Navidad: Gustacio

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Feliz navidad 💖

Las risas inundaban el lugar logrando un ambiente armonioso y agradable. Sus cuerpos temblaban a la vez gracias al frío del invierno y los espasmos incontenibles de sus carcajadas que hacían del momento algo mágico y sin duda memorable.

Se acuclilló de nuevo tomando entre sus dedos aquella masa helada de color blanco a sus pies, juntándola poco a poco hasta crear con sus dos manos una preciosa y perfecta forma esférica.

Sin espera alguna y con una sonrisa traviesa en su rostro la lanzó con fuerza dándole de lleno al objetivo.

Así se la pasaron por varios minutos correteando el sitio y arrojándose bolas de nieve tal como si fueran niños pequeños disfrutando de su jugueteo sin darle importancia a las miradas curiosas y extrañadas de los transeúntes que se paseaban por el parque.

Gustabo se arrojó al suelo hundiendo levemente su cuerpo sobre el manto blanco de la nieve. Con su respiración agitada avistó con horror como Horacio se lanzaba sobre él sin ningún cuidado.

—¡Cabrón me vas a aplastar!. — trató de apartarlo de encima colocando sus manos en el pecho ancho del menor.

Refunfuñando giró su cuerpo cayendo a un costado del rubio. Ambos voltearon sus cabezas al mismo tiempo en dirección al rostro del otro. Los orbes zafiros y los bicolores se conectaron como dos imanes. Constantemente sus miradas se buscaban con necesidad. Como si temieran que en cualquier momento aquellos ojos se desvanecieran de su vista.

Agradecían enormemente el tenerse el uno al otro en aquellas fechas. Sin duda alguna aquello era el regalo más hermoso que pudo haberles dado la vida.

La atmósfera que se había formado entre ellos dos fue cortada repentinamente por la presencia de una figura sobre ellos.

—Capullos. Levanten el culo y dejen de hacer el gilipollas, tenemos trabajo que hacer hoy. — el mayor de cabello grisáceo se cruzó de brazos observando a los jóvenes con pereza.

Horacio torció los labios y Gustabo bufó con desgano. Se levantó primero y estiró su mano hacia el de cresta para ayudarlo a reincorporarse.

Ambos se miraron con diversión cuando vieron a Conway darles la espalda alejándose de ellos en dirección a su auto el cual estaba aparcado en la acera del frente de aquel enorme parque.

No había necesidad alguna el tener que decir en voz alta lo que ambos estaban pensando. Se inclinaron al suelo envolviendo en sus manos un poco de la escarcha de color marfil y con algo de nerviosismo y expectación la arrojaron al mayor. Cayendo una de las bolas de nieve sobre su cabeza y la otra fue a parar a su nuca.

Las carcajadas no se hicieron de esperar. Se doblaron en si mismos sosteniendo sus estómagos. El mayor parecía haberse quedado petrificado a medio camino lo cual lo hizo aún más gracioso.

Ambos pararon de reír de inmediato y se incorporaron cuando Conway se giró de nuevo hacia ellos llevando sus manos al lugar donde descansaba su inseparable porra.

Palidecieron al verlo acercarse rápidamente a pasos firmes. Gustabo no lo meditó si quiera y tomó a su amigo de la mano.
Emprendieron carrera alejándose del hombre como si sus vidas dependieran de ello. Casi literalmente

Era dificultoso moverse demasiado a causa del terreno invernal así que el rubio guiando todo el tiempo el camino aún sin soltar la mano de Horacio, registró con la mirada algún sitio donde esconderse. Sintió un nudo en el estómago al ver sobre su hombro como Conway comenzaba a pisarles los talones.

Divisó a poca distancia una obra de un edificio sin terminar y con premura jaló al de cresta metiéndose ambos dentro de dos columnas gruesas de cemento. Se quedaron estáticos conteniendo las risas. Trataron de no hacer ruido regulando de nuevo sus respiraciones.

—¿Crees que nos vio?. — murmuró el menor girando su cabeza hacía ambos lados. Escuchó unos pasos cerca y de inmediato se tensó inconscientemente acercando su cuerpo al del rubio sintiéndolo como una especie de refugio.

—Joder, esta cerca. — susurró cerca del oído del menor.

Ambos se separaron unos cuantos centímetros dándose cuenta de que literalmente sus cuerpos se hallaban pegados el uno al otro ya que se encontraban aprisionados entre ambas columnas.

Sus ojos brillaron por la adrenalina presente recorriendo sus sistemas nerviosos. Las risas cesaron siendo reemplazadas por suspiros llenos de nerviosismo.

El calor que desprendían sus cuerpos era reconfortante y de cierto modo tranquilizante.

Horacio estaba encantado ante la cercanía de su amigo. Tenerlo de ese modo siempre lograba que su corazón se llenara de paz.

Vio al rubio hacer una mueca de incomodidad y de golpe su inseguridad lo abrumó.

—¿Te molesta... qué estemos tan cerca?. — se animó a preguntarle. No pudo evitar que su voz sonara decepcionada.

Gustabo calló unos instantes. Parecía pensativo, dudando de su respuesta.

—No es eso... no es la primera vez que estamos así de cerca. — señaló. —Es solo que...

Volvió a guardar silencio y esto comenzó a impacientar a Horacio mirándolo con el ceño fruncido.

—¿Qué? Gustabo, no sueles ser mucho de andar con rodeos. — recalcó con fastidio. Odiaba sentirse de esa manera, no quería ser una molestia para el rubio.

—Joder Horacio, es que desde hace rato me estas tocando la polla con tu rodilla. — soltó de repente avergonzado. Horacio descolocado se quedo en silencio bajando su mirada, comprobando que efectivamente tenía su rodilla pegada a la entrepierna del rubio.

Una risa nerviosa escapó por sus labios y sus mejillas inevitablemente se colorearon. No había reparado en ningún momento sobre aquello.

—L-lo siento. —torpemente buscó alejar su pierna de la zona sensible de su amigo pero por la posición en la que se encontraban era sencillamente imposible.

Movió insistentemente su extremidad contra el rubio. Se paralizó cuando de la boca de Gustabo escapó un jadeo.

—¡Para, idiota!. — murmuró dándole un golpe en el hombro al menor. —Mejor quédate así... joder... que el viejo sigue rondando por aquí. — desvió su mirada exhalando un par de veces.

Horacio lo observó con visible curiosidad. Había conseguido con sus inocentes acciones que jadeara ante su roce. Una sonrisa maliciosa se posó en su rostro.

Con poco disimulo volvió a restregar su rodilla contra la entrepierna del mayor. Lo vio estremecerse contra su pecho.

—¿H-horacio que coño haces? Para. — volvió a golpearlo en el mismo punto dándose cuenta de las intenciones de su amigo.

—Cállate, que el viejo nos descubre. — se inclinó susurrando en su oído. Aumentó los movimientos de su pierna. Consiguiendo que de los labios del rubio salieran unos leves gemidos. Sintió como el miembro de este comenzaba a endurecerse.

Este hecho hizo que la sangre viajara a su propio miembro y en pocos segundos ya se encontraba igual de erecto.

—Eres un guarro... ¿Quieres jugar? Yo también puedo. — dejando la vergüenza a un lado y viéndolo con desafío, colocó su rodilla entre las piernas del mas alto comenzando a replicar sus movimientos. Entreabrió los labios con sorpresa al encontrarse con la notable erección de este.

El de cresta no pudo contener sus jadeos. Descansó su mentón sobre el hombro del mayor derritiéndose ante su contacto.

Así pasaron un buen rato masturbándose mutuamente con sus extremidades. Aferraron sus manos en la ropa del otro para no desequilibrarse. Conteniendo sus gemidos contra el oído del otro.

La situación se tornó bastante excitante sintiendo la adrenalina y el miedo a ser descubiertos sumándole a eso al roce de sus cuerpos calientes y los exquisitos sonidos de sus bocas.

Horacio se detuvo de golpe. Su deseo por sentir más de Gustabo se acrecentó haciéndole perder la cabeza.

Sujetó al rubio por sus caderas y las juntó contra las suyas haciendo que ambas erecciones chocaran. Ambos jadearon al unísono. El sofoco se hizo cada vez más insoportable.

Sus pelvis comenzaron a ludir y a restregarse una contra la otra con deleite creando una danza a perfecta sincronía.

—Ah... Horacio. — bajó sus manos alcanzando el trasero del menor apretándolo e impulsándolo hacia adelante, haciendo más fricción entre sus pollas duras aprisionadas tortuosamente entre la tela de su ropa interior las cuales ya se encontraban empapadas por su preseminal.

—G-gustabo m-me la pones tan dura. — acarició la cintura del de ojos azules haciéndolo temblar ligeramente por el toque de sus dedos fríos que se colaron debajo de su ropa.

—Joder... ah. — largó un suspiro contra el cuello del menor acariciando su espalda con impaciencia. Aceleró los movimientos de sus caderas. Los gemidos de ambos comenzaban a ser más incontenibles.

—E-esto me encanta— Horacio se movía ágilmente frotando su erección de manera circular, luego volviendo a hacerlo de arriba abajo, turnando ambos modos de forma constante.

—Malditasea Horacio... me estas enloqueciendo. — con su excitación a tope, estrujó con sus manos los glúteos del menor, comenzó a embestir la polla de este con la suya lentamente y aumentando poco a poco su ritmo.

Aunque trataban de ahogar sus escandalosos gemidos y gruñidos de placer en el hombro del otro, algunos que otros escapaban inevitablemente de sus gargantas resecas.

El de cresta comenzó a embestir también las caderas del rubio hasta igualar armoniosamente su ritmo.

El sudor perlaba sus frentes, sus temperaturas estaban al cien, sus rostros encendidos y sus miradas lascivas todo formando un escenario erótico y rebosante de lujuria.

Ambos acrecentaron sus embestidas con desespero queriendo alcanzar el tan ansiado orgasmo.

—G-gustabo voy a... — ahogó otro gemido entre los cabellos dorados del mas bajo temblando sin control. Su vientre se contraía deliciosamente. Quería explotar de placer de una maldita vez.

—Y-yo también, no puedo má-... — un gruñido bastante ronco escapó de sus rosados labios. El clímax lo alcanzaba ganándole la batalla.

Volvieron a conectar sus miradas acercando sus rostros, rozando ligeramente sus labios. Sus respiraciones pesadas mezclándose junto con sus audibles e incontrolables gemidos. Juntaron sus frentes empapadas de sudor y cerraron sus ojos con fuerza enterrando sus uñas entre la tela de la ropa.

Alzaron una de sus manos hasta sus rostros cubriendo con la palma de estas la boca del contrario.

Se estremecieron cuando el orgasmo les llegó como una ola invadiendo y sacudiendo sus cuerpos maravillosa y exquisitamente. Eyacularon dentro de sus boxérs, la espesura de sus líquidos se desbordaron a través de las prendas dejando una notable mancha en sus pantalones. Los gritos de ambos fueron apagados y retenidos en la piel de sus palmas.

Abrieron sus orbes cristalinos lentamente. Aún con los espasmos del orgasmo presentes, se apoyaron en el cuerpo del otro sintiendo como sus rodillas temblaban y amenazaban con fallar.

—S-somos unos guarros. — habló primero el mayor haciendo que el de cresta riera por lo bajo ante su comentario.

—Supongo que si... .

—Hostia. Nos olvidamos por completo de Conway. — recuperando poco a poco su aliento recordó el motivo por el cuál habían terminado en aquella situación.

—Ya se cansó de buscarnos, seguro. — tomando valor agarró la mano del rubio y salieron de su escondite con precaución. Registraron el lugar encontrándolo vacío.

Suspiraron con alivio y al dar un par de pasos hacia afuera se removieron incómodos al sentir su ropa interior pegajosa dentro de sus pantalones. Voltearon a verse avergonzados.

—J-joder esto...

—Tenemos que ir rápidamente a casa a cambiarnos de ropa.

—¿Y si alguien nos ve?. — señaló la mancha que asomaba por la prenda inferior de ambos.

—Eh... ¿Dejamos el coche de la sede cerca verdad?. — el rubio asintió. —Bueno, tendremos que correr de nuevo ahora hasta el para irnos a casa.

Gustabo rodó los ojos.

—Todavía estoy cansado. — hizo un leve puchero. El de cresta sonrió enternecido.

—Vamos bebé, no seas flojo. — se acercó al más bajo sosteniendo de nuevo una de sus manos. Entrelazó con delicadeza sus dedos con las pálidas falanges de Gustabo.

—Bien, bien. Vamos.

Sus miradas se encontraron por última vez y se sonrieron divertidos emprendiendo de nuevo juntos carrera. Aún incómodos y con la adrenalina saliendo de nuevo disparada por sus poros, volvieron a carcajearse por el camino

No importaba a que situación se hallaban envueltos eran dos tontos que lo afrontaban siempre con una sonrisa.

Sin llamar la atención de la poca gente que transitaba por el lugar, exitosamente se adentraron en el auto. Regulando de nuevo sus respiraciones, el rubio condujo en dirección hacia su casa. Después iría a la del menor ya que era poco probable que su ropa le quedara.

—Por cierto, Gustabo, feliz navidad. — mencionó con una gran sonrisa divisando maravillado los copos de nieve que comenzaban a llover a través de la ventanilla del coche.

—Vaya momento para que dijeras eso. — negó lentamente con la cabeza con una sonrisa ladina en sus labios. —Feliz navidad, Horacio.

—Olvidé comprar tu regalo pero te prometo que mañana te daré algo increíble.

—Tu eres mi regalo. — susurró sin despegar la vista de la carretera. Volteó unos segundos hacia su costado por el repentino silencio de su amigo encontrándose con que lo observaba fijamente con unas pequeñas lágrimas saliendo de sus orbes bicolores. —Pero no llores. Coño.

—Te quiero. — se deslizó por su asiento y recostó su cabeza en el hombro del mayor. Ambos sonrieron gustosos volviendo a compartir el calor del otro.

Definitivamente no había mejor regalo en el universo que el estar juntos y esperaban con todas las fuerzas de sus corazones que aquello siguiera así por la eternidad.

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