🍪 Primeras experiencias 🍪:Gustacio

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"Después de dar su primer beso con su mejor amigo, no puedo olvidarlo y quiere repetirlo... Y tal vez quiera algo más"  


No podía olvidarlo. Soñaba todos los días con aquellos delgados y suaves labios, aún podía sentir el sabor del chocolate impreso en aquel beso. Fue maravilloso y Horacio quería repetirlo.

Habían pasado un par de semanas desde que él y su mejor amigo Gustabo habían comido galletas de chocolate con marihuana incluida. No era la primera vez que estaban cerca de las drogas, al vivir en un lugar tan peligroso a tan corta edad era algo "normal" que tuvieran acceso a estas sustancias (aunque no las ingirieron hasta ese día). Además que vendían la misma gracias a un socio que se las proporcionaba, era una forma de ganar ingresos.

Gustabo y él se habían conocido desde niños, los dos fueron abandonados a su propia suerte en un mundo que sólo quería matarlos. Horacio aún recordaba su encuentro en aquel día lluvioso en el que su versión infantil lloraba desconsolado dentro de una caja de cartón refugiándose de la lluvia. Su madre lo había abandonado desde hacía tiempo y su padre, unos días antes, finalmente se cansó de él dejándolo en la calle para que fuera problema de alguien más.

Lo único que tenía en su poder era una pequeña caja de música que pertenecía antiguamente a su madre. Gracias a esta dulce melodía que se combinaba con el sonido de la lluvia, un niño rubio fue capaz de escucharla y se sintió atraído por esta. Nunca podría olvidar su primer contacto visual con Gustabo. Sus ojos azules como el mar en calma fue lo primero que lo tranquilizó después de mucho tiempo viviendo en angustia.

Desde entonces estuvieron juntos cuidándose mutuamente. Ahora que eran adolescentes la vida los trataba mejor, tenían un lugar donde dormir y el dinero suficiente para permitirse comprar aquellas deliciosas galletas.

Entre risas y charlas tontas, los dos engulleron con agilidad todas las galletas.

—¡Nos engañaron, esto no afecta en nada! —admitió Gustabo acompañando aquella costosa comida con un poco de leche.

—¡Somos la hostia, somos inmunes al efecto de la droga! —había aclamado orgulloso Horacio tomando del mismo vaso que su amigo.

Unos minutos después, ambos estaban completamente drogados y riéndose de cualquier cosa. Comieron demasiadas galletas sin saber que el efecto no era inmediato.

Tirados en el techo de su casa, comenzaron a ver las estrellas y a divertirse con ellas. Estaban mareados pero a la vez la euforia invadía su cuerpo.

Horacio no supo en qué momento se habían acercado tanto, no era raro en ellos estar abrazados o acurrucados pero esta vez era diferente, sus rostros estaban a centímetros de tocarse. Gustabo no paraba de mirarlo a los ojos mostrándole que tenía las pupilas dilatadas a causa de la droga.

El menor de los dos estaba hipnotizado con aquella orbes azules que no paraban de observarlo. Parecían llamarlo e invitarlo a dejarse llevar por sus deseos reprimidos.

La emoción, la alegría y la adrenalina del momento los acercó aún más para terminar uniendo sus labios en un tierno beso. El primer beso de ambos.

Ninguno quería parar, ambos querían seguir explorando por lo que en poco tiempo, el beso se convirtió en uno húmedo pero torpe.

Sus lenguas se entrelazaron en la boca del otro, algunos gemidos quedaron ahogados en la garganta de Horacio, quien no había experimentado lo delicioso de un beso como aquel. Pese a que sus dientes chocaron o hacían sonidos de ventosas con sus pieles, no les importó y siguieron sumergidos en aquel mundo nuevo.

Al día siguiente no dijeron nada. No hablaron del beso, solamente comentaron sobre los efectos de la droga. Tal vez lo hicieron como un efecto secundario de esta pero era innegable que a Horacio le había encantado y quería más.

Las semanas pasaron y en todo ese tiempo no había podido sacar de su mente aquel beso. Veía a Gustabo de un modo diferente. Siempre había sentido algo más por su amigo pero intento alejar esos sentimientos creyendo que podía arruinar su relación. Ahora no podía ocultarlos más.

Amaba a Gustabo, lo necesitaba y también deseaba otro beso. Y tal vez algo más que eso.

No sabía cuánto tiempo aguantaría sin delatarse, se ponía muy nervioso estando junto a su compañero de vida e incluso evitaba verlo a la cara, no podía seguir fingiendo.


×××××


Horacio miró el cielo nublado que se extendía a través de la pequeña ventana de la cocina. Esa mañana en particular hacía más frío que de costumbre y aún con eso, el chico de cresta ignoraba la baja temperatura que hacía temblar levemente su cuerpo. Su mente no se encontraba en esa estancia.

Recostó su cabeza sobre la mesa observando el cuenco de cereales frente a él, no había pasado más de una hora desde que se levantó y sólo deseaba volver a la cama para dejar de pensar.

Su casa era pequeña, básicamente consistía en sólo dos habitaciones, una pequeña cocina, una sala y un baño que ambos "hermanos" compartían.

Horacio se había despertado temprano para prepararle el desayuno a Gustabo, quería que comiera algo además de café.

Entró al baño para asearse y apenas dio un paso dentro de este, pudo observar que no estaba vacío. Gustabo estaba saliendo de la ducha y lo único que lo cubría era una fina y pequeña toalla alrededor de la cintura. Apenas fueron unos segundos pero pudo apreciar su delgada y perfecta figura.

Horacio sintió como sus mejillas se tornaban rojas al observar tan ferviente espectáculo. Cerró la puerta de inmediato y se disculpó.

—¿Qué haces? Puedes entrar, no es la primera vez que me ves desnudo —le había dicho Gustabo desde el otro lado de la puerta.

Su corazón latía a mil por hora, ni siquiera podía contestarle sin tartamudear. Intentando alejar esa imagen de su cabeza fue directo a la cocina, preparó el desayuno de Gustabo y él mismo se sirvió un plato de cereal que apenas había tocado, no podía concentrarse.

La imagen del cuerpo de su amigo aún seguía en su mente: era bastante pálido, a Horacio le preocupaba que le faltaran vitaminas; su estómago estaba tonificado aunque no lo tenía marcado; sus piernas eran esbeltas y casi no tenían vello; la fina tela de la toalla casi le había permitido ver la intimidad de su amigo. Las gotas de agua deslizándose por su rostro y torso o cayendo desde su cabello era el toque final para convertir esa imagen en la más erótica que jamás haya visto.

Gustabo lo sacó de sus pensamientos al unirse para desayunar con él, ya venía arreglado y peinado para irse a trabajar. A diferencia de Horacio, Gustabo trabajaba y estudiaba por la noche mientras el menor de los dos asistía a la escuela de forma normal.

Pese a que Horacio vendía droga en la escuela, no producía suficiente dinero para sobrevivir por lo que el mayor de ellos tenía un empleo formal en un pequeño restaurante vegano. El menor admiraba a Gustabo, amaba la forma en la que se esforzaba por él.

El de cresta, la cual se había puesto hacía unos días para verse más "fachero", terminó de desayunar junto con su amigo y se colocó la chaqueta listo para emprender el camino a la escuela.

—Espera —lo detuvo Gustabo.

Horacio se giró encontrándose cara a cara con Gustabo (no realmente, por que Horacio era más alto).

Dio un brinco en su lugar al notarlo tan cerca, se inquieto más cuando el mayor puso las manos sobre su ropa.

—No vivimos en las mejores condiciones, pero debes lucir presentable —dijo acomodando su chaqueta—. ¿Por qué tienes pelo blanco en la ropa? ¡No tenemos mascotas!

Horacio no lo escuchaba, en ese momento tenía otras prioridades, estaba tan cerca de Gustabo que podía oler el aroma del champú que usaba combinado con su desodorante masculino. Le encantaba ese aroma tan varonil.

Por segunda vez ese día, sentía que su corazón iba a salirse de su pecho, tenía miedo de que Gustabo se diera cuenta así que trató de alejarlo de forma sutil.

—Quédate quieto —ordenó sujetándolo con firmeza.

—G-Gustabo... —susurro.

El mencionado término de acomodar su vestimenta y alzó los ojos encontrándose con los orbes bicolor de Horacio, quien lo veía con una mezcla de nervios y amor.

Se mantuvieron así unos segundos. Estaban muy cerca, la mirada del menor cambiaba de los luceros azules del rubio a sus delgados labios. Quería inclinarse y besarlo pero estaba paralizado, no podía moverse del miedo.

—¿Por qué me miras así? —preguntó Gustabo con una sonrisa ladina—. ¿Quieres un beso de despedida o que?

Antes de que pudiera responder, lo jalo de la camisa para bajarlo a su altura y depositar un dulce beso sobre su frente. Con una risa divertida se apartó dejando a Horacio anonadado.

¿Qué había sido eso? Le dio un beso y pese a que fue en la frente, le había encantado.

—Es como si estuviéramos casados ¿no te parece? —bromeó Gustabo regresando con él—. Yo pido ser el esposo.

Horacio levantó la mirada, el mayor de los dos le entregó su mochila apresurándolo para que fuera a la escuela de inmediato.

—¿Por qué tengo que ser yo la esposa? —masculló tímidamente el de cresta. Un tanto avergonzado quiso cambiar de tema—: quisiera que fueras a la escuela conmigo, es más divertido de día que de noche ¿sabes?

Gustabo sonrió de lado, pese a que sonreía, por un momento sus ojos se volvieron vacíos.

—Me gusta la noche —murmuró encogiéndose de hombros—. Además, debo trabajar para mantener a mi esposa, ¿no te parece?

Las mejillas de Horacio se tornaron rojas ante tal comentario.

—Entonces yo debería trabajar también —se ofreció azorado desviando la mirada.

Gustabo negó con la cabeza, estiró la mano para acariciar la mejilla del menor con dulzura.

—Ya te dije que tú te concentres en los estudios. Te dije que te iba a cuidar, eso es lo que hago —recordó sonriendo—. Y a cambio tú estarías a mi lado.

—Siempre juntos.

En todos los años que llevaban juntos, había cumplido lo que le prometió aquel grisáceo día en el que se conocieron. Vivieron en la calle mucho tiempo sin comida o refugio pero Gustabo siempre había velado por él, siempre lo puso como primera prioridad.

Pese a que no lo supo en su momento, descubrió que Gustabo no comía con tal de alimentarlo a él. Eso hizo que creciera desnutrido y muy delgado para alguien de su edad, aunque actualmente comía bien, su cuerpo seguía siendo débil a comparación de otros.

Cuando buscaban amparo en casas abandonadas, Gustabo se había quedado despierto toda la noche vigilando, para que Horacio pudiera dormir tranquilo, en caso de que alguien quisiera entrar en su refugio. Y ahora trabaja y estudiaba para que él tuviera una vida normal.

El mayor lo sacó de sus pensamientos dándole un leve golpe en el hombro.

—¿Qué es esa cara? ¡Vamos, hombre! ¡Anímate! Esta noche comeremos pizza, ¿te parece?

—Pero no tenemos...

—No soy un holgazán en el trabajo, ¿sabes? —lo interrumpió sabiendo lo que iba a decir—. Trabajo doble turno y al jefe le caigo bien por mi pico de oro, tenemos el dinero suficiente para comprar pizza.

Horacio sonrió con ternura antes de acariciar el sedoso cabello del rubio en un modo de demostrar cariño. Ambos salieron de casa y separaron sus caminos para dirigirse a su destino.


×××××


Los días pasaron, no podía parar. Desde aquel beso su mente era constantemente bombardeada con Gustabo. Sus hormonas alocadas por la adolescencia lo obligaban a masturbarse a diario y ahora, en lo único que podía pensar era en su amigo.

No podía correrse sino pensaba en él, era como una droga. Pensaba en sus labios y en sus pieles acariciándose, sus manos subiendo y bajando por su cuerpo deseoso de tocar más.

Desde que comenzó la adolescencia había querido tener sexo. No tenía una persona en mente cuando pensaba en eso, pero ahora esa persona era Gustabo.

Necesitaba más, necesitaba a Gustabo. Por muchas pajas que se hiciera en su honor no podía satisfacerse, su mano ya no era suficiente para saciarlo.

La noche ya había caído, apenas iban a dar las once y era viernes. Horacio estaba en casa vestido únicamente con una camiseta blanca y boxers azules en la sala de su casa.

No podía dormir, normalmente esperaba a Gustabo en la cama para leer un libro antes de descansar pues el rubio salía tarde de la escuela y ambos necesitaban un momento de intimidad entre ellos.

Esta vez Horacio no podía mantenerse acostado, viendo una película para adultos tirado en el sofá, acariciaba su miembro erecto por encima de la ropa.

No podía correrse, llevaba toda la noche intentándolo y nada podía liberarlo de esa dolorosa erección. Su mano era inútil aunque disfrutaba las caricias.

La imagen del rubio recién salido de bañar llegó a su mente seguido de sus luceros azules dilatados por la droga. Deslizó su mano hasta su entrepierna sin dejar de pensar en aquellos excitantes recuerdos.

—Ah, Gustabo —gimió sin pudor alguno imaginando que era el rubio quien lo tocaba—. Tócame más, Gustabo... ¡Gustabo! Oh...

Una deliciosa vibración recorrió su cuerpo invitándolo a masturbarse apropiadamente. Sin dejar de pensar en el mayor, hizo el intento de bajar su ropa interior para liberar su falo pero el sonido de la puerta principal abriéndose lo interrumpió.

Rápidamente cambió el canal de la pequeña televisión y volteo a la entrada viendo a Gustabo asomarse, estaba usando un suéter que llevaba impreso el escudo de la escuela a la que asistía.

—Horacio —dijo sorprendido el mayor cerrando la puerta con llave—. ¿Por qué no estás en la cama?

—Yo no... —masculló nervioso cruzando las piernas para ocultar su erección—. ¿Qué haces aquí? Todavía es temprano, deberías estar en la escuela.

—El profesor se enfermó así que nos dejaron ir antes —explicó quitándose el suéter—. Vine corriendo en cuanto pude, quería pasar un rato contigo. No me mal entiendas, me gusta leer junto a ti pero pensaba en ver una película o algo así.

El corazón de Horacio saltó de alegría al escuchar que quería pasar tiempo con él, pero el gusto le duró poco al recordar su precaria situación.

—Está bien, voy al baño mientras tu buscas una película —dijo con ademán de levantarse.

Gustabo lo interceptó e impidió que se levantará. El de cresta se estremeció ante la cercanía, temía que se diera cuenta de su miembro despierto.

—Aguántate un rato, en verdad quiero pasar tiempo contigo. Estoy muy cansado, dame ese gusto ¿si? —pidió regalándole una tierna sonrisa.

El menor abrió la boca para replicar, sin embargo, se quedó callado al notar un atisbo de tristeza reflejado en aquellos ojos que tanto amaba. Apretando la mandíbula, asintió a regañadientes. El mayor, visiblemente feliz, procedió a poner una película aleatoria en la televisión.

Se acomodaron en el sillón comenzando a ver el filme el cual Horacio ignoraba por estar concentrado en tratar que su miembro se durmiera. La tarea se volvió más compleja cuando el mayor de los dos pasó su brazo detrás del de cresta reposando el mismo en el respaldo del sofá.

Apretó las piernas con más fuerza, su corazón latía vigorosamente cada vez que el brazo de Gustabo rozaba la piel de su cuello. No sabía cuánto podría aguantar.

—Si sigues apretando las piernas de esa forma no lograrás quitarte la erección, en su lugar vas a terminar cortándote la picha —susurro Gustabo en su oído.

Horacio se apartó de inmediato quedando en la orilla del sillón, levantó la mirada observando a Gustabo, quien tenía una sonrisa burlona impregnada en el rostro.

La vergüenza invadió el cuerpo del menor, su cara se torno roja hasta las orejas y sus piernas comenzaron a temblar. Quería irse corriendo al baño pero sus extremidades no respondían.

—Yo no...

—Eres adorable. Te dije que te quedaras aún cuando debías deshacerte de la erección, preferiste complacerme y permanecer aquí —se mofo.

Soltó una pequeña risilla sin apartar la mirada de la entrepierna ajena. Horacio bajó la cabeza sintiéndose cohibido.

—Lo siento. Debes saber que no acostumbro a hacer esto, solo me deje llevar por que tenia la casa sola —dijo con voz temblorosa tratando de que la situación se volviera menos degradante.

—Encima me mientes, odio que me mientan y lo sabes, Horacio —dijo con voz ronca.

—¿A qué te refieres?

Gustabo se recargo en el respaldo del sillón cruzando los brazos detrás de su cabeza.

—No eres precisamente silencioso ¿sabes? —admitió encogiéndose de hombros—. Cuando cada quien duerme en su habitación, puedo escucharte gemir, las paredes son muy delgadas. Cuando dormimos juntos, noto cuando te paras corriendo y te pajeas en el baño, tomas demasiada confianza asumiendo que estoy dormido y eres más ruidoso.

Una mueca de horror se formó en el rostro de Horacio. Nunca se dio cuenta que hacía tanto ruido y que Gustabo lo hubiera escuchado era muy vergonzoso. Quería que la tierra se lo tragara.

—Sin embargo, hoy escuché un nuevo sonido —informó con una sonrisa traviesa—. Dijiste mi nombre, ¿pensabas en mi, guarro?

—¡¿Ah, qué dices?! —grito histérico.

El rubio soltó una risilla.

—Al llegar a casa no encontraba las llaves, me quedé buscándolas y pude escucharte gimiendo mi nombre. Supe lo que estabas haciendo de inmediato, solo para joder decidí entrar.

El silencio reino la estancia. Ninguno se atrevía a hablar, moverse o siquiera respirar. Horacio se sintió un poco mareado y con ganas de vomitar pues era tanta su vergüenza que no podía con ella. ¿Cómo iba a ver a los ojos a Gustabo ahora?

—Ya que estamos, ¿quieres que te ayude? —dijo finalmente el rubio.

—¿Cómo?

—Parecías desearme mucho, ¿qué te parece si cumplo tus deseos?

Se quedó paralizado analizando si aquella propuesta era una broma. Gustabo lo miraba con expresión seria, no parecía querer reírse y el tono que empleo no le daba ninguna pista de sus verdaderas intenciones.

Arriesgándose a ser humillado, asintió débilmente con la cabeza dejándose llevar por su miembro que palpitaba deseoso en su ropa interior. Empezaba a doler, necesitaba correrse cuanto antes.

El mayor se acercó a él observándolo impasible. El de cresta separó las piernas permitiendo que el rubio observará el prominente bulto.

—¿Esperas que te lo saque yo o que? —preguntó enarcando una ceja.

Obediente y un tanto nervioso, tomó el elástico de sus calzoncillos y los deslizó lo suficiente para que su grueso miembro saliera ante la atónita mirada de Gustabo.

—Vaya —exclamó el rubio.

Estiró su mano y tomó entre ella el miembro del más alto. Un escalofrío recorrió la espalda de Horacio a la vez que un leve jadeo escapó de sus labios ante aquel primer contacto. Nadie lo había tocado de esa manera y parecía que a Gustabo no le afectaba.

—¿Debería parar? —cuestionó el rubio al ver su reacción.

—¡No, no! Continúa, por favor —pidió tímidamente.

El más bajo asintió comenzando a embarrar su mano con el líquido preseminal, el cual no paraba de salir de la punta, para facilitar los movimientos. Envolvió el glande con la palma ahuecada de su mano haciendo círculos sobre este. El menor mordió su labio inferior intentando acallar sus gemidos.

Gustabo no tenía idea de lo que hacía, apenas el mismo se masturbaba por lo que solo tenía eso para guiarse, tomó el pene de la base y comenzó a pasar su mano por el largo de este pensando en los movimiento que a él le gustaría sentir.

—Ah... Más, más... —suplicó con los ojos cerrados.

—¿Así? —preguntó acelerando su vaivén.

—S-si... Se siente muy bien.

Su mano curiosa recorría todo el falo, en ocasiones paraba sus acciones y quitaba la mano para después retomar las mismas en un modo de torturar al menor, quien se retorcía de placer cada vez que le interrumpía su anhelado orgasmo.

—¡Ah, Gustabo! ¡ Sigue así, Gustabo! —chillo el menor enloqueciendo lentamente.

El mencionado tragó en seco, su entrepierna se emocionó con aquellos bellos sonidos, sus pantalones se volvieron más apretados conforme su miembro se ponía duro.

Al ser una nueva experiencia, era normal que se corriera rápido. El orgasmo lo azotó y le obligó a arquear la espalda liberando su semen en la mano de Gustabo, quien se apartó casi de inmediato.

El placer recorrió su cuerpo haciéndolo estremecer, nunca había logrado tanta satisfacción con una simple paja. Era maravilloso.

Cuando se compuso, busco con la mirada al rubio encontrándolo de pie limpiando con unos pañuelos el líquido pegajoso que impregnaba su piel.

—¿Te ayudo? —preguntó Horacio señalando el bulto en los pantalones de su amigo.

El rostro de Gustabo se torno de un intenso color rojo a la vez que intentaba ocultar su evidente erección.

—Estoy bien. No se que me paso, no me suelo excitar tan fácilmente —susurro apenado.

Horacio, totalmente embelesado por su amigo, se dirigió a él. Ya no estaba inseguro. Debido a que Gustabo lo ayudó a hacerse una paja, él le devolvería el favor de una manera diferente.

Ante la atenta mirada del rubio y sin intenciones de alejarlo, Horacio unió sus labios después de mucho tiempo cumpliendo el deseo oculto que ambos tenían de repetir ese momento. Y es que Gustabo también anhelaba ese beso.

Sentir sus delgados labios contra los de él le provocó una oleada de euforia en todo su ser. Se sentía delicioso y quería más.

No sabía cómo continuar pero ver tantas revistas, cómics, programas de televisión y películas en las que aparecía un beso le daban una pista. Dejó que su instinto lo orientara y abrió la boca para pedir permiso al interior del mayor.

—Horacio... Yo no... —susurro Gustabo apartándose un poco.

—Solo abre la boca, no te preocupes por el resto.

Nervioso pero ansioso, el rubio aceptó tan candente propuesta. Horacio no tardó en unir sus labios de nuevo pero esta vez metió su lengua en la cavidad del más bajo comenzando a jugar con su lengua.

Sus dientes chocaron en más de una ocasión pero eso no interrumpió aquel magnífico momento lleno de pasión. Las desesperadas manos de ambos recorrían el cuerpo ajeno tratando de tocar todo.

Lo excitante del momento le impedía a Horacio tener miedo llenándose de completa confianza, bajo su mano para acariciar el miembro de Gustabo intentando no asustarlo.

—Estas muy duro —murmuró el menor en medio del beso.

—Cállate, fue tu culpa —lo acusó el rubio con el ceño fruncido.

—Entonces debo tomar la responsabilidad, ¿no te parece?

Lo condujo hasta el sillón empujándolo a este para que se sentará. Se puso de rodillas frente a él sin dejar de masajear su miembro.

—¿Cómo es que llegamos a esto? —preguntó Gustabo disfrutando la atención que el menor le brindaba a su falo.

—Déjate llevar, bebé. No estamos haciendo nada malo —masculló provocativo—. ¿Puedo chupártela? —pidió.

Quería saborearlo y descubrir si tenía el mismo sabor que en sus sueños más húmedos.

—¿No te parece sucio eso? —preguntó algo incómodo.

—Para nada —confesó relamiéndose—. No lo haré si no quieres... Tampoco te prometo que sea la gran cosa, nunca lo he hecho.

Una afirmación silenciosa por parte del mayor fue todo lo que necesito para proseguir. Quiso bajar la cremallera del pantalón pero Gustabo se adelantó haciéndolo él mismo dejando al descubierto su ya húmeda ropa interior azul.

Acarició aquella zona con firmeza sacándole varios jadeos de satisfacción al mayor. Sintió una pizca de pánico por hacerlo mal pero a la vez estaba impaciente por tener la polla de Gustabo en su boca.

Bajo la última prenda liberando el falo ajeno, el cual estaba rojo, las venas se le marcaban como si quisiera explotar de lo necesitado que se encontraba.

Se sintió intimidado al ver el miembro frente a él pero no tenía intenciones de parar. Tímidamente sacó la lengua y la pasó a lo largo del miembro logrando sacarle un leve gruñido al rubio, quien se sentía un tanto avergonzado pero tampoco quería parar.

Recorrió la polla con su lengua analizando el sabor de este mientras jugaba con los testículos del mayor. Horacio atrapó el glande con sus labios y comenzó a succionar permitiendo que su saliva saliera de los bordes de su boca y bañara todo el pene. Esparció el líquido por todo el miembro y prosiguió a meterlo lentamente dentro de su boca. Gustabo gruñó enterrando sus uñas en el cojín del sillón. Sentir la babosa lengua de Horacio en su pene lo hizo estremecer, era extraño pero a la vez muy estimulante.

El menor de los dos se metió lo más que pudo el miembro dentro de su boca, pero quería darle placer a Gustabo así que lo metió un poco más logrando que tocará su campanilla e inevitablemente soltara una arcada.

—¿Te lastime? —exclamó Gustabo preocupado.

Pretendió apartarlo pero Horacio se negó aferrándose a sus piernas e iniciando un lento vaivén con su cabeza de arriba a abajo. El rubio dejó de intentar separarlo y se hundió en aquel placer recién descubierto.

Enredó sus dedos en las suaves hebras rojas de su cabello incitándolo a continuar. Se sentía en el mismo cielo gracias a la cálida boca de Horacio.

No es que fuera bueno, era un torpe principiante, sin embargo, al ser el primer contacto sexual que Gustabo tenía con alguien era inevitable que se sintiera mejor de lo que en verdad era.

No faltó mucho para que sintiera el orgasmo llegar.

—M-me voy a correr —informó Gustabo tratando de apartarlo una vez más pero Horacio se negó otra vez continuando sus movimientos a un ritmo más acelerado—. ¡Ah, Horacio! ¡Para, voy a...!

Antes de poder terminar esa oración, el clímax invadió su cuerpo obligándolo a arquear la espalda y a liberar su semilla dentro de la cavidad de Horacio, quien se apartó una vez su boca estuvo llena. Sin pensarlo mucho, se tragó aquel líquido blanquecino relamiéndose para quitar los excesos. Era un sabor interesante, no le desagrado y podría volver a probarlo otra vez siempre y cuando fuera del rubio.

—¡¿Te lo has tragado?! —preguntó Gustabo asqueado—. ¡Qué puto asco, tío! ¡Te dije que te apartaras!

—No me molesto hacerlo —confesó el menor.

—¡A mi si!

Horacio le regaló una sonrisa lujuriosa antes de comenzar a pasar sus manos por los muslos del mayor. Su cuerpo se movía por sí solo. Ya habían cruzado el límite desde que Gustabo había accedido a hacerle una paja y aceptar la felación, debía al menos intentar aprovechar el momento.

—¿Hice un buen trabajo? —preguntó con falsa inocencia.

—Estoy complacido —dijo en tono burlón guiñándole un ojo.

Sin dejar de sonreír, se acercó peligrosamente a su rostro permitiendo que sus respiraciones se mezclaran.

—¿Alguna vez has tenido sexo, Gustabo? —preguntó lascivo con los ojos brillando en locura.

—Ya sabes que no... Ni tú tampoco —lo acusó.

—Lo sé. He tenido varias ofertas pero, siempre he creído que se debe perder lo virginidad con alguien especial, con alguien a quien ames profundamente —susurro viendo los rosados labios del mayor—. Alguien que te acepte tal como eres y que te conozca a la perfección. Alguien a quien le puedas entregar tu corazón sabiendo que no te lastimara. Ese tipo de persona es con la que quiero acostarme.

Gustabo trago saliva sin dejar de observar los ojos bicolor de su compañero que lo tenían embelesado, justo como aquella noche en la que comieron marihuana.

—No sé si estoy captando bien tu idea, Horacio. Pero deberías hablar claro.

El menor se aproximó rozando sus labios con los del contrario.

—Da la casualidad que esa persona eres tú, Gustabo —concluyó—. Quiero hacerlo contigo y solo contigo.

El mayor lo miró sorprendido. Horacio aprovechó para sentarse en su regazo colocando sus rodillas a los lados de las piernas de Gustabo hundiendo las mismas en el sillón.

—¿En verdad? —susurro embobado.

—Se que nunca te ha llamado el tema del sexo, sin embargo, veo que te gustó la mamada y te excitaste cuando me masturbabas, ¿por que no pasar al siguiente nivel? Solo para probar.

—¿No crees que esto vaya a cambiar nuestra relación? —preguntó nervioso.

Horacio sujeto su rostro acunándolo con sus manos.

—Siempre hemos estado juntos. Dimos nuestro primer beso juntos y acabó de chupártela. No has huido así que supongo que no estás incómodo después de todo esto. Si hacemos esto seremos más unidos que antes, tendremos un lazo que nadie podrá igualar.

El menor unió sus labios con los del mayor, quien aceptó el beso gustoso.

Lo deseaba. Desde que llegaron a la adolescencia empezó a sentir algo por Horacio, pero pensando que él lo veía como un hermano jamás se atrevió a decir nada. Era su oportunidad.

Iniciaron una sesión de besos y mimos durante un rato hasta que sus miembros se pusieron erectos de nuevo.

—No se como hacer esto —admitió Gustabo separándose, tenía los labios un tanto hinchados y rojizos.

—Yo tampoco, pero he leído mucho de este tema —murmuró un tanto avergonzado.

No era un misterio que le atraían los hombres y en un par de ocasiones, sólo por curiosidad, había leído sobre el sexo entre estos. Esperaba tener toda la información que necesitaba.

Al moverse un poco para acomodarse, Horacio rozó por accidente su falo con el de Gustabo, ambos gimieron por lo bajo. Al ver que lo había disfrutado, comenzó a mover su cadera para rozar su miembro con el del rubio provocando una corriente eléctrica en ambos. Una acción tan simple como esa se sentía muy bien.

—¿Seguro que quieres continuar? Te va a doler... —jadeó el rubio.

—No importa. Nunca estuve tan seguro de algo.

El de cresta se levantó dirigiéndose al baño donde recogió un bote de vaselina que guardaban para propósitos no sexuales, esta vez podía servir de lubricante. Regresó con Gustabo y delante de él se deshizo de su ropa interior al igual que de su camiseta quedando completamente desnudo.

El mayor comprendió y lo imitó despojándose por completo de su pantalón y calzoncillos.

Horacio volvió a sentarse en su regazo quedando frente a frente con sus miembros tocándose.

Siguieron besándose mientras Horacio tomaba un poco de vaselina untándola en sus dedos. Se elevó un poco con ayuda de sus rodillas llevando una mano a su trasero buscando su entrada rosada que pronto sería profanada.

Al encontrarla, recorrió la misma con su dedo índice tanteando el terreno y muy lentamente lo metió en su interior. Soltó un quejido en los labios del mayor. Era incómodo y bastante extraño.

Eso no le impidió continuar mientras Gustabo comenzaba a depositar pequeños besos húmedos en su cuello. Sus manos recorrían toda la tersa piel que podía, al rozar los pezones de Horacio con sus dedos vio como este se encogía sobre sí mismo al tocar en ese lugar.

Sujeto sus firmes glúteos para alzarlo un poco más y dar un lengüetazo a su pezón izquierdo. El rostro del menor se volvió más rojo y soltó un leve gimoteo.

—¿Te gusta ahí? —cuestionó ladeando la cabeza.

—Si... Más, por favor —suspiró complacido.

Gustabo continuó su labor pasando su lengua por ambos pezones para después succionarlos arrebatándole varios gemidos al menor.

Después de un pequeño rato, la incomodidad que sentía Horacio en su trasero desapareció para darle paso a un nuevo tipo de deleite. Poco a poco metió el segundo y el tercer dedo, los sacó cuando decidió que estaba preparado.

En todo ese proceso para ensanchar su entrada, el mayor de los dos se encargó de dejar varios chupetones en la piel morena del menor que iban desde el pecho hasta su cuello. Cuando vio que Horacio estaba preparado, detuvo sus acciones para tomar vaselina esparciéndola en su propio miembro. Sosteniendo firmemente su falo, Horacio bajo la cadera para posicionarse encima del glande alineándolo con su entrada.

—A-aquí voy —informó impaciente.

Al meter la punta su cuerpo se sacudió, una nueva sensación invadió su cuerpo. No sabía identificarla pero sí sabía que ardía. Gustabo siguió embarrado lubricante en la parte de su miembro expuesta pero se detuvo al ver el rostro de su compañero, el cual tenía impreso una expresión que no supo descifrar.

Preocupado por estar haciéndole daño, lo tomó de la cadera para quitarlo de encima, pero el menor se lo impidió.

—Podemos parar, no quiero hacerte daño —admitió el mayor.

—Estoy bien —jadeo en respuesta—. Necesito acostumbrarme, hazme caso, yo se de esto.

Poco a poco fue introduciendo el miembro dentro de él mientras Gustabo acariciaba su espalda y repartía besos por su rostro.

—E-estas muy estrecho... Es muy caliente –susurro el rubio maravillado.

Su pene era abrazado de manera sorprendente, era húmedo y delicioso. Nunca pensó que pudiera sentir algo así.

Finalmente todo el miembro estuvo dentro de Horacio sacándole un gemido, apoyó su frente contra el hombro de Gustabo mientras esté repartía mimos por su espalda.

—¿Te duele? —preguntó preocupado.

—No sabría decirlo. Es extraño —admitió en voz baja.

El miembro de Gustabo palpitaba en su interior provocándole un ligero dolor pero a la vez le brindaba una reconfortante sensación. Se sentía lleno, como si dos piezas de un rompecabezas por fin encajaran. Aquel deseo que había anhelado en secreto tanto tiempo por fin se hizo realidad. Ambos compañeros de vida estaban felices.

Una vez acostumbrado, Horacio comenzó a subir y bajar la cadera siendo ayudado por Gustabo sujetándolo de la cintura dejando que él encontrara su propio ritmo.

El ardor y dolor que sentía desaparecieron por completo llenándolo de un exquisito deleite que se volvía adictivo cada vez que se movía.

Continuaron con movimientos lentos hasta que en una estocada, el rostro de Horacio se contrajo en una mueca de placer a la vez que un pequeño grito quedó ahogado en su garganta.

Esa última estocada había dado en su punto dulce el cual estremeció su cuerpo y le suplicaba por más.

—Ahí... Dale otra vez ahí.

Gustabo, extasiado al ver el rostro de Horacio, obedeció intentando darle otra vez a aquel punto que el menor parecía disfrutar.

Eran inexpertos pero consiguió darle a su próstata un par de veces y una vez la tuvo ubicada, comenzó a embestirlo. Horacio chilló de placer y enterró sus uñas en los delgados hombros del rubio sintiendo que podía tocar el cielo con las manos, nunca había vivido tal placer.

Sus cuerpos se cubrieron de sudor, el ambiente era muy caluroso. La estancia se llenó de sonidos obscenos acompañados con los gruñidos de Gustabo y los gemidos de Horacio. Al ser las paredes tan delgadas, era seguro que los vecinos los estuvieron escuchando pero las quejas podían esperar al día siguiente.

Debido a que eran principiantes y ya se habían corrido una vez ese día, fue inevitable que aquella sesión fuera corta pero intensa.

Entre gimoteos y jadeos, Horacio fue el primero en correrse gritando el nombre de Gustabo, quien al oír su nombre ser pronunciado de aquella manera tan candente, también terminó dentro de él mientras las paredes de Horacio abrazaban aún más su pene.

—¡Joder!

Un intenso hormigueo se apoderó de todo el ser de Horacio, su mente se desconectó y se vio inundada en un placer inimaginable.

Al terminar el orgasmo, se sintieron un tanto desconcertados. Los dos estaban satisfechos con aquel nuevo descubrimiento, un delicioso y exquisito descubrimiento. Incluso Gustabo, siendo el más pulcro de los dos, no le importaba para nada que el semen de Horacio estuviera embarrado en su vientre, estaba tan complacido que aquello no tenía relevancia.

Gustabo cerró los ojos dejándose caer en el sillón manteniendo a Horacio encima de él, quien se acomodó en su pecho.

Estaban jadeantes, apenas podían controlar su respiración, el sudor hacía brillar sus cuerpos y adhería sus pieles. Era un poco desagradable.

—Curioso. Solo quería una paja y acabé chupándotela. La vida da muchas vueltas —rio Horacio.

—Dímelo a mí, yo venía a pasar el tiempo contigo y te terminé follando. Una noche muy productiva.

Los dos rieron, sin importar la situación, seguían bromeando y jugando como niños pequeños.

—Que cansado estoy —admitió el menor, sus piernas ya no tenían fuerza por todos los brincos que había dado—. No pensé que hacer esto fuera tan cansado, estamos hechos un desastre. El porno no te advierte de esto.

—Si te lo muestran nadie vería porno —contestó acariciando su cabello—. Por cierto, ya no te masturbes pensando en mí, me incomoda mucho, tío... M-mejor dime a mi y podemos volver a hacer esto —dijo un tanto avergonzado cubriendo su rostro con el antebrazo.

Horacio se sorprendió y sonrió alegre. Tener la propuesta de Gustabo de repetir aquel momento era maravilloso.

—Vale, bebé. Pero no te prometo lo de las pajas —se burló dándole un corto beso en los labios.

—¡No, tío! ¡No pienses en mí cuando hagas tus guarradas!

—Pero si no pienso en ti no me puedo correr —dijo con un tono travieso tocando su nariz con la punta de su dedo.

—¡Que asco! ¡Horacio!

El ambiente que de un momento a otro se había vuelto caluroso y lujurioso, desapareció tan rápido como llegó.

Historias Gustacio/PogacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora