💊 Olvido 💊:Pogacio

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"Te voy a hacer el am0r y luego te voy a dar la pastilla" 


—Tu... No eres Gustabo, ¿verdad? —preguntó Horacio cerrando la puerta del coche.

El mencionado, quien se bajó primero del vehículo, se volteó hacia él mirándolo con un brillo en los ojos que inspiraba terror pero de inmediato desapareció, fue reemplazado por una sonrisa que, más que calmarlo, lo puso más nervioso.

—¿Qué dices? Soy yo, Gustabo —aseguró sin dejar de sonreír mientras acomodaba la corbata de su lujoso traje.

—Te conozco —admitió—. Desde que apareciste supe identificarte, sabía cuando intentabas engañarme tratando de convencerme de que eras Gustabo. Conozco a ese chico desde niño, es imposible que pueda confundirlo, pero eso ya lo sabes. ¿No... Pogo?

Durante esas semanas muchas cosas habían cambiado, una de ellas era Gustabo. Algo raro le estaba pasando, se comportaba callado y formal como si intentara ocultar algo. En ocasiones agregaba una "s" al final de palabras que no la necesitaban. Y solo conocía a una persona que hacía eso.

El rubio permaneció en silencio durante un buen rato. Finalmente, soltó una leve risa que ocasionó que los vellos de Horacio se pusieran en punta, una ancha y espléndida sonrisa se dibujó en el rostro de Gustabo, parecía una mueca más que otra cosa.

—¡Pogo descubierto! ¡Pogo triste! —canturreo antes de reír a carcajadas.

Horacio retrocedió por instinto estando pendiente de los movimientos del payaso. Sus peores miedos se volvieron realidad.

—Pogo —lo nombró con cierto rencor—. ¿Qué haces aquí? ¿Qué le hiciste a Gustabo?

El mencionado se balanceo en su lugar de un lado al otro.

—Gustabo está durmiendo. Todo este asunto lo tenía muy nervioso así que ocupé su lugar para ayudarlo. ¡Pogo benevolente!

—¡Devuélveme a Gustabo! —exigió frustrado. ¿Desde cuando lo había estado engañando?

El cielo rugió dando aviso de que en cualquier momento iba a llover. El rubio miró hacia el cielo con curiosidad.

—Ya te dije que está dormido, nadie le podrá hacer daño. Tal vez te deje hablar con él en algún «momentos» pero mientras estaré aquí cuidando los sueños de Gustabo —murmuró con cierta melancolía sin apartar la mirada de las nubes.

Había sido un error infiltrarse en la mafia, desde que se pusieron serios con ese tema, Gustabo empezó a lo portarse extraño. Hasta ahora no había tenido el valor para enfrentarlo y confirmar sus sospechas.

Horacio quiso gritarle pero comprendió dónde se encontraban, estaban fuera de su propia casa y los vecinos eran muy chismosos. Varios coches pasaban por la calle frente a ellos, llamar la atención sería un error.

Miró a todos lados antes de tomar el brazo del mayor con intenciones de arrastrarlo al interior de la casa. El más bajo reaccionó y lo miró con ojos vacíos, el corazón de Horacio se marchitó al ver aquella expresión de tristeza impresa en la cara de su mejor amigo, una expresión que de inmediato cambió a la sonrisa característica de Pogo.

Abrió la boca para preguntarle si estaba bien, pero antes de poder hacerlo fue el rubio quien lo tomó de la mano para ingresar al interior de aquella costosa casa blanca en la que Horacio había puesto todos sus ahorros.

Al entrar, casi de inmediato, una tormenta se desató en el exterior. Horacio cerró la puerta con llave sin intenciones de dejar salir al payaso, este lo miraba con una sonrisa ladina en el rostro.

—¿Por qué estás aquí? Tú... Te habías ido.

—Nunca me fui —admitió encogiéndose de hombros—. Pogo fue creado por una razón. He estado observándolos todo este tiempo pero me canse. Es horrible ver como tu y Gustabo son humillados día a día, por eso, Pogo esta aquí para protegerlos.

—¿En qué modo?

—Pogo sabe lo que es mejor para ustedes —dijo sin responder la pregunta.

—¿Desde cuándo estás aquí? ¿Cuándo planeas irte?

Su contrario desvío la mirada evitando hacer contacto visual a la vez que movía los brazos, no tenía intenciones de contestar.

Horacio apretó los puños hasta que los nudillos se le pusieron blancos. Había olvidado cómo tratar con él, pensó que nunca lo volvería a ver. Intentó recordar su último encuentro para hallar una forma de comunicarse con el asesino frente a él, fue un error. La última vez que había estado con Pogo fue... No, no podía distraerse. Necesitaba concentrarse y no dejarse engañar. Sacudió la cabeza intentando quitar de su mente el recuerdo de las manos del payaso contra su piel y su voz haciendo eco en su cerebro.

—Podemos hacerlo de nuevo, si quieres —ofreció el payaso relamiéndose como si supiera lo que estaba pensando.

Horacio dio un respingo y sus mejillas se tornaron rojas.

—N-no se de que me hablas ¡y no cambies el tema, devuélveme a mi amigo!

Pogo se acercó peligrosamente a él. Horacio retrocedió para mantener la distancia. Cuando su espalda tocó la fría pared de su casa el payaso acortó la distancia posando sus manos encima de su fornido pecho, deslizó sus pálidos dedos por este haciendo círculos sobre su camisa.

El silencio reino la estancia, lo único que se escuchaba era el leve sonido de los coches pasando en frente de la casa siendo casi silenciado por la lluvia que caía sin piedad sobre la ciudad.

El menor hizo ademán de apartarlo pero la mirada lastimera que le regaló Pogo fue suficiente para que no lo hiciera. Todo aquello era incorrecto, sabía que el payaso sólo estaba evitando el tema, el de cresta sabía que debía sacarle información a toda costa pero no podía abrir la boca.

—¿Acaso no estabas pensando en nuestro último encuentro? ¿Acaso no pensabas en cómo te folle o como gritabas de placer mientras te cogía?

Horacio se paralizó en su lugar. Se estaba poniendo nervioso e inquieto, intentó ocultarlo pues no quería darle la satisfacción al payaso.

—Para nada —mintió—. Eso pasó hace mucho tiempo, no quiero más.

—Sabes que es mentira. Lo deseas tanto, deseas revivir nuestros momentos carnales —susurro contra sus labios—. Primero fue Gustabo, tenías tantas ganas de repetirlo que me buscaste varias veces. Está bien, Horacio. Puedo ser quien tú quieras.

—No...

—Él también te desea. Es demasiado tímido para decirlo. Recuerda que yo estoy aquí para hacer las cosas que él no tiene valor de hacer.

Al terminar de decir esto, puso sus brazos a los lados del cuerpo contrario para evitar que escapara. Desde otra perspectiva, la diferencia de tamaño era graciosa, Horacio era mucho más alto y tenía la fuerza suficiente para apartar al mayor de un empujón, sin embargo, parecía incapaz de hacerlo.

Se quedó hipnotizado con sus enigmáticos orbes azules, aquellos ojos que siempre lo habían visto con amor cuando nadie más lo hizo.

—¿En verdad? —preguntó embobado.

—Jamás mentiría en algo que afectará a Gustabo.

Se acercó a sus labios y, siendo incapaz de alcanzarlo, tomó a Horacio de las solapas de su chaqueta jalándolo en su dirección uniendo ambos pares de labios en un tierno beso.

El menor se sorprendió y de inmediato quedó prendado de los suaves labios de su amigo. Eran dulces y cálidos, tal y como los recordaba de su adolescencia.

Su primera experiencia sexual fue con Gustabo, también la segunda. A partir de esos encuentros (o tal vez antes de ellos) quedó enamorado del rubio, quería estar a su lado y seguir teniendo sexo pero nunca tuvo el valor de expresar sus sentimientos, tenía miedo de incomodarlo.

Sin embargo, con la llegada de Pogo vio una oportunidad única ya que el payaso reflejaba los deseos más oscuros del mayor. Aprovecho esto y en más de una ocasión se acostó con él. Planeaba decirle a Gustabo de sus encuentros carnales con su otra parte, pero no se atrevió a contarlo creyendo que se molestaría. Saber que él también lo deseaba lo llenaba de dicha.

Necesitaba más. Abrió la boca pidiendo permiso con su lengua al interior del mayor, permiso que fue concedido dejando que ambas lenguas se tocaran después de mucho tiempo.

El beso subió de nivel, sus lenguas jugaban y luchaban por el control, el cual Pogo obtuvo dejando en claro que él mandaba en aquella situación.

La puerta había sido abierta, deseaba a Gustabo y ya que él también lo deseaba, no dejaría escapar esa oportunidad. Ya no importaba lo enojado que estuviera al principio, oler la colonia de Gustabo tan cerca de él lo atonto lo suficiente para que solo pensara en él. Lo necesitaba. Tomó al mayor de su delgada cintura y alzó un poco su camisa para tocar su abdomen, en ese momento Pogo se separó jadeante y lo miró a sus ojos bicolor.

—¿En verdad estas tan desesperado? —se mofo.

—Fuiste tú quien sacó el tema —recordó avergonzado.

El rubio bajó una de sus manos hasta la entrepierna del menor, donde depositó un par de caricias. Horacio jadeo ante el contacto.

—Si hacemos esto, vas a tener que tomar la «pastillas».

—¿Eh?

Pogo sacó de su traje negro dos pequeñas pastillas blancas enseñándolas con una traviesa sonrisa.

—¿Qué es eso?

–Son las pastillas que Conway nos dio —informó–. Las pastillas para borrar la memoria.

Horacio se sorprendió y miró aquellos peculiares objetos.

—¿Quieres que me trague eso? —preguntó algo asustado—¿Por qué? ¡Olvidaría todo! Es horrible.

Una sonrisa terrorífica se formó en el rostro de Pogo.

—Te lo dije: "voy a hacerte el amor y luego te voy a dar la pastilla", ¿lo recuerdas? —preguntó, claro que lo recordaba, se lo había dicho esa misma tarde logrando ponerlo nervioso—. Simple y sencillo, no puedo permitir que descubras que no soy Gustabo. Debes olvidarte de eso, Horacio. No voy a hacer nada malo, todo lo que hago es por el bien de Gustabo.

Horacio intentó retroceder pero su espalda ya tocaba la pared. Miró a Pogo con una mezcla de terror y sorpresa, ¿qué objetivo tenía cumplir sus deseos si los iba a olvidar?

El cielo rugió de nuevo, está vez más fuerte que antes.

—Solo importa el presente, Horacio —dijo como si adivinara sus pensamientos—. Vivamos este encuentro pasional. Disfrútalo y déjate llevar por que cuando terminemos vas a tener que olvidarlo. Por tu bien, por mi bien, por el bien de Gustabo.

—No... ¡No! ¡¿Por qué cojones tengo que olvidar que tu no eres Gustabo? !

—Por que eres vulnerable, por eso —dijo con frialdad—. Vas a delatarme si o si. Estoy aquí para proteger a Gustabo y si tú le dices a Conway que Pogo está aquí, interferirá mis planes, Gustabo nunca podrá ser feliz si me detienen ahora. De todas las personas, tu eres el que debería comprender mejor a Pogo.

El menor permaneció un momento en silencio tratando de procesar las crueles palabras del payaso.

—Y-yo soy... Yo soy quien los ha cuidado, soy yo quien ha impedido su destrucción a lo largo de estos años. Puedo ayudarte en lo que sea, no tienes que borrarme la memoria.

—Pogo confía en Horacio —admitió—. Pero Pogo sabe que Horacio es vulnerable y suave. En especial con Conway —dijo escupiendo el nombre del mencionado—. No puedo explicártelo ahora, pero Conway le ha hecho mucho daño a Gustabo, un daño que yo he intentado reparar por mucho tiempo. Sin importar el que, tú le dirás a Conway que Pogo está aquí y Conway detendrá a Pogo. Por eso debes olvidar que soy yo, a cambio, te daré tu anhelada fantasía. Se las daré a ambos, Gustabo y Horacio habrán podido cumplir su sueño de estar juntos otra vez pese a que no lo recuerden.

—Eso suena... Muy triste. No poder recordar un momento así —confesó en voz baja.

Pogo se acercó de nuevo alzando su mano para acariciar con ternura la mejilla del de cresta, quien cerró los ojos para disfrutar aquella tibia mano.

—El hecho de que no puedas recordarlo, no significa que no haya pasado —susurro—. Ustedes lo olvidarán, pero Pogo no, eso es suficiente. No tienen que cargar con eso, dejen que yo me encargue.

Su tono de voz no era el acostumbrado, no era burlón o travieso, era calmado y relajante. Dejándose llevar por el sonido de la lluvia y por los hermosos ojos del payaso, asintió.

Pogo nunca lastimaría a Gustabo, eso lo sabía bien, aferrándose a las palabras de este, quería cumplir lo que él y su amigo rubio deseaban desde hace tiempo, aún si no podían recordar después.

El payaso sonrió con malicia antes de tomarlo de la camisa para jalarlo en su dirección y unir sus labios en un apasionado beso.

Se sentía muy bien, había soñado con ese momento durante mucho tiempo. Saber que Gustabo también lo deseaba lo llenaba de euforia. Lo tomó de la cintura antes de meter sus manos debajo de su camisa, recorrió con las palmas el delgado y marcado abdomen del más bajo mientras esté bajaba sus manos a su trasero.

Sus lenguas danzaban en la boca ajena mientras repartían caricias en el cuerpo del otro, la temperatura aumentó en ambos cuerpos. Pogo tomó la orilla de la prenda inferior y coló su mano al pantalón del menor. Horacio tembló ante esta acción tan directa.

El mayor comenzó a palpar su miembro por encima de la ropa interior. Horacio ahogaba sus quejidos de gozo en la boca del contrario. El beso era tan sucio que la saliva comenzó a deslizarse por las comisuras de su boca. Ante la constante atención que el payaso brindaba sobre el miembro ajeno, este se puso duro rápidamente.

Sin despegarse del beso, comenzaron a caminar hasta la habitación. Horacio tomó a Pogo de los glúteos y este, al entender el mensaje, dio un brinco aferrándose al cuello del menor y aprisionándolo con sus piernas como si fuera un koala. Horacio sujeto su firme trasero para estabilizarlo. Al llegar a la habitación se sentó en la orilla de la cama dejando a Pogo encima suya, quien sujetaba su rostro con cierta desesperación y lo besaba con pasión.

Cuando se separaron en busca de aire, un pequeño hilo de saliva quedó entre sus bocas, uno el cual Pogo corto antes de atacar el cuello del de cresta.

Sus mejillas se tornaron en un color carmesí al sentir la caliente lengua del mayor contra la piel de su cuello, subió hasta su oreja donde aprisionó con sus dientes su lóbulo ejerciendo mucha presión, la cual le encantó.

Sin dejar de hacer esto, Pogo comenzó a acariciar su pecho, luego le quitó la camisa, Horacio levantó los brazos para que la prenda se deslizara fácilmente. La ropa ya no era necesaria.

Los besos y caricias del payaso bajaron hasta su pecho donde succiono sus pezones con fervor. Horacio estaba maravillado, parecía que sabía lo que hacía.

Lentamente, Pogo se fue deslizando por el cuerpo del menor quedando de rodillas frente a él.

Pasó sus finos dedos por la creciente erección del de cresta, este gimió ante tal simple acción. Su miembro comenzaba a doler de lo atrapado y excitado que estaba, deseaba que Pogo le diera la atención que necesitaba ya sea con la boca o con la mano.

Regalándole una mirada sensual, Pogo desabrocho su pantalón y lo bajó a la altura de los muslos a la vez que Horacio se alzaba para quitárselos.

—¿Quieres que te coma la polla, bebé? —dijo con cierta burla intentando imitar a Gustabo.

—Si... Cómeme la polla, no aguanto más —suplico impaciente.

Apartando la vista un momento, Pogo depositó un lengüetazo sobre la ropa interior del menor la cual ya estaba húmeda debido al líquido preseminal. Horacio jadeaba desesperado, aquella fina prenda le molestaba. Pogo comprendió y finalmente liberó su grueso miembro de su pequeña prisión.

Separó sus piernas y al momento se abalanzó sobre el pene lamiéndolo como si fuera una paleta dejando pequeños besos húmedos a lo largo de este.

—Ah... Ah, Pogo —susurro encantado.

Había pasado mucho tiempo desde que tuvo un encuentro así con Gustabo/Pogo, se sentía mejor de lo que recordaba.

—Estas muy duro —admitió sin dejar de lamer.

Tomó el pene de la base y comenzó a succionar el glande. Los gemidos de Horacio se hicieron cada vez más presentes. Tenía ganas de correrse en ese momento, pero no quería parecer precoz.

Poco a poco, Pogo metió el falo dentro de su boca. Horacio estaba maravillado con la caliente y húmeda cavidad del rubio, se sentía maravilloso, deseaba más.

El miembro tocó la campanilla de Pogo provocándole una leve arcada, ya no podía meterlo más a fondo así que comenzó un lento pero placentero vaivén con su cabeza de arriba a abajo mientras masturbaba la parte que no podía introducirse.

Horacio comenzó a mover la pelvis al compás de los movimientos del payaso que empezaron a aumentar gradualmente. La felación aumentó de ritmo, Horacio estaba en el cielo observando al rubio devorar su miembro de una manera exquisita.

Pequeñas lágrimas aparecieron en los ojos del payaso, las cuales se deslizaron por su rostro, aún así no se detuvo y con más ganas chupó el falo dentro de él. Horacio enredó sus dedos en el sedoso cabello del rubio apretándolo ligeramente.

—¡M-me voy a correr, para! —grito sintiendo el clímax llegar.

Como si le dijera lo contrario, aumentó sus movimientos y se preparó para recibir los fluidos del menor.

Horacio chilló antes de que el orgasmo lo invadiera y se corriera dentro de la boca del payaso, quien aceptó gustoso el semen y se lo tragó sin chistar. Sacó el miembro de su boca y pasó la lengua por el glande quitando los excesos que habían quedado, los cuales también se comió mirando a los ojos a Horacio con una sonrisa traviesa, quien tenía la cara roja y los ojos cristalizados.

—En cuatro —ordenó el payaso. Horacio obedeció la instrucción y se puso a gatas sobre la cama ofreciéndole el trasero al mayor—. Buen chico.

Sin pararse, apretó con fuerza los redondos glúteos del menor, seguidamente, le dio un par de nalgadas dejando su piel roja. Horacio se quejó adorando aquella acción por parte del mayor.

Pogo acercó su boca a la cavidad trasera de Horacio y depositó una lamida sobre esta. Un leve gemido escapó de sus labios al sentir aquel músculo caliente en su entrada. Recorrió la misma haciendo círculos alrededor de esta para tantear el terreno. Con sólo esta acción, Horacio estaba jadeante impaciente por que el payaso continuará, y así lo hizo.

Separando sus nalgas aún más con sus delgadas manos, introdujo su lengua en medio de estas comenzando a retorcerla en su interior.

Un escalofrío recorrió el cuerpo de Horacio, se sentía increíble. Pensar que Gustabo era quien le producía todas esas sensaciones lo hacía aún más maravilloso.

—N-no aguanto... Métela ya, no puedo más —admitió con piernas temblorosas.

El calor de Pogo lo abandonó y se volteo de prisa para ver qué ocurría. ¿Se había molestado?

Su respuesta fue aclarada cuando lo vio deshacerse de su elegante ropa permitiéndole observar su prominente erección, la cual enmarcó con sus dedos sobre la ropa interior mostrando la humedad de esta.

Horacio trago saliva observando como el payaso se quitaba su última prenda dejando expuesto su miembro erecto y rojo desesperado de atención. Sin decir nada, el mayor se subió a la cama. Se sentó en el colchón y recargo su espalda en las almohadas quedando semisentado. Le hizo una seña al menor para que se acercara y éste obedeció.

Lo puso de espaldas y lo atrajo hacia él para que quedara sentado sobre su miembro, con movimientos torpes pudieron acomodarse, apenas la punta encontró la cavidad trasera de Horacio, Pogo lo tomó de la cadera y lo sentó de golpe penetrándolo de una estocada.

Un gemido se quedó atorado en su garganta, sus ojos bicolor se aguaron. Ardía y a la vez sentía placer, pese a que usaba dildos para masturbarse por la noche, hacía mucho tiempo que no tenía algo tan caliente y duro dentro de él.

Pogo levantó sus esbeltas piernas alzándolas en el aire dejando bastante expuesto al menor, quien no tenía el control de la situación para nada, estaba a merced del payaso y por algún motivo le encantaba.

Apoyando sus pies en la cama, Pogo comenzó a embestirlo subiendo y bajando la pelvis aumentando el ritmo con la fuerza de sus piernas sin dejar que Horacio se acostumbrara al intruso.

El dolor desapareció siendo remplazado por una deliciosa sensación. De inmediato la habitación se llenó de los desvergonzados sonidos de Horacio, sentía como el miembro de su amigo salía y entraba con fuerza en un ciclo interminable.

Sus ojos bicolor se cristalizaron amenazando con derramar en cualquier momento gruesas lágrimas. Sus gemidos se convirtieron en gritos con cada nueva embestida cada vez más errática y desenfrenada que la anterior, el cuerpo de ambos se cubrió de sudor con cada nuevo movimiento.

Las piernas de Horacio comenzaban a resbalar de las manos de Pogo. Pese a que aquella posición era deliciosa, era demasiado lenta, el peso del menor y el sudor no estaban ayudado a que fuera más rápido. Tampoco le permitía alcanzar del todo la próstata del de cresta, aunque parecía estar disfrutándolo de todos modos.

—Cambiemos —jadeo el Payaso sofocado por el intenso calor encerrado en esa habitación.

—¿Eh?

Bajo sus piernas y lo empujó por la espalda para ponerlo en cuatro sobre la cama. Lo tomó de la cadera enterrando levemente sus uñas en su piel morena para alzar su trasero.

Se adentro en él de una estocada provocando un fuerte golpe de sus pieles chocando. Comenzó a embestirlo con violencia apretando sus glúteos hasta que se pusieron rojos.

La expresión de Horacio cambió en el momento que su próstata fue golpeada brutalmente, Pogo comprendió y enfocó sus penetraciones en ese lugar. Horacio comenzó a soltar leves alaridos derritiéndose en el placer que le era entregado.

—¿Se siente mejor ahora? —preguntó el payaso pasando su antebrazo por su frente para quitar el sudor.

—¡S-si. Ah, Si. Muy bien, ah! —chillo Horacio ahogándose con sus propios gemidos. Pogo lo estaba haciendo sentir la gloria.

El placer recorría su cuerpo como una ferviente corriente eléctrica, todo su ser temblaba con cada nueva embestida. Su próstata era golpeada con firmeza una y otra vez, iba a necesitar unas pequeñas vacaciones después de eso.

—Pogo se alegra de complacer a Horacio —masculló con una sonrisa cínica pasando sus uñas por la columna del menor rasguñándola un poco.

Se inclinó para pegar su pecho a la sudorosa espalda de Horacio apoyándose en sus brazos para no aplastarlo. Siguió penetrándolo mientras pasaba sus dientes por la piel de su hombro y nuca. Aquella posición le permitía golpear el punto dulce del menor con mayor facilidad.

Los leves truenos de afuera, el sonido de sus pieles chocando y los gritos de Horacio hacían eco en la habitación, todo aquello era magnífico. Quería que nunca acabara.

Los dientes del payaso se incrustaron en su hombro, Horacio se quejó débilmente.

—¡Ah, no pares! —grito hundido en su propio placer.

Pequeñas lágrimas comenzaron a deslizarse por su rostro confundiéndose con el sudor, estaba enloqueciendo. Los dientes del mayor dolían pero igualmente era delicioso. Era una combinación macabra y exquisita.

Su cuerpo era sacudido de placer, sus piernas comenzaron a temblar de todas las deliciosas sensaciones que lo obligaban a aferrarse con fuerza a las sábanas.

Con su mano temblorosa, tomó su propio miembro y comenzó a masturbándose acompasado del rudo vaivén del payaso.

—¡Ah, oh sí. Pogo! ¡Ah, Gustabo, Gustabo! —grito sin pudor alguno dándole igual lo que Pogo pensara.

El payaso no se molesto, una sonrisa malvada se formó en su rostro penetrándolo aún más fuerte y sin cuidado.

No podía más, una corriente eléctrica recorrió su columna sintiendo como el orgasmo llegaba. El clímax lo invadió provocando que se corriera en su propia mano y arqueara la espalda al sentir un deleitable cosquilleo en su vientre. Grito el nombre de Gustabo mientras Pogo seguía embistiéndolo.

—¡Pogo se corre! ¡Pogo se corre!

El payaso eyaculo dentro de Horacio, quien recibió gustoso su caliente semen terminando de tener su orgasmo.

Ambos terminaron jadeantes y pegajosos. En cuanto Pogo salió de él, el menor de los dos se dejó caer en la cama en posición fetal, su corazón iba a mil por hora, sentía que podía salir de su pecho en cualquier momento. Las últimas lágrimas que guardaba en sus ojos resbalaron hasta mojar la cama.

Dejándolo acostado sobre el colchón, su amigo se levantó y se fue. Horacio cerró los ojos un momento sintiéndose exhausto pero satisfecho con lo que acababa de pasar, sin duda estaba complacido con Pogo. Fue incluso mejor que la última vez que estuvieron juntos, el cual fue sexo de "despedida" por parte del asesino.

El sonido de la lluvia lo arrullo para que se durmiera. Mantuvo los ojos cerrados hasta que un fuerte golpe lo obligó a abrirlos. Pudo ver al mayor volver al cuarto, quien traía un vaso de agua el cual dejó sobre la mesita de noche antes de meterse a la cama con el menor rodeándolo con los brazos.

Horacio se acurrucó en su pecho pudiendo oír los latidos de su corazón. No era la primera vez que estaba así con Gustabo o Pogo, adoraba escuchar sus latidos tan tranquilos y pacíficos. Se sentía seguro con sólo escuchar ese sonido que tanto amaba porque no importaba si era Pogo o no, para Horacio siempre sería Gustabo.

Subió sus manos acariciando con ternura el sedoso cabello rubio de su amigo. Sus pieles sudorosas se adherían mutuamente pero estaba demasiado feliz para que le diera asco.

Antes de que pudiera decir algo, el más bajo le ofreció algo que el de cresta identificó de inmediato como la dichosa pastilla que borraba la memoria.

—Sabes qué es lo mejor —masculló.

Horacio se quedó inmóvil. No quería olvidar ese momento. Por fin pudo acostarse con Gustabo una vez más, quería atesorar ese recuerdo en su corazón y mente.

Sin embargo, sabía que Pogo tenía razón. Todo el tema de la mafia era muy estresante, sobre todo con Conway desconfiando de ellos, pero el payaso aseguraba tener todo bajo control y siempre había hecho lo imposible porque Gustabo fuera feliz o estuviera bien.

Pogo era quien los defendió cuando vivían en la calle, era quien se enfrentó a otros niños que querían lastimarlos, era quien recibió todos los golpes y fue quien se manchó las manos de sangre con tal de protegerlos a ambos.

Pogo sería incapaz de lastimarlo a él o a Gustabo. Aunque era inestable y errático, nunca le había hecho daño. Únicamente lo metía en problemas, Horacio siempre lidiaba con todos los desastres que el payaso provocaba y aún así no se quejaba porque amaba al portador de ese cuerpo. Pese a que tenía cierto rencor con el payaso debido a una antigua discusión, quería confiar en él. Después de todo, si Pogo había vuelto era por alguna razón.

—No vas a lastimar a nadie, ¿verdad? —preguntó con un hilo de voz.

Las comisuras de la boca del payaso se alzaron ligeramente mientras pasaba una mano por la cresta caída del menor.

—Claro que no. Pogo es un pacifista —mintió con descaro. Pese a que dijo la verdad en su mayoría, lo engañó para que pensara que todos saldrían con vida. Su misión era matar a Conway y proteger a Gustabo aún si eso significaba matar al mencionado y a Horacio.

Acaricio su mejilla con amor y depositó un dulce beso en su frente. Tanto cariño por parte de Pogo no era normal. Horacio sabía que había maldad impregnada en cada acción del payaso y aún así quería creer que todo lo que decía y hacía era verdadero, que en realidad era Gustabo con quien estaba acurrucado en la cama.

Abrió la boca permitiendo que la pastilla fuera colocada en su lengua. Pogo acercó el vaso de agua e hizo que tomará un trago.

Horacio obedeció manteniendo el líquido en su boca junto con la pastilla flotando en este. Un fuerte trueno hizo estremecer la casa aunque ninguno de ellos le dio importancia.

—No tengas «miedos» , estaré aquí cuando despiertes. Todo será como antes, tú tranquilo. Pogo se hará cargo de todo.

Horacio lo miró unos segundos, sus ojos se aguaron y los cerró intentando evitar que las lágrimas comenzaran a salir.

Era lo mejor, Pogo siempre supo que era mejor para ellos. Horacio necesitaba protegerlo y si eso implicaba perder aquel encuentro maravilloso, lo aceptaría.

Porque amaba a Gustabo.

Finalmente, trago la pastilla y se entregó a la oscuridad acompañado del diluvio que azotaba a Los Santos.

Historias Gustacio/PogacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora