Esa noche durante una simple cena todo se salió de las manos
Sus ojos bicolores brillaron maravillados observando los copos de nieve llover a través de su ventana, cubriendo de un hermoso manto blanco los árboles y calles, extendiéndose majestuosamente sobre el pavimento cual alfombra de marfil.
Acomodó de nuevo su bufanda y sonrió contra la tela. Apreciaba con todo su corazón aquella pieza, no era algo muy costoso, ni tampoco tenía un diseño en especial. Lo más importante para él era la persona la cual se la habría obsequiado.
Era el primer regalo que había recibido de su mejor amigo Gustabo, después de haber permanecido muchos años separados.
Al principio no se extrañó demasiado al recibir un presente de su parte pues desde que eran niños, se había acostumbrado a que el rubio le regalara cualquier cosa que pudiese conseguir en épocas navideñas sin ninguna falta. Pero al ser el primero después de tanto tiempo lo hacia sumamente especial, tanto que al sostenerla en sus manos días atrás, no pudo evitar que las lágrimas resbalaran sin permiso por su rostro y sollozara en el hombro de Gustabo por un buen rato mientras este reía y le daba unas cuantas palmaditas en la espalda tratando de calmarlo.
—¿Nos vamos ya?. — preguntó el rubio sacándolo de sus pensamientos. Despegó su vista de la ventana.
Sonrió burlón al notar como su amigo tiritaba por el frío. Se le hacia bastante curioso el hecho de que Gustabo fuese tan débil con el clima frío siendo alguien que desde muy pequeño para su desgracia tuvo que dormir en las calles.
—¿No vamos a esperar al viejo?. — miró la hora en el reloj que colgaba de la pared de la sala.
Habían acordado esa noche asistir a una cena a la cual los federales fueron invitados por el comisario de la LSPD; Kovacs. Conway aceptó por cortesía, Horacio se animó con la idea y por el contrario, Gustabo en reiteradas ocasiones rechazó la invitación. Según el rubio el mejor plan era pasarlo acurrucado en su tibia cama viendo películas o junto a la chimenea de su casa comiendo chucherías.
Al final terminó rindiéndose gracias a la insistencia del de cresta, quien terminó por convencerlo de acudir.
—Joder, es que mira la hora que es y según venía a recogernos. — chasqueó la lengua con fastidio. —Seguro se quedó en su casa probándose ropa para al final ir con el mismo traje de siempre.
Horacio rió asintiendo con la cabeza dándole la razón al mayor.
—¿Tienes mucho frío?. — se acercó al rubio pasando las manos por sus brazos al verlo frotar sus manos heladas con insistencia en su intento de calentarlas.
—¿Tu que crees?. — desvió la mirada sintiéndose molesto al pensar tener que salir de la casa para asistir a la estúpida reunión de la cual poco le importaba.
—Yo puedo calentarte, bebé. — acercó su rostro al del contrario dejándole plantado un beso en la comisura de sus labios. Lo sintió estremecerse ante su cercanía.
Sus ojos celestes buscaron los suyos. Ambas miradas se conectaron en lo que parecieron horas, como si el tiempo se hubiese detenido. El silencio reinó en aquel lugar y podían jurar escuchar los corazones acelerados de ambos.
Aquella escena ya no era de extrañar, pues llevaba días repitiéndose a cada momento y es que ni siquiera tenía aun idea del por qué ocurría aquello, pero últimamente la tensión y cercanía con Gustabo se había incrementado.
Aunque ambos lo pensaran parecían no quererlo admitir o siquiera reparar en ello. Solamente se dejaban llevar por sus instintos para luego hacer como si nada hubiese pasado.
Tal vez era que no estaban preparados para definir lo que llevaban sintiendo o simplemente los dos eran unos cobardes y evitaban a toda costa darle un sentido a su actual extraña relación.
—Caliéntame. — susurró el de ojos azules como una invitación queriendo sentir solo un poco más del más alto.
Horacio no lo pensó dos veces para retirar con suavidad la bufanda que se enrollaba en el aterciopelado cuello del mayor. Pasó la punta de la nariz aspirando el aroma del rubio y sus labios tibios comenzaron a dejar un lento camino de besos en la piel descubierta. Lo escuchó jadear levemente, casi inaudible.
Tal vez por fin ese era el momento que llevaban esperando con ansias. Culminar lo que habían iniciado y darle rienda suelta a sus deseos escondidos.
Alzó de nuevo su cabeza abandonando su cuello y llevó ambas manos al rostro del rubio, colocando sus dedos en sus frías y sonrosadas mejillas, se acercó hasta que los alientos de ambos chocaron. Sus labios se rozaron a punto de finalmente unirse.
Se separaron de golpe cuando escucharon el sonido de la bocina del auto de Conway fuera de la casa. Se miraron y carraspearon al mismo tiempo dándose cuenta de que la burbuja que hace pocos instantes habían creado explotó de repente.
Y como ya era habitual en ellos. Fingieron que nada había ocurrido saliendo de la casa tranquilamente para encontrarse con el mayor de lentes oscuros y al subirse al auto simplemente se marcharon al lugar donde estaban esperándolos. Aunque por dentro la frustración de ser interrumpidos en su pequeño momento los carcomiera.
Arribaron al hotel donde los había citado el comisario. Aparcaron el vehículo y se adentraron en el gran y lujoso edificio subiendo el ascensor hasta el quinto piso. Horacio y Conway hacían uno que otro comentario sobre la infraestructura y decoración del lugar mientras que por su lado. Gustabo permaneció en silencio desde que habían salido de la casa.
El menor se percató de esto y comenzó a preocuparse de si había sido un error suyo el haberlo prácticamente arrastrado a un sitio donde anteriormente se había negado a estar.
Al llegar al piso pudieron observar en el salón reservado esa noche solo para ellos, la hermosa decoración navideña que adornaba cada rincón incluyendo los manteles de las mesas esparcidas por el amplio lugar.
Un joven vestido elegante les preguntó sus nombres y seguido a eso los condujo a una mesa de un tamaño más grande que las demás. Los tres hombres se sentaron juntos en la misma hilera.
Saludaron a algunos oficiales que ya estaban desde antes en el salón y el resto del tiempo solo guardaron silencio. Los dos más jóvenes de vez en cuando mirándose furtivamente para luego volver a desviar sus ojos hacía otro lugar.
Horacio suspiró tomando valor para hablarle al rubio, colocó una mano en su hombro llamando su atención.
—Gustabo ¿estas molesto?. — frunció el ceño con preocupación pero rápidamente su expresión cambió a una divertida al ver como el rubio hacía un leve puchero.
—Me vas a pagar por esto Horacio. Encima voy a estar rodeado de gilipollas toda la noche. — bufó cruzándose de brazos.
—Oye, son nuestros compañeros, respeta. — no pudo evitar reír ante el comentario. Trató de hablar más cerca del rubio para que el mayor de cabello gris a su lado no los lograra escuchar y entrometerse en la conversación.
—Me da igual. Estoy aquí por ti y me estoy muriendo de frío, así que no creas que esta no te la voy a devolver. — le amenazó mirándolo seriamente. El de cresta solo chistó irónicamente.
—No tienes huevos. — estas simples palabras bastaron para firmar su propia sentencia y la última mirada silenciosa que le lanzó el rubio fue suficiente para confirmarlo. Sabia de sobra que Gustabo no era de andarse con rodeos. Ahora tenia que sentarse a esperar con que ocurrencia le saldría afectándolo a él directamente.
El ambiente tenso que se había formado fue cortado rápidamente ante la presencia de los altos mandos de la policía. Entre ellos también encontrándose el jefe de la LSSD Armando Miller. Se acomodaron todos ocupando el mismo comedor de los federales.
Pasaron unos cuantos minutos, los camareros comenzaron a traer la comida. Empezaron a degustar los alimentos mientras la conversación sobre algunos temas del trabajo se iniciaba en aquella mesa.
Horacio comía pacientemente simplemente escuchando a los hombres pues no le apetecía mucho hablar en ese momento. Se sorprendió un poco al sentir de repente una mano posarse en una de sus piernas. Miró de reojo a su costado encontrándose con el rubio quien sin mirarlo, comía con una mano mientras que la otra se colaba por debajo de la mesa.
