Confesión: Gustacio

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Al notar sus párpados cerrarse, vio la oportunidad de confesar lo que su corazón sentía


Miraba el techo con suma atención, perdido en sus pensamientos. Rememorando y repasando los acontecimientos ocurridos en los últimos meses. Las pérdidas de nuevos seres que llegaron para llenar aunque fuese un poco el profundo vacío que había en su solitaria alma, pero que con su injusta y desconsoladora partida, lograron desgarrar su corazón, que ya venía con anterioridad recuperándose de las profundas cicatrices que le había dejado un pasado turbio y repleto de dolor.

Aunque nuevas personas llegaban a su vida poco a poco, sabía que ninguna de ellas jamás podría reemplazar la persona que más quería, con la que compartió toda una vida. La única que sabía que de alguna manera estaba ligada a su alma.

Sus pensamientos fueron interrumpidos cuándo escuchó el timbre de la puerta sonar un par de veces. Extrañado ya que no solía recibir visitas, curioso, se levantó de la cama con pesadez. Se encontraba agotado mentalmente y su cuerpo también ya le estaba pasando factura.

Al bajar las escaleras y abrir la puerta, para su sorpresa se encontró en la entrada con la última persona que esperaría ver ese día.

Gustabo se encontraba empapado de pies a cabeza abrazándose a sí mismo, tratando de entrar en calor.

Estaba tan sumido en sus cavilaciones, que no se había percatado de que había estado lloviendo torrencialmente. Al ver el ceño fruncido del rubio, reaccionó rápidamente haciéndose a un lado para que el chico pudiese entrar en la casa.

Al cerrar la puerta se volteó hacia él.

—¿Gustabo, qué haces aquí y con este clima?.

El rubio suspiró sujetándose el puente de la nariz con los dedos.

—Perdón por llegar así sin avisar, Horacio... pero tuve un problema en la caravana por este clima de mierda y digamos que ya no tengo casa por ahora porque se inundó. — explicó desviando la mirada. El menor lo miró sorprendido.

—¿Qué? ¿Es en serio, Gustabo?.

—Si... y bueno, no tenía más a quien recurrir. ¿Está bien si me quedo aquí por unos días hasta que solucione eso?. — hizo una mueca de incomodidad, no quería ser una carga para Horacio. Ya se había acostumbrado a arreglar sus problemas solo, pero esta vez, necesitaba definitivamente de su compañero de vida.

Horacio no lo pensó si quiera dos veces. Por supuesto que le encantaría tener al mayor viviendo en su casa aunque fuese por unos cuantos días. Realmente lo extrañaba y el tiempo que podían pasar juntos era demasiado corto e insuficiente para su gusto.

—Claro que si, quédate todo el tiempo que quieras pero quítate esa ropa mojada, te vas a enfermar. — tomó al rubio de la mano y lo condujo escaleras arriba en dirección al baño privado que estaba en su habitación. —Date un baño caliente y cuando salgas, en mi armario puedes ponerte algo de mi ropa. — señaló el lugar. —Voy a prepararte algo caliente. — salió del cuarto al verlo asentir. Bajó rápidamente las escaleras encaminándose a la cocina.

Era curioso como hace pocos minutos, el rubio se encontraba rondando por su mente y ahora lo tenía muy cerca de él.

Una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios pero fue desvaneciéndose a los pocos instantes.

Por un lado, le hacía feliz saber el que podría compartir un poco más de tiempo con el mayor aunque las circunstancias fueran malas. Se sentía mal por lo que había ocurrido con su hogar.

Y por otro lado, se hallaba inseguro ahora que los sentimientos que poseía por Gustabo habían despertado de nuevo hace pocas semanas y era algo que tenía su cabeza hecha un lío. Esperaba que aquello no afectara de alguna forma la estancia del rubio en su casa.

Al poco rato, el rubio se dirigió a la cocina en busca de Horacio. La casa era bastante grande y nada modesta para que el menor viviera allí solo, pero ya lo conocía bastante bien como para saber que aunque le hiciera ver aquello, perdería su tiempo. Así era Horacio y jamás iba a cambiar.

—Toda tu ropa me queda grande, cabrón. Tomé esta sudadera, espero no te moleste. — avisó una vez localizado el de cresta. Se quedó detrás de su espalda mientras estudiaba con la mirada el interior de la amplia cocina.

