Aparcó el auto en el amplio parking de la sede, apagó el motor retirando las llaves y se desabrochó el cinturón de seguridad bajándose del vehículo. Azotó con suavidad la puerta y ya una vez afuera volvió a meter su mano en el bolsillo del pantalón tomando entre sus dedos el móvil. No tuvo necesidad de buscar el contacto pues ya una vez encendido el aparato el nombre de la persona a la cual llamaba con insistencia aparecía al instante en la pantalla.
Volvió a marcar esperando unos cuantos segundos pero de nuevo aquella máquina volvía a enviarlo al correo de voz. Chasqueó la lengua metiendo de nuevo el teléfono en su bolsillo y a paso lento subió las escaleras que daban a la entrada de la sede del FBI.
Al llegar al final, sus ojos se toparon con un hombre de cabello grisáceo que se encontraba apoyado a un lado de las puertas de cristal sosteniendo entre sus dedos una taza blanca que por el olor exquisito que desprendía supo que se trataba de café.
—Buenos días. — saludó el de cresta acomodándose el cuello de su chaqueta azul.
—Buen día. — le dio un sorbo a la taza de café y se irguió para girarse y comenzar a caminar adentrándose en el edificio. Horacio lo siguió detrás.
—Conway ¿sabe algo de Gustabo? Fui a recogerlo hoy a su casa pero no estaba y también lo he llamado por teléfono y no me contesta. — entornó los ojos preocupado. Le extrañaba de sobremanera que tan temprano en esas horas de la mañana no tuviera noticias de su pareja.
Gustabo y Horacio habían comenzado hace pocas semanas a tener una relación.
Al principio no todo había sido color de rosa pues el menor de ambos después de tantos años, finalmente pudo definir los sentimientos que guardaba por su mejor amigo. Un día ya harto de haberle mandado tantas indirectas y demás por tanto tiempo para que de algún modo el rubio se diera cuenta de sus intenciones sin éxito alguno; explotó durante una discusión que habían tenido, literalmente gritándole en la cara que lo amaba, recibiendo por consiguiente una respuesta lamentable que le rompió el corazón.
"No puedes amar a alguien como yo"
Con esas simples palabras lo destruyó por dentro. Fueron días oscuros donde ambos la pasaron realmente mal.
Se evitaban todo el tiempo, incluso daban cualquier excusa para no tener que ir a trabajar. No solo para no tener que encontrarse sino que el tener que verse les generaba una depresión increíble.
Pero un día, que el de cresta blanca pudo catalogar como el destino. Se encontraron envueltos en una posición peligrosa donde Gustabo estuvo a punto de perder la vida. Durante un enfrentamiento que tuvieron como federales contra una de las mafias de la ciudad. Un disparo mal en caminado llegó al cuerpo del rubio perforando uno de sus órganos dejándolo en un estado delicado.
Conway, Michelle y Horacio estuvieron con el corazón en la boca. Rezándole al cielo de todas las formas posibles que el mayor pudiera salir bien de su crítica situación. El último mencionado lo único que quería era morirse si por algún motivo su mejor amigo dejaba de existir en este mundo.
Afortunadamente todo salió bien, Gustabo pudo superar la difícil prueba, saliendo increíblemente mejor de lo que se pensaba. Durante su recuperación y después de verse así mismo cerca de la muerte, el de ojos celestes se sinceró confesándo sus sentimientos por el de cresta. Sentimientos que siempre estuvieron ahí pero por culpa de su orgullo y miedo de volver a hacerle daño a la persona que lo ha acompañado prácticamente durante toda su vida, se negó a aceptar.
Con algo de dificultad y vergüenza le demostró a su amigo lo mucho que también lo amaba. Horacio no cabía de la felicidad, pues lo primero que hizo después de la confesión del rubio fue estamparle un beso frente a todos los médicos y enfermeros que estaban en ese momento en el hospital.
Por su puesto esto hizo que Gustabo quisiese morir de la vergüenza mientras que por su lado a Horacio le importaba un pepino lo que pudieran pensar los demás.
Lo más complicado para ambos había sido el tener que comunicarle la noticia de su relación a Conway.
Al inicio hicieron de su nueva etapa algo que ellos pensaron divertido y fue el que por el momento ocultarían su noviazgo. Por supuesto la jugada les salió bastante lamentable pues eran demasiado evidentes.
Todo el mundo se daba cuenta de que se comportaban muy cariñosos para ser simples amigos y en muchas ocasiones dejaron a más de uno con la boca abierta cuando entre ellos se hacían comentarios muy subidos de tono haciendo referencia a la vida sexual que llevaban.
Conway no fue la excepción a eso y ambos chicos no tardaron en darse cuenta de aquello. Así que finalmente le confirmaron al hombre mayor sus sospechas a lo que él simplemente contestó:
"Ya se habían tardado capullos"
—Él llegó hace un rato, debe estar por algún lado. — se volteó hacía él mirándolo con sorpresa por sobre sus lentes oscuros. Extrañándole lo que el chico acababa de explicar.
—¿Qué?. — enarcó ambas cejas no entendiendo el por qué entonces Gustabo estaba ignorándolo. Escuchó el sonido de unos tacones aproximándose a ellos.
—Buenos días chicos, hoy tenemos bastante trabajo. — dijo inesperadamente la mujer y tan rápido como llegó se volvió a ir por donde había salido. Ambos hombres suspiraron recordando que precisamente ese día debían de hacer unos informes sobre los operativos y recopilación de información que habían obtenido durante todas esas semanas.
—Ve a buscar a tu novio, Michelle y yo los esperaremos. — se dirigió hacia la puerta del cuarto donde había entrado la mujer de cabellos naranjas. Horacio lo miró divertido.
—Ok, suegro. — le devolvió la broma sabiendo ya de sobra que le molestaba que lo llamara así. Se fue corriendo del lugar cuando el mayor se volteó hacía él seguramente con la intención de cagarse en su existencia.
Comenzó a recorrer los vacíos y silenciosos pasillos del enorme edificio en busca de su compañero. Resopló con algo de molestia preguntándose el por qué estaba ignorándolo.
Quizás estaba enojado con él y por eso no quería verlo, este último pensamiento hizo que su ánimo cayera.
Se detuvo en seco cuando escuchó un ruido proviniendo de una de las salas de interrogatorio de aquella zona y con curiosidad se acercó a la puerta para ver de que se trataba.
Todo pasó muy rápido, de golpe la puerta se abrió y fue jalado por una mano hacía adentro de la sala, escuchó la puerta volverse a cerrar tras de sí y una risita llegó a sus oídos.
Se encontró con la figura del rubio mirándolo de una manera extraña.
—Gustabo ¿qué cojones? ¿por qué no contestas el teléfono?. — recorrió con la mirada el lugar que se hallaba vacío, solo Gustabo se encontraba allí. — ¿y qué haces aquí tu solo?
—Solo estaba jugando contigo. — se encogió de hombros y se acercó al más alto poniéndose de puntitas y rodeando su cuello con sus brazos.
—¿Qué clase de juego es este? Estaba preocupado por ti. — lo miró frunciendo el ceño queriendo mostrarse enojado pero en vez de eso hizo una mueca que al rubio en ese momento le pareció adorable.
—Ya no importa. — sin previo aviso el rubio se apoderó de los labios del menor en un beso húmedo y bastante brusco que sorprendió al chico. Mordió impaciente su labio inferior queriendo buscar acceso con su lengua y así lo hizo, jugueteando y enredándola con la del de cabellos blancos.
Horacio correspondió siguiendo el ritmo de su compañero, a los pocos minutos se tuvo que separar por falta de oxígeno, abriendo los ojos lentamente encontrándose con los zafiros de aquel hombre que lo miraba con lujuria.
—Hoy amanecí muy caliente y quiero comerte completo. — confesó con una sonrisa lasciva en su rostro.
—Gustabo est-... — no terminó su frase cuando sintió como el mayor lo empujaba estampando su espalda contra la pared. Aturdido lo vio recorrer con sus manos su cintura y torso acariciándolo de manera desesperada, acercó la boca a su cuello para empezar a besarlo y succionarlo con ímpetu. —Gus... ¡ah!. — era la primera vez que su pareja actuaba de esa manera con él, solía ser un poco más tranquilo en la intimidad.
Extrañado buscó respuestas en los ojos del mayor, la forma en la que lo miró le causó escalofríos de pies a cabeza.
—Te necesito Horacio. — su voz se escuchaba entrecortada y demandante. Despegó sus labios del cuello del aludido y jaló su chaqueta azul casi arrancándosela del cuerpo y aventándola al piso para posteriormente alzar la camisa que llevaba por debajo y comenzar a acariciar su vientre con la yema de sus dedos.
El menor se encogió en su lugar comenzando a excitarse con los toques del rubio, aunque aún lo observaba curioso y un tanto divertido pues no era muy común ver a Gustabo en ese estado tan "salvaje".
Tenerlo cerca o tan solo sentir sus roces o caricias lo hacían poner a mil. Parecía un adolescente precoz pero era inevitable, aquel hombre lo volvía loco empezando porque lo tenía perdida y completamente enamorado.
Algo hizo "click" en su cabeza dándose cuenta del lugar en donde se encontraban.
—Bebé recuerda donde estamos... a-aquí hay cámaras y Conway y Michelle están por ahí. — recordó haberse topado hace muy poco con los dos adultos, sintió algo de nerviosismo al pensar que ellos pudieran descubrirlos en aquella situación tan comprometedora.
—Tranquilo no se darán cuenta y las cámaras me importan una mierda, aquí nadie las va a mirar.
Algo tranquilo por sus palabras pero aun inquieto bajó la mirada viendo como Gustabo se agachó a la altura de su ombligo pasando su lengua alrededor de este.
Mordió sus labios con deseo divisando el gran bulto que se asomaba en el pantalón de Horacio. Le encantaba saber que ahora él era el único que lo ponía en este estado.
—Que duro estás. — rozó con sus dedos la erección del de cresta, con tan solo ese pequeño toque se dio cuenta de lo durísima que se encontraba su polla.
—Tu me la pones así. — le afirmó y con eso bastó para que la poca cordura que tenía el rubio se fuera al demonio.
Bajó su lengua desde su ombligo hasta el cierre de su pantalón, lamiendo y mordiendo la erección por encima de la tela.
Otro tirón en la entrepierna del más alto se hizo presente incluso pudo sentir como su ropa interior se humedecía con su excitación a niveles inimaginables. Gustabo estaba logrando ponerlo a millón y eso que ni siquiera lo había desnudado todavía.
El rubio ya impaciente con su propio jugueteo le desabotonó el pantalón tirándolo hacia abajo junto con el bóxer. Sintió su propio miembro palpitar cuando vio el falo del menor más que erecto, con la punta rojiza y cubierta por completo con su pre seminal.
Tomó la erección entre sus dedos haciéndolo gemir de inmediato, le dio un par de lamidas al glande saboreando su líquido transparente y entreabrió sus labios para engullir aquella extensión deliciosa creada por los dioses. No esperó nada, simplemente la comenzó a succionar como si su vida dependiera de ello.
Horacio cerró los ojos con fuerza y echó su cabeza hacia atrás contra la pared gimiendo descontroladamente llevando sus dedos a los cabellos dorados de su rubio jalándolos sin ninguna delicadeza.
—¡Joder, joder, joder Gustabo, Gustabo!. — su pareja le estaba regalando en ese momento la mejor mamada de su vida, estaba rozando el cielo con las manos.
Abrió los ojos respirando agitado y miró hacia abajo la dureza del mayor a través del pantalón. Pensó que necesitaba atención pero en la posición en la que se encontraban ahora no podía dársela.
—T-tócate amor, quiero verte. — le pidió jalando su cabeza para que lo mirara a la cara y este aún devorando el falo del chico, acomodó las rodillas en el suelo y se desabrocho la prenda inferior, metió su mano dentro de la ropa interior y sacó su pene para comenzar a masturbarse moviendo su mano con velocidad.
Los gemidos ahogados por su propia polla le daba una sensación deliciosa en su parte baja. Jadeaba y se retorcía sintiendo sus piernas comenzar a flaquear.
La increíble felación que le estaba haciendo Gustabo junto a la exquisita imagen que tenía de verlo auto complaciéndose era demasiado. Su cuerpo no iba a soportar más.
El calor en su vientre se incrementó, queriendo descargar toda la excitación que tenía en ese momento.
—Gusta... ah... ¡me corro!. — avisó y de inmediato el rubio detuvo sus movimientos sacando la erección de su boca.
El de ojos bicolor gruñó por la repentina acción sintiendo un gran vacío en su estómago y una sensación amarga en la boca.
—Aún no quiero que te corras. — se levantó observando que el de cresta lo miraba molesto por la abrupta interrupción de su orgasmo. Rió por lo bajo sintiéndose culpable y con la intención de tranquilizarlo lo tomó por las mejillas comenzando a repartir besos por todo su rostro. Lo vio sonreír y eso bastó para que el ambiente entre los dos se recompusiera.
Obviamente aquello no había terminado aún, el rubio todavía acalorado y deseoso lo agarró ahora por sus hombros anchos y con cuidado de no hacerlo tropezar lo empujó hasta dejarlo apoyado en la mesa que se hallaba en medio de la sala. Le quitó el pantalón tirándolo en algún lugar y volvió a poseer sus gruesos labios con lujuria y desespero, jugando con su húmeda lengua tragando su saliva tibia y dulce.
El menor se impulsó hacia arriba para sentarse sobre la mesa y disfrutando de la adictiva y caliente cavidad bucal de su novio lo tomó por la camisa jalándolo hacia arriba tumbándose con él sobre su cuerpo encima de la mesa tirando al suelo la pequeña lamparita que había en ella junto con unas cuantas libretas.
Se besaban como si no hubiera un mañana manchando la comisura de sus bocas y sus mejillas con la saliva de ambos mezclada en ellas, haciendo ruidos de gusto mientras sus manos recorrían con ansia el cuerpo del contrario sintiendo la temperatura al rojo vivo.
Se deseaban, se amaban, se necesitaban. No eran muchas las veces en las que habían hecho el amor pues su relación aun no tenía mucho tiempo de haberse formado, pero cada una de ellas era una experiencia inolvidable que quedaba grabada para siempre en la piel de ambos amantes.
Se separaron agitados con las mejillas completamente rojas, chocando sus alientos en el rostro del otro, mirándose a los ojos con extrema lujuria y creciente deseo el uno por el otro.
—Gustabo, t-te necesito adentro ya, amor... hazme tuyo te lo suplico. — le dijo impaciente y sintiendo su piel arder, no podía esperar más, quería sentirlo dentro de su cuerpo.
El rubio también al borde de su locura, se bajó de la mesa y jalándolo por sus piernas lo dejó recostado al borde de esta separando sus extremidades acomodándose entre ellas.
Dejó caer un poco de saliva por sus labios entre los glúteos del menor y agarró su propia erección guiándola justo hasta la entrada del de cresta.
—Aquí voy. — suspiró y metió de golpe su falo en la entrada estrecha de su novio sosteniéndolo por sus muslos. Ambos gritaron al mismo tiempo sintiéndose llenos uniendo sus cuerpos en uno solo.
El deseo lo tenían a flor de piel así que sin preámbulo el mayor comenzó a embestirlo con rapidez moviendo ágilmente sus caderas. Ambos gemían de placer cerrando sus ojos queriendo captar aún más las sensación de tenerse el uno al otro.
—¡Más, más rápido más!. — lo escuchó suplicar y cumpliendo sus demandas aumentó sus embestidas levantando las piernas dejándolas apoyadas en sus pálidos hombros, clavó las uñas en la piel de sus gruesos y tensos muslos sintiéndolo ahora más apretado por el cambio de posición.
Horacio deliraba de placer. No había nada mejor en este mundo que tener sexo con la persona que amabas y había comprobado dicha teoría en su propia carne.
Tener a Gustabo sobre él, sintiendo su dura polla en su interior lo enloquecía. Saber que era él quien le estaba haciendo el amor era suficiente para tenerlo completo y más que satisfecho.
—¿T-te gusta amor?. — le preguntó el rubio mientras jadeaba y sentía el sudor correr por su frente.
—¡Me encanta!, ¡n-no pares!, ¡no pares!. — arqueó su espalda pasando sus uñas por encima de la madera dejando pequeñas marcas en ella.
—Jamás... — lo tomó por la cadera profundizándose más en su interior sin disminuir en ningún momento su ritmo, la mesa tambaleaba bajo sus cuerpos. Pensó que incluso llegarían a romperla.
Ambos hombres gritaban con descaro importándoles poco el lugar en donde se encontraban y lo que era obvio, donde no debían estar haciendo aquello.
Gemían, jadeaban, gruñían, gritaban. Aquella estancia se llenó por completo con sus voces.
Sus cuerpos se encontraban cubiertos de sudor y por sus mejillas sonrosadas corrían lágrimas de placer que no podían detener.
Horacio bajó sus piernas y rodeo la cintura de Gustabo apretándola con ellas queriendo más contacto con su piel. Sintió como el miembro de este alcanzó su próstata a la par que tomaba su erección sedienta de atención para masturbarlo con la misma velocidad con la que lo penetraba.
—¡Gustabo, Gustabo!. — con eso fue suficiente para sentir que el alma se le salía del cuerpo, arqueó su espalda subiendo su pecho cuando el tan ansiado clímax comenzó a golpearlo.
—¡Horacio!. — gimió su nombre sintiendo como las paredes del interior del de cresta se apretaban deliciosamente en su dureza. —¡Me corro!. — dio las últimas embestidas y descargó todo su esperma caliente dentro de su amado.
Sin avisar, el más alto se corrió eyaculando una gran cantidad de semen que escurrió por los dedos del rubio y su propio vientre incluso alcanzando su pecho. Al llegar al clímax lanzó un grito tan alto que incluso asustó a Gustabo quién deteniendo poco a poco sus movimientos lo miró curioso.
—¡Wow! Eso sonó increíble eh. — su voz sonaba entrecortada por el cansancio, llevó su mano empapada del liquido blanquecino del chico a su boca limpiándola con su propia lengua. Podía jurar que el alarido de su compañero se había escuchado por todo el edificio.
El cuerpo de Horacio temblaba en demasía, la cara le ardía y gotas gruesas de sudor y lágrimas corrían por su rostro. Su mente se desconectó entrando en un trance fascinante. Era la primera vez que le pasaba aquello, su orgasmo fue tan fuerte y tan extenso que sintió que se iba a desmayar en ese momento, y así fue...
El rubio ya con su mano limpia y hallándose agotado salió de su interior y se separó un poco de él suspirando tratando de regular su respiración.
Se quedó paralizado cuando vio como el cuerpo del mayor se deslizaba solo hacía atrás cayendo de la mesa y haciendo un ruido sordo contra el suelo.
—¿Qu-? ¡¿Horacio?!. — aterrorizado rodeó la mesa encontrándose con el de cresta desmayado tirado en el suelo con los brazos abiertos. —Pero... ¿Horacio?. — se hincó en el piso llamándolo y sacudiéndolo un poco buscando que reaccionara. Llevó las manos a su cabeza completamente asustado al ver que este no abría los ojos.
—Me... ¿me lo acabo de cargar?. — saltó en su lugar cuando escuchó unos pasos acercándose apresuradamente a la sala de interrogatorios. —¡Mierda!. — desesperado buscó con la mirada la chaqueta de su pareja y agarrándola rápidamente limpió con esta los restos de semen que tenía el menor sobre su vientre y pecho.
Se enderezó inmediatamente tratando de subirse los pantalones y justo cuando se los estaba acomodando la puerta se abrió de golpe entrando por esta Conway apresurado.
Él y Michelle se encontraban tranquilamente hablando sobre el caso de la mafia que llevaban siguiendo actualmente cuando de repente escucharon un grito que los alarmó y con prisa comenzaron a buscar de donde había provenido.
—¡¿Pero qué cojones?!. — la escena era sencillamente increíble. Vio a su propio hijo con la ropa desacomodada, con el cabello desarreglado y luchando por abrocharse los pantalones pero lo que más le impactó fue encontrarse a Horacio en el suelo desnudo de la cintura para abajo. —¿Gustabo que coño pasó aquí?. — no entendía nada, lo que tenía frente a sus ojos era surrealista.
—Eh... umm... m-mejor no preguntes, llama una ambulancia Horacio no despierta. — nervioso sin saber que contestar se agachó tomando el pantalón de su pareja comenzándoselo a poner. No podía dejar que llegara al hospital en esa condición.
—Joder, ¡Michelle! ¡llama una puta ambulancia!. — vio a la mujer llegar corriendo hasta su lugar.
—¿Qué pasó?. — confundida sacó su teléfono empezando a marcar a la línea de los EMS.
—No preguntes, no querrás saber... yo tampoco quiero saber. — pasó una mano por su cabello y cuando vio al de cresta ya vestido se acercó a él y ayudó al rubio a cargarlo hacia afuera de la habitación.
—Joder como pesa. — dijo soltando al menor con brusquedad en uno de los sillones del hall de la sede.
—Si y como le pesan las piernas, todavía tengo los brazos acalambra-... — se calló cuando el de cabellos grisáceos le lanzó una mirada gélida.
—Ya están en camino. — informó Michelle aún extrañada con toda esa situación.
A los pocos minutos una ambulancia arribó al lugar llevándose los paramédicos al de cresta hasta el hospital.
Gustabo, Conway y Michelle iban juntos en un auto siguiendo la ambulancia.
El rubio arrugó entre sus dedos la chaqueta azul de su pareja que por algún motivo se negó a soltar. Estaba nervioso, ¿cómo explicaría que todo esto había pasado cuando Horacio y él estaban teniendo sexo?
Su cara comenzó a ponerse roja de la vergüenza que sentía, se negaba a pasar tal humillación. Miró por la ventana del coche.
¿Y si saltaba del vehículo y escapaba de ahí? No era tan mala idea, unos cuantos raspones no lo matarían.
O simplemente podría actuar haciendo que no sabía tampoco que le había ocurrido a su compañero.
Pero hacer aquello era muy bajó aún hasta para él, pues le dejaría entonces todo el problema a Horacio solo y no era justo.
—Gustabo vas a explicarme ¿Qué le pasó a Horacio?. — el mayor quien estaba conduciendo miró al rubio por el retrovisor quien se tensó en su lugar ante la pregunta. Claro que Conway sabía de sobra que esos dos no estaban precisamente jugando al tetris. Pero no entendía el estado del de cresta ¿qué había pasado para que perdiera el conocimiento?.
—Estábamos hablando y como que le dio un bajón de azúcar. — mintió terriblemente sintiendo el cerebro seco. Generalmente solía encontrar las palabras correctas para convencer a las personas pero ante aquella posición no lograba conectar sus neuronas.
—¿Hablando desnudos?.
—Bueno, es que así nos comunicamos mejor. — escuchó como la mujer de cabellos naranjas del asiento a su lado bufó tratando de aguantarse la risa.
El mayor de lentes oscuros suspiró aparcando el auto en el estacionamiento.
Llegaron al hospital, los paramédicos dejaron a Horacio en una de las camillas de la sala de emergencias. Una enfermera le hizo el chequeo inicial y simplemente lo canalizo conectándolo a una bolsa de suero para que subieran sus niveles de glucosa.
Michelle se quedó en la sala de espera mientras que Gustabo y Conway se quedaron al lado del menor. A los pocos minutos llegó una doctora de cabellos rojizos que revisó a Horacio y viendo que no se encontraba en ningún tipo de peligro lo dejó aún inconsciente en la camilla.
—¿Doctora estará bien?. — preguntó preocupado el rubio.
—No se preocupen, por el momento no es grave, por lo que veo se le bajó la presión arterial y puede despertar en cualquier momento, pero todo lo demás está estable. — explicó aliviando a los dos hombres. —Aún así hay que hacerle exámenes y mantenerlo vigilado pues aunque se muestre estable este tipo de desmayos pueden derivar a una afección grave en los pacientes.
Gustabo suspiró no sabiendo muy bien que pensar en el momento. Si lo que pasaba con Horacio había sido cosa del momento o si era algo más... sintió miedo ante eso.
—Necesito saber en qué circunstancias se encontraba cuando se desmayó, para saber como proceder con él. — miró a ambos hombres buscando una respuesta.
El de ojos azules se quedó de piedra. Precisamente esa era la pregunta que quería evitar contestar. Sintió de nuevo las mejillas calientes y trató de esconder un poco su rostro en la prenda de su pareja.
—Habla Gustabo, tu eras el que estaba con él. — picó cruzándose de brazos esperando una contestación al igual que la mujer.
—Eh... — maldijo por lo bajo al entrometido de su padre y con nerviosismo trató de pensar en algo. —Se resbaló y se golpeó la cabeza quedándose muñeco, es que es bastante gilipollas.
—¡Y una polla!. — le gritó sabiendo que estaba mintiendo.
—Señor no grite por favor, estamos en un hospital. — regañó la doctora haciendo que el rubio sonriera burlón.
Los tres se giraron de inmediato hacia el menor escuchando como soltaba un quejido y se removía sobre la camilla.
—Cállese viejo. — dijo de repente con molestia por el ruido a su al rededor logrando que Gustabo soltara una sonora carcajada.
—¿Cómo que viejo? Capullo. — se acomodó los lentes oscuros viendo como el chico comenzaba a abrir los ojos lentamente.
—Horacio. — el rubio se acercó a su lado tomando una de sus manos entre las suyas pudiendo observar como esos hermosos ojos de colores finalmente lo miraban.
—Gustabo... — parpadeo varias veces enfocando el rostro de su amado, luego comenzó a mirar hacia todos lados no entendiendo en donde se encontraba. —¿Dónde estoy?. — preguntó aún desorientado. El más bajo suspiró tranquilo al escucharlo decir su nombre.
—En el hospital... te desmayaste mientras te duchabas. — volvió a mentir haciendo que la doctora a su lado enarcara una ceja.
—Eso no fue lo que me acabas de decir.
—No me acuerdo. — chasqueó la lengua ya harto de la situación. —Horacio ¿recuerdas lo que pasó antes de que te desmayaras?.
El le cresta lo miró por unos segundos tratando de recordar.
—No muy bien... ¿estaba contigo?. — chistó aún sin poder aclararse, todavía se sentía algo aturdido.
—Estábamos juntos. — el rubio hizo énfasis a la última palabra buscando que el menor lograra recordar lo que había pasado. Así sería más fácil para él poder explicarlo.
—Ah... y-ya me acordé. — dijo por lo bajo llegando de inmediato las imágenes en su cabeza de la increíble sesión de sexo que había tenido con Gustabo. Sus mejillas se sonrojaron.
—¿Y bien?. — volvió a preguntar la mujer impaciente.
Gustabo al ver que su pareja no se dignaba a hablar resopló con fastidio.
—Estábamos teniendo relaciones. — murmuró entre dientes decidido por fin a contar la verdad. Estaba creándose un drama y alargando de más la situación.
—¿Disculpe?. — la mujer se acercó al rubio e hizo una mueca de extrañeza no pudiéndole entender. El mayor volvió a repetirlo inaudible, aún sin éxito de ser escuchado. —¿Puede repetir? No lo escucho.
—¡Que estábamos teniendo relaciones!. — gritó Horacio por él ya harto de la escena lamentable que estaban dando. Para su mala suerte un par de policías habían acabado de entrar a la sala de emergencias, uno de ellos teniendo una herida en el hombro. Se quedaron observándolos al escuchar al de cresta. Nervioso miró de reojo al mayor.
La cara de Gustabo era un poema.
Su rostro se encontraba completamente rojo, queriendo en ese momento que la tierra se abriera y se lo tragara.
—Joder... — susurró el de lentes oscuros sintiéndose incómodo en el lugar.
La doctora comprendiendo todo tomó una libreta y un bolígrafo de una de las mesitas de la sala comenzando a escribir en el papel.
—Horacio ¿tu desmayo ocurrió durante el acto sexual o después del orgasmo?. — empezó a cuestionar. Desgraciadamente aquello no había terminado.
El de cabellos blancos sintiéndose avergonzado recordó su última escena con Gustabo donde al llegar al clímax había perdido el conocimiento.
—C-cuando me corrí. — respondió en voz baja. El rubio a su lado buscaba con la mirada alguna jeringa o bisturí queriendo con todas sus fuerzas clavárselo en su propio cuello.
—Osea que en vez de venirte, te fuiste. — comentó de repente apacible el hombre mayor ganándose una mala mirada por parte de los tres presentes
—¡¿Conway se puede largar mejor de aquí?!. — el ambiente se hacía cada vez más embarazoso.
—¿Y tu crees que para mi está de puta madre escuchar las aventuras sexuales de mi hijo?.
—¡Pero si es usted el que se quedó aquí escuchando todo viejo verde!. — atacó mirándolo con el ceño fruncido. Se quejaba de aquello pero seguía entrometiéndose en algo que no le correspondía.
—¡¿Cómo que viejo verde?! ¡Respétame Gustabo!. — molesto por su altanería encaró al de ojos celestes.
—¡En todo caso estamos envueltos en esta mierda por culpa de Horacio!. — señaló al mencionado.
—¡¿Cómo que mi culpa?!. — abrió los ojos con sorpresa sintiéndose indignado con el rubio. —¡Si estoy aquí es porque tu me dejaste así Gustabo!. — le devolvió el ataque sentándose en la camilla ya sintiéndose mejor.
—¡¿Mi culpa?! ¡cómeme la polla!. — se volteó hacía el de cresta bufando y cruzándose de brazos.
—¡Si quieres te la como aquí mismo!. — lo jaló de la camisa acercándolo contra sus piernas mientras reía para sus adentros, admitía que aquel escenario estaba tornándose bastante divertido.
—¡Pues perfecto!. — el rubio aguantando la risa le siguió el juego a su chico poniéndose las manos en el pantalón.
—¡Son un par de gilipollas, anormales!. — se metió en medio separándolos. —Ya basta de estas gilipolleces.
La doctora ya cansada de aquellos hombres decidió permanecer en silencio esperando a que en cualquier momento se rindieran y dejarán de comportarse como unos niños de preescolar. Suspiró con desgano y vio como los policías que se encontraban en una camilla cerca de ellos, se estaban carcajeando con aquella lamentable escena mientras sostenían sus teléfonos en las manos probablemente grabando todo.
—Por favor no hagan eso aquí. — comunicó a los oficiales llamando la atención de los tres hombres a su lado.
—¡Venga ya tenemos a los payasos de turno! ¡grábenme la polla hijos de puta! A que los degrado. — les amenazó el más bajo acercándose a los agentes que se quedaron paralizados al hallarse descubiertos.
—¿No es lindo?. — suspiró quedamente observando como su novio les gritaba e insultaba de todas las formas posibles a aquel par de hombres. Conway miró a su hijo y luego volvió su mirada al de cresta.
—Estas mal de la cabeza.
Ya después de un buen rato de pesadilla, Horacio recibió su alta. Acatando las recomendaciones sobre su estado de salud, entendiendo el por qué le había sucedido aquello. La joven doctora le explicó que se trataba solo de un bajón de presión arterial que tuvo al haber tenido un fuerte orgasmo. Aún le sorprendía haber terminado en un hospital simplemente por algo tan común como lo era el sexo.
Afortunadamente no había sido nada grave pero si volvía a pasarle tendría que acudir inmediatamente al médico.
Miró al asiento de su costado a Gustabo, quien permaneció todo el trayecto en silencio. Mordió su labio inferior sintiéndose repentinamente caliente.
Que tan bueno había sido aquel rubio para haberlo mandado a un hospital por una buena sesión de sexo. Ni siquiera debería sentirse tan acalorado si por aquello había afectado de cierto modo su salud.
Se bajaron los tres masculinos del coche en la entrada de su casa.
—Los dejo aquí, no quiero que vuelvan a hacer tonterías y menos en el lugar donde trabajamos. Si fuera su jefe ya los hubiera mandado a tomar por culo. — tomó un cigarro de su cajetilla llevando el objeto delgado a sus labios para encenderlo después con el mechero.
—Pero no lo eres, entonces no pasa nada. — el más bajo se encogió de hombros tomando la mano de su pareja. —Entramos a la casa, tengo que seguir follando a Horacio. — quiso molestar por última vez en el día al mayor de cabellos grises, ladeo su cabeza esquivando el mechero que le había arrojado.
—Me cago en tu puta madre. — los vio alejarse a ambos mientras se carcajeaban entrando por la puerta de la casa del de cresta. Se inclinó tomando el mechero del suelo dirigiéndose de nuevo al vehículo con Michelle esperándolo dentro.
Se tiró de espaldas a la cama agotado, había sido un día bastante largo y fuera de serie, sintió a Gustabo recostándose a su lado en el colchón, sus ojos chocaron con los suyos quedándose un par de minutos solo observándose en silencio.
—Lo siento. — el rubio fue el primero en romper el silencio. El de cresta enarcó una ceja.
—¿Por qué te disculpas?. — llevó su mano a sus cabellos rubios tomando un pequeño mechón enredándolo en su dedo.
—Tal vez si fue mi culpa lo que te pasó.
Horacio lo miró con ternura entornando los ojos y deslizándose más cerca de su cuerpo.
—No fue tu culpa, solo pasó, no pasa nada Gustabo. — tomó delicadamente las mejillas pálidas del chico entre sus manos y depositó un suave beso en sus labios.
El rubio se enderezó subiéndose a horcajadas encima de él, colocando sus piernas a los costados de su cintura. El menor lo miró curioso desde abajo.
Se dobló acercando su rostro a ese grueso y delicioso cuello, rozando con su nariz la piel de este. Los vellos del menor se erizaron.
—Gustabo. — lo llamó susurrando en su oído. —¿quieres enviarme al hospital de nuevo?. — sonrió cuando lo sintió tensarse sobre él.
—Tienes razón, perdón. — decepcionado y con la intención de retirarse de encima, el más alto lo sujetó del brazo tirándolo a la cama cambiando de posiciones ahora el moreno estando sobre él.
—¿Por qué tan cachondito hoy bebé?. — hizo un pequeño movimiento con su cadera sobre las del rubio consiguiendo un pequeño jadeo de su parte.
—Porque tu me pones así. — clavó sus orbes en los bicolores de su hombre mirándolo con intensidad.
Horacio embelesado con aquellos zafiros brillantes, se hincó besando con delicadeza la comisura de sus labios. Comenzando un vaivén lento sobre sus caderas que poco a poco fue haciendo que ambas erecciones despertaran, sacando pequeños jadeos de sus labios al sentir la dureza del otro.
Se alzó quedando ahora sentado sobre los muslos del rubio llevando sus manos al pantalón de este. Un suave sonido salió de sus labios cuando le bajó el pantalón y su ropa interior liberando su miembro rosado que no tardó en ser manipulado por el menor.
Empezó primero en un vaivén lento de sube y baja en la erección para luego introducirlo en su cavidad bucal, pegándolo contra el interior de su mejilla lo succionó aumentando poco a poco la velocidad contorneando con la punta de su lengua el glande rojizo del mayor.
Gustabo gemía suavemente a la par que acariciaba los cabellos blancos del más alto incitándolo a que no se detuviera.
Saboreó hasta el último rincón de su falo deleitándose al sentir como el de ojos azules se estremecía bajo él alzando su pelvis. Jadeo su nombre al liberar su semilla en el interior de su boca, tragando todo suspiró gustoso por lo delicioso que era el semen de Gustabo.
—Te quiero adentro bebé. — se enderezó limpiando la comisura de sus labios, lo miró deseoso desabrochando su propio pantalón.
—Horacio espera. — aún agitado por su reciente orgasmo detuvo sus manos, el menor lo miró curioso. —No creo que sea buena idea... acabas de salir de un hospital precisamente por esto. — explicó mirándolo con preocupación, Horacio frunció los labios.
—Estaré bien... Gustabo, por favor, te necesito ahora.
Vio sus ojos suplicantes, suspiró, realmente temía que le volviera a ocurrir lo mismo de esa mañana. No quería ser el culpable de que terminara de nuevo en la cama de un hospital.
—Me acabas de decir que si yo quería volver a enviarte al hospital. — rodó los ojos cuando lo vio quitarse los pantalones.
—Fue una broma... ¿en serio me vas a hacer rogarte por sexo Gustabo?. — se acercó acariciando sus mejillas.
—Es tentador, pero no quiero eso, solo no quiero lastimarte. — mordió su labio cuando se empezó a acomodar frente a él dándole la espalda poniéndose en cuatro sobre el colchón queriendo provocarlo.
—Por favor amor, por favor. — rogó de nuevo acariciando con sus propias manos sus bien formados glúteos.
—Joder. — no resistiéndose más se acercó tomando sus caderas pegándolas contra su pelvis, atrapó su excitación en la mano y la guío hasta ese círculo rosado que pedía a gritos su atención. Sin más, se introdujo despacio en el hasta el final, arrancándole a ambos un suspiro al unirse de nuevo.
Lo embistió lentamente mientras se aferraba a su cintura, siendo cuidadoso como si fuera a romperlo en cualquier momento. Jadeaban quedamente disfrutando de aquella suave unión.
El rubio se inclinó hacia él comenzando a dejar un camino de delicados besos por toda su espalda haciéndolo estremecer siempre manteniendo la misma velocidad de sus penetraciones.
El menor apoyó su frente en la almohada aferrando sus manos a la sabana encantado y enternecido con la delicadeza de su pareja.
—Te amo. — le susurró de repente cerca de su oído. Lo sorprendió sacándole un pequeño escalofrío, sus ojos se cristalizaron y las lágrimas se comenzaron a agolpar en ellos.
Era la segunda vez que Gustabo le decía aquellas palabras, pues sabía que el rubio no solía ser muy expresivo en cuanto a sus sentimientos. Podía ser cariñoso pero odiaba ser cursi. Aún así lo amaba, lo amaba tal como era.
—Yo... yo también te amo Gustabo... no sabes cuanto te amo. — Aún con las lágrimas cayendo por su rostro sintió el orgasmo cerca. Hundió sus uñas en la almohada y cerró sus ojos con fuerza, se corrió sobre las sábanas gimiendo el nombre de su amado, él por su lado aún embistiéndolo con lentitud se descargó en su interior llenándolo con su esperma caliente.
Se recostaron uno al lado del otro sobre la cama tratando de recuperar el aliento, el rubio acunó al más alto entre sus brazos apoyándolo en su pecho, y con sus pulgares limpió las lagrimas de sus mejillas. Sus orbes volvían a conectarse siempre y sencillamente mirándose en silencio. No necesitaban palabras pues sabían que con solo verse a los ojos podían saber lo que el otro estaba pensando.
Se conocían, se querían y se necesitaban mutuamente, eran su mundo. Un mundo donde solo eran ellos dos, donde solo ellos existían, donde solo eran Gustabo y Horacio... siempre juntos.
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Historias Gustacio/Pogacio
Fanfictionhistorias de: @lovsscherry / 𔘓lαlα @Emil_neul / Emil Neul Derechos a su respectivos creadores