🤡 Diversión 🤡: Pogacio

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Parte I

Aquello se estaba saliendo de control, Pogo ya llevaba una semana con él y no veía el día en que se fuera.

Gustabo se había ido a un retiro espiritual por meses sin avisar a nadie, Horacio no tuvo noticias de él, ni siquiera sabía si estaba vivo o muerto y, un día cualquiera, regresó a Los Santos como si nada hubiera pasado. Pese a los intentos de Horacio de estar enojado con su compañero de vida por irse sin decir nada, no podía molestarse, cada vez que veía su rostro y sus enigmáticos ojos azules toda la tristeza o enojo que pudiera sentir hacia él desaparecían. Estaba extasiado del regreso de su mejor amigo, por fin volvían a estar juntos. Pasaron los días juntos poniéndose al día de todo lo que habían hecho y haciendo otro tipo de actividades, todo había vuelto a la normalidad, hasta que, sin motivo aparente, Gustabo se fue.

No físicamente, sino de forma mental. Pogo había regresado a la vida de Horacio, pero ahora era más pacifico y sin intenciones —por el momento— de querer hacer daño a nadie.

Al principio, Horacio tuvo miedo de que lo sucedido en la iglesia volviera a ocurrir. Se planteó la idea de internarlo o decirle a Conway —quien también había vuelto—, pero al ver el comportamiento "sosegado" del payaso, decidió mantener en secreto que Pogo había vuelto y esperaría a que Gustabo regresará. Pero él no volvía.

En un modo de proteger a Pogo de sí mismo, lo llevaba a todas partes intentando que no hablara con la gente. El payaso, más obediente que de costumbre, mantenía la boca cerrada y dejaba que Horacio hablara por él. Eso no le impedía hacer travesuras como si fuera un niño pequeño.

—¡Pogo secuestrado! Contra su voluntad —exclamó su amigo rubio melodramático en el asiento del copiloto.

—Ya casi llegamos —mintió sabiendo que aún faltaba un buen rato para llegar a la sede del FBI.

Había estado durmiendo a Pogo con somníferos durante la noche así, Horacio aprovechaba para ir a trabajar durante ese tiempo y lo cuidaba durante el día, sin embargo, el payaso se dio cuenta de lo que hacía y ahora se negaba a aceptar cualquier comida o bebida por su parte. Por lo que ahora tenía que cuidarlo las veinticuatro horas del día, y por ende, tenía que llevarlo al trabajo junto con él.

Estaban en el coche y casi lo había amarrado al asiento del copiloto para que se estuviera quieto.

—¡Mentiroso! —gruñó enojado. Tardó unos momentos antes de añadir—: ¿Quieres follar?

Horacio casi pierde el control del vehículo pero de manera casi profesional pudo evitar un accidente. Lo había tomado con la guardia baja.

—Estoy conduciendo —señaló lo evidente recibiendo un suspiro pesado como respuesta.

Gustabo y él mantenían una relación de sexo ocasional. Horacio estaba complacido de esos encuentros carnales que no afectaban para nada su amistad y de hecho, habían gozado como nunca desde que regresó.

A diferencia de Gustabo, Pogo tenía el libido muy alto y, sabiendo del acuerdo que tenían los dos, aprovechaba cualquier momento inoportuno para insinuarse.

Ahora que Pogo no fingía ser Gustabo, no intentaba ocultar su deseo sexual y Horacio estaba feliz de complacerlo. No sólo era una experiencia muy satisfactoria, sino que el sexo parecía calmar al payaso.

Amaba hacerlo con ambas partes pese a que eran muy diferentes en el acto. Gustabo era más tranquilo y lo hacía sentirse amado, como si fuera una pieza de porcelana que pudiera romperse en cualquier momento. En cambio, Pogo era muy brusco y le importaba poco lastimarlo, Horacio a veces pensaba que solo lo quería por el sexo e intentaba alejar esas ideas.

—¡Pogo aburrido! —grito desesperado el de ojos azules—. Estás matándome de aburrimiento. Además... ¡este auto huele a pobre! ¿¡Acaso eres pobre?!

Horacio freno el coche en un semáforo rojo y miró al payaso de reojo, quien hacía una pataleta digna de un niño pequeño. El de cresta lo jalo hacia él fundiéndose en un tierno abrazo pasando su mano por el sedoso cabello rubio de su amigo.

—Todo está bien, siente mi mano, siente mi mano —susurro con dulzura.

Pogo pareció relajarse y se acurrucó aún más en el pecho del menor.

El semáforo cambió a verde, Horacio se dispuso a volver a conducir pero Pogo se negó a apartarse. A duras penas pudo arrancar el coche teniendo al payaso aferrado a él.

Un silencio tranquilo reino en el vehículo, Horacio agradeció internamente que su amigo se hubiera calmado. O eso pensó.

Pogo deslizó sus dedos por el cuerpo de Horacio en un intento de entretenerse. Una sonrisa ladina se dibujó en su rostro al encontrar un modo de divertirse y es que, no iba a aceptar un "no" por respuesta.

Comenzó a pasar sus manos por las piernas del menor subiendo cada vez más sus caricias.

El de cresta no le dio importancia hasta que comenzó a hacer círculos muy cerca de su entrepierna y, descaradamente, palpo su miembro por encima del pantalón.

Se removió inquieto mirándolo algo molesto, ¿que pretendía? Pogo lo ignoró y siguió tocando su zona íntima.

—No hagas eso.

—Pogo no recibe órdenes, y menos tuyas —gruñó enojado pero con una sonrisa burlona en el rostro.

Continuó masajeando su entrepierna. Horacio mordió su labio inferior intentando concentrarse en la carretera, no quería darle la satisfacción al payaso de excitarlo, no quería tener una erección bajo sus caricias pero fue casi imposible.

Ante las atentas acciones de Pogo, su miembro se levantó y el rubio sonrió victorioso empezando a acariciar la zona con más fervor y pasión.

—¡Oh, qué duro estás! —admitió el mayor—. «Horacios» se puso muy duro, ¿Horacio desea a Pogo?

—N-no...

—Pues aquí abajo me está diciendo otra cosa —comentó burlón.

El de cresta siguió conduciendo, no podía frenar aunque quisiera, estaba en media carretera, y gracias a esto Pogo aprovecho para desabrochar su pantalón y meter su mano dentro de este para tomar entre sus dedos el falo erecto de Horacio, quien se removió nervioso intentando apartarlo.

Cuando logró sacar de su pequeña prisión su pene, Pogo comenzó a pasar sus dedos por el glande bañándolos con el poco líquido pre seminal que empezaba a salir.

Horacio se mordió la lengua, los dedos del payaso tocaban una zona demasiado sensible y pese a que no quería dejarse llevar, deseaba que Pogo lo tocara como correspondía y dejará de torturarlo.

Empezó a jugar con sus testículos y envolvió la punta del falo en su palma ahuecada iniciando movimientos circulares, Horacio apretó el volante con fuerza enterrando sus uñas en el cuero que lo cubría, lo estaba torturando.

—D-detente un momento —pidió entre jadeos.

—Vamos, sabes que lo quieres. Si lo deseas, puedes pensar que soy Gustabo. Puedo ser quien tú quieras.

—¡Ese no es el problema! Vamos a chocar sino encuentro un lugar donde estacionar... No puedo concentrarme —dijo apresurado— ¿por qué haces esto? S-siempre haces esto en los momentos más inapropiados.

El contrario pareció cavilar unos momentos pero la respuesta era clara:

—Por qué es divertido, por eso lo hago —confesó con burla—. Y la diversión apenas acaba de empezar, Horacio.

El payaso comenzó a lamer la punta del pene como si de una paleta se tratara, un escalofrío recorrió la espalda de Horacio. Paso la lengua a lo largo del falo repartiendo pequeños besos mientras esparcía con su mano la saliva y el líquido pre seminal que, cada vez más, comenzaba a surgir.

El menor vio un callejón, su única oportunidad, se dirigió hacia allí con prisa intentando no llamar la atención.

No parecía haber nadie cerca así que aparco el coche en lo profundo de aquel estrecho lugar y finalmente pudo disfrutar las caricias que el payaso le brindaba.

El rubio continuó con su tortuoso juego hasta que, regalándole una pequeña sonrisa, se apartó de su miembro decidido a dar el siguiente paso.

Horacio, hipnotizado por los luceros azules del más bajo, vio como se desprendía de toda su ropa de cintura para abajo dejando su miembro erecto expuesto, ni siquiera había notado que su amigo también estaba excitado.

—Yo voy arriba —indico el payaso sentándose sobre Horacio quedando frente a frente.

—P-pero...

—Dije que yo voy arriba —repitió bruscamente—. Pogo es fabuloso, Pogo siempre arriba de todos.

Horacio se callo, tenía ganas de tener sus pálidas piernas en los hombros pero, pese a que era mucho más alto y fuerte que el rubio, no tenía la fuerza para contradecirlo.

El payaso guió el miembro erecto de Horacio hasta su entrada y lo metió de una estocada. Entró tan fácil que el de cresta comprendió que Pogo ya venía preparado para eso.

Empezó a brincar sobre su miembro permitiendo que saliera y, de forma brusca, entrara en su totalidad creando un fuerte ruido de sus pieles chocando.

Se sentía muy bien, sus glúteos rebotando en su falo era exquisito, estaba tan estrecho que cada embestida era una ola de placer.

Pogo no se quedaba atrás sintiendo como su próstata era golpeada fuertemente por él mismo con cada salto que daba.

Horacio buscó los labios pintados de morado del rubio para besarlo pero este se apartó, lo intento otra vez consiguiendo el mismo resultado.

—Besos no —sentenció sin dejar de moverse.

—¿Por qué?

—Los besos demuestran amor, tu y Pogo solo están teniendo sexo. Nada más.

Sus palabras fueron como una puñalada a su corazón. ¿En verdad solo lo veía como una máquina sexual? ¿Solo era un pedazo de carne para sus ojos? Nunca quiso pensar en eso pese a todas las indirectas que el payaso le enviaba, oír de su propia boca la verdad le dolió más de lo que pensó.

Se puso tan triste que se vio reflejado en su erección, y Pogo lo noto. Se dejó de mover mirando fijamente a Horacio, quien veía por la ventana la sucia pared del callejón.

El mayor suspiro agotado, Horacio era muy sensible con ese tipo de cosas. Pese a que iba en contra de sus creencias, un beso de mentira compondría la situación ¿no? Al fin y al cabo, siempre fue un experto en manipular.

Se abalanzó sobre la boca de Horacio, aprovechando que estaba distraído, metió su lengua en su cavidad bucal. El de cresta, bastante sorprendido, correspondió automáticamente iniciando una lucha entre sus lenguas que, por supuesto, ganó Pogo sin mucho esfuerzo.

—¿Ya estas feliz, mimosin? —preguntó separándose dejando un rastro de saliva entre ellos. Horacio asintió sonriendo olvidando lo que el payaso había dicho momentos atrás—. Eres un suave.

Gracias al labial morado que portaba el más bajo, la piel de Horacio se había pintado sutilmente de este color. Ambos comenzaron a manosearse mientras casi se comían la boca tratando de recuperar el ambiente perdido.

Una vez los dos estuvieron listos de nuevo, siguió brincando sin parar sobre el falo mientras Horacio repartía lengüetazos en su cuello y seguía besándolo en la boca. Era increíble, su interior se sentía realmente bien, se movía como si en verdad fuera un experto. Esperaba que fuera un don natural —aunque lo dudaba— pues la idea de Gustabo/Pogo acostándose con alguien más no le gustaba en lo más mínimo.

Entre gemidos y jadeos, los dos se corrieron al poco tiempo. En el clímax, Pogo mordió el labio inferior del menor jalándolo y apretándolo hasta que le sacó sangre. Horacio se apartó sintiendo la sangre colarse en su boca, el payaso se acercó y lamió el labio sangrante mientras lo miraba a los ojos. Era un maldito enfermo, ¿Por qué lo excitaba tanto?

Con sus jadeos mezclándose de lo cerca que estaban, se tomaron unos momentos para descansar apoyando su frente en la del otro.

—Me corrí dentro, perdón. Tendrás que esperar para limpiarte —indicó el más alto.

—Luego me lo cobraré —confesó guiñándole un ojo de forma coqueta.

Su compañero de vida se quitó de encima, los dos se vistieron y trataron de limpiar el desorden que habían creado. Una vez Horacio se peinó la cresta y se quitó los residuos del labial morado, fue momento de emprender, una vez más, el camino a la sede.

Tenía mucho trabajo que hacer pero sospechaba que Pogo le impediría hacerlo. Había sido mala idea llevarlo consigo, pero le resultaba un tanto gratificante voltear y ver a Gustabo a un lado suyo. Ya no se sentía solo.

Estaba conduciendo cuando vio a uno de sus compañeros de trabajo discutir con lo que parecía ser un delincuente. Curioso, decidió estacionar el coche y ver si necesitaba refuerzos. Se puso la máscara y bajó del vehículo ante la atenta mirada de Pogo, quien no dijo nada.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó Horacio a Ford, el sheriff.

El hombre lo volteo a ver, con una sonrisa en el rostro, le dijo que había tenido problemas en una persecución de vehículos y que sólo había capturado a un maleante.

Pogo observaba desde su asiento cada gesto de Horacio también estando pendiente a aquel sujeto de nombre Ford. Los dos rieron y hablaron como si fueran amigos de toda la vida, el payaso noto las intenciones del sujeto en querer tocar a su amante.

Le pasó el brazo por los hombros y cuando se separaron lo rozaba con la mano, parecía tener siempre una excusa para tocarlo y eso molestó mucho al payaso.

Horacio regresó al vehículo, se quitó la máscara y retomó su camino, no se dio cuenta de la penetrante mirada de Pogo, parecía muy molesto.

—¿Quién era ese? —gruñó.

—Un compañero, nada importante —admitió, decía la verdad.

—Se les veía muy juntos, muy cómodos, muy coquetos —dijo con rabia—. ¡Pogo traicionado! ¿Acaso crees poder encontrar a alguien mejor que yo?

El payaso gritó frustrado, Horacio intentó calmarlo pero no quería apartar la vista de la carretera.

—¡Cálmate, perla! Él no me atrae, no me gusta. Tu eres el único que me ha follado el culo en los últimos años, nada pasa entre él y yo, tranquilo ¿si? Yo soy tuyo y de Gustabo.

De inmediato, el enojo de Pogo pareció desaparecer y lo miró maravillado de esas palabras.

—Dilo otra vez.

—Yo soy tuyo y de Gustabo —canturreo.

El payaso sonrió con malicia satisfecho de esa frase.

Al llegar a la sede, Pogo le indico que estacionara hasta el fondo, en un lugar donde no había coches. Horacio obedeció sin chistar, el lugar donde aparco tenía una pared alta a los lados y estaba oculto por las sombras del edificio que se erguía frente a ellos.

El de cresta fue el primero en bajar, rodeó el auto para abrirle la puerta a Pogo pues le había puesto seguro a prueba de niños para que no se tirara del vehículo en marcha —ya lo había hecho anteriormente—.

Apenas abrió la puerta, Pogo se abalanzó sobre él besándolo con pasión colando su lengua en su boca de manera autoritaria. Horacio correspondió encantado pero se separó una vez vio que el payaso tenía otras intenciones.

—Estamos en público y... Acabamos de hacerlo —dijo repartiendo pequeños besos sobre su rostro.

—Quiero más, no me has dado la atención que merezco y quiero dejarte en claro a quién perteneces —admitió pasando la punta de su lengua por sus labios.

—Si alguien nos ve...

—Como si eso no te excitará, mimosin.

Para tener un poco más de privacidad, el payaso lo jalo hasta la pared frontal donde se encontraba el capo del coche y lo empotró contra este recorriendo el cuerpo del menor con las manos intentando abarcar toda su piel.

Recorrió su espalda por debajo de la camisa para luego pasar sus manos a su pecho, Horacio se estremeció cuando apretó sus pezones con fuerza y sin reparos a hacerle daño. Las caricias del mayor lo excitaron fácilmente.

—¡Ah, espera! —gimió sin saber si quería que realmente esperara.

Le bajó el pantalón y la ropa interior de golpe posicionándose detrás de él restregando su miembro erecto en sus glúteos desnudos.

—Iba a prepararte pero veo que vienes listo, eres un guarro, ¿esperabas tener suerte hoy?

—T-te equivocas... Yo no...

Antes de que pudiera terminar la frase, Pogo depositó una fuerte nalgada en su trasero arrancándole un gemido.

—Pogo empieza a molestarse de tus mentiras —susurro en su oído.

Horacio jadeo, podía reclamarle que él había hecho lo mismo, pero la voz autoritaria y la forma en la que lo trataba no le dejaban hacerlo. Estaba a su merced y le encantaba.

—Simplemente pensé que tal vez ibas a querer hacerlo y... Me masturbe en la mañana —admitió a regañadientes sintiendo como su miembro se ponía erecto otra vez.

—¿Cómo lo hiciste? Quiero oír que digas lo guarro que eres.

—Con un vibrador rosa... Y un dildo morado —admitió avergonzado.

Sin avisar, lo penetró de una estocada arrancándole un gemido gutural, rápidamente, Horacio se tapó la boca para evitar que lo escucharán.

Empezó a embestirlo brutalmente sin darle tiempo a acostumbrarse. Horacio soltó un chillido debatiéndose entre el placer y el dolor que poco a poco iba desapareciendo enviándolo a una locura interminable.

—Sigue contándome o parare —murmuró antes de morder su hombro.

—Imagine que era tu polla la que me estaba follando y... —no pudo terminar la frase sin ahogarse en su propia saliva.

Aquello era tan salvaje y rudo que le fascinaba, sentía que podía ver el paraíso con cada estocada, podía desfallecer en ese momento.

—Continúa —incitó lamiendo su oreja antes de clavar sus dientes en el lóbulo con demasiada fuerza.

Horacio gimió de dolor ante este acto y, atragantándose con sus propias lágrimas, obedeció:

—Pensar en eso me excitó más y continué masturbándome pensando en ti. ¡Deseaba con toda mi alma que fuera tu polla, como ahora! ¡Ah, Pogo! ¡Se siente tan bien!

—¿Seguro que no estabas pensando en el sheriff ese? —Horacio negó con la cabeza—. Eso es, buen chico. Solo necesitas a Pogo y a Gustabo, no necesitas a nadie más.

Pogo empezó a repartir mordidas por toda la piel que alcanzaba su boca dejando impresos las marcas de sus dientes. Con sus manos estrujaba sin piedad las nalgas del menor dejándolas cada vez más rojas.

—Me imaginé chupándotela y tragándome tus fluidos o que me los echarás en la cara —confesó Horacio perdido en su propio mundo.

—¿Lo quieres, quieres que me corra en tu cara, guarro?

—¡Lo deseo! ¡Y también quiero tragármelo. Hace mucho no me lo das. Lo necesito! —gimoteo embelesado.

—Es una pena, quiero correrme dentro.

—¡No me importa, la quiero toda dentro de mi, ah! —chillo.

El orgasmo lo azotó obligándolo a lanzar un sonoro gemido el cual fue acallado por la mano de Pogo, su cuerpo se estremeció y dejó salir su semen sobre el capó del vehículo.

Aún temblando por el reciente clímax, se recostó sobre la fría superficie de metal. Sus ojos desprendían gruesas lágrimas del deleite que había experimentado.

—Pogo tiene una sorpresa para ti —susurro en su oído, el menor noto que él no se había corrido aún.

Antes de que pudiera contestar, sintió una vibración en su espalda. Se volteó de inmediato viendo en la mano del payaso un pequeño vibrador rosado, el cual, sin esperar respuesta, metió en el trasero de Horacio prendiéndolo a la máxima velocidad.

El moreno arqueo la espalda sintiendo la vibración golpear en su próstata, Pogo lo tomó de la nuca y lo pego otra vez al capó del vehículo dejando su trasero levantando.

—Te gusta esto, ¿verdad? —preguntó con malicia—. Lo encontré en el baño antes de que subiéramos al coche, supongo que lo estabas usando antes de irnos ¿me equivoco?

Horacio, retorciéndose de placer, apretó los labios tratando de ahogar sus gemidos. Fue muy descuidado, pensó que había guardado todos sus juguetes sexuales pero al parecer no lo hizo y ese era su castigo.

Su miembro se levantó de nuevo sorprendiéndolo, ya se había corrido dos veces —y una vez más cuando se había masturbado—, ¿por qué seguía teniendo erecciones?

Pogo, una vez más, introdujo su miembro en la cavidad del menor junto con el vibrador aún prendido. Comenzó a embestirlo más fuerte y feroz que antes.

—¡Ah, es demasiado! —grito el menor—. ¡Pogo, no puedo!

—Pero si te encanta —gruñó—. Dime lo que quiero oír, dime a quién le perteneces.

—¡A ti! ¡Solo a ti y a Gustabo, ah! —gimió con fuerza trabándose con algunas palabras.

Estaba demasiado sensible a causa de todas las veces que había alcanzado el orgasmo. La vibración junto con cada embestida golpeando su punto dulce era insoportable, sentía que estaba apuntó de desmayarse. El placer que le era entregado era uno que jamás había experimentado y no sabía si era por lo bueno que era Pogo o por la rudeza del mismo.

El payaso estrujaba sin piedad su cadera enterrándole las uñas, le iba a doler el cuerpo como nunca al día siguiente.

Soltaba sus gemidos y gritos sin pena alguna, Pogo ya no intentó callarlo. Tampoco le importaba al menor que alguien pudiera escucharlos.

El punto culminante fue cuando el mayor bajó su mano y comenzó a masturbar al de cresta. Estaba perdiendo en su propia mente, el placer lo cegaba, no podía pensar con claridad y aún así no le importaba.

—¡Pogo se corre, Pogo se corre! —exclamó energético.

Apenas terminó de decir esto, liberó su semen dentro de Horacio, quien, con el rímel corrido por sus lágrimas, también se corrió.

El orgasmo invadió sus cuerpos brindándoles un satisfactorio cosquilleo en el vientre con cada espasmo que daban.

Se había corrido por cuarta vez ese día, se sintió vacío y exhausto. Dejó caer todo su peso en el sucio capo embarrado con todo tipo de líquidos: lágrimas, saliva, sudor y semen.

No podía más, las piernas le temblaban violentamente, ya no podía sostenerse en ellas, parecían haber dejado de funcionar. Rendido ante el cansancio, el mundo se desvaneció frente a él.

El mayor sacó su miembro de la entrada del más alto y comenzó a acariciar su trasero rojo de lo fuerte que lo había apretado.

—¿Horacio? —preguntó al ver que no se movía, el chico no reaccionó pese a sus intentos—. ¡¿Lo he matado?!

Puso los dedos sobre su cuello intentando buscar su pulso, cuando lo encontró suspiro aliviado pasando su antebrazo por su frente para quitarse el sudor.

—Pense que iba a tener que deshacerme del cuerpo.

Sólo estaba desmayado, su cuerpo no pudo soportarlo y ahora estaba ahí: acostado con el trasero al aire y el semen de Pogo cayendo de su entrada, además; su cuello y hombros estaban llenos de marcas de mordidas, algunas más profundas que otras. Admirando tan bello espectáculo, Pogo sonrió con maldad, lo tomó de la cresta jalando su cabello para atrás, sabía muy bien que no lo oía y aún así murmuró en su oído:

—La diversión no ha terminado, Horacio. Gustabo no va a estar aquí por un buen rato así que eres todo mío. Te dije que esto apenas empezaba.

El payaso miró hacia la edificación donde su compañero trabajaba, no iba a poder hacerlo ese día. Le subió los pantalones, lo cargó y lo metió al coche en el asiento del copiloto. Iba a dejarlo descansar y, por una vez en su vida, no iba a repartir maldad por el mundo.

Ya se divertiría con Horacio cuando despertara. Al voltearlo a ver, pasó la lengua por sus dientes frontales, tenía muchas cosas preparadas para su querido amigo y la noche era joven.


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