par de arcadas, sus ojos se nublaron por lágrimas causadas por el esfuerzo, pero no se detuvo.
El rubio estaba fascinado con todo aquello, al principio reticente, los dedos de Horacio eran fantásticos y le otorgaban una deliciosa satisfacción.
Extasiado con los sonidos y caras de Gustabo, Horacio bajó su mano para palpar su propia entrepierna que pedía atención a gritos pero del único modo que quería liberarse de esa dolorosa erección era dentro del rubio.
Finalmente metió el tercer dígito dando pequeñas embestidas con estos aumentando el ritmo de su cabeza y de su mano contraria que lo satisfacía a él mismo.
—¡Joder, me voy a correr. Para! —grito angustiado Gustabo intentando apartarlo.
Horacio se aferró a él aumentando sus arremetidas de arriba a abajo cerrando los ojos esperando aquel ansiado líquido blanco.
Gustabo lanzó un gemido fuerte antes de correrse en su boca.
El menor, una vez su cavidad bucal estuvo llena, se separó del falo y trago con diligencia el néctar provocando una mueca de asco en el rubio.
—Eres un cerdo... —lo acusó logrando que lo mirara con burla.
—Sabes muy rico —murmuró relamiéndose los labios y terminando de limpiar los rastros de semen que quedaban en el miembro flácido.
Otorgándole una sonrisa traviesa, volvió a tomar posesión de sus labios permitiendo que el mayor saboreara su propia semilla, aquella sucia acción funcionó como afrodisíaco incitando a sus cuerpos a juntarse para buscar más placer.
Gustabo se dio cuenta de que Horacio se encargó de complacerlo pese a que estaba erecto desde hace rato.
Sin romper el beso que compartían, tocó por encima del pantalón la longitud del miembro de su pareja, quien se estremeció ante el contacto.
Horacio dejó que lo tocara antes de preguntarle con la mirada si podía continuar, al recibir un cabeceo afirmativo, le quitó los pantalones junto con la ropa interior, las prendas solo estorbaban en ese momento. Seguidamente, se desnudo por completo él mismo dejando al aire su imponente miembro, el cual estaba tan duro que tocaba su abdomen. Gustabo trago en seco al ver esa monstruosidad, estaba demasiado rojo y ansioso por ingresar en su interior.
—La tienes muy grande, no va a caber —repuso Gustabo. Cuando eran adolescentes, fue Gustabo quien lo penetró así que no tuvo que preocuparse del tamaño de su amigo.
—Tranquilo, si va a entrar —lo intentó calmar, pero al ver que parecía asustado agregó—: está bien, bebé. Podemos acariciarnos solamente si lo prefieres. No te sientas obligado. Ya tuve más de lo que esperaba.
Le obsequio una gentil sonrisa que lo hizo sentir menos inquieto.
—Continúa.
Obedeciendo su petición, se acomodó entre sus piernas, impregnó su miembro con una abundante cantidad de saliva. Siguió pasando sus manos por toda la epidermis del mayor intentando grabarlo en su memoria.
Guiando con una mano su pene y con la otra sujetando una de las delgadas piernas de Gustabo, metió la punta de su miembro provocando un espasmo en ambos.
Noto como el cuerpo del rubio se tensó y arqueo la espalda ante el nuevo estímulo. Horacio comenzó a repartir caricias por sus piernas intentando relajarlo.
—¿Te duele?
—Un poco... Se siente extraño.
—¿Lo sacó?
Tenía muchas ganas de hacerlo suyo, de poseer su hermoso cuerpo. Pero el bienestar del rubio siempre estaría ante todo, incluso ante su propia excitación. Si Gustabo no disfrutaba no tenía sentido continuar con eso.
El rubio negó con la cabeza, su pecho se alzaba y bajaba velozmente gracias a su corazón bombeando con vigor.
—Podemos parar en cualquier momento —murmuró antes de continuar—. Lo estás haciendo muy bien.
Horacio metió su miembro lentamente abriéndose paso dentro de esa estrecha cavidad.
Desde el principio, la piel de Gustabo estaba muy caliente, no sabía si la fiebre había regresado o era por su propia excitación, pero eso había sido un aviso silencioso de que dentro de él sería el mismísimo infierno. Su pene era rodeado de calor y abrazado fuertemente, era maravilloso.
Ante la sorpresa de Gustabo, toda la longitud pudo entrar con relativa facilidad. Se quedaron unos eternos minutos en esa posición intentando que el rubio se acostumbrara. Podía sentir como el miembro ajeno palpitaba en su interior, no podía creerse que ese gran miembro cupiera dentro de él.
Al principio había ardido pero ahora ese dolor se veía reemplazado con otra sensación opuesta y exquisita.
Una vez recibió su permiso, comenzó a moverse lentamente deslizando su miembro en ese apretado y húmedo agujero que lo estaba volviendo loco.
Los jadeos y gemidos de placer de Gustabo no tardaron en aparecer, Horacio estaba siendo muy cuidadoso y eso le encantaba, le gustaba que lo cuidara incluso en esos momentos.
Poco a poco las embestidas se volvieron más rápidas y precisas intentando encontrar el punto dulce del mayor.
—¿Te gusta? —preguntó mordiendo su labio inferior extasiado de la cara llena de placer del rubio.
Gustabo no respondió, estaba intentando controlar sus vergonzosos sonidos que salían sin querer de lo más profundo de su garganta, no podía evitarlo y se sintió vulnerable por unos momentos.
Lo estaba disfrutando, aunque no sentía placer al hacerse una paja, las únicas tres veces que se acostó con Horacio había logrado sentir esa deliciosa sensación que ahora recorría todo su cuerpo.
Al percibir la mirada de Horacio, colocó sus brazos sobre su rostro intentando ocultarlo. No sabía qué clase de cara estaba haciendo y le daba vergüenza mostrarla.
—Déjame verte, bebé —pidió sin detener sus movimientos—. Quiero ver el rostro que solo me enseñas a mi.
Dudoso, bajó un poco sus brazos encontrándose con sus orbes bicolor centelleando con amor. Horacio apoyó sus brazos a los lados del rubio para inclinarse y atrapar sus labios en un fogoso beso otorgándole la confianza y seguridad que le faltaban.
Sus descarados sonidos inundaron la casa junto al incesante sonido del chapoteo creado por la fricción de sus pieles. El cuerpo de ambos se perló de sudor gracias a las constantes acciones llenas de energía.
Una de sus tantas estocadas golpeó la próstata del mayor haciendo que soltara un gemido muy alto y enterrara sus uñas en la tela del sofá. La mente de Gustabo se nubló, no podía pensar, se vio cegado por esa exquisita locura y sólo quería más.
Con una sonrisa victoriosa, Horacio arremetió con todo lo que tenía en esa zona. Entrelazo sus manos con las del rubio aumentando la profundidad y velocidad en la que ingresaba en su interior al mismo tiempo que enterraba su nariz en su blanquecino cuello inhalando el delicioso aroma de su perfume que lograba hipnotizarlo cada vez que lo olía.
Siempre quiso tener a Gustabo de ese modo, pero no sólo quería su cuerpo, quería su corazón y sus sentimientos. Saber que finalmente era suyo hizo que sus ojos se cristalizaran, aún así no se detuvo, le prometió a Gustabo que lo haría gozar y los gemidos del rubio acompañados de constantes peticiones para que no se detuviera le demostraban que lo disfrutaba, no podía detenerse.
El rubio movió su cadera al ritmo de las estocadas de Horacio para aumentar la profundidad en la que se hundía dentro de él, quedaron maravillados cuando se incrementó el placer de una manera gloriosa.
Gustabo sintió una cálida sensación cerca de su estómago, un remolino que crecía y estaba apunto de explotar. Abrió la boca para avisar que se iba a correr pero sólo fue capaz de soltar gemidos, sin embargo, Horacio pareció entenderlo pues aumentó, si era posible, el vaivén de su pelvis.
—Córrete para mí, bebé —susurro en su oreja antes de aprisionarla con sus dientes.
Delirando, Gustabo eyaculó en su propio abdomen. Sus paredes se ciñeron alrededor del pene de Horacio, quien también se corrió una vez el placer se hizo insoportable.
Ambos gimieron el nombre del otro embriagándose con el placer del clímax, el cual, tras un par de segundos, los abandonó dejándolos temblando y jadeantes.
Horacio se separó de su amado después de depositar un tierno beso sobre su frente, se sentó sobre sus rodillas contemplando el magnífico desastre que era Gustabo, quien cubría su rostro con su antebrazo intentando recuperarse del orgasmo.
—¿Lo hice bien? —preguntó con una sonrisa burlona. Gustabo asintió algo apenado—. ¿Te sientes cansado?
—Un poco, pero me siento bien... Muy bien —admitió mirando al techo.
Transportó su mirada hacia el de cresta, la cual ahora brillaba gracias al sudor, cuando sintió como se restregaba contra su pierna.
—Gustabo... Quiero más. No aguanto —se quejó—. Te necesito dentro de mi.
Llevó tres de sus dedos a su boca cubriéndolos de saliva ofreciéndole un lujurioso espectáculo al rubio para que se imaginara que era su pene el que chupaba y no sus dedos.
Una vez mojados, los dirigió a su propia entrada para prepararse ante la atónita mirada de Gustabo, quien no pudo articular una pregunta pues la mano de Horacio frotando su miembro le impidió pronunciar cualquier palabra.
Sorprendentemente, su miembro se irguió de nuevo al igual que el de Horacio, quien enterró las rodillas a los lados de la cadera de Gustabo alzando su trasero sobre el pene de este.
Colocó el glande en su entrada con ayuda de su mano, permitiendo que el semen que aún quedaba en la punta fungiera como lubricante, y lo introdujo ocasionando una contracción en ambos.
Con la cara completamente roja y sudada, Horacio metió todo el falo en su interior y comenzó a saltar sobre él como si fuera un experto.
Sus glúteos golpearon con ferocidad contra la piel de Gustabo, el cual lo sujetó de la cintura para ayudarlo con sus movimientos. Ya no había vuelta atrás una vez el de cresta le mostró la habilidad que tenía para brincar.
Horacio bajó todo su cuerpo permitiendo que la longitud del miembro ajeno estuviera por completo dentro, inició un baile lento con la cadera en forma de círculos provocando que el pene de Gustabo fuera estimulado de una manera asombrosa.
—¡Ah, Gustabo! —chillo Horacio uniendo sus labios con los del nombrado.
El rubio, embelesado con su nombre dicho de esa forma, apoyó los pies en el sillón e inició un movimiento pélvico de arriba a abajo para ayudar a los ágiles saltos de su amante permitiendo que las estocadas fueran más hondas y deleitosas. Pudo encontrar la próstata del menor con facilidad, quien enloqueció y se transportó a un plano celestial.
Quería grabar en su alma los sonidos que Horacio soltaba, necesitaba escucharlo más. Atrapó entre sus labios uno de sus botones rosados provocando que se estremeciera bajo su tacto.
Pequeñas lágrimas de placer surcaron el rostro de Horacio, era tan estimulante y adictivo, se sentía más sensible que antes y eso sólo incrementaba las sensaciones. Era casi insoportable.
Horacio ya no gemía, gritaba con cada nueva penetración más fuerte y deliciosa que la anterior sintiéndose desfallecer del deleite que le era entregado.
Ambos estaban cerca. No podían parar, los dos subieron hasta el cielo y bajaron hasta el averno cuando la boca de ambos comenzó a expulsar groserías y maldiciones sin control alguno.
Gimiendo el nombre del otro y con las constantes súplicas de Horacio para que continuara con lo que hacía, el orgasmo lo golpeó. Su espalda se arqueo y lanzó un sonoro grito sintiendo el delicioso clímax recorrer todo su cuerpo volviéndolo loco por unos instantes.
Maravillado por la cara llena de placer de Horacio, el cual tenía la boca entreabierta y saliva recorriendo las comisuras de su boca, embistió un par de veces más antes de correrse dentro del menor. Su cuerpo fue sacudido por una prodigiosa ola de calor que lo recorrió de arriba abajo por unos gloriosos instantes.
El semen del de cresta salió disparado al abdomen del rubio, manchó el suyo cuando se dejó caer sobre el pálido cuerpo de Gustabo, quien temblaba por lo fuerte que fue el orgasmo.
Un tanto mareados, permanecieron unos minutos en esa posición intentando recuperarse mientras se abrazaban.
—Joder, me siento mas débil —admitió Gustabo en tono divertido—. Pero, de algún modo, me siento mejor que antes.
Había olvidado lo bien que se sentía. No sólo por la satisfacción, sino por el amor que compartían en el momento que sus cuerpos y almas se unían.
Horacio sonrió haciendo círculos invisibles con el dedo índice en el pecho del mayor.
—Iré a prepárate un baño —murmuró con piernas aún débiles.
—Podemos bañarnos juntos —sugirió el rubio con una pequeña risita.
Horacio soltó un adorable sonido de entusiasmo. Gustabo estaba muy receptivo ese día. Quería acercarse a él, deseaba entregarle todo su afecto y rodearlo de este para que no pensara en nadie más, para que los miedos que albergaba en silencio desaparecieran y se diera cuenta que Horacio lo protegería a toda costa.
—Me parece perfecto —masculló acariciando su pegajosa mejilla—. Yo te cuido, deja que te cuide.
Se encargaría de curarlo y protegerlo como él lo hizo todos esos años. Curaría todas sus heridas con paciencia y amor, no sólo las físicas, sino también las emocionales, aquellas que incluso el propio Gustabo desconocía.
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Historias Gustacio/Pogacio
Fanfictionhistorias de: @lovsscherry / 𔘓lαlα @Emil_neul / Emil Neul Derechos a su respectivos creadores