🔞 Labial rojo 🔞:Gustacio

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" Aquel exquisito y pasional color rojo le quedaba fenomenal." 


Gustabo había pasado toda la semana escuchando a Horacio quejarse acerca de que Pablito, su cerdo mascota, se había comido su labial favorito.

Horacio lloraba entre la pérdida de su labial y la leve intoxicación que sufrió Pablito al comerse el cosmético, el cerdo seguía recuperándose.

Gustabo se encontraba en una refinada peluquería para cortarse el cabello y ahí lo vio: una colección de maquillaje.

Se acercó a contemplar el set de maquillaje viendo extraños envases de diferente tamaño y color. Su mirada se enfocó en los labiales. Habían de varios colores, de caros a baratos y de diferente forma. Tal vez un nuevo labial alegraría a su amigo, después de todo, un clavo saca a otro clavo.

Como no tenía idea de que labial era adecuado, se acercó a la vendedora con cierta timidez.

–¿Me puede ayudar a elegir un labial? Uno rojo, muy rojo.

La mujer, sonriendo encantada, le ayudó a elegir uno. Tras lo que Gustabo consideraría "mucho texto" finalmente escogieron uno y procedió a pagarlo.

–Tu novia debe ser muy afortunada –indicó la mujer.

Quería sacarla de su error pero prefirió no entrar en detalles y simplemente asintió.

Salió de la tienda, subió a su vehículo y se dirigió a la casa de Horacio, lugar donde habían acordado encontrarse.

Una vez llegó, no necesito tocar la puerta de la casa para poder entrar, él tenía una copia de la llave.

Abrió la puerta llamando a gritos a su amigo mientras escondía la pequeña bolsa que contenía el labial en su chaqueta.

–¡Eh, Gustabo!

–¿Que pasa, puerco?

–¿Que pasa, perro?

–Te tengo un regalo.

Con los nervios a flor de piel, le entregó la bolsa. Horacio la tomó con curiosidad y la abrió para descubrir en su interior el producto de belleza.
Sus ojos se iluminaron a la vez que una sonrisa se formó en su rostro.

–Yo... No sabía cuál te gustaba, como normalmente usas el rojo se me ocurrió ese... Pues, ¿te gusta?

–¿En serio esto es para mi?

–¡No, hombre, es para mí abuela! –exclamó con sarcasmo–. ¡Pues claro que es para ti!

Horacio se arrojó sobre él abrazándolo con fuerza mientras soltaba una risilla de alegría. Se separó un poco para plantarle un ruidoso beso en el cachete provocando que las mejillas del rubio se tornaran de un color carmesí.

–¡Gracias, Gustabo! ¡Te quiero!

Ante tal comentario se apartó de su amigo algo avergonzado e intentando cubrir su rostro con su mano.

–N-no es para tanto...

–Voy a probarlo.

Camino apresurado al baño, se colocó frente al espejo dispuesto a ponerse el labial. Gustabo se acercó vacilante y se recargo en el marco de la puerta viendo a su amigo probarse el maquillaje.

–Y... ¿Cómo te va con el "cruising"? –preguntó de pronto.

–Hace mucho no hago eso, ya te lo había dicho ¿por qué preguntas?

–Curiosidad.

–¿Estás seguro? –preguntó pasando el cosmético por su labio inferior–. Me has estado preguntando mucho acerca de ese tipo de cosas.

Gustabo desvió la mirada. Tenía curiosidad por el sexo pero jamás lo iba a admitir en voz alta. Se preguntaba cómo se sentiría estar rodeado de placer y creía que Horacio tenía la respuesta.

No era virgen, pero nunca disfruto del todo sus experiencias sexuales. Tenía la curiosidad de experimentar una vez más y sacarse de dudas.

Horacio salió del baño luciendo sus rojos y apetecibles labios. Gustabo alzó los pulgares en señal de aprobación.

Aquel exquisito y pasional color rojo le quedaba fenomenal.

El de cresta sonrió antes de tomarlo de la cara y plantearle un beso en la mejilla con la intención de dejar impresos sus labios en la piel del rubio.

Gustabo lo apartó de un empujón pero el menor de los dos —en edad— logró su objetivo dejándole sus labios grabados en la piel.

–Oye, bebé. ¿Sabes que no hago hace mucho? ¡Maquillarte! ¿Me dejas? Para practicar.

–Joder, Horacio... No lo sé, la última vez...

Antes de poder reclamar, el de cresta le regaló una mirada de súplica.

–¡Por favor, por favor!

–Está bien. Pero si me vuelves a pinchar el párpado yo te voy a pinchar el bazo ¿entendiste?

Sujetándolo de la mano, arrastró a Gustabo hasta su cuarto y lo sentó en la cama mientras conseguía su maquillaje.

Al regresar, puso sobre la cama una caja de gran tamaño donde mantenía sus productos de belleza cuidadosamente ordenados.

Gustabo veía todos esos cosméticos con curiosidad. Horacio lo había empezado a maquillar desde que obtuvo su primer material para hacerlo pero nunca se molestó en explicarle que era cada cosa que le ponía en la cara, tampoco le interesaba mucho a Gustabo, él se consideraba a sí mismo un maniquí a disposición de su amigo.

Horacio empezó a maquillarlo, le rizó las pestañas, le puso base y corrector –al maquillarlo constantemente tenía cosméticos de su tono de piel–, aplicó rubor y llegó a su parte favorita: los ojos.

Le encantaban los ojos de Gustabo y siempre quería hacerlos destacar cuando lo maquillaba. Con una brocha, aplicó suavemente una sombra color morada. Seguidamente, delineó sus ojos con precisión y su cara mostró una tierna sonrisa al terminar de hacerlo pues, para su gusto, el delineado le había quedado perfecto.

Por último aplico rímel en las largas pestañas del mayor.

–Ya está, perla. Quedaste precioso.

–Como digas –dijo el rubio un tanto molesto.

–Ahora el labial.

–¿También me vas a poner eso? –preguntó frunciendo el ceño.

–Quiero compartir el que me regalaste contigo.

El rubio suspiró.

–Está bien, ve a traerlo, creo que lo dejaste en el baño.

–No, bebé. Literalmente lo voy a compartir contigo.

Dicho esto se abalanzó sobre él uniendo sus labios en un tierno beso.
Gustabo se quedó pasmado en su lugar, no opuso resistencia ni trató de alejarlo.

Cuando ambos se separaron, Horacio se alejó un poco con una sonrisa burlona en el rostro, estaba nervioso y ansioso por escuchar lo que diría Gustabo ante ese acto impulsivo pero que llevaba tiempo deseando.

Tomó un espejo circular y lo puso en frente de la cara del rubio para que viera el maquillaje terminado. Había un poco de pintura roja sobre sus labios, apenas era visible.

Gustabo, visiblemente avergonzado y apenado, se tocó los labios con la yema de los dedos.

–¿Te gusta? –balbuceo Horacio inquieto.

El rubio tragó saliva con fuerza pensando en las opciones que tenía para responder. Sería mentira decir que aquello le había disgustado, al contrario, le había encantado, pero no hallaba una forma fácil de decirlo. Quería probar de nuevo aquellos deliciosos labios rojos.

–Creo que le falta color a mis labios –susurró con miedo.

El chico de cresta se sorprendió ante tal respuesta pero su rostro se suavizó casi de inmediato y nuevamente sonrió.

–Eso se puede arreglar.

Lo tomó de los hombros y cerró la distancia entre los dos juntando sus labios.

Al principio fueron besos tiernos y amables tratando de no hacer algo que disgustara al otro, pero en poco tiempo sus lenguas jugaban con la del otro olvidándose del labial que ya estaba arruinado y embarrado en la boca de los dos.

Las caricias comenzaron rozando con cierta timidez el cuerpo del otro pero aquella timidez fue dejada atrás conforme la temperatura de sus cuerpos subía.

Sentándose en su regazo, Horacio lo atrajo más hacia él recorriendo con sus manos la espalda de su amigo rubio.

Y todo paro. Las neuronas de Gustabo hicieron sinapsis dándose cuenta de lo que estaba haciendo.

Gustabo rompió el beso dejando a ambos jadeantes y mirándose a los ojos.

–Espera, espera, Horacio... No, esto no está bien ¿desde cuando tú y yo nos besamos?

–¿En mis sueños? Desde hace años, ¿en la realidad? Tal vez es la primera vez.

–¡¿Como?! –grito Gustabo como respuesta a la primera parte de la explicación.

Horacio cerró los ojos a la vez que juntaba su frente con la de su amigo.

–Vamos, bebé. Ambos queremos, ¿qué tiene de malo? Últimamente actúas extraño con el tema del sexo. Estas muy... Curioso, ¿por qué no dejas que yo te quite esa curiosidad? ¿Qué mejor que experimentar conmigo? Además... Alguien aquí parece emocionado con la idea –dijo con malicia apuntando con la mirada la entrepierna de Gustabo

La cara de Gustabo se tornó completamente roja e intentó ocultar su creciente erección pero de nada le sirvió pues Horacio se acercó a él sin intenciones de dejarlo escapar.

Los dos estaban ya calientes, la expectación y la búsqueda de nuevas sensaciones hicieron que ambos empezarán otra sesión de besos.

El menor de los dos bajó su mano hasta la entrepierna del rubio tocando y apretando el bulto en sus pantalones. Los ojos de Gustabo se cerraron para poder disfrutar más aquella sensación, abrió los labios dejando escapar un jadeo provocando que Horacio sonriera lascivamente.

Se escuchó el sonido de algo cayendo al suelo. Gustabo lo ignoro, pero Horacio no. Esta vez fue el de cresta el que rompió el beso y se apartó rápidamente dejando a Gustabo con una cara de desilusión, ¿había hecho algo mal?

Gustabo abrió los ojos y lo primero que vio fue a Horacio intentando ocultar algo entre su ropa.

–¿Qué es eso?

–Nada –respondió nervioso.

Sabiendo que mentía, se acercó a él con intenciones de saber lo que escondía.

–Dime.

Pese a que quería mantener en secreto el objeto que escondía, las ganas de manosear a Gustabo habían aumentado por la manera autoritaria en la que dijo aquella simple palabra. Si se lo mostraba tenía más oportunidad de poder hacer realidad sus deseos.

Se sentía un estúpido ahora, tenía a Gustabo como siempre quiso tenerlo y prefirió mantener oculto su sucio secreto que de todas formas estaba apunto de revelar.

Avergonzado, sacó de su camisa los objetos que intentaba ocultar.

Gustabo los miró con una ceja alzada. Uno claramente era un dildo y el otro parecía un control remoto que hacía juego con el juguete sexual. No era un dildo, era un vibrador.

–Perdón, no quería interrumpir nuestro momento por esto. Por alguna razón al escuchar que se cayó de la cama me entró el pánico y lo levanté. No quería que descubrieras que compre un vibrador.

–¿Lo guardas debajo de tu almohada? –preguntó Gustabo sonriendo, analizó con la mirada el vibrador, era morado, parecía ser de silicona y tenía forma de bala aunque era de un tamaño regular.

Horacio desvío la mirada apenado.

–L-lo use anoche y lo puse en la cama después de limpiarlo en la mañana. Lo guardaré y podemos seguir.

Ahora que Horacio se ofreció a satisfacer su curiosidad, Gustabo decidió aprovecharse de él y resolver otra de sus dudas:

–¿Por qué no me dejas verte usándolo?

Horacio lo miró sorprendido unos instantes y luego sonrió divertido.

–Hoy amaneciste muy curioso y cachondo, me gusta –confesó relamiéndose los labios–. Te dejaré ver todo lo que quieras, bebé, pero primero... Déjame atenderte como corresponde.

Dejó los objetos que llevaba en las manos en la cama y se acercó para besar a Gustabo. Juntaron sus cuerpos subiendo y bajando sus manos en el cuerpo del contrario mientras se besaban con pasión. Horacio empezó a mover la cadera para rozar el miembro de Gustabo con el suyo, los dos ya estaban duros y pedían atención a gritos.

Ambos comenzaron a respirar pesado mezclando sus respiraciones por lo cerca que estaban.

–¿Me dejas intentar algo? Te va a gustar –preguntó Horacio contra sus labios.

–Haz lo que quieras –concedió embelesado por los movimientos pélvicos del menor.

Con esas palabras le dio permiso y seguridad a Horacio de hacer realidad sus fantasías. Gustabo fue empujado a la cama para que se sentará. El de cresta buscó algo en sus cajones, cuando regresó tomó de la mano al mayor y le dio el control del vibrador antes de ponerse de rodillas frente a él con su juguete sexual y un bote de lubricante en mano, el cual había sacado de uno de sus cajones.

–Tu relájate, bebé. Disfruta mi boca y el espectáculo que voy a darte.

Quiso preguntarle a qué se refería con la parte "disfruta mi boca" pero lo entendió cuando el de cresta pasó su lengua por su entrepierna provocándole un escalofrío que recorrió su espalda.

Necesitaba atención urgentemente, su erección comenzaba a dolerle de lo atrapada que estaba debajo de toda su ropa y las lamidas de Horacio contra el pantalón encima de su miembro no ayudaban más que para excitarlo más.

Finalmente desabrocho el botón y bajó la cremallera de sus pantalones, todo esto viéndolo a los ojos. Gustabo quería apartar la mirada pero estaba hipnotizado por los ojos verdes de su amigo, el cual lo veía con lascivia. Nunca antes había estado tan excitado y con ganas de tener sexo.

Tanta era su emoción, que comenzó a mover la cadera levemente tratando de crear contacto con la mano de Horacio.

–¿Te gusta, bebé? –preguntó Horacio, pero no obtuvo respuesta–. Si no me contestas no sabré si te gusta o no y yo no quiero hacer nada que te incomode –dijo con maldad. De mala gana, el rubio asintió–. Quiero oírte decirlo.

Gustabo sabía que sólo le preguntaba para molestarlo, después de todo, le dio permiso de hacer lo quisiera, aún así se dejó llevar por los enigmáticos ojos verdes de su compañero. Tragándose su orgullo contestó:

–Si... –murmuró a duras penas.

Horacio sonrió satisfecho con la respuesta.

Le bajó la ropa interior de golpe dejando al descubierto su miembro, el cual palpitaba deseoso por atención.

Horacio pasó la lengua por el glande provocando un leve gemido en Gustabo. Su lengua recorrió diferentes partes del miembro a la vez que repartía pequeños besos en la punta dejando leves rastros de su labial impresos en la piel.

Gustabo se aferró con uñas a las sábanas de la cama. Apenas habían empezado y se sentía delicioso, un nuevo mundo lleno de placer se abría ante sus ojos.

Vio cómo Horacio, sin dejar de atender su pene, se bajaba el pantalón listo para auto penetrarse con su vibrador.

Verlo de ese modo solo lo excitaba más y quería dejarse llevar por el placer visual y táctil que estaba sintiendo.

El de cresta baño el vibrador en lubricante antes de guiarlo a su entrada y lentamente introducirlo dentro de él soltando un largo jadeo una vez lo logró.

En ese momento y cegado por su propio placer, se metió el miembro de Gustabo a la boca.

El rubio arqueó la espalda al sentir la tibia y húmeda boca de Horacio sobre su miembro, el cual empezó a embestirlo con lentitud mientras jugaba con su lengua sobre el falo cada vez que entraba a su boca.

Gustabo giró la rueda del control remoto del juguete sexual. Un gemido por parte de su amigo quedó ahogado en su miembro, el cual sacó de su boca para verlo a los ojos sintiendo como el objeto dentro de él vibraba con intensidad.

El mayor aumentó la velocidad del vibrador y en respuesta, Horacio se introdujo de nuevo el miembro a la boca para empezar a subir y bajar la cabeza mientras sus gemidos quedaban atrapados en su garganta.

La habitación se llenó con la pesada respiración de ambos y el sonido del vibrador, el cual aumentaba en potencia haciendo gozar a Horacio como nunca había gozado con ese juguete.

–Horacio... Horacio.... Me...

El sonido de una puerta abriéndose de golpe los interrumpió seguido de golpes a la puerta de la habitación donde se encontraban.

–¡Anormales, hijos de puta! –vociferaba una voz masculina.

–¡Ostia, es papu! –dijo Gustabo parándose.

–¡Abridme la puta puerta!

Horacio, aterrado, se subió la ropa interior y los pantalones con el vibrador dentro de él.

Gustabo, una vez se subió los pantalones, abrió la puerta dejando ver a un muy molesto Conway.

–¿Acaso me están ignorando, muñecas? ¡Les he enviado como cien mensajes y ninguno me ha contestado!... ¿Pero qué coño llevan en la puta cara?

Gustabo no podía verse a sí mismo pero sabía que no estaba muy diferente de Horacio; maquillado y con la cara embarrada de labial.

–Horacio práctica su maquillaje conmigo desde que tiene uso de razón, estábamos practicando –explicó ocultando su evidente erección.

–Su día libre fue ayer así que las quiero en comisaría, muñecas. ¡Súbanse al puto patrulla antes de que les reviente la cabeza a ostias!

–10-4.

–Yo voy al baño primero –balbuceo Horacio.

Conway gruñó antes de salir de la casa maldiciendo en voz baja. Gustabo apagó el vibrador, que no se había dado cuenta seguía encendido, y vio el alivio reflejado en la cara de Horacio.

–No recordaba que hoy debíamos trabajar –admitió Horacio cabizbajo–. Si aún quieres... Podemos retomarlo donde lo dejamos en la noche.

Bastante decepcionado, Horacio se dirigió al baño para quitarse el vibrador. Gustabo lo siguió con intenciones de apagar su erección con agua fría.

–¿Por qué no te lo dejas puesto? Podemos jugar en los baños cuando lleguemos allá –susurró Gustabo en el oído de su amigo cuando llegaron al baño.

Horacio volteo rápidamente con ilusión en su mirada.

–¡¿En serio?!

Gustabo asintió.

–Por ahora, nos tenemos que bajar la calentura y cuando estemos solos... Pues jugamos –explicó Gustabo pasando su lengua por su labio superior.

Sonaba como una buena idea y Horacio asintió bastante feliz sin notar que él mismo se había condenado.

Se quitaron el maquillaje y sumergieron la cabeza en agua helada para lograr calmar sus cuerpos. Aunque la erección de Horacio ya no existía, si que se sentía excitado y emocionado con el vibrador dentro de él.

Salieron de casa y subieron al patrulla junto con Conway, quien estaba furioso por su falta de compromiso.

Gustabo estaba de copiloto y Horacio se encontraba en la parte de atrás. Sentía el vibrador moverse dentro de él con cada imperfección en la carretera, se dio cuenta en ese momento que fue mala idea acceder a dejar su juguete preferido dentro de él. Temía que en cualquier momento su miembro se levantara.

Ardía en deseo de llegar a comisaría e ir a los baños con Gustabo a completar lo que Conway interrumpió. Para su mala suerte, algún idiota había chocado en plena carretera y el tráfico era horrible. Perfecto, lo único que le faltaba.

–Conway, dígame un número del uno al diez –dijo la voz de Gustabo cortando el silencio que existía en el patrulla.

–¿Para qué?

–Horacio y yo estamos jugando a algo, dígame un número.

Conway gruñó antes de contestar de mala gana:

–Seis.

Horacio, en el asiento trasero, miró a Gustabo confundido.

–¿Que juego, Gustabo?

Apenas terminó de decir eso, una potente vibración recorrió todo su cuerpo golpeando en su próstata. Un gemido quedó ahogado en su garganta.

–¿Que pasa, supernena?

Pegó su cara al respaldo de la silla, estaba detrás del conductor, y enterró las uñas en este.

La vibración era intensa, sentía como su miembro quería despertar otra vez. No recordaba que fuera tan deleitante la noche anterior, ¿podría deberse a que se encontraba en público?

Alzó la cara encontrándose con la mirada lujuriosa de Gustabo, quien le sonreía divertido.

–Usted no se preocupe, Horacio se marea en los autos.

–Tu aguanta, Horacio. En unos siete minutos vamos a llegar.

–¿Usted dijo siete?

La vibración se volvió más potente y le hizo arquear la espalda. Se detuvo. Y volvió nuevamente.

Sentía como su miembro estaba despertando y tuvo que enfocar su mente en otra cosa para evitarlo.

Finalmente llegaron a comisaría tras unos minutos que se sintieron como horas para el de cresta. El patrulla se estacionó, Horacio agradeció internamente el mal humor de Conway que les permitió llegar antes pues no respetó el límite de velocidad.

–A trabajar, nenazas.

–Usted adelántese, Conway. Horacio necesita recuperarse –explicó el mayor–. A lo mejor vomita, no se preocupe, yo le lavo el patrulla.

–Superintendente para ti, anormal. Los quiero en cinco minutos vestidos y atendiendo denuncias que hoy van a comer papeleo, muñecas.

Conway salió del patrulla y se dirigió a la puerta de comisaría. El dúo inseparable observó cómo empezó a gritarle a un par de alumnos que tomaban su descanso.

Gustabo le regaló una sonrisa traviesa a Horacio, quien estaba exhausto de ese largo viaje.

–Eres de lo peor –confesó resentido.

–Luego te como la verga si quieres, pero admite que te encantó.

Horacio rodó los ojos. Tras describir muchos escenarios grotescos que incluían viseras y el pensamiento de Gustabo y Conway teniendo sexo, la erección de Horacio desapareció y pudieron entrar a comisaría.

–Dame el control –pidió Horacio en voz baja.

Necesitaba el control para evitar que Gustabo volviera a encenderlo cuando quisiera.

–No se de que me hablas –confesó haciéndose el tonto.

El menor de los dos no aceptó esa respuesta y se tiró sobre el rubio metiendo sus manos a los bolsillos ajenos pudiendo recuperar el pequeño control del vibrador.

Gustabo intentó recuperarlo pero había demasiada gente y no quería llamar la atención por lo que, abatido, continuaron su camino para ponerse el uniforme.

Al llegar a vestidores se encontraron algunos compañeros escondidos huyendo de la mirada de Conway por lo que no podían divertirse ahí, simplemente se cambiaron y salieron.

Intentaron ir al baño pero Conway apareció a gritarles para que se pusieran a trabajar.

Ambos, bastante molestos –en especial Horacio– se pusieron a atender denuncias detrás del mostrador.

–¡Quiero poner una denuncia! –gritó una mujer llegando al mostrador.

–Díganos, señorita –murmuró Gustabo de mala gana.

–Me asaltaron hace un par de minutos.

–¿Puede darnos más detalles?
La mujer se acomodo el cabello y jugó con sus largas uñas color rosadas.

–Todo comenzó hace tres días.

–¿No dijo que la robaron hace un par de minutos?

–Necesito explicar lo que me hizo ir al sitio donde me asaltaron ¿no? –dijo un tanto indignada.

Gustabo dejó escapar un largo suspiro. Sería una larga tarde.
La mujer empezó a hablar y a contar cosas nada relacionadas a los delincuentes que la asaltaron.

El rubio permaneció impasible ante aquella situación, controló su impulsos de gritarle a la mujer que se callara de una maldita vez.

Los minutos pasaron, hundido en sus pensamientos, sintió una mano en su muslo trayéndolo de vuelta a la realidad, ignoró las acciones de Horacio y siguió garabateando en su libreta fingiendo escuchar a la víctima.

La mano de Horacio subió hasta llegar a su entrepierna, donde el de cresta empezó a masajear y a acariciar.

–¿Qué cojones crees que haces? Para –le susurro a su amigo aprovechando que la mujer estaba entretenida contando la historia de su vida como para enfocarse en ellos dos.

–Es mi venganza, Gustabo –dijo con un tono malvado en la voz.

–Pierdes el tiempo, no se va a parar.

–¿Por qué crees eso?

–Estamos en un lugar público y alguien puede vernos, ¿te excita eso? A mi no.

–¿Seguro?

No, para nada estaba seguro. No sólo ya estaba caliente desde hace rato, si no que, ver a Horacio comportándose tan atrevido lo excitaba un poco.

Horacio desabrocho el botón del pantalón y bajó la bragueta, frotó con la palma de la mano el miembro, aún no erecto, de Gustabo.

Ante las caricias de Horacio, el miembro del mayor se despertó rápidamente. La humedad comenzó a hacerse presente en la ropa interior del rubio el cual gruño por lo bajo, quería concentrarse en algo que no fuera la mano de Horacio pero era imposible.

–Detente, para ya –suplicó Gustabo en un susurro apretando la libreta que tenía en manos.

Como si le hubiera pedido lo contrario, Horacio sacó su miembro de la ropa interior y empezó a masturbarlo.

La cara de Gustabo se torno roja hasta alcanzar las orejas al ver el atrevimiento de su amigo. Si a algún agente se le ocurría ir detrás del mostrador, los iba a descubrir y no iba a ser fácil explicar aquella comprometedora situación.

Horacio pasó su pulgar por el glande empezando a hacer círculos en este. Leves y casi imperceptibles jadeos escapaban de la boca de Gustabo.

–Vamos a comisaría a hacer un 10-10 –dijeron por la radio.

Esa fue la señal que Horacio necesito para apurarse con el asunto que tenía en manos. Envolvió el falo de Gustabo en su mano y empezó a masturbarlo con agilidad y rapidez.

El cambio de velocidad fue lo suficiente para sorprender al rubio, quien por poco dejó escapar un gemido. Cerró los ojos con fuerza, dejó caer su libreta al suelo para poder enterrar las uñas en el mostrador sintiendo como el orgasmo ya casi llegaba a su cuerpo.

Al llegar al clímax se corrió en la mano de Horacio, el placer recorrió su cuerpo como una ferviente corriente eléctrica a la vez que varios espasmos muy leves invadían su ser, tuvo que controlarse para que no se notarán, mordió su labio inferior para no soltar ningún sonido inapropiado.

Gustabo inclinó su cuerpo para atrás y descansó su frente contra la superficie del mostrador tratando de recuperar el aliento.

–¿Está usted bien, agente? –preguntó la mujer delante de ellos, la cual apenas había terminado de contar su relato.

–No se preocupe por mí compañero, ha tenido un día difícil –explicó Horacio sonriendo–. Uy, se me cayó mi pluma.

Horacio se agacho y, una vez se aseguró que la mujer no lo veía, llevó su mano manchada con semen a su boca para lamerla. Gustabo noto sus intenciones, recuperó sus fuerzas perdidas sólo para golpearlo en la cabeza.

–¡Que cerdo eres! –dijo exaltado llamando la atención de la gente–. Permítanos un momento, señorita.

Sin explicar más, tomó a Horacio del brazo y se lo llevó a rastras al baño, donde lo obligaría a limpiarse las manos.

Abrió el grifo del agua de uno de los múltiples lavabos en el baño y se dirigió al de cresta.

–Aquí, límpiate... ¡Horacio! –exclamó al ver que volvía a dirigir su mano a su boca–. ¡No te comas eso, eres un puerco! ¡Lávate!

–Pero siempre quise hacerlo –admitió antes de pasar su lengua por uno de sus dedos–. Sabes muy rico.

–¡Horacio!

–Tan delicioso, ¿me das más?

El rostro de Gustabo podía compararse con un tomate de lo rojo que estaba, parecía querer explotar de la vergüenza.

Horacio, al ver a su nuevo compañero de juegos tan avergonzado, dejó de lamer su mano y se encogió de hombros.

–Perdón, bebé. No quería incomodarte, es que quería probarte desde hace mucho –admitió cumpliendo la petición de Gustabo de lavarse las manos.

–Es que eso es muy sucio...

Horacio se acercó tomándolo del rostro con gentileza para depositar un tierno beso en los labios de Gustabo. Él correspondió gustoso tomándolo de la cintura para acercarlo más.

Gustabo empezó a recorrer el cuerpo del de cresta con sus manos sin pudor alguno.

–Alguien puede entrar, Gustabo –susurro contra sus labios.

–Entonces busquemos un lugar privado.

–Lo necesito ya, el dildo sigue dentro de mí, no creo poder soportar más tiempo.

Se besaron una vez más antes de salir. Apenas dieron unos pasos fuera del baño, se encontraron con el superintendente, quien los envió a patrullar de mala gana debido a que dos compañeros habían salido de servicio y no podía dejar la ciudad sin vigilancia.

Los dos corrieron al estacionamiento y sacaron el patrulla con la matrícula "Calvo".

Apenas entraron al vehículo, Horacio se abalanzó sobre Gustabo para besarlo sin importarle ya que alguien los viera. Jalo su labio inferior con los dientes pidiéndole de una manera silenciosa que abriera la boca, Gustabo, con el juicio nublado, aceptó la petición e introdujeron su lengua en la boca del otro.
Horacio rompió el beso soltando un gemido involuntario al sentir cómo el vibrador, una vez más, se movía dentro de él.

¿Se había roto? ¿Presionó el botón por error?

La duda fue aclarada cuando Gustabo sacó el pequeño control de detrás suyo, le sonrió con burla mientras movía el objeto de un lado a otro.

Se lo había quitado cuando lo manoseo en el baño.

–Espera, Gustabo...

Gustabo cambio la intensidad de cinco a seis impidiendo que Horacio pudiera completar la frase.

El rubio se acercó a explorar el cuello moreno del menor dejando lamidas y besos por toda la zona, su mano recorrió su pecho y abdomen hasta bajar a la entrepierna del de cresta para palpar la creciente erección que sobresalía de sus pantalones.

–¿Por qué debería esperar? Me parece que ya estás muy emocionado –susurro Gustabo.

Desabrocho el pantalón y bajó la cremallera para poder meter la mano y tocar por encima de la ropa interior el miembro de Horacio. Pudo sentir como la tela estaba húmeda por los fluidos de su compañero y sintió la vibración llegar hasta ese lugar.

–A-alguien puede vernos –gimió Horacio.

–¿No te gustaba eso? Tenía entendido que si, después de todo, me hiciste una paja detrás del mostrador.

Aumentó un nivel más la velocidad del vibrador provocando que Horacio gimiera más alto.

Gustabo sacó su mano del pantalón ajeno para encender el coche, condujo a toda velocidad a un callejón cerca de comisaría. No tenían tiempo de ir a casa.

Una vez aparco en el callejón, sacó a Horacio del coche, sus piernas temblaban violentamente.

Lo guió hasta el frente del coche y lo empotró contra el mismo. La espalda de Horacio se arqueó al sentir el frío del capote.

–Te quiero follar encima del coche –admitió Gustabo.

–En vez de decirlo, ¿por qué no lo haces?

El tono seductor que usaba Horacio para hablar volvía loco a Gustabo y no esperaba el momento de penetrarlo.

Subió un nivel más la intensidad del vibrador, mientras Horacio se dedicaba a soltar leves gemidos, Gustabo le quitó el pantalón y la ropa interior dejándolo semidesnudo sobre el capó del coche.

Con impaciencia, el mismo se bajó el pantalón a la altura de los muslos y se sacó su miembro, este ya goteaba líquido preseminal y estaba rojo de lo necesitado que Gustabo se encontraba.

–Métemela ya, Gustabo –gimió Horacio impaciente y ansioso–. Follame con el vibrador dentro.

El rubio giró la rueda del vibrador hasta alcanzar el máximo nivel. Horacio comenzó a gemir y le pidió entre sollozos de placer que se apresurara.

Tomó las piernas del menor y las colocó encima de sus hombros para tener mejor acceso.

Con dificultad y sintiendo su miembro recibir las vibraciones del juguete dentro de Horacio, logró meterlo de una estocada para nada delicada.

El de cresta gimió fuertemente sin vergüenza a que alguien pudiera escucharlo. Sus ojos se cristalizaron y pequeñas lágrimas se deslizaron de sus ojos debido a las maravillosas y deliciosas sensaciones que estaba sintiendo.

Gustabo empezó a embestirlo fuertemente sintiendo su pene ser abrazado por el cálido interior de Horacio, junto con la vibración que recibía por parte del vibrador lo hacía una experiencia bastante placentera y única. Sentía que podía correrse en cualquier momento.

Entraba y salía del interior del menor con fuerza e ímpetu cegado por el placer. Tenía que sujetar las piernas sobre sus hombros con fuerza para evitar que se cayeran.

Horacio gemía sin pudor alguno sintiendo que el miembro de Gustabo golpeaba su próstata junto con la deliciosa vibración que recorría su cuerpo.

–¡Gustabo, ah, Gustabo! –grito sin decoro el nombre de su amigo rubio.

–Cállate, nos van a oír –gimió Gustabo.

–¡No me importa! Más rápido, dame más rápido.

–Joder, Horacio. Me vas a enloquecer –admitió deleitado de los gemidos que salían de la boca de Horacio.

Oír su nombre ser gritado por el de cresta era música para sus oídos y su último pedazo de racionalidad se esfumó de su mente empezando a gemir y a jadear sin control alguno dejando que el placer de aquel momento fuera lo único que llenará su mente.

Con saliva escurriendo de las comisuras de su boca, Horacio quiso advertir que se corría pero lo único que escapó de sus labios fueron gemidos y a duras penas, el nombre de Gustabo.

Con las lágrimas nublando su vista, se corrió manchando su estómago. Gritando y retorciéndose de placer, Gustabo siguió embistiéndolo, las vibraciones y las paredes aún más estrechas de Horacio lo hicieron alcanzar el orgasmo unos momentos después que su compañero.

–¡Joder!

Dejó escapar un gemido corriéndose en el interior de Horacio y llenándolo de su semen. Su cuerpo se sacudió ante el deleitante clímax que invadió su cuerpo, era un placer que jamás había sentido y permaneció en su cuerpo unos segundos obligándolo a arquear la espalda y a soltar unos desvergonzados gemidos.

Cuando el orgasmo acabó, bajó las temblorosas piernas del menor de sus hombros y se dejó caer en el pecho de este, quien ahora se encontraba jadeando e inmóvil en el capó del vehículo, tratando de regular su respiración.

El juguete sexual había dejado de vibrar dejándolos a los dos en calma por primera vez en ese día.

–¿Te gustó, bebé? –preguntó Horacio.

–Fue increíble.

–Te dije que te iba a gustar. Yo también disfruté como nunca –confesó–. Espero que esto se vuelva a repetir.

–Tenlo por seguro –replicó el rubio alzándose para poder besar al de cresta.

Ambos se besaron dulcemente hasta que una tercera voz interrumpió su momento de amor:

–Ustedes... Ustedes están conscientes de que las cámaras en los patrullas graban en vivo y el video se reproduce en mi computadora... además, graban perfectamente el capó del vehículo. Lo sabían ¿verdad? –dijo la voz de Conway desde la radio.

El dúo inseparable cruzó sus miradas viendo el horror impregnado en los ojos del contrario, sintieron de inmediato un vacío en el estómago.

–Los quiero en mi oficina en diez minutos –espetó Conway cortando la comunicación.

Gustabo dejó reposar la cabeza en el pecho de Horacio soltando un bufido de molestia.

–Al menos nos dejó terminar –rio Horacio–. Me preguntó cuánto tiempo habrá estado viendo...

Gustabo empezó a reír siendo acompañado por su amigo, aún en esos momentos y circunstancias lograba subirle el humor.

Historias Gustacio/PogacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora