Gustacio o Pogacio tu decides
"Una nueva navidad llegó a Los Santos y con ella, un regalo muy especial que sacara de su soledad a Horacio"
Horacio se reencuentra con Gustabo para navidad... ¿O acaso ese no es Gustabo?...
Las calles estaban solas, el frío invernal de la noche le calaba los huesos mientras caminaba a paso lento por aquellas calles tan inseguras, pero poco le importaba si lo asaltaban, de todas formas no tenía nada que perder.
Horacio suspiro, su aire se condensó en vapor blanco al salir de su boca. No quería volver a casa, no había motivos para ir más que para cambiarse de ropa o llorar hasta quedarse dormido.
Las luces navideñas que decoraban las calles le pegaban en la cara como si intentaran burlarse de él. Odiaba la navidad, la aborrecía.
No era la única época festiva que odiaba, pero la navidad tenía el particular efecto de ponerlo furioso con el simple hecho de oírla mencionar, aunque ya debía estar acostumbrado.
Siempre estaba solo, ese era el motivo por el cual la odiaba, pero esta vez su odio incrementó. Finalmente pudo reencontrarse con Gustabo, pensó que todo volvería a la normalidad y podrían festejar navidad, año nuevo y sus cumpleaños como correspondía. Cuán equivocado estaba.
Gustabo volvió a desaparecer dejándole un hueco aún más grande que la primera vez. Los ilusos sueños que alguna vez imaginó de volver a pasar una navidad con Gustabo se habían roto dañando su frágil corazón.
Las lágrimas salieron de sus ojos sin notarlo, al principio cálidas, se helaron apenas tuvieron contacto con el frío. Tal vez simplemente se tiraría al suelo a esperar su inminente muerte, no tenía ganas de nada, solo quería llorar y maldecir su propia existencia.
Llegó al conjunto de apartamentos donde vivía, subió las inmensas y casi infinitas escaleras que lo llevaban a su pequeño pero cómodo hogar. Mientras caminaba sacó sus llaves dispuesto a abrir una vez llegara. Podía oír las voces alegres de sus vecinos festejando la navidad, aceleró su paso tratando de ignorarlas, ¿Por qué todos podían ser felices menos él? Tenía ganas de llorar.
Al cruzar la esquina para acceder a su apartamento, se detuvo de golpe y casi dejó de respirar. Alguien se encontraba sentado delante de su puerta en la oscuridad de la noche, podía reconocer a la persona sin dificultad.
Conocía a la perfección aquellas facciones tan perfectas y marcadas; su cabello rubio y siempre peinado para atrás; su figura oculta ahora por un enorme abrigo y sus hermosos ojos azules que se alzaron cuando lo escucho acercarse.
–Gustabo –susurro para sí mismo.
El mencionado sonrió de lado moviendo la cabeza, tenía un llamativo moño rojo adornando su cabello. Sus ojos se conectaron por primera vez después de varios meses, ver aquellos magníficos ojos azules hicieron que todo el enojo y soledad que sentía desaparecieran.
–Hombre, Horacio. Cuanto tiempo –saludo Gustabo poniéndose de pie.
No sabía lo que hacer. Ni siquiera sabía si estaba alucinando, de ser así, quería que aquello nunca terminará, no se decidía si acercarse a él para golpearlo o abrazarlo. Decidió ambas.
Acortó la distancia entre él y su amigo rubio sólo para propinarle un buen golpe en la cara antes de rodearlo con los brazos para acercarlo a su cuerpo. Al sentir a Gustabo corresponder el abrazo, sintió que todo estaba bien. Ya nada importaba, estaba en casa.
Empezó a llorar aferrando aún más a Gustabo temiendo que si lo dejaba ir, iba a desaparecer. Enterró su cara en el hombro del rubio deleitándose del aroma fresco y masculino de su colonia. Se separó de él lo justo solo para acunar su rostro con sus manos y poder apreciar sus ojos, pudo observar la rojez que tenía en su mejilla derecha debido al golpe que le dio antes. Gustabo mantuvo sus manos apresando la cintura del más alto.
–Supongo que... ¿Estás feliz de verme? –preguntó Gustabo con una pequeña sonrisa.
–¡Si, pero te odio! –expresó con una gran sonrisa.
Tanta era su euforia y emoción que sólo quería rodearse completamente de la esencia de Gustabo. No sabía cómo expresar ni liberar la alegría que inundaba su cuerpo.
Como única opción viable, sujetando el rostro del más bajo con firmeza, lo besó en la boca. Sintió a Gustabo ponerse rígido ante este acto pero no lo apartó ni intentó separarse, al contrario, correspondió el beso con cierta timidez.
Se separaron lentamente, Horacio aprovechó para observar de nuevo el rostro de su amigo, completamente rojo a causa del beso, pudiendo notar el pintoresco moño que adornaba su cabello.
–¿Por qué tienes puesto un moño? –murmuró sintiendo cómo las lágrimas salían de sus ojos.
–Soy tu regalo –respondió sonriendo–. No puedes devolverme.
Horacio rió ante aquel comentario, él no tenía ningún regalo para su amigo, después de todo, no esperaba verlo. Gustabo alzó sus manos para secar con sus pulgares las lágrimas resbalando por su rostro. Era un momento muy emotivo, sin embargo, la rabia y furia que Horacio le tenía a Gustabo por abandonarlo por segunda vez se hizo presente en su mente.
–¿Por qué estás aquí? –preguntó y sonó mucho más rencoroso de lo que había pensado.
Gustabo se encogió de hombros.
–Yo... Horacio, se que hice mal en irme sin avisar, debes comprender que mi mente... No es igual que antes. Estaba cansado, solo quería desaparecer, la medicina me dejaba exhausto todos los días. Quería alejarme para evitar hacerte daño, no quería que me volvieras a ver como Pogo.
–¿Dejaste de tomar tu medicamento? –preguntó un tanto sorprendido.
–Al principio, sí. Por eso me oculte, temía dejar de ser yo. Pero por algún motivo, Pogo no salió, me dio «miedos» y empecé a tomar de nuevo la medicación para venir a verte. Es extraño, es como si lo que sea que buscará Pogo no estuviera cerca y por eso no apareció.
Horacio desvío la mirada al pensar que Conway tenía algo que ver en eso. ¿Pogo solo buscaba la destrucción de Conway? ¿Fue él la causa de su aparición en primer lugar?
Sacudió la cabeza tratando de alejar esos pensamientos, no era momento de pensar en Pogo ni en Conway. Por muy enojado que estuviera con Gustabo, se alegraba mucho de que estuviera con él en esa navidad.
Gustabo tomó varias bolsas que estaban en el suelo y, junto con Horacio, entraron en la vivienda. El interior no tenía nada navideño, ningún árbol que adornara la sala o luces extravagantes colgadas en las paredes, no había motivos para decorar, aunque si Horacio hubiera sabido lo que le esperaba en casa, habría decorado.
–Compré hamburguesas y muchas donas rellenas como te gustan, se que no es una cena navideña en condiciones pero hice lo que pude –dijo Gustabo dejando las bolsas en la mesa.
–Con que estés aquí, lo hace la mejor navidad –replicó Horacio.
Las mejillas de Gustabo se tornaron de un color carmesí. Mientras preparaban todo, Horacio no podía dejar de ver a su amigo, como si fuera irreal e ilógico que estuviera a su lado.
Su mirada se enfocó en los labios rosados del mayor, recordó como lo había besado unos minutos atrás, quería besarlo otra vez pero no había una forma fácil de expresar sus deseos.
Desde que eran adolescentes, comenzó a amar a Gustabo de una forma no tan fraternal como la gente creía. Trataba de convencerse a sí mismo de que era su hermano y que jamás iba a tener una oportunidad con él. Sin embargo, Gustabo siempre lograba ponerlo nervioso con sus comentarios coquetos, aunque no era nada nuevo entre ellos lanzar ese tipo de comentarios o hacer acciones como si estuvieran ligando con el otro.
Pese a que estaba acostumbrado a sus comentarios indecentes, hubieron varios que lograron ponerlo nervioso debido a los sentimientos que tenía por Gustabo. "Estos podríamos ser tú y yo, si tu quisieras" le dijo Gustabo apuntando a un par de patrullas, una encima de la otra. Y vaya que Horacio quería ser esas patrullas con Gustabo.
–¿Te importaría que tomara un «baños»? –preguntó Gustabo–. Fue un largo viaje.
Horacio salió de sus pensamientos de golpe, apenas había oído lo que su amigo le preguntó. Asintió automáticamente, Gustabo le dio la espalda y se dirigió al baño.
No debía dejar que esos pensamientos lo controlaran. Colocó la comida que su compañero compró en la mesa de centro frente al televisor, el cual prendió para buscar alguna película o programa que ver en lo que Gustabo salía de la ducha. Se decidió en poner un filmé navideño que él y el rubio veían constantemente cuando eran más jóvenes.
–Me robe uno de tus suéteres, espero no te importe –dijo la voz de Gustabo retumbando por todo el lugar.
Horacio volteo por instinto. Gustabo se acercó a él vistiendo únicamente un suéter tejido que le quedaba grande, tapaba la mitad de sus muslos, en la parte de abajo solo llevaba puesta su ropa interior luciendo sus delgadas piernas.
El calor invadió el cuerpo del más alto al ver al rubio con su suéter. Después de no verlo por mucho tiempo, los sentimientos que tenía hacía él salían a la superficie. Sabía que no podía dejarse llevar, pero no podía estarse quieto teniendo a su amigo frente a él.
Gustabo se colocó de nuevo el moño rojo en su cabello al mismo tiempo que se acercaba a la mesa de centro para tomar una hamburguesa, se dispuso a tomar asiento al lado de Horacio, pero la voz de este lo detuvo:
–Ahí no –dictó–. Aquí.
Dicho esto separó sus piernas y golpeó el espacio entre ellas para que Gustabo se sentará. Deseaba sentir el calor del rubio, no quería otra cosa más que abrazarlo para evitar que pudiera irse otra vez.
Gustabo cavilo un par de segundos y, soltando un largo suspiro, aceptó la petición de su compañero sentándose entre sus piernas. La euforia invadió el cuerpo de Horacio provocando que abrazara al rubio con fuerza juntando su mejilla con la de él.
–Te quiero –admitió encantado.
Avergonzado, Gustabo quiso apartarse pero los fuertes brazos de Horacio lo tenían preso.
–Yo también. Ahora vamos a comer, carapinga. Tengo hambre –gruñó de mala gana logrando que Horacio lo soltara.
El dúo casi inseparable empezó a comer disfrutando de la película y de la compañía del otro mientras compartían calor corporal. Los dos reían e intercambiaban palabras de vez en cuando logrando que Horacio se sintiera completo después de mucho tiempo.
–Tienes algo en la cara –señaló Gustabo mientras Horacio devoraba su hamburguesa.
Antes de que pudiera limpiarse, Gustabo estiró su pulgar y lo pasó por la comisura de su boca, volvió a enfocarse en su hamburguesa después de lamer su dedo para deshacerse de lo que sea que estuviera en la cara del de cresta.
El rostro de Horacio se encendió y se tornó en un llamativo color rojo ante aquel acto. ¿Qué había sido eso? En todos los años que se conocían, jamás hizo algo así, ni siquiera con una servilleta. ¿A qué venía ese acto tan gratuito? Era imposible hacer algo así de manera "inocente" sobre todo porque se trataba de Gustabo, ¿acaso estaba provocándolo?
En ese momento, Horacio se dio cuenta de su comprometedora situación al tener a Gustabo en sus piernas. No le dio importancia antes porque no lo hizo con esa intención, pero ahora podía sentir a la perfección la piel del rubio rozar con la de él. Su trasero estaba demasiado cerca de su entrepierna, cada vez que se movía o siquiera respiraba se acercaba aún más.
Inquieto y sin saber qué hacer, Gustabo había comenzado a comer una dona rellena. Tras una pelea interna con su subconsciente, Horacio se dio cuenta que el rubio tenía crema batida en la comisura de la boca. Al ver la confianza que tuvo Gustabo en limpiarlo, él podía hacer lo mismo ¿no?
Pero no quería limpiarlo con el dedo o una servilleta. Quería algo más, algo que sus sueños llevaban pidiendo que hiciera desde hace años.
Con los nervios a flor de piel y su mente gritándole que era mala idea, dejó su comida de lado y se acercó a la cara de Gustabo para pasar su lengua por la comisura de la boca del mencionado quitándole la crema batida.
Gustabo se giró en su dirección con los ojos abiertos como plato tragando con fuerza los últimos pedazo de comida que tenía en la boca.
–¿Horacio? –preguntó con un hilo de voz.
–Dime, bebé –respondió, perdido en los ojos del rubio.
Gustabo desvío la mirada avergonzado.
–Estas muy raro hoy. Primero el beso y ahora la lamida...
Todos los años que llevaba reprimiéndose le estaban pasando factura, su mente le incitaba a que actuara como siempre había querido, pero temía asustar a su amigo. Aún así quería intentar demostrar lo que sentía por él con la esperanza de que el rubio correspondiera.
–Tal vez estoy muy emocionado de verte... Tal vez más de la cuenta –admitió–. ¿Te molesta?
–No me... No me molesta –confesó apenado.
Al escuchar esas palabras y la timidez con la que lo dijo, hizo que toda su sangre viajará a su entrepierna, la cual seguía peligrosamente cerca del trasero del rubio.
Lo tomó de un lado de la cara para que quedaran frente a frente. El rostro de Gustabo estaba rojo, muy rojo, incluidas las orejas. A los ojos de Horacio, era una de las cosas más tiernas que había visto.
–Entonces, ¿cuál es el problema? –susurro contra sus labios.
Gustabo no contestó, tampoco esperaba que lo hiciera, se mantuvo impasible ante la cercanía de sus labios. Sin poder contenerse más, junto sus labios con los del más bajo, acción que fue correspondida.
El tierno y dulce beso fue interrumpido por un suave gemido de Gustabo al sentir el miembro duro de Horacio contra su trasero.
El más alto, un tanto avergonzado, quiso separarse, se había puesto caliente muy rápido y probablemente asustó a Gustabo. Para su sorpresa, el mayor de los dos lo detuvo para evitar que se alejara y empujó su cadera en dirección a su miembro para poder quedar pegados otra vez. Otro dulce gemido escapó de sus labios al sentir la dureza de su amigo.
Sus gemidos eran melodiosos y delicados, penetraban en su cerebro como si fuera el sonido más hermoso que jamás escuchó. Y quería oír más.
–Gustabo... Ah, Gustabo. Me la pones muy dura –admitió sintiendo como su cordura desaparecía solo con ver aquellos hermosos ojos azules.
–Si, ya lo note. Literalmente –dijo sonriendo. Horacio, sin estar consciente de sus actos, empezó a mover su cadera para restregar su miembro con el trasero de Gustabo–. Eres un guarro.
Se besaron de nuevo, esta vez con más pasión. El de cresta empezó a recorrer con sus manos el torso del rubio hasta meter sus manos debajo del suéter que llevaba. Gustabo jadeo al sentir las frías y grandes manos de Horacio recorrer su piel, momento que el más alto aprovechó para introducir su lengua en la boca de su amigo.
Quería devorarlo, quería recorrer su piel y hacerlo suyo, pero debía contenerse y evitar hacer algo que lo incomodara o asustara. Ninguna de sus acciones habían sido rechazadas, iría tan lejos como el rubio le permitiera hacerlo. Si lo rechazaba en algún momento eso sería todo, no lo forzaría a nada, pero si no lo hacía ¿finalmente podría tener a Gustabo como siempre quiso?
La inseguridad que tenía a ser rechazado se apoderó de él cuando el calor corporal de Gustabo lo abandonó, pero se relajo al ver como se acercaba de nuevo, esta vez para estar frente a frente y poder besarse mejor.
Con cierta desesperación, nuevamente beso al rubio sujetándolo de la cintura para presionarlo hacia abajo y que pudiera tener mayor contacto con su miembro erecto. Gustabo, en cambio, enredó sus dedos en la cresta blanca de Horacio jugando con la lengua del mismo en su boca.
El más alto empezó a mover su cadera rítmicamente simulando embestidas, las cuales Gustabo parecía disfrutar pues también se movía para crear fricción, lo cual hizo que Horacio se diera cuenta que su miembro también estaba erecto.
Ambos se separaron para recuperar aire, estaban jadeantes y lo suficiente cerca para que sus pesadas y calientes respiraciones se mezclaran.
Horacio guió una de sus manos a la cabeza del más bajo para acariciar su sedoso cabello notando el moño rojo con el que el propio Gustabo se presentó como "su regalo". Una traviesa sonrisa se dibujó en el rostro del de cresta.
–Dijiste que eras mi regalo... Eso quiero decir que puedo hacer lo que quiera contigo ¿no? –preguntó con cierto temor a la respuesta.
–Esa es la idea, mimosin –respondió contra sus labios quitándose el moño y aventándolo contra la pared –. Llévame a tu cuarto.
Al recibir tan caliente y ferviente petición, una corriente eléctrica recorrió su espalda, era imposible negarse. Unieron sus labios una vez más besándose con desesperación. Lo sujetó con firmeza de los muslos y se levantó con él en brazos caminando hacia la habitación, Gustabo cruzó los brazos detrás del cuello de quien lo cargaba para aumentar la profundidad del beso y evitar caerse.
Cuando llegaron al cuarto, Horacio sentó al rubio encima de una pequeña cómoda, tenía otros planes antes de, literalmente, llevarlo a la cama. En ningún momento rompieron el beso, el cual se volvió más intenso y salvaje. Sus lenguas jugaban y peleaban en sus bocas por el control del beso aunque no estaba claro quién estaba ganando.
Horacio acarició las piernas desnudas de Gustabo hasta llegar a su entrepierna, donde palpó el bulto que sobresalía de sus calzoncillos negros recibiendo un leve suspiro en respuesta. Horacio dirigió sus labios al cuello del rubio, pasó su lengua por el lóbulo de su oreja sintiendo como Gustabo se estremecía.
–Estas muy duro –susurro en su oído.
–Mira quién habla –respondió Gustabo desviando la mirada.
Horacio palpó un poco más la zona antes de empezar a masajear por sobre la ropa el miembro de Gustabo a la vez que lamía y mordía levemente su oreja. Noto cómo la tela bajo su tacto empezaba a ponerse húmeda y eso solo lo excito más.
–Tócame tú también, Gustabo –suplico jadeante guiando una de las manos del rubio a su propia entrepierna.
Bastante apenado pero a la vez excitado, empezó a tocarlo. Desabrocho los pantalones y le bajó la bragueta para conseguir meter su mano dentro del pantalón. Empezó a tocarlo encima de la ropa interior como Horacio hacía con él.
Así estuvieron un rato, tanteando el terreno y jugando con el otro, más bien torturándose mutuamente. Ambos necesitaban más que simples roces y por fin Horacio se decidió a dar el siguiente paso. Bajo a Gustabo de la cómoda poniéndolo frente a esta.
Horacio se arrodilló detrás de él pasando sus manos por el trasero del más bajo preguntando en silencio si podía continuar, al no recibir ninguna queja lo tomó como un sí, bajó con lentitud su ya mojada ropa interior. Gustabo lo único que pudo hacer fue sujetarse y enterrar sus uñas en el mueble de madera, su cuerpo vibraba expectante del siguiente movimiento por parte de Horacio.
El rubio se quedó desnudo de la parte de abajo sintiéndose un tanto vulnerable en las manos del de cresta, el cual estaba deleitado ante tan bellas vistas de su parte posterior.
Horacio se acercó acariciando la pálida piel de Gustabo y deleitándose de la figura que siempre llevaba escondida debajo de la ropa. Acarició sus piernas sintiendo sus vellos erizandose ante el contacto. Deslizó sus manos en los impecables glúteos de su amigo los cuales apretó maravillado de su forma redonda y perfecta.
Sin poder contenerse ante tan glorioso festín en frente de él, pasó su lengua por una de las nalgas escuchando un leve jadeo por parte de Gustabo. Enterró con gentiliza sus dientes en la piel antes de separar ambos glúteos con sus manos dejando expuesto a Gustabo delante de él.
Se relamió los labios antes de acercarse a la entrada rosada del rubio para dejar una leve lamida. El cuerpo de Gustabo se tensó ante este acto y un melódico gemido escapó de sus labios. Al ver que no se apartó o dijo nada negativo, lo tomó como una señal para continuar.
Lamió con fervor la entrada de Gustabo a la vez que pasaba una de sus manos hacia adelante para poder masturbarlo. Sujetó su falo y, utilizando el líquido pre seminal que salía del miembro, empezó a un vaivén lento y agradable sin detener el movimiento de su lengua.
Gustabo era un mar de gemidos, los cuales se volvieron un poco más altos cuando Horacio introdujo la lengua en su orificio, la cual empezó a retorcer en su interior.
La entrepierna de Horacio pedía urgentemente atención, estaba tan duro y excitado que empezó a dolerle la erección. Sentía como palpitaba deseoso dentro de su ropa interior pero por ahora, quería complacer a Gustabo y que disfrutara de aquella experiencia. Además, no quería masturbarse, la única forma en la que quería liberar toda su energía era dentro de Gustabo, quería descansar su miembro en su culo, quería que fuera suyo.
–Horacio, detente, yo...
–¿Te corres? –preguntó aumentando la velocidad de su mano obteniendo un movimiento de cabeza afirmativo en respuesta–. Hazlo.
Gustabo echó la cabeza para atrás soltando varios jadeos antes de eyacular en la mano de Horacio invadido por el placer que este le había otorgado.
Viendo como Gustabo terminaba de tener su orgasmo, Horacio aprovechó para pasar su lengua a atreves de sus dedos disfrutando los líquidos del rubio, los cuales le parecían deliciosos.
La respiración de Gustabo estaba acelerada, sus orejas estaban rojas, su pecho subía y bajaba con rapidez, Horacio podía ver el sudor perlando su frente, aún con todo eso, le pareció lo más atractivo que había visto en su vida.
Lo cargo hasta la cama acostándolo boca arriba para después, ponerse arriba de él y besarlo suavemente. Se alejó un poco para poder bajar sus propios pantalones y ropa interior liberando así, después de una larga espera, su miembro, este escurría líquido pre seminal de lo excitado que estaba, varias venas se le marcaban demostrando la atención que necesitaba.
Tomó las piernas de Gustabo, las cuales separó para ponerse entre ellas, al tocarlo, pudo notar que estaba temblando. Antes de comerle el culo, percibió que temblaba ligeramente pero esta vez era más potente. Alzó sus ojos para conectarlos con los del rubio, este lo miró con cierto recelo.
–¿Estás nervioso? –se aventuró a decir.
–No... –mintió el rubio.
–¿Quieres que pare?
–¡No! Es solo que...
–¿Qué?
–¡Joder, Horacio! Si, estoy un poco nervioso, comprende que no me levanté esta mañana y conduje kilómetros para verte con la idea de que me profanaras el siempre sucio. Pero tampoco quiero parar, tu sigue, solo que... No sé, sigo nervioso.
–Tranquilo, bebé. Te voy a tratar muy bien –admitió sonriendo con lascivia–. Pero, en cualquier momento podemos parar si tu quieres.
Gustabo asintió sintiéndose más relajado. Horacio dejó caer una gran cantidad de saliva en su mano y la esparció sobre su miembro. Se puso encima del más bajo manteniéndose elevado con ayuda de sus rodillas y un brazo apoyado en la cama, mientras que su otra mano guiaba su miembro a la entrada del rubio.
Su pene ingresó con lentitud logrando que la punta entrara. Ambos soltaron un gemido de gusto, por fin estaban unidos.
Apenas había entrado y ya estaba encantando de lo poco que sentía del interior del rubio. Horacio vio a su compañero, su respiración era muy pesada y se revolcaba entre el dolor y el placer. No quería hacerle daño, quería que lo disfrutara, lo deseaba más que su propio placer.
Espero a que se acostumbrara para empezar a meter la extensión de su miembro cada vez más profundo acompañado por los gratos gemidos del más bajo.
El delicioso calor dentro del rubio lo estaba volviendo loco, sentía como Gustabo abrazaba su miembro invitándolo a que se adentrará aún más en él para obtener aquella deliciosa sensación, de vez en cuando sentía un par de contracciones apretar más su pene lo cual le hacía soltar leves gemidos.
Finalmente, sus vellos púbicos tocaron los glúteos de Gustabo, estaba por completo dentro del rubio.
–Joder, Horacio –gimió Gustabo, toda su cara estaba roja y bañada de sudor.
–¿Lo sacó? –preguntó jadeando, su voz tembló un poco al pensar que lo estaba lastimando.
–Estoy bien, se siente... Rico –admitió tratando de calmarlo al oír el tono de su voz–. Muévete.
No tuvo que pedírselo dos veces, empezó un vaivén lento y calmado para no lastimar al mayor. Los gemidos y jadeos que salían de la boca de Gustabo lo invitaban a la locura, solo deseaba poder embestirlo sin control alguno, pero no lo hizo, tuvo que esforzarse demasiado para no dejar que los gemidos y movimientos del más bajo lo hicieran perder la calma.
Gustabo inició un leve movimiento de cadera para aumentar los movimientos. Horacio entendió el silencioso mensaje, procedió a moverse más rápido soltando leves gruñidos de placer, su cuerpo parecía moverse solo regido por el deleite que invadía su ser. Comenzó a sacar su miembro sólo para poder meterlo de golpe haciendo que Gustabo se derritiera de placer debajo suyo. Se sentía muy bien, estaba gozando como nunca antes había gozado, por fin tenía a Gustabo debajo de él como siempre quiso.
Las embestidas subieron de nivel, el de cresta apoyó sus manos a los costados de Gustabo para poder moverse mejor. Gustabo mantenía los párpados cerrados, su espalda se arqueba de placer al sentir como su próstata era golpeada repetidamente enviándolo al cielo con cada embestida, no podía parar de gemir el nombre del de cresta. Enredo sus piernas en la cintura de Horacio atrayéndolo hacia él cruzando sus brazos detrás de su cuello.
Horacio empezó a depositar leves besos y chupetones en el cuello de Gustabo sin detener en ningún momento sus movimientos. Alzó su cabeza para unir sus labios con los de su compañero acallando sus gemidos y jugando con su lengua convirtiéndolo en un beso muy húmedo.
–¡Ah! ¡Ahí, ahí, más! –chillo Gustabo–. ¡Me voy a correr!
–¡Gustabo! –jadeo Horacio embelesado de la cara y sonidos de placer del rubio.
Gustabo le enterró las uñas en la espalda antes de que un par de espasmos musculares invadieran su cuerpo y eyaculara por segunda vez esa noche manchando su abdomen. Horacio no dejó de embestirlo, sintió la presión aumentar en su cuerpo, hasta que no pudo contenerse más y alcanzó el orgasmo dejando salir su semen dentro del rubio.
En medio del clímax, beso nuevamente a Gustabo sintiendo el delicioso placer recorrer su cuerpo como una oleada de calor.
Cuando el orgasmo abandonó el cuerpo de ambos, estaban jadeantes y abrían la boca tratando de recuperar el aire que el clímax les había arrebatado. Horacio miró a su compañero, sus bellos ojos azules estaban cristalizados, sus piernas temblaban con fervor debido al reciente órgasmo, un hilo de saliva caía de la comisura de su boca abierta, sonrió al ver tan preciosa imagen de un vulnerable Gustabo. Sacó su miembro del interior del rubio y se dejó caer a su lado aún tratando de regular su respiración.
–Fue maravilloso –admitió Horacio jadeante.
–Lo fue –concedió Gustabo.
Horacio acercó su cuerpo al de Gustabo para acurrucarse bajo su brazo. El rubio acarició con ternura la mejilla del menor. Empezaron a repartir caricias y mimos en el cuerpo del otro, hasta que, de un momento a otro, los ojos de Horacio se aguaron sin poder dejar de ver a su compañero.
–Se siente casi irreal –susurro al borde del llanto–. Como si estuviera soñando, pero eres real ¿no? Estás aquí, conmigo, no estoy soñando ¿o si?
Gustabo se acercó para depositar un beso en su frente. Las lágrimas empezaron a recorrer el rostro del más alto. Llorar después de tener sexo con la persona que amaba nunca había estado en los planes de Horacio, pero no podía parar. Las lágrimas no dejaban de salir.
–Estoy aquí, soy yo. Soy real. No estás soñando, Horacio. No volveré a irme –admitió acariciando su rostro.
Horacio cerró los ojos tratando de controlar las emociones que lo invadían. Gustabo se acercó para quitar con sus labios el agua salada que impregnaba sus mejillas, momento que el más alto aprovechó para abrazar al rubio y atraerlo a su pecho.
Nuevamente el miedo a que lo abandonara se apoderó de él. Temía que lo dejara otra vez, no de una manera física sino mental.
–No olvides tomar tus pastillas –susurro en su oído.
Gustabo permaneció unos momentos en silencio antes de preguntar:
–¿Tan malo sería que volviera? –preguntó refiriéndose a aquel payaso tan especial.
–Gustabo, Pogo es malo. No me malinterpretes, te amo como eres, y, muy a mi pesar, también amo a Pogo, porque en el fondo sigues siendo tú. Pero eso no quita que sea malo, no quita el daño que nos hizo. El daño que te hizo –explicó un tanto decaído–. Nos manipuló a todos y volverá a hacerlo si tiene la oportunidad.
–Supongo que tienes razón –sonrió con tristeza reposando su cabeza en el pecho desnudo del de cresta–. Gustabo y Pogo también te aman, mimosin.
Aquella frase hizo que su corazón se llenará de calor y, una vez más, la euforia se adueñó de su cuerpo. No había estado tan feliz en mucho tiempo, sin duda era el mejor regalo y la mejor Navidad que había tenido.
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Horacio se quedó dormido un par de horas atrás. Gustabo lo veía con cierto cariño reflejado en los ojos, se veía tan relajado y tranquilo mientras dormía, se alegraba de haberle dado una buena Navidad.
Se levantó de la cama y, desnudo, fue hasta la sala. La comida seguía en la mesa de centro y su ropa, esperaba, estaba en el baño. Por el momento no planeaba irse así que no la necesitaba.
Se acercó a una ventana y abrió la cortina recargando su cuerpo en la pared observando por el cristal las calles vacías, estaba nevando. Abrió la ventana con cuidado de no hacer ruido y no despertar a Horacio.
El frío invernal le caló los huesos casi de inmediato pero eso no lo detuvo para sacar la cabeza y respirar el aire puro del exterior. Algunos copos de nieve se filtraron por la ventana y otros cayeron en su cabeza provocándole aún más frío. Alzó la cara para ver la brillante luna llena, aquel panorama lo llenó de melancolía al recordar unos felices pero tristes recuerdos.
–Me recuerda a la sede –susurro para si mismo.
Levantó su mano viendo la botella de su medicación en esta. La abrió y vertió todo el contenido del bote dentro de su boca, no le preocupaba recibir una sobredosis porque, después de todo, aquello no era ningún medicamento, eran dulces.
Mastico los dulces en su boca a la vez que una escalofriante sonrisa se dibujaba en su rostro, la luna en lo alto del cielo era la única testigo de aquella expresión que, sin duda, infundiría miedo hasta al más valiente.
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Historias Gustacio/Pogacio
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