"Un joven Gustabo se despierta con un pequeño problema entre sus piernas y necesita ayuda para solucionarlo"
Era una noche tranquila en casa de los "hermanos" García y Pérez. El mayor de los amigos, Gustabo, estaba durmiendo plácidamente en su habitación, había tenido un día duro en el trabajo por lo que apenas se acostó en su cama, cayó profundamente dormido.
Sin embargo, una pequeña incomodidad lo hizo despertar a medianoche, apenas abrió los ojos sintió un tirón en los pantalones. Al bajar la mirada pudo observar un bulto sobresalir de su entrepierna. Se sorprendió, ¿porque tenía una erección?
Su cara se contrajo en una mueca antes de levantarse y dirigirse al baño, abrió la manija del agua fría del lavabo y se echó agua en la cara pero la erección no desapareció.
Era extraño. A sus dieciocho años de edad, Gustabo no había tenido una adolescencia normal. Nunca tuvo "las hormonas alocadas" que parecían tener todos los chicos de su edad. Incluso su mejor amigo, Horacio, tenía esta etapa que lo obligaba a masturbarse casi a diario, era un cachondo.
Por el contrario, el rubio nunca se había tocado, era un total inexperto. Nunca tuvo la necesidad de masturbarse y pese a que tuvo erecciones, no tenía ganas de pajearse, bastaba con un poco de agua y aquella pequeña molestia desaparecía.
Aquel extraño desarrollo en su persona se debía a la desnutrición y falta de vitaminas que sufrió casi toda su vida al vivir en la calle junto con Horacio, a quien le daba toda su comida.
Gustabo trono la boca antes de abrir el grifo de la ducha permitiendo que el flujo de agua fría saliera, se quitó la ropa rápidamente y se metió permitiendo que el agua recorriera su cuerpo.
La erección desapareció, satisfecho salió del baño y regresó a su habitación. Se acostó en la cama, el sueño había desaparecido y se vio reemplazado con una horrible ansiedad. No pasaron ni diez minutos cuando la erección volvió a marcar sus pantalones.
El rubio maldijo por lo bajo. Aquello no se iba a solucionar con una ducha, simplemente iba a volver a ponerse erecto haciéndole la noche imposible.
Suspiro sabiendo lo que tenía que hacer. Se quitó los pantalones quedando en boxers, tragó en seco antes de bajarse un poco esta prenda liberando su miembro, miró su pene fijamente. Nunca lo había mirado de ese modo ni se había puesto a observarlo detenidamente. Resultaba un tanto incómodo.
Acercó su mano temblorosa a su falo y lo tomó provocando un leve estremecimiento en su cuerpo. Por instinto comenzó a mover su mano de arriba a abajo pero en vez de conseguir placer, obtuvo aún más incomodidad y un pequeño dolor. Intentó repetir sus movimientos obteniendo el mismo resultado sólo que esta vez un poco de líquido preseminal salió de su glande.
Jadeo desesperado sin saber por qué aquello no resultaba placentero, debía estar haciendo algo mal.
Estuvo un par de minutos de ese modo y no sólo no conseguía satisfacerse, sino que su miembro palpitaba desesperado. Una idea llegó a su mente y sacudió su cabeza intentando ignorarla, pero era su única salida. Desvío la mirada a la puerta de su habitación, al otro lado del pasillo se encontraba su amigo de toda la vida experto en pajearse.
Paso la mano por su cabello despeinado enterrando las uñas en su piel en señal de angustia mientras consideraba aquella candente idea. Podía pedirle ayuda, no era nada malo, solo necesitaba a un profesional para aquel problema en su entrepierna.
Sacó el aire de sus pulmones antes de levantarse y caminar en silencio a la habitación de su amigo.
Abrió la puerta cuidadosamente encontrando a Horacio desparramado en su propia cama con las sábanas enredadas en su cuerpo. A su lado se encontraba lo que Gustabo distinguió como el dildo que había adquirido un par de semanas atrás, también se encontraba un bote de una sustancia extraña. Al parecer su amigo había estado muy ocupado esa noche.
—Horacio —lo llamó un par de veces.
El mencionado se despertó y aunque adormilado, escondió rápidamente sus pequeños juguetes.
—¿Gustabo? ¿Qué pasa?
—Yo... —dijo avergonzado—. No te burles, por favor. Tengo un problema y no se como solucionarlo... Necesito tu ayuda —pidió apartando sus manos de su entrepierna.
Atreves de la luz que se filtraba por la ventana, Horacio pudo ver la erección a través de la ropa interior de su amigo. El sueño desapareció de golpe llenándolo de una energía que no era normal.
—¿Estás cachondito, bebe? —preguntó soltando una risilla.
—¡No te burles, joder! He intentado hacerme una paja pero me duele, no se como hacer esto. Tampoco se baja con agua fría. Se que puede ser incómodo pero en verdad necesito ayuda con esto, es nuevo para mi.
—¿Quieres follarme? Por que estoy listo —se mofo abriendo las piernas.
Con la cara completamente roja y bastante indignado, Gustabo se dio la vuelta.
—Olvídalo, esto fue una mala idea —murmuró sintiéndose humillado.
—¡Espera, Gustabo! —lo detuvo el menor—. ¡Perdón, perdón! No me estaba burlando, es solo que me tomaste por sorpresa.
Gustabo se detuvo de mala gana pero no volteo a verlo.
Horacio llevaba un tiempo sintiéndose atraído por su amigo, un amor que él consideraba platónico, tenerlo en su puerta con una creciente erección entre las piernas era como estar viviendo uno de sus tantos sueños húmedos en el que Gustabo era el protagonista.
—Te ayudo. Ven —dijo dando un par de palmadas al lado de él.
—N-no es necesario, creo que cambie de opinión.
—Vamos, Gustabo. Ya te pedí perdón, déjame ayudarte. Te seguro que lo vas a disfrutar.
Abochornado pero excitado, entró a la habitación y se sentó al lado de su amigo, estaba muy nervioso.
Casi de inmediato y sin ningún tipo de pudor, Horacio comenzó a acariciar sus piernas, acercó su rostro al cuello del mayor depositando leves besos y lengüetazos subiendo hasta su oreja donde apreso entre sus dientes el lóbulo derecho. Gustabo tembló ante aquello, debía admitir que se sentía bien.
Con manos traviesas palpo por encima de la ropa su duro miembro desesperado por atención. Gimió ante aquel primer contacto, era muy diferente a cuando él se tocó a sí mismo.
—Te debe doler, ¿no? Estar así mucho tiempo tiene ese efecto —dijo contra su oído—. Trata de calmarte, bebé. Sé lo que hago.
Apartó su mano para tomar el bote al lado de la cama, esta vez Gustabo pudo identificarlo como lubricante el cual Horacio esparció por su mano con una sonrisa pícara en el rostro.
Con la mano embarrada de lubricante, comenzó a mover su mano por el miembro. Se deslizó con facilidad obligándolo a soltar leves gemidos.
—¿Qué tal? ¿Te gusta? —preguntó Horacio. Gustabo asintió con los ojos cerrados—. Ya no duele, ¿verdad?
Traslado su mano a la cabeza del pene donde pasó su pulgar sobre este ejerciendo presión. Gustabo gimió más alto y se mordió el labio inferior intentando acallar aquellos sonidos que salían involuntariamente.
De forma lenta y tratando de hacerlo bien. Horacio continuó su trabajo pero comenzó a sentirse extraño. Su cerebro temblaba con cada sonido que salía de la boca del mayor y muy pronto, sus interiores comenzaron a apretarlo. Se había excitado con sólo escuchar a Gustabo, se convenció a sí mismo que sólo lo hacía para ayudarlo pero esa erección demostraba que en verdad él también lo disfrutaba.
—Más... —pidió el rubio embelesado.
Aceleró sus movimientos tocando su pene de forma ágil. Gustabo gruñó echando la cabeza para atrás.
—¿Te gusta? —preguntó otra vez perdiendo el juicio. Necesitaba escucharlo, deseaba oír su bella voz impregnada en placer.
—Se siente muy bien... Ah, maldición, ¿por qué se siente tan rico?
No podía más. Su miembro parecía querer explotar dentro de su ropa interior.
Sin dejar de masturbar a su amigo, tomó su mano y la guió a su entrepierna. Gustabo, desconcertado, abrió los ojos encontrándose con los orbes suplicantes de Horacio.
—Tócame tú también, Gustabo —pidió jadeante.
—Yo no...
—Imita lo que hago yo. Tu me pusiste así de cachondo, por favor.
Aquella era una petición muy repentina y aún así no le pareció mala idea. Tanteó un poco la zona antes de meter su mano dentro de la ropa interior del menor, quien se retorció apenas tuvo contacto.
Gustabo tomó el miembro en su mano. Se sentía muy extraño tener el pene de otro hombre en su poder. Pudo comprobar que estaba muy duro y húmedo debido al líquido preseminal que escurría sin parar.
Sacó su mano para aplicar lubricante y volvió a atrapar el falo en su poder ahora con mayor confianza, las caras de placer que ponía Horacio lo incitaban a continuar.
Replicó los movimientos del menor como este le indico. El cuarto se llenó rápidamente de gemidos y gruñidos acompañado por el sonido de un chapoteo debido a la fricción que creaban ambos subiendo y bajando la mano.
—E-espera, siento algo raro —gimió Gustabo frunciendo el ceño intentando apartarlo. Era algo extraño, sintió su cuerpo tensarse y ganas de orinar.
—No pasa nada, bebé. Te vas a correr —jadeo en respuesta sintiéndose excitado ante la inexperiencia del rubio.
Una especie de corriente eléctrica recorrió su cuerpo obligándolo a arquear la espalda y a eyacular en la mano de su amigo. Una sensación que no había sentido hasta ahora lo invadió nublado sus sentidos, el placer inundó su ser unos momentos antes de abandonarlo y dejarlo exhausto.
Un tanto mareado y con la respiración agitada, miró a su amigo, quien veía su mano impregnada con aquel líquido blanquecino.
—Es mucho semen. Estabas muy lleno.
—¡Cállate! —ordenó apenado.
—Eh... ¿Puedes continuar? Todavía no me corro —pidió acalorado con el rostro totalmente rojo.
Gustabo desvío la mirada a su propia mano notando que aún sostenía el falo ajeno. Debía devolverle el favor. Retomo su trabajo pendiente siguiendo las instrucciones que Horacio le había dado.
El menor parecía disfrutarlo más de la cuenta. El rubio se extraño, había estado masturbándose horas antes de que él fuera a visitarlo (o al menos eso pensaba). Le sorprendía la capacidad de tener ganas de correrse otra vez.
—Perdón por esto, Gustabo —gimió.
Antes de que pudiera responder, con la mano que tenía limpia, lo tomó del cuello de la camisa y lo jalo hacia él uniendo sus labios en un apasionado beso.
No era el primer beso de ambos, ese lo compartieron años atrás, pero era algo nuevo para ellos besar de aquella manera.
Pese a que al principio quiso apartarse, Gustabo se dejó llevar una vez sintió la lengua de su amigo en su boca.
Horacio se había asegurado de que disfrutara la paja, si quería un beso se lo daría.
A diferencia del propio Gustabo, Horacio tuvo mucho más aguante pero finalmente se corrió sobre la pálida mano del rubio mientras los espasmos invadían su cuerpo.
Se mantuvieron en un silencio para nada incómodo, los dos trataron de recuperarse de todas aquellas sensaciones. Cruzaron una tímida mirada con los luceros del otro antes de encargarse de limpiar el semen ajeno con los pañuelos al lado de la cama de Horacio.
—Estoy exhausto —suspiró el menor—. Debes saber que... Fue la mejor paja que he tenido.
—La mía también —repuso con una sonrisa cínica.
—Quédate a dormir aquí, bebé. Tal vez necesites ayuda en lo que queda de noche —dijo guiñando le un ojo.
—Cállate. Esta fue la primera y única vez —gruñó aceptando la propuesta del menor acostándose sobre la mullida cama.
—Ni tu te crees eso, Gustabo —replicó con una sonrisa burlona tocando la punta de la nariz de su amigo con la yema del dedo—. No me molestaría volver a ayudarte, puedo hacerlo cuando quieras. Tu también puedes devolverme el favor, es ayuda mutua, ¿no es eso genial?
—No —sentenció avergonzado.
Horacio soltó una risilla antes de abalanzarse sobre él y abrazarlo. Sin duda no tenía planeado detener lo que empezaron esa noche.Nice Add to Favorite
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Historias Gustacio/Pogacio
Fanfictionhistorias de: @lovsscherry / 𔘓lαlα @Emil_neul / Emil Neul Derechos a su respectivos creadores