AU Gustacio - Caminos

489 24 0
                                    


El comienzo de lo que se cree un final


Cuando la camisa de Gustabo, cayó al suelo, Horacio continuó con su tarea de desnudarlo, llevando ahora sus manos hasta el pantalón del chico. El rubio se dejó hacer, mientras depositaba lentas caricias sobre los anchos hombros del de cresta.

Una vez estando en igualdad de condiciones, es decir, ambos en ropa interior. Se tumbaron sobre la cama, juntando sus labios, permitiendo que los mismos se movieran al mismo ritmo que el deseo que se acrecentaba dentro de sus cuerpos cálidos, haciendo fricción y subiendo la temperatura de su piel, al rozarse exquisitamente.

Con osadía, Horacio se subió sobre el cuerpo del rubio, teniendo cuidado de no lastimarse a si mismo. Separó ambas piernas, colocándolas a cada lado y aprisionando con su cuerpo las caderas del rubio contra el colchón de la cama. Puso sus manos sobre el firme y pálido pecho del de ojos zafiros para estabilizarse, y una vez adquiriendo la posición que quería, sus ojos se dirigieron hacia el rostro de su amado, viéndolo desde arriba.

Sus miradas se encontraron en un silencio nada incómodo, que no duró demasiado cuando sutiles jadeos comenzaron a escapar de sus labios, al moreno iniciar una excitante danza sobre la cadera del rubio. Sus miembros fueron despertando a medida que aumentaba el roce entre los mismos, acabando por tener a los pocos minutos, unas palpitantes y duras erecciones que se marcaban en la fina tela de sus bóxers.

Horacio no se detuvo, meneando sus caderas con agilidad de atrás a adelante y trazando traviesos círculos sobre el miembro del más bajo. Flexionó sus codos para poderse acercar al rostro de Gustabo, quien lo veía con un brillo especial en su mirada y con sus deliciosos y finos labios entreabiertos, dejando escapar suspiros llenos de deleite.

Delineó con la punta de su lengua ese par de belfos que lo tenían hipnotizado y deslizó los suyos, besando con ternura cada tramo de la piel del rubio, empezando por su mentón hasta detenerse en los rosados botones que adornaban sus pectorales. Succionó ambos, turnándose con cada uno hasta dejarlos medianamente rojizos.
Sus orbes buscaron de nuevo la mirada azul de Gustabo, quien lo observaba a la par que sus manos contorneaban ese cuerpo escultural, subiendo sus manos por los carnosos muslos del moreno.

Sintió los dedos de Gustabo tocar el vendaje de su pierna derecha, en un tacto ligero y gentil, evitando hacerle algún tipo de daño. Se hundió en el calor del cuerpo del rubio cuando las mismas suaves manos se deslizaron por su espalda, posándose luego sobre sus redondos y respingados glúteos, dando un pequeño salto cuando los estrujó con fuerza.

Era impresionante la forma en que sus manos y labios, volvían a recorrer sus cuerpos ajenos como si fuera la primera vez que lo hacían. A pesar de ya haber compartido tantas veces ese bello acto íntimo que les permitía con gozo, volverse uno solo. Cada roce, cada caricia, cada beso, se sentía como el primero, mandando un escalofrío que los zarandeaba, siendo esto tan adictivo que perjuraban jamás tener suficiente de ello.

Gustabo coló sus manos dentro del bóxer del más alto, acariciando la piel desnuda y suave de sus glúteos. Tomando esto como un paso a seguir, Horacio detuvo sus movimientos y con apoyo de sus rodillas y manos, se alzó levemente dejando que el rubio retirara la última prenda presente en su cuerpo, la cual se encontraba empapada por el preseminal de ambos falos que instantes antes habían estado frotándose placenteramente.

Repitió las mismas acciones con su ropa interior, hasta que ya no hubo ninguna barrera que les impidiera disfrutar la plenitud de su desnudez. Horacio volvió a acomodarse sobre la cadera del de ojos zafiros, provocando que ambos falos húmedos y calientes se tocaran, arrancándoles a ambos un gemido agudo que los hizo estremecer. Sus orbes volvieron a conectarse y la mano del moreno, buscó desesperadamente el pene del rubio, hallándolo al instante y sujetándolo con firmeza.

Los gemidos de Gustabo, quedaron atorados en su garganta cuando el de cresta manoseo su falo. La mano de este iba de arriba a abajo dándole la atención que necesitaba, fue constante con su vaivén, volviéndolo cada vez más frenético. Viendo como el rubio se encogía sobre las sábanas y se derretía bajo su tacto, lo siguió masturbando a la par que hacia movimientos circulares con su pulgar, en la punta del glande.

Ver a Gustabo removiéndose de placer sobre su cama y causa suya, era un espectáculo cautivador y estimulante. Sus expresiones eran dignas de ser grabadas en su memoria por un largo periodo de tiempo.

Esos iris azules que lo tenían al borde de la locura, no dejaban de mirarlo, pidiendo en mudo anhelo el querer recibir un poco más de aquello que comenzaba a orillarlo a un intenso orgasmo.

El movimiento de su mano aumentó, consiguiendo que el falo del rubio manchara sus dedos con su excitación. Acarició el torso del chico con su mano libre, cuidando también de no perder el equilibrio sobre él. Jadeó con sorpresa sintiendo como la mano de Gustabo se había apoderado de su grueso y brevemente olvidado miembro, procediendo a imitar el vaivén que el de cresta realizaba en el suyo.

Pero ya llevaba ventaja y no faltó mucho para que finalmente el de tez blanca, rozara sus límites. No tuvo tiempo de avisar cuando lanzando un grave gruñido y cerrando sus párpados con fuerza, se corrió, impregnando de su blanquecino néctar, la mano del moreno.

Horacio apartó la extremidad, viendo con atención el como Gustabo hacia un esfuerzo para llenar de vuelta de aire sus pulmones. Alzó la misma mano cubierta por el semen del rubio, hasta su boca y comenzó a deslizar su lengua, tomando en ella ese dulce y delicioso elixir hasta dejarla completamente limpia.

No quería parar un segundo, volviendo a masturbar al de tez blanca, buscando poner de nuevo su miembro erecto.

—Horacio. — exhaló apenas, reponiéndose de su primer orgasmo.

El mencionado esbozó una pequeña sonrisa, triunfante, al comprobar que el rubio ya se encontraba erecto otra vez. Dejó caer saliva en su mano y la esparció despacio por el grosor del pene del más bajo.
Sus rodillas se hundieron en el colchón de la cama y se alzó para poder comenzar a tantear con el glande de Gustabo, su necesitada y rosada entrada.

—Horacio, así vas a lastimarte. — expresó preocupado al ver lo que el de cresta quería hacer.

—Pero... yo... — sabía que por su herida le sería imposible moverse a su gusto. Realmente deseaba permanecer en esa posición. Bufó frustrado.

Gustabo suspiró, viendo la expresión decepcionada de su pareja. Quería complacerlo y esa siempre sería su máxima prioridad en los momentos en que ambos tenían sexo.

—Yo me encargaré, pero quédate quieto. — concedió, teniendo una idea de lo que debía hacer.

Horacio obedeciendo, terminó su trabajo inicial, bajando su cuerpo y alineando su trasero con el falo del rubio.
Comenzó a introducir el mismo en su entrada, haciéndolo despacio y con la ayuda del más bajo, quien descendió las manos para separar levemente sus glúteos y facilitarle así la tarea.

Sus intimidades se unieron encajando a la perfección y suspiraron satisfechos. Horacio estiró sus brazos, volviéndose a apoyar de nuevo sobre el pecho del de tez blanca.

Gustabo por su parte, flexionó sus piernas, descansándolas sobre el colchón, colocando ambas manos en la cintura del de cresta, comenzó a realizar movimientos pélvicos de arriba a abajo, embistiendo con lentitud la entrada del moreno.

Al sentirlo, Horacio gimió encantado, arqueando su espalda, al recibir con delirio las primeras estocadas que tocaron su próstata. Tuvo que aprisionar los muslos del rubio con sus piernas para no perder el equilibrio ante la arrolladora y repentina sensación de placer que lo invadió.

Gustabo pudo notar el cambio en sus facciones. Sonrió con malicia, volviendo a dar un par de estocadas más en esa estrecha cavidad, logrando arrancarle al moreno, un grito prolongado que trató de callar después mordiendo con fuerza su labio inferior.

—¡Ah, Dios!, ¡Gustabo!. — gimió liberando su labio. Fue inevitable para él no enterrar las uñas en la tersa piel blanca del pecho del rubio.

—Ahí está perfecto, ¿Eh?. — sonrió de nueva cuenta, ignorando el ardor que le provocaba tener las uñas de su amante encajadas en sus pectorales.

No le dio tiempo a contestar, levantando sus caderas e impulsándose con sus piernas, para embestir con fervor la entrada del más alto, quien creyó que iba a desmayarse en ese momento por el increíble placer que sentía al tener el falo del rubio, golpeando inclemente su punto más dulce.

Gustabo hundió sus dedos en la cintura del más alto, ejerciendo la fuerza necesaria para mantenerlo en su lugar. Continuó penetrándolo, su ritmo iba en aumento cada vez más, los gruñidos salían sin parar de su garganta, la entrada del de cresta se ceñía tan agradable y placenteramente en su miembro, que simplemente no podía detenerse pese que a los minutos un molesto pinchazo se hizo presente en su propia cadera.

Horacio gemía sin pausa, su cuerpo era sacudido exquisitamente con cada embestida haciéndolo vibrar. Echó su cabeza para atrás clavando su mirada en el techo de la habitación, sentía sus bicolores arderle teniendo que entrecerrar sus párpados. Con su lengua, humedeció sus labios unas cuantas veces los cuales se resecaban fácilmente gracias al aire caliente que expulsaban sus pulmones.

No iba a aguantar mucho más, tenía todo un paraíso bajo su cuerpo y dentro de él. Uno del cual no quería escapar jamás.

—G-gustabo, ya casi... — dijo jadeante. Pero antes de que el orgasmo lo azotara, el rubio cambió rápidamente sus posiciones, tomando el cuerpo del moreno para depositarlo sobre las sábanas, sin olvidar en ser cuidadoso con su pierna.

Horacio lo vio acomodarse arriba de él, separando sus piernas para tener mejor acceso, el momento fue tan fugaz que no pudo procesar cuando Gustabo volvió a penetrarlo con rudeza. El de cresta estrujó las sábanas con sus dedos, convirtiéndose en un mar de gemidos, volviendo a echar su cabeza para atrás ahora sobre la almohada.

El rubio tomó las manos de Horacio, alzándolas hasta colocarlas sobre la almohada, a cada lado de la cabeza del de ojos bicolores, enseguida los dedos de sus manos se entrelazaron para empuñarse con vigor.

—Horacio. — llamó entre un largo suspiro, cuándo las paredes calientes del moreno comenzaron a estrecharse en su duro falo.

—Gustabo... no puedo más. — gesticuló con la voz entrecortada. Pequeñas lágrimas empañaban sus hermosos y fulgurantes orbes.

El susodicho se dobló hasta el más alto, encontrando su lugar debajo del mentón, enterró su cara en el grueso y apetitoso cuello color canela de este, sin disminuir sus frenéticas embestidas.

—Córrete, córrete para mi. — añadió tentador, cerca del oído del de cresta.

Y como si su cuerpo hubiese obedecido y reaccionado a la sugestiva súplica del rubio. Se entregó al inmenso placer de su orgasmo que llegó hasta él con vehemencia, desconectando casi por un segundo su cerebro, enviándolo a un frenesí de sensaciones indescriptibles.

Su espalda se arqueó, pegando su sudoroso pecho contra el de ojos zafiros. Ambos se corrieron al mismo tiempo, descargando sus esencias dentro y sobre sus cuerpos, a la vez que sus nombres eran pronunciados por los labios del contrario, en un último y atorado grito que murió entre las paredes de aquella habitación.

Gustabo se echó sobre el pecho del de cresta, ambos tratando de regularizar sus respiraciones, sus ojos cansados se encontraron de nuevo.

Horacio retiró con delicadeza, un pequeño mechón amarillo que se había pegado a la frente del rubio a causa del sudor, y sin importarle que sus cabellos se encontraban húmedos, depositó un tierno beso sobre ellos.

—Te amo tanto, Gustabo. — confesó por primera vez.

Después de los meses en los que habían sostenido su relación, no se había atrevido a decirlo. Había llegado la hora y no se echaría para atrás. Su corazón comenzó a palpitar vigorosamente dentro de su pecho, esperando ver la reacción de Gustabo ante sus palabras.

No tuvo que esperar mucho, pues el rubio esbozó una preciosa sonrisa, alzando su mano para acariciar con gentileza la mejilla sonrojada del moreno.

—Pensé que nunca lo dirías. — reprochó en broma, riendo por lo bajo. —Yo también te amo, Horacio. — murmuró, llenando el pecho del de cresta con calidez y alegría.

Sin permiso, las lágrimas surcaron de sus bicolores, resbalando por sus tintadas mejillas. La dicha que lo embargaba en ese instante, nunca podría compararse con los fugaces momentos de su vida en los que creyó que pudo haber sido feliz.

Gustabo llegó inesperadamente a su mundo para quedarse y allí se quedaría. No habrían más dudas, ni temores, a partir de ahora sólo serían ellos dos.

Unieron sus labios, vaciando sus corazones y todo de sí mismos en aquel beso.

Horacio se apartó brevemente hasta hacer que sus labios se tocaran sutilmente como una brisa. Colocando una mano bajo el mentón de su amado, contemplandolo con firmeza.

—Cásate conmigo, Gustabo.

Historias Gustacio/PogacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora