Juguete roto:Pogacio

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–Basado en cuando Nadando le pide a G que mate a H pero le da un culatazo, aquí no lo golpea, le da otra cosa–


No sabia que pasaba, todo era oscuridad. El piso frío contra su piel desnuda le brindaba una sensación de desprotección ante toda amenaza.

Horacio había intentado quitarse las esposas que lo retenía sin éxito alguno.

Aquel sitio estaba oscuro pero podía ver la luz filtrandose por una de las dos únicas puertas de aquel lugar.

Tras esa puerta se encontraba su libertad, pero estaba sellada con veinte cerraduras. No podía salir, no había manera de que él pudiera abrir esa puerta.

Lo único que llevaba con él era su ropa interior y las esposas. Lo hacía sentir indefenso, si alguien entraba no podía defenderse.

No sabía cuánto tiempo había estado ahí, los minutos y las horas pasaron lentamente torturandolo cada segundo.

No podía escuchar nada, no podía sentir más que frío y su mente lo inundaba con ideas desagradables. Tenía miedo, tenía mucho miedo.

La puerta se abrió y la luz lo deslumbró un poco. Cuando sus ojos se adaptaron, pudo ver a Gustabo frente a él.

Parecía tener rastros de maquillaje blanco en la cara pero aparte de eso parecía estar bien.

Al ver a su amigo el miedo que invadía su cuerpo desapareció y en su lugar una sensación de calma y paz lo lleno.

–¡Gustabo!

–Saludos, Horacio. Veo que te encuentras bien.

–¡Desatame! ¡Vámonos de aquí, rápido!

–Me temo que no puedo hacer eso –admitió Gustabo encogiendose de hombros–. Verás, Nadando te quiere muerto ¿lo recuerdas? Lo convencí para que te dejara vivir... Siempre y cuando te haga cambiar de bando. Así que, Horacio, ¿por que no dejas de resistirte y te unes por completo a la mafia?

La cara de Horacio se transformó en una mueca de ira.

–¡¿Pero que dices, Gustabo?! ¡Tu nunca...! Si... Tu nunca harías esto, tu no eres así... ¿Pogo?

La mirada de Gustabo se endureció y lo miró con altanería.

Claro que Horacio conocía perfectamente a Pogo, la personalidad errática de su amigo, pero eso había sido en el pasado.

Habían pasado años desde la última vez que lo vio y ahora le avergonzaba el hecho de no poder diferenciar a Gustabo de Pogo.

Siempre lo supo. Siempre supo cuando se transformaba en Pogo ¿por qué ahora no?

–No se de lo que me estas hablando –admitió Gustabo cerrando la puerta tras de sí y encendiendo el único foco del lugar.

Se acerco a Horacio y lo sento en el suelo para luego quitarle las esposas con una llave muy pequeña qué llevaba oculta en el pantalón.

No podía intentar escapar, al menos aún no, la puerta estaba cerrada y lo único que conseguiría es llamar la atención de algún otro de la mafia que estuviera listo a golpearlo.

–¿Por qué no eres bueno y te unes a nuestro lado? Prometiste estar siempre juntos.

–Hasta el final. Pero... No en este camino, sabes que no es correcto.

–Tu me amas, ¿verdad, Horacio? –cuestionó acercando su mano hacia él cambiando bruscamente de tema.

Empezó a jugar con un mechón de su cresta ante la atenta mirada de Horacio.

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