El menor se giró hacía él con una taza de chocolate caliente entre las manos. Sus mejillas se tiñeron de inmediato de un visible tono carmín y sintió su corazón acelerarse al ver tal escena ante sus ojos.

Gustabo se encontraba frente a él con tan solo una sudadera negra puesta, que le llegaba a mitad del muslo, dejando sus torneadas y pálidas piernas descubiertas y su cabello dorado se encontraba aún húmedo.

No sabía exactamente si la imagen que tenía del rubio podría calificarla como adorable o sexy o simplemente una combinación de ambas que lo descolocó al punto en que tuvo que ignorar su presencia y acercarse a él apresurado para extenderle la taza de chocolate.

—Toma y puedes quedarte con la sudadera, te queda bien. — hizo un gran esfuerzo para no balbucear.

El mayor tomó el recipiente, siendo ajeno a la reacción de Horacio. Encantado comenzó a sorber el líquido mientras se alejaba para sentarse en el sillón del salón.

Horacio lo siguió sentándose a su lado. No quería verlo demasiado tiempo pero el hecho de saber que Gustabo estaba utilizando una prenda suya, le fascinaba, a pesar de que fuera un pensamiento tonto y probablemente sin importancia.

—¿Cómo va todo?. — cuestionó el mayor observando al de cresta por encima de la taza que se posaba en sus labios.

—Bueno, he estado mejor, supongo. — se encogió de hombros largando un suspiro. Gustabo lo miró en silencio por varios segundos, acción que notó el menor de inmediato. Se negaba a hablar ahora de los problemas o pensamientos que lo atormentaban y aquejaban actualmente. No era el mejor momento.

Se levantó con premura de su asiento antes de que el rubio repusiera.

—Vamos a dormir, hace mucho frío y ya es algo tarde.

—¿Dónde dormiré?. — dejó el recipiente vacío sobre la mesa de centro —No me digas que en ese cuarto raro que tiene luces rojas. — abrió los ojos levantándose como un resorte del sillón.

El menor rió de inmediato.

—¿No quieres ahí?.

—¿Quién en su sano juicio quisiera dormir ahí?.

Horacio lo miró pensativo.

—¿Entonces quieres dormir en mi cama?. Es grande y bueno, ya hemos dormido juntos muchas veces. — ofreció intentando ocultar su nerviosismo. Habían pasado años desde que dejaron de dormir juntos y volver a hacerlo le generaba algo de timidez.

—Por mi esta bien. — asintió con tranquilidad.
Caminaron hacia el cuarto y cada quien se acostó en el lado que le correspondía en la gran cama del menor.

La noche avanzó y al poco rato, Horacio pudo darse cuenta de que el rubio se había quedado dormido muy fácilmente, lo contrario de él que le estaba costando conciliar el sueño.

Se recostó boca arriba escuchando el suave repiqueteo de las gotas de lluvia golpeando contra la ventana de la oscura habitación.

Suspiró girando su cabeza hacia el costado en donde se hallaba dormido su compañero, comenzando a reparar inevitablemente en sus facciones.

Había pasado bastante desde que pudo apreciar de cerca al mayor, percatándose de que su rostro se veía un poco más maduro, aunque su piel se seguía viendo tan tersa y probablemente suave.

Adoraba las largas pestañas que adornaban sus párpados, su nariz pequeña y labios delgados y rosados.
Nunca negó lo atractivo que era Gustabo, siempre pensó que era realmente hermoso.

Y mientras más pasaba el tiempo con una lentitud tortuosa, observando al rubio entre el silencio sepulcral de su habitación, únicamente acompañado del sonido de las gotas de agua resbalando por el cristal de su ventana, su pecho comenzaba a doler.

Toda su vida había cargado con un amor que podía no ser correspondido y esconderlo en el fondo de su corazón lo mataba a pasos lentos.

Cerró lentamente sus bicolores acercándose lo mejor que pudo junto al cuerpo del rubio, siendo envuelto por el calor que desprendía.
Sintió de repente como los brazos de Gustabo rodearon su cuerpo. Abrió los ojos comprobando si continuaba durmiendo y así fue. Tal vez al sentirlo tan cerca, por instinto se abrazó a él como solía hacerlo siempre cuando años anteriores dormían juntos.

Sonrió mientras posaba los brazos sobre la cintura del rubio con cuidado de no despertarlo y fue entonces que sintió sus párpados pesar entregándose por fin al sueño, esa noche lluviosa en la que pudo dormir tranquilo finalmente después de meses.

Transcurrieron varios días donde convivían en aquella gran casa con total armonía y diversión. No recordaba lo feliz que era al vivir con Gustabo y es que era la única persona en el mundo a la que jamás se cansaría de verla a diario. Prácticamente se había olvidado de trabajar pasándola únicamente con el mayor encerrados viendo películas en el salón, jugando en la piscina, incluso cocinando juntos, aunque a veces dejaran hecho un desastre la cocina.

Todo parecía ser irreal. Aquella época donde fueron inseparables había vuelto y no quería que terminara nunca de nuevo.

Esa tarde se encontraban sentados en el sillón viendo una película que había escogido Horacio, ya que ese día era su turno de elegirla.

—Menuda mierda, Horacio. — resopló removiéndose en su asiento mientras observaba la pantalla con desagrado.

El menor volteó a verlo frunciendo el ceño.

—Todas las películas que yo escojo, para ti son una mierda. — reprochó tomando el mando de la tv para quitar la película que en esos momentos se estaba reproduciendo.

—Pon una de terror. — exigió montando las piernas sobre los cojines del sillón. Horacio chasqueó la lengua.

—Siempre lo mismo. Me gustan, pero casi todos los días vemos una y ya me estoy cansando.

—Anda, Horacio. — persuadió colocando su cabeza inclinada sobre el hombro del de cresta. Este desvió la mirada con fastidio buscando una película del género que no se hayan visto antes. Al hallar una que por el título pudo catalogar como decente, comenzó a reproducirla mientras Gustabo volvía su cabeza reposándola en el respaldo del sillón, sonriendo triunfante.

Horacio recostó su cabeza aplastando con desinterés la mejilla en el respaldo de su asiento. Al avanzar la película que de terror no parecía tener nada, notó que el rubio había permanecido todo el tiempo en silencio, alzó su cabeza para mirarlo y enarcó una ceja al encontrar para su sorpresa de que se había quedado dormido.

Torció los labios colocando pausa a la película volviendo a posar sus ojos sobre el más bajo. Negó con la cabeza no creyendo que se hubiese quedado dormido cuando le había hecho reemplazar la película que había elegido.

Sin darse cuenta, permaneció por largos minutos observando a Gustabo dormir plácidamente sobre los gruesos cojines del sillón.

Sonrió al bajar su mirada hacia la camisa de botones de color gris que llevaba puesta sin ningún pantalón bajo ella.

Gustabo había adquirido la manía de colocarse ropa ancha que pertenecía al de cresta siendo únicamente sudaderas o camisas que por lo menos llegaran a cubrir medianamente su desnudez. Odiaba los pantalones del ajeno por según él, ser demasiado grandes e incómodos así que muy pocas veces los utilizaba.

Su corazón se llenó de paz al visualizar el rostro apacible que poseía su compañero y de nuevo el revoloteo de emociones se instalaba en su estómago.

—¿Sabes? Hay tantas cosas que he querido decirte pero que nunca me he atrevido a hacerlo. — comenzó a hablar en un suave tono de voz sin despegar sus orbes del más bajo quien permanecía con los párpados cerrados.

Asumió que era el momento de desahogarse y desatorar de su garganta las palabras que siempre buscó expresarle. Lo tendría al frente pero no podría escucharlo. Para él era suficiente.

—Desde que te conocí cuando éramos niños, siempre te vi como mi héroe, mi protector. Diste tanto por mi y voy a estar eternamente agradecido contigo, Gustabo. — tragó saliva y continuó. —Cuando pasaron los años fui viéndote de otra manera, un amor inocente surgió, todavía era muy joven así que no estaba muy seguro de lo que sentía. — una pequeña sonrisa se asomó por sus labios y sus bicolores brillaron con nostalgia. —Cuándo crecimos y empezamos a entrar en la adolescencia, si que ya no fue problema para mí definir lo que sentía por ti, lo tenía claro. Me di cuenta de lo guapo que te estabas poniendo y estaba encantado contigo. — soltó una pequeña risita. —Claro que fue difícil tener que esconder todo. Lo que menos quería era incomodarte y eso aún permanece así. Pero... de todos modos, la esperanza de que sintieras algo por mi, empezó esa noche cuando todavía no entiendo al día de hoy como surgió, pero tuvimos nuestra primera vez juntos. — mordió su labio inferior bajando la mirada al suelo. —Fue increíble y fue la primera y única vez que me sentí amado teniendo sexo... lo sé muy bien porque después de estar con otras personas, nunca llegué a sentir eso de nuevo. Tuve años buscando llenar un vacío que quedó después de que me entregué a ti y continuaste como si nada hubiese pasado. Eso me dolió muchísimo, Gustabo. Pero no te tengo rencor por eso, he tratado de entenderte pero todavía me cuesta mucho hacerlo. — suspiró cerrando por un momento sus párpados, abriéndolos de nuevo. —Y cuando llegamos a esta ciudad, queriendo empezar una nueva vida, me di cuenta de que lo mejor era olvidarte y fue en ese entonces que llegó Volkov. — hizo una pausa con sus ojos clavados en el suelo. —Yo lo vi como una oportunidad de olvidar lo que sentía por ti, quería enamorarme de nuevo, actúe como un idiota y aunque me la pasé gritando a los cuatro vientos que amaba a Volkov, seguía teniendo ese vacío porque cada vez que lo decía, te veía a mi lado y dolía... aún dolía. Sabía que me estaba engañando a mi mismo. Por años intenté ignorar lo que seguía sintiendo por ti, convenciéndome a mi mismo de que esos sentimientos habían quedado atrás, catalogándote como mi hermano porque pensé que así es como me viste siempre y quería verte de la misma forma. — colocó sus manos sobre las rodillas. Sus ojos se veían melancólicos y cargados de tristeza. —Con todo lo que pasó, con el daño que sufrimos, con el daño que yo sufrí con Pogo, con los años que estuvimos separados cuando te encerraron en ese hospital, con todo lo que eres y representas, me di cuenta de que te sigo amando y que nunca te voy a dejar de amar, Gustabo... yo-...

Se interrumpió a sí mismo y su corazón se detuvo de pronto al levantar de nuevo su mirada y toparse con los ojos azules de Gustabo los cuales lo observaban fijamente.

Su garganta se cerró. No se había percatado de que el rubio había despertado.

—¿E-estabas escuchando?. — balbuceó con temor. No tenía idea de cuanto había llegado a escuchar. Había asumido estúpidamente de que se hallaba completamente dormido.

—Continúa. — murmuró el rubio sin alzar su cabeza del respaldo del sillón. Su rostro se veía neutral, sin ningún ápice de burla o desagrado.

—Pero...

—Escuché todo. — confirmó de una vez al notar el nerviosismo del más alto. Se estiró sobre el asiento colocándose más cerca del ajeno. —Perdón por lo que pasó esa vez, cuando estuvimos juntos... pensé que lo mejor era olvidarlo porque tenía miedo de que las cosas entre nosotros cambiaran. No quería lastimarte. — se disculpó con sinceridad mirando al menor a los ojos.

Horacio se sorprendió con las palabras del contrario, sintiéndolas repentinas.

—¿Por qué tenías miedo de que las cosas cambiaran?.

—Por todo lo que implica una relación... no he sido bueno con eso. Sabes que yo nunca he estado románticamente con alguien. ¿Qué podía ofrecerte yo, si no tenía idea de eso?.

Horacio solo guardó silencio esperando que esta vez Gustabo expresara lo que realmente sentía.

—Yo te quiero, Horacio... pero cuándo conocimos a Volkov y me dijiste que te gustaba, pensé que era lo mejor para ti. Al menos era alguien que podía guiarte por buen camino a lo contrario de mi. Aunque en el fondo me asqueaba la idea de verte con él. Simplemente dejé que todo pasara.

—¿Por qué siempre callas todo lo que sientes, Gustabo?.

—Ni yo mismo lo sé. Supongo que desde pequeño me di cuenta que los sentimientos no te conducen más que al fracaso y que mostrarlos solo da pie a que las personas te hagan daño.

El menor asintió comprendiendo al rubio finalmente. Estaba feliz de poder haber hecho de que su compañero se abriera a él.

El lugar se sumió en un gran silencio. Horacio miró fijamente al mayor. Había dicho que lo quería, pero quería confirmar sus verdaderos sentimientos de una vez por todas.

Se aproximó a Gustabo con algo de duda y miedo de que lo rechazara pero era el momento y la oportunidad idónea para intentar algo. Después de todo, ya había confesado a voz viva que lo amaba.

Reposó sus manos sobre las mejillas del rubio con delicadeza y acortó la distancia que los separaban, besando sus labios en un tacto suave y tranquilo, sin llegar a perturbarlo.

Lo sintió estremecerse ligeramente pero correspondió a su beso y tomó confianza para aumentar la intensidad del mismo.

Al poco tiempo se separaron conectando sus miradas.
Gustabo decidió dejar un lado sus temores y esta vez fue él quien inició de nuevo el beso haciéndolo con más seguridad.

Aumentaron el ritmo al pasar los minutos. Horacio mordió su labio inferior buscando abrirse paso a su boca, introdujo su lengua explorando con ella la totalidad de la cavidad bucal del rubio. El dulzor de su boca lo estaba embriagando, llenando de calor el interior de su cuerpo.

Se colocó a ahorcajadas sobre el mayor sin romper el beso sintiendo como las manos del contrario recorrieron su cintura.

—Desde que lo hicimos esa vez... siempre he querido repetirlo y he soñado muchas veces con que vuelve a pasar. — confesó susurrando contra sus labios. —¿Podemos repetirlo esta noche, Gustabo?. — su voz salió temblorosa, abriendo sus ojos para ver la reacción del de ojos azules.

Gustabo lo miró en silencio por breves segundos antes de contestar.

—Calla y has lo que tengas que hacer.

Horacio sonrió satisfecho con su respuesta poco explícita pero que saliendo de los labios de Gustabo, era más que suficiente.

Volvió a tomar posesión de sus labios enredando inmediatamente ambas lenguas. Aprovechó que las piernas del mayor estaban descubiertas para recorrerlas con sus manos lentamente de abajo hacia arriba. Sus lenguas batallaban y leves jadeos salían de sus bocas.
Subió sus manos hasta los carnosos muslos del chico, rozando con sus falanges el comienzo de la tela de su bóxer.

La temperatura fue aumentando y dejándose llevar por la calidez del cuerpo del rubio, comenzó un lento vaivén con su cadera, rozando sus miembros que comenzaban a despertar por la constante fricción.

Horacio abandonó su boca, descendiendo sus labios por el mentón y cuello del mayor dejando pequeños besos por todo el largo de este. Fascinado con los pequeños suspiros que salían de la boca de su compañero.

Aumentó el vaivén de su cadera excitándose con el roce de la erección de Gustabo contra la suya. Fue inevitable comenzar a gemir contra la piel de su cuello.

Gustabo retiró su camisa bajando sus manos hasta el pantalón del menor desabotonándolo, introdujo su mano dentro de la ropa interior adueñándose de su falo erecto.

El más alto gimió de inmediato al contacto, derritiéndose de placer cuando comenzó a masturbarlo con lentitud. Detuvo los movimientos de su cadera cuando el meneo de la mano del rubio aumentó poco a poco.

—Ah, Gustabo. — gimió dejando una mordida en la tersa piel de su hombro.

—¿Te gusta?. — hizo una leve mueca de dolor por el ardor en su hombro pero concentrado en su tarea de darle placer a su compañero. Tomó el miembro del de cresta desde la base hasta el glande, haciendo movimientos que podrían gustarle.

—Me encanta. — suspiró ascendiendo una de sus manos para acariciar con sus dedos el falo del de ojos azules, notando la humedad en la tela de su bóxer.

Decidió intentar algo más y retiró con delicadeza la mano de Gustabo que se encontraba dentro de su pantalón mientras se bajaba del regazo del rubio y se arrodillaba en el piso entre sus piernas.

—¿Horacio?. — pronunció con nerviosismo al verlo tomar su bóxer y retirárselo con cuidado.

—Relájate. — tranquilizó envolviendo el falo del contrario con su mano iniciando con movimientos lentos. Acercó sus labios hasta el rosado glande, dejando una larga lamida en este.
Gustabo jadeó sintiendo la totalidad de los vellos de su cuerpo erizarse.

Horacio apresó entre su boca el glande, engullendo la longitud de su falo hasta tocar el límite de su garganta. Comenzó a mover su cabeza de atrás a adelante aumentando la velocidad al pasar los minutos.

El rubio enredó sus pálidos dedos entre los suaves cabellos plateados de la cresta de su amigo. Gruñía por lo bajo, disfrutando de la deliciosa felación que el chico le estaba regalando.

Horacio se deleitó con el sabor del miembro del mayor mientras sus manos viajaban por las piernas del ajeno.
No perdió de vista sus expresiones, le excitaba demasiado verlo arriba de él con los labios entreabiertos gimiendo con suavidad su nombre. Para él, aquello era un paraíso.

Se sacó el falo de la boca dejándolo cubierto de su saliva, bajó sus labios hasta los testículos del rubio y los succionó unos cuantos segundos volviendo su atención a la endurecida extremidad, lamió toda la longitud desde la base hasta la punta y lo introdujo de nuevo en su cavidad bucal. Continuó su vaivén sintiendo como los dedos del rubio se aferraron con fuerza en su cresta. Sabía que estaba en su límite, así que no se detuvo hasta recibir hasta la última gota del esperma del mayor.

—¡Horacio, me corro!. — avisó tan solo instantes antes de llenar con su líquido blanquecino la boca del menor quien lo tragó sin ninguna duda.

El menor se enderezó mientras relamía sus labios, visualizó al rubio respirando agitado mientras permanecía aún con los ojos cerrados con fuerza.

Se inclinó dejando un casto beso sobre sus labios logrando que los hermosos ojos azules que tanto amaba volvieran a mirarlo.

Gustabo estiró los brazos tomando al menor de la cintura, cambió de posición con él, dejándolo sentado sobre el sillón. Posterior a eso, procedió a retirarle ambas prendas inferiores, dejándolo completamente desnudo.

Al ya entender lo que seguía, Horacio sonrió mientras dejaba sus piernas apoyadas sobre el sillón, le gustaba el hecho de que Gustabo estuviese tomando la iniciativa, aunque sus movimientos estaban siendo torpes y un tanto inseguros.

—¿Quieres que continúe?.

—Claro que si... adelante. — separó ambas piernas dándole libre acceso al rubio para acomodarse entre ellas.

Gustabo se masturbó volviendo a poner su pene erecto y lo acercó a la entrada del de cresta. Este dejó caer una gran cantidad de saliva de su boca sobre el falo, y con suavidad, el mayor comenzó a adentrarse en él teniendo cuidado de no lastimarlo.
Ambos gruñeron con satisfacción al encontrarse finalmente unidos.

Sentir el miembro del mayor palpitar dentro de su cuerpo ya estaba comenzando a enloquecerlo, esperando con impaciencia a acostumbrarse a la intromisión.
Movió sus caderas al poco rato indicándole al rubio con este gesto que ya podía comenzarse a mover.

Gustabo comprendió inmediatamente empezando a penetrarlo con lentitud. Gimiendo roncamente a la par que colocaba sus manos sobre las rodillas del de cresta para estabilizarse.

Horacio mordió su labio inferior aferrando sus manos a los cojines del sillón. Su cuerpo se estremecía de placer conectando sus orbes con los del rubio que lo miraban con intensidad.
Gustabo movía sus caderas de manera pausada escuchando como el menor gemía con cada embestida.

—Por favor... más rápido. — pidió separando a un más sus piernas las cuales el rubio tomó entre sus manos, elevándolas un poco y sostenerlas en el aire y aumentando la intensidad de sus embestidas.

—¿Así?. — jadeó dando fuertes estocadas en su entrada.

—Más, más... Gustabo. — suplicó entre erráticos suspiros, echando su cabeza para atrás en el respaldo del sillón. Realmente estaba comenzando a delirar de placer.

No lo pensó dos veces para cumplir su demanda, moviéndose a un ritmo fuerte y rápido que hizo temblar de pies a cabeza al menor. Los gemidos de ambos llenaron la estancia volviéndose casi ensordecedores.

—Gustabo. — llamó con dificultad y la respiración entrecortada. —P-para.

Al escucharlo, poco a poco fue deteniendo el vaivén de su cadera, observando al de cresta con curiosidad.

—¿Qué pasa?, ¿Te lastimé?.

—No. — posó sus manos en los hombros del rubio haciéndolo retroceder y una vez estuvo fuera de su entrada, lo empujó hacia la alfombra que adornaba el piso del salón.

Gustabo se recostó boca arriba a regañadientes por la brusquedad que había utilizado su compañero. No tuvo tiempo de quejarse cuando vio a Horacio sobre sus caderas alineando el trasero con su falo.

Descendió despacio hasta que el miembro se encontró completamente en su interior. Luego descansó sus manos sobre el pecho del rubio.

—Pudiste haberme dicho simplemente que querías cambiar de posición.

El menor solo sonrió como respuesta comenzando a moverse acompasadamente de arriba a abajo sintiendo como el miembro de Gustabo entraba y salía de su cuerpo con cada salto.

Sus gemidos se volvieron constantes delineando con la yema de sus dedos los pectorales del mayor bajo él.
El rubio aferró sus manos con firmeza en el trasero del menor viendo como este intensificaba los movimientos sobre su cadera.

—¡Ah, ah... Gustabo!. — gritó sin ningún reparo arqueando su espalda de gozo. Pequeñas lágrimas de placer empezaron a empañar sus bicolores.

Los sonidos obscenos de los glúteos del menor chocando una y otra vez contra sus muslos, marcaron una perfecta y armoniosa melodía acompañada de sus insistentes gemidos.

No pasó mucho para que la polla de Gustabo comenzara a golpear con fuerza su punto dulce, incitándolo a saltar sobre él frenéticamente.

El rubio subió las manos enterrando sus uñas en la piel de las caderas del moreno, gruñendo cada vez más alto. Definitivamente su cordura ya no lo acompañaba.

—¡Joder, Joder!. — el menor estaba sumamente extasiado y ver bajo él como Gustabo se retorcía de placer y su rostro se contraía en una mueca de gozo a causa suya, no ayudó mucho para aguantar mucho más. Los espasmos que le avisaban que estaba a punto de correrse, invadieron su cuerpo.

Dando unos cuantos rebotes más, el orgasmo llegó obligándolo a arquear su espalda y apretar sus párpados con fuerza. Se corrió descargando todo su semen sobre el abdomen del mayor.

Aun con el orgasmo presente en su sistema, continuó moviéndose al notar que Gustabo aún no se había corrido. Creía que iba desfallecer de placer.

El rubio sostuvo su cadera y sentó al moreno de golpe haciendo que su falo entrara por completo en su interior. Mordió su labio inferior, temblando en demasía cuando se corrió dentro de la cavidad cálida del menor.

El moreno se bajó de encima echándose a un lado de su amante sobre la alfombra.

Había soñado miles de veces con aquel encuentro, pero ningún sueño se comparaba con la realidad. Sonrió satisfecho volteando su cabeza para observar al rubio.

—¿Te gustó?. — fue lo único que pudieron pronunciar sus labios. Nada le daba más complacencia que cumplir con las expectativas de Horacio.

—Joder... me encantó. — respondió de inmediato, dejando un pequeño beso sobre la melena dorada que adornaba la cabeza de su compañero de vida. —Pero Gustabo...

—¿Qué pasa?. — posó sus zafiros sobre él.

—No me has dicho si también me amas o no. Un "te quiero" no es suficiente. — hizo un leve puchero. El rubio soltó una carcajada.

—Te lo acabo de demostrar. Las palabras a veces sobran.

Horacio largó un suspiro, esbozando una pequeña sonrisa.

—Entonces quiero que vuelvas a demostrármelo, pero ahora en mi cama.

—¿Qu-?.

De repente, Gustabo se vio en el aire siendo alzado del suelo por los brazos del más alto.

—¿Qué haces, gilipollas?. — comenzó a reír, contagiando a su compañero.

Ambos carcajeaban mientras Horacio cargaba al rubio y caminaba con él, escaleras arriba en dirección a su habitación.

—Por cierto, quiero que te quedes a vivir conmigo aquí.

—De todos modos ya estaba pensando en apoderarme de tu casa.

El menor simplemente sonrió dejando con delicadeza el cuerpo de Gustabo sobre el colchón de su cama.

Su mano viajó por el rostro del mas bajo, acariciando con dulzura sus mejillas, quedándose embelesado al perderse en aquellos ojos azules que siempre le habían robado el aliento.

No cabía duda de que su alma estaba ligada con la de Gustabo. Así fue desde que por azares de la vida habían coincidido en ese mundo y así sería por la eternidad

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