Comenzó a tensarse cuando la mano de Gustabo subió lentamente desde su rodilla hasta su muslo, el cual fue apretado levemente entre sus dedos. Tragó saliva cuando luego de eso sintió los dedos del rubio rozando su ingle. Confundido y en su intento de ser precavido buscó respuestas en su compañero de al lado pero este lo ignoraba fingiendo escuchar atentamente la conversación entre los agentes y su padre.
Los movimientos de Gustabo eran sutiles. Alcanzó con su mano la entrepierna del menor comenzando a acariciarla por encima de la tela. La respiración de Horacio se detuvo y su nerviosismo comenzó aumentar.
Eso tenía que ser una broma de muy mal gusto por parte de su amigo. Hacerle aquello mientras estaban en un lugar público era pasarse de la raya. Movió su pierna queriendo con esto darle a entender al mayor que se detuviera. Pero no fue así, al contrario de eso escuchó vagamente como este bajó de un tirón la cremallera de su pantalón y la sangre se le fue a la cabeza.
Si esa era su venganza por algo tan tonto, hubiese preferido mil veces haberlo dejado cobijado en su cama como él quería.
Cerró los ojos con fuerza al sentir la mano fría del rubio adentrarse en su pantalón y ropa interior. Un escalofrío recorrió su cuerpo desde la punta de los pies hasta la cabeza cuando los dedos de este palparon su miembro. Bajó su mano por debajo de la mesa sosteniendo el brazo del rubio pero tercamente seguía sin detenerse ni apartarse.
Comenzaron las caricias pausadas sobre su miembro flácido que poco a poco fue creciendo y endureciéndose ante el suave tacto del de ojos azules.
Retiró su mano del brazo de su amigo y sin saber ya como reaccionar, continuó comiendo fingiéndose apacible. La situación era demasiado inapropiada pero rápidamente se dio cuenta que era la primera vez que Gustabo lo tocaba de esa manera. Y era algo que venia esperando desde hace tiempo.
Suspiró por lo bajo intentando con toda su voluntad que la excitación y la lujuria no le ganase a la cordura.
Dio un pequeño brinco en su asiento cuando la mano fría del rubio se envolvió firmemente en su erección. Se llevó un bocado a la boca masticando con más fuerza de la que debería al empezar a ser masturbado por Gustabo.
El rubio delineó con la yema de sus dedos la longitud del falo del de cresta. Continuó masturbándolo con lentitud, acariciando con su pulgar la punta de su glande y con cuidado volteó a su lado.
Una pequeña risita salió de sus labios al percatarse de las expresiones del placer contenido que hacía su amigo en su intento de no llamar la atención de los de su alrededor. Definitivamente se estaba divirtiendo a lo grande, pero su pequeño juego aun estaba comenzando.
Quiso intentar algo más osado y de golpe aumentó el vaivén en el falo del menor. Casi escupe la bebida que se había llevado a la boca cuando un gemido bastante audible escapó por los labios de este.
Horacio rogaba que la tierra se abriera y se lo tragara en ese maldito momento cuando todos los presentes en la mesa de inmediato dirigieron su mirada hacia él.
—Horacio ¿estas bien?. — le preguntó preocupado Armando el cual estaba sentado frente a él. El rostro del menor era poético volviéndose completamente rojo.
—S-si es que me mordí... la lengua. — se excusó rápidamente forzando una sonrisa.
Con molestia volvió su mirada al rubio a su costado y frunció el ceño viendo como este cubría su boca con su mano libre conteniendo una carcajada.
—Horacio, ahora que recuerdo. ¿Nos podrías contar un poco esa investigación que estabas llevando tu solo sobre la banda donde te infiltraste?. — se dirigió Kovacs ahora. El de cresta resopló fastidiado con poco disimulo.
—B-bueno yo... — comenzó a relatar un poco sobre el caso del cual estaba involucrado. Exhaló varias veces pero era inevitable que su voz sonara un tanto entre cortada y temblorosa, avergonzado dándose cuenta de que algunos comenzaron a mirarlo extrañados. Los movimientos del rubio estaban haciendole perder la cabeza y el esfuerzo que hacia para no gemir de nuevo mientras hablaba era sobrehumano. Fue lo más breve posible y finalizó volviendo su atención a la comida.
Gustabo aprovechó que el líquido pre seminal comenzó a derramarse de la punta de la erección del menor para esparcirlo con delicadeza desde el glande hasta la base del miembro. Ayudándose con este para deslizar fácilmente la palma de su mano.
El más alto suspiró sonoramente mordiendo con insistencia sus labios, soltando el tenedor que sostenía entre sus dedos, en el plato sobre la mesa. Comenzó a mover sus piernas con nerviosismo.
No podía siquiera pensar que iba correrse en ese lugar aunque su cuerpo ya ansiaba y reclamaba su clímax.
Apretó el hombro de Gustabo consiguiendo que finalmente lo mirara y con sus ojos bicolores le rogó silenciosamente que se detuviese. El rubio pareció compadecerse y paró aquello retirando su mano de la entrepierna del menor.
Horacio bajó sus manos con disimulo por debajo de la mesa y acomodó como pudo la prominente erección dentro de su ropa interior. Con el pantalón ya abrochado, se levantó de su asiento y se disculpó con los presentes dirigiéndose apresurado al baño más cercano en el pasillo fuera del salón. No sin antes de darle un empujón por la espalda a Gustabo dándole a entender que lo siguiera.
Se tranquilizó al encontrar el baño vacío. Abrió uno de los grifos comenzando a empapar de agua su rostro. Escuchó al rubio entrar por la puerta y se giró hacia él para encararlo.
—Gustabo... ¿me explicas?. — sin perder tiempo fue al grano. En realidad no sabía si estaba realmente molesto por lo que había pasado. Seria muy hipócrita de su parte si no admitiera que le había gustado. Era un maldito guarro después de todo.
—No te hagas el indignado Horacio, si te hubiera molestado lo que hice simplemente te hubieses ido de ahí. — se cruzó de brazos enarcando ambas cejas. Vio al de cresta tartamudear sin saber que decir ante eso. Había dado en el clavo.
—Aún así... no esperaba que la primer paja que me hicieras fuese delante de todo el mundo. — se aproximó hacia la puerta del baño para ponerle el pestillo, no queriendo que alguien entrara a interrumpirlos.
—Pero bien que te gustó la paja, guarro. — suspiró acercándose al menor esquivando su mirada. —De todos modos... no fue nada, hagamos como que nada pasó.
—Ya estoy cansado de hacer como que nada pasó Gustabo. Estoy cansado de que no hablemos sobre lo que últimamente pasa entre nosotros. — colocó sus manos sobre los hombros del más bajo mirándolo con frustración.
—¿De qué estas hablando?. — quiso zafarse del agarre de su compañero mas este firmemente siguió sosteniéndolo de sus hombros.
—Sabes muy bien de que estoy hablando, Gustabo. No quieras hacerte el desentendido. — llevó una de sus manos colocándola con delicadeza en el mentón del rubio para alzar su rostro hacia él. —Mírame por favor... — le pidió con suavidad.
El rubio exhaló levemente al encontrarse con esos preciosos ojos de colores que lo observaban con intensidad. Sujetó al menor por las solapas de su chaqueta acercándolo a su rostro hasta que sus labios chocaron. Pasó saliva y cerró los ojos sintiendo la respiración acelerada del chico contra sus pómulos.
—Horacio... entre tu y yo ahora creo que sobran las palabras. — susurró contra sus labios gruesos y solo esto bastó para que el menor terminara de cortar los pocos milímetros entre sus labios uniéndolos finalmente en un beso donde con este se querían decir todo lo que pensaban y sentían.
Su necesidad por el otro era palpable, se sorprendieron de lo bien que las bocas de ambos encajaban. Sus labios moviéndose al mismo ritmo, sus lenguas acariciando el interior de sus bocas. Todo en una sincronía perfecta.
El de cresta tembló ligeramente cuando la mano del rubio se posó en su pantalón. Desunieron sus labios para tomar algo de aire solo unos cuantos segundos para volver a juntarlos.
Abrieron sus ojos lentamente conectando sus miradas saturadas de deseo. Si bien era cierto que las palabras sobraban pero sus pensamientos también se fueron al diablo, solo se quedaron con la única idea que los movía y era el simple deseo de entregarse en ese momento el uno al otro.
Prácticamente se arrancaron la ropa a tirones mientras su beso aumentaba de intensidad, tirando cada prenda en el piso de aquel baño. El frío del invierno ya no era un problema, sus cuerpos ardían ante el contacto y las caricias del contrario en ellos.
Delinearon y grabaron en la yema de sus dedos cada rincón de sus pieles calientes al punto del sofoco. Los jadeos placenteros comenzaron a hacerse más audibles.
Horacio hundió sus dedos en las caderas del mayor, juntando sus pelvis comenzaron a hacer fricción entre sus erecciones. Al poco tiempo abandonó la boca del rubio, separándose unos cuantos centímetros de su cuerpo.
Lo apoyó con delicadeza en la pared a su espalda y comenzó dejar besos por su cuello y clavícula, bajando hasta su pecho, vientre, pelvis y finalmente acuclillándose tomando una de sus piernas sin detener su camino de besos, la besó desde el comienzo de su muslo hasta la punta de su rodilla. Volvió a subir sus labios encontrándose con el miembro del mayor dejando en este también unos cuantos besos húmedos en la punta. Lo escuchó gemir gustoso y se enderezó de nuevo volviendo a devorar sus rosados labios.
Ambos tomaron la erección del otro en sus manos, comenzaron a masturbarse mutuamente mientras enredaban sus lenguas y gemían contra sus bocas y belfos ya hinchados.
A los pocos minutos sus miembros palpitantes y lubricados con sus propios líquidos transparentes parecían querer aun más. Sin detenerse en su vaivén se miraron a los ojos y lentamente se separaron.
—Horacio...
—Déjame hacerlo a mi... por favor. — lo vio asentir lentamente y algo nervioso ante su siguiente paso, sujetó firmemente los muslos del rubio. Al ser un poco más bajo y pequeño que él fácilmente pudo levantarlo del piso alzando sus piernas hasta la altura de su cadera. El mayor enredó rápidamente sus piernas en esta para sostenerse, repitiendo la misma acción abrazándose en el cuello del más alto.
Horacio tomó en su mano su propia erección comenzando a alinearla con la entrada de Gustabo aguantando con su otra mano el peso de este colocándola en sus glúteos.
Ya con su miembro lubricado comenzó a adentrarse lentamente en la entrada del rubio sintiendo como su estrecha calidez lo abrazaba abrumándolo por completo.
—J-joder Gustabo eres muy estrecho. — comentó finalizando por adentrarse en su círculo rosado, sosteniendo ahora con ambas manos los muslos del mayor quien sin contestar dio un pequeño empujón contra sus caderas.
Entendiendo el mensaje, Horacio comenzó un lento vaivén de atrás a adelante acostumbrándose poco a poco a las paredes apretadas del de ojos azules.
De nueva cuenta buscaron con sus ojos la mirada del otro quedándose clavadas en ellas. Ambos sabían que en ese preciso instante no solo estaban uniendo sus cuerpos sino también sus almas.
El de cresta aumentó poco a poco sus penetraciones, gimiendo ambos contra el cuello del otro, queriendo acallar sus sonidos ya que no podían olvidar el lugar en donde se encontraban y alguien podría escucharlos.
—Más, más rápido. — pidió Gustabo comenzando a impacientarse mientras recorria con sus dedos la piel morena de la espalda del más alto.
La poca cordura que aun quedaba en ellos se esfumó rápidamente cuando el menor aceleró el ritmo en sus caderas. El sudor comenzó a escapar por sus poros haciendo que el choque de pieles comenzara a resonar entre las paredes del baño. El placer que ahora sentían ambos era inmenso, el cielo no era nada comparado con aquello.
Sin poder evitarlo los gemidos de ambos chicos empezaron a aumentar.
—Gustabo... — jadeó en su oído temblando ligeramente mientras clavaba sus uñas en la tersa piel de sus muslos. —Quiero gritar. — admitió sin disminuir en ningún momento sus penetraciones. Al escucharlo, en los labios del rubio se formó una media sonrisa.
—Joder... ya que coño. G-grita entonces. — el rubio hundió sus dedos en los anchos hombros del menor impulsándose en ellos comenzó a mover sus caderas al mismo ritmo de su compañero. Este gruñó complacido y por fin dándole rienda suelta a su lujuria comenzó a gemir y gritar el nombre de aquel precioso hombre que tenía entre sus brazos.
Sus estocadas variaban entre lentas y profundas a rápidas y cortas. El mayor de ojos celestes enredó sus dedos en las hebras blancas del menor comenzando a sentir los espasmos del orgasmo aproximándose. Los gritos de ambos se entremezclaron con el sonido de sus pieles al chocar creando una hermosa sinfonía que disfrutaban sin duda alguna escuchar.
—¡Horacio, Joder!. — echó su cabeza para atrás pegándola de la pared apretando sus parpados con fuerza. —¡Me corro ah... me corro!.
El menor al escucharlo aumentó sus estocadas profundizándose más en la entrada del rubio cerrando también sus ojos con fuerza escondió su rostro en su blanquecino cuello.
—¡Gustabo, Gustabo!. — sin pudor alguno gritó su nombre sintiendo como las paredes cálidas de su compañero se cerraban en su falo. El clímax lo golpeó intensamente, se derramó por completo dentro de Gustabo liberando aquella excitación y lujuria contenida desde hace mucho tiempo.
El rubio por su lado igualmente gritando su nombre se corrió derramando su semen caliente y espeso sobre los vientres de ambos.
Respirando agitados y aun con los espasmos del orgasmo se aferraron el uno al otro sintiendo como sus piernas flaqueaban. Con sumo cuidado Horacio se sentó lentamente en el piso sosteniendo firmemente el cuerpo de Gustabo sin dejarlo caer por sus brazos temblorosos, lo acomodó en su regazo aun sin salir de él
Pasó sus dedos por el vientre del rubio, untándolos un poco del esperma de este, seguido a eso llevó los mismos dedos a su boca queriendo probar y saborear su néctar.
Se observaron en silencio juntando sus frentes cubiertas de sudor buscando calmar un poco sus alientos y corazones acelerados.
—Gustabo... yo... — comenzó a hablar el menor pero fue acallado rápidamente cuando unos dedos se posaron en sus labios.
—Te dije que entre nosotros sobraban las palabras. — retiró sus dedos y acarició con suavidad su cresta ya desordenada. —Con lo que hicimos fue suficiente para decirnos lo que queremos ¿verdad?. — le preguntó volviendo a clavar sus orbes en él.
Horacio aun con su frente unida a la del rubio asintió lentamente dándole la razón. Volvió a besarlo de nuevo haciéndolo ahora con dulzura, acariciando con sutileza sus pálidas mejillas.
Se levantaron del suelo poco a poco y sin mucho afán se vistieron de nuevo. Se abrazaron un buen rato acariciando la espalda del otro.
Era verdad que para ellos no era necesario extenderse con las palabras cuando desde hace años se conocían tan bien que sus solas acciones bastaban para trasmitir aquel amor que se tenían. Un amor que abarcaba en todos los sentidos con un distinto significado en cada uno pero a fin de cuentas es lo que era.
Se alarmaron cuando escucharon golpes provenir de afuera de la puerta del baño. Se habían dejado llevar por su momento en vez de haberse ido del lugar. Se miraron asustados para a los pocos segundos soltar una carcajada nerviosa no sabiendo si quiera ahora lo que harían al hallarse descubiertos.
—Primero me haces una paja con todos los policías de la ciudad presentes y tu padre y luego tenemos sexo en el baño de un hotel. — suspiró resignado. —¿Por qué todo lo que hacemos es así?. — cuestionó con una sonrisa irónica en su rostro.
—¿Qué esperabas? Somos Gustabo y Horacio. Nada que provenga de nosotros puede ser normal. — rió por lo bajo, agarrando de la mano al de cresta blanca. Ambos tomaron aire al mismo tiempo y se dirigieron a la puerta del baño quitando el pestillo.
Alguna excusa tonta se les ocurriria. después de todo eran ellos. Siempre saliéndose con la suya, estando juntos no había problema ni obstáculo que no pudiesen superar.
Y después de esa noche su unión se hizo más profunda, definitivamente no existiría nada ni nadie que pudiese en contra de esos dos.Nice Add to Favorite
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Historias Gustacio/Pogacio
Fiksi Penggemarhistorias de: @lovsscherry / 𔘓lαlα @Emil_neul / Emil Neul Derechos a su respectivos creadores