🔴 Descuido 🔴:Gustacio

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"Un descuido puede terminar muy bien o muy mal"  


Habían sido semanas muy duras para Horacio, el trabajo del FBI lo tenía agotado. Necesitaba una forma de relajarse y la única que sabía que le brindaría algo de paz era la más evidente: pajearse. Pero era incapaz.

Cada vez que intentaba satisfacerse a sí mismo, era interrumpido con más trabajo. Aun cuando lograba tener tiempo y escapar de sus obligaciones, no hallaba el incentivo correcto para lograr que su miembro se levantará. Estaba muy frustrado por no poder conseguir una erección, nunca había tenido ese problema. Se debatía entre la preocupación y la vergüenza de ser incapaz de algo tan sencillo como eso.

Hacia mucho, mucho tiempo que no tenía sexo, debía de estar relacionado con su problema de no lograr excitarse. No es que no quisiera tener relaciones sexuales, no había tenido ni tiempo, ni la oportunidad o nadie con quien hacerlo. Sus días de cruising habían terminado desde hace años por miedo a contraer una enfermedad lo que limitaba la oportunidad de tener a alguien con quien acostarse y tampoco quería hacerlo con cualquiera, al menos ya no.

Se sentía miserable, pero su problema fue resuelto de una manera bastante peculiar.

Su jornada de trabajo, junto con la de Gustabo, había terminado y decidieron ir a las duchas de la sede del FBI a asearse, fue un largo día, ambos estaban sucios y sudados.

–Deberías tomarte unas vacaciones, tío. Estás hecho una mierda –admitió el rubio sacándole la lengua a modo de burla.

Horacio estaba desparramado sobre una butaca mirando a la nada, al otro extremo de la pequeña habitación se encontraba Gustabo y muy cerca de ellos, las duchas.

–No puedo, Gustabo. El FBI necesita de mí –repuso algo triste.

–Que se jodan –los maldijo. De los dos, el mayor era el que menos trabajaba y le tenía sin cuidado que los "altos rangos" se enteraran.

Gustabo empezó a hablar de lo desgraciados que eran los del FBI, también mencionó algunos métodos con los que Horacio podía relajarse, todo esto de espaldas a él y mientras se deshacía de su chaqueta de uniforme.

Inconscientemente, el de cresta tenía su mirada fija en él, como si no estuviera presente. No fue hasta que la ropa empezó a desaparecer que reaccionó. Gustabo se quitó la camisa y de inmediato las alarmas rojas sonaron en su cabeza.

–¿Qué haces?

–Hombre, no me voy a meter a bañar con la ropa puesta –reclamo Gustabo algo molesto–. Madura un poco, ¿quieres?

Era cierto, ¿por qué reaccionó de esa manera? No sería la primera vez que lo veía desnudo, cuando eran niños solían bañarse juntos. Se relajó en su asiento, o al menos lo intento. Por alguna razón se sentía nervioso. Mantuvo la mirada lejos de Gustabo pero la tentación lo obligó a mirar, solo por curiosidad.

Gustabo se despojó de su camiseta interior dejando ver su torso a la perfección. Su piel estaba llena de cicatrices antiguas y recientes, unas más grandes que otras y de diferente forma; tenía varios hematomas de varios colores junto con un par de rasguños profundos. Su abdomen estaba marcado y su pecho tonificado, era perfecto.

El rostro de Horacio se calentó y se volvió rojo en cuestión de segundos. No podía apartar la vista y menos cuando el mayor de los dos se deshizo de los pantalones dejando descubiertas sus piernas. Eran esbeltas, firmes y cubiertas de vellos rubios. Sus glúteos se marcaban a la perfección con su ropa interior que, a su parecer, estaba muy ajustada provocando que la zona de su entrepierna se marcará dejando su parte íntima evidenciada.

Y sucedió.

Embobado en el cuerpo del más bajo, no se dio cuenta que su propio miembro empezó a despertar. Gustabo ni siquiera lo miró antes de dirigirse a las duchas. Al perder de vista al rubio, salió del trance de donde se encontraba y al percatarse de su situación, se cubrió de inmediato.

Estaba duro, durísimo, ¿cómo era posible? ¿En serio se acababa de excitar por ver a Gustabo desnudo?

Era humillante y agradecía que su amigo no lo hubiera notado. Se sentía un degenerado pero también estaba feliz de que su miembro, después de un largo tiempo, estuviera erecto.

A regañadientes y avergonzado, tuvo que ocuparse de su "asunto" prometiéndose a sí mismo que no volvería a utilizar a Gustabo para estimular su mente.

Rompió la promesa dos horas después.

El trabajo seguía acumulándose y la única forma de relajarse, para él, había regresado y ahora con un nuevo afrodisíaco mucho más potente y duradero que cualquier cosa.

Perdió la cuenta de las pajas que se hizo en honor a Gustabo, se sentía muy mal de usar a su amigo como estimulante sexual pero no podía evitarlo. Las endorfinas liberadas eran una gran bendición a su vida y cada vez las necesitaba más, por ende, ahora se pajeaba constantemente en cualquier lugar. En cualquiera.

–Vale, bebé. Te espero y vamos a comer algo –dijo Gustabo del otro lado de la radio–. Podemos trabajar hasta la noche e ir a casa juntos.

Horacio se acomodo en el patrulla, el cual estaba estacionado en un lugar solitario, antes de prender la radio y responder:

–Se me olvidaba decirte, voy a ir a tomar unas copas con unos compañeros, me pidieron que te invitara, ¿me acompañas?

Gustabo guardo silencio.

–No sabía que te llevabas bien con ellos.

–No lo hago, es solo para socializar y tener una buena relación de trabajo. ¿Vienes? –admitió sin darle importancia.

–Tengo algo que hacer, diviértete –masculló, su voz sonaba más ronca de lo normal.

–Vale, perla. En cinco... En diez minutos llegó –anunció antes de apagar la radio, o eso creyó.

Dejó el objeto de lado y se miró en el retrovisor antes de quitarse los guantes que portaba jalandolos con sus dientes.

Un nuevo día, nuevos atracos, nuevas persecuciones y una nueva paja.

Asegurándose de que en verdad estaba solo en aquel miserable callejón, empezó a tocar su miembro por encima del pantalón aún con la voz de Gustabo resonando en su cabeza. Su amigo rubio lo estaba volviendo loco invadiendo su mente casi todo el día, ya llevaba dos semanas así.

Sus fantasías con él se convirtieron en lo único capaz de hacer que su miembro se levantará. Se sentía un tanto mal por hacer esas cosas a espaldas de su amigo pero mientras no se enterara, no pasaba nada ¿verdad? Tampoco era como si lo estuviera perjudicando.

Tras varias caricias, su miembro se levantó y procedió a atenderlo. Se sentía muy sensible y apenas se bajó los pantalones a la altura del muslo, jadeo impaciente.

–Ah, Gustabo –gimió en un susurro haciendo círculos con sus dedos sobre su ropa interior.

Parecía un adolescente con las hormonas alocadas, sabía que estaba mal y aún así no podía evitar ese comportamiento tan bochornoso. Cuando la humedad se hizo presente en la tela, bajo su ropa interior liberando su miembro palpitante por atención. Estaba muy duro y se había calentado con facilidad gracias a todas las cochinadas que estaba pensando.

Apenas rozó su falo, gimió con descaro, envolvió su glande en la palma de su mano comenzando a hacer movimientos circulares encima de este.

Se imaginaba que era Gustabo quien se estaba ocupando de él y no su propia mano. Podía imaginarse al rubio besándolo y repartiendo besos por todo su cuerpo. Como le encantaría eso. Ardía en deseos de poder recorrer el delgado cuerpo del mayor con las manos. Pensar en él embistiéndolo y penetrándolo con locura mientras le jalaba la cresta, hizo que se excitara aún más causando que aumentará la cantidad de líquido pre seminal que salía de su miembro.

Su mano desocupada despojo su rostro de la caliente máscara de calavera que llevaba puesta dejando su rostro sudoroso al descubierto permitiendo que sus jadeos se oyeran aún más. Esa misma mano la bajó hasta su pecho donde rozó sus pezones dejando escapar leves gruñidos.

–Ah, si...

Comenzó un vaivén lento pero agradable sobre su miembro, su líquido transparente asistió a sus movimientos para que fueran más fáciles y rápidos.

Chupo los dedos medios de su mano con, tal vez demasiado, empeño. Se imaginó que era el falo de Gustabo, un cosquilleo recorrió su abdomen y con más ganas los chupo.

Bajo sus pantalones hasta las rodillas, se acomodo en el asiento y abrió las piernas para meter un dedo dentro de él. Tanteo su entrada con su índice sintiendo un escalofrío y un delicioso calor rodeando su cuerpo.

–Uh... Gus... tabo –jadeo antes de insertar la mitad de su dedo dentro de él–. ¡Gustabo!

Mordió su labio inferior hundiéndose en el placer, se sentía muy bien. Empezó a penetrarse a sí mismo a la vez que continuaba moviendo la mano de arriba a abajo sobre su miembro, cada vez más rápido.

Insatisfecho, metió su segundo dedo y hasta el tercero, estos salían de él y volvían a entrar con fuerza tratando de alcanzar su próstata, maldecía su propia genética por no tener los dedos más largos y ser incapaz de tocar aquel punto que lo volvía loco.

Deseo con ansias que sus dedos fueran el falo con el que tantas noches había soñado. La imagen del mayor en los vestuarios llegó a su mente recordándole su miembro marcado por el bóxer, se veía tan grande y apetecible.

–Oh, Gustabo... ¡Fóllame, métemela! –empezó a decir en voz alta sin pudor alguno–. ¡Ah, así! ¡Más, más!

Profanándose él solo y sin detener su raudo vaivén, el orgasmo lo invadió. Arqueo la espalda a la vez que los leves espasmos del clímax le obligaron a gritar el nombre de su amigo rubio. Su semen inundó su mano, era tanto que se resbaló de esta e inevitablemente cayó a la alfombrilla del vehículo.

Sus ojos estaban cristalizados y un hilillo de saliva recorría la comisura de sus labios, estaba aturdido, parpadeo varias veces con una gran sonrisa dibujada en su rostro satisfecho de lo que acababa de hacer.

–Horacio –dijo la voz de Gustabo por la radio.

Dio un respingo en su lugar. Creyó que había apagado la radio por completo, debió dejarla semiencendida.

Cuando tomó la radio para contestar, una mueca de horror se formó en su rostro al ver que había cometido un error garrafal. Su radio estaba encendida por completo, es decir, quien estuviera al otro lado podía oírlo a la perfección, el botón que le permitía comunicarse se había atorado en encendido.

Ahogó un grito de terror, sus ojos se aguaron al descubrir la verdad, ¿Qué debía hacer?

–Horacio –repitió Gustabo.

Quería morirse, ¿cuánto había escuchado? ¿Desde el principio? No sólo lo había escuchado gemir, sino que lo había escuchado suspirar y jadear su nombre rogándole que cumpliera peticiones sumamente descaradas.

–D-dime... –respondió con voz temblorosa.

–Ven a la sede, tenemos que hablar –dijo el rubio antes de cortar la comunicación.

Oh no. Imposible, eso no podía estar pasando. Sus manos comenzaron a temblar al igual que su labio inferior, dejó caer la radio en el asiento para llevarse las manos al cabello en señal de frustración, tomó aire y grito de horror. El grito fue tan fuerte que desgarró su garganta, incluso un par de transeúntes pudieron escucharlo desde el otro lado de la calle.

¿Que debía hacer? ¿Con qué cara lo iba a ver ahora?

Cada vez que hablaba del cruising, Gustabo se notaba algo incomodo y asqueado, no manejaba muy bien el tema del sexo, debía estar horrorizado de escuchar lo que fuera que escucho.

Se limpió las manos y emprendió el camino a la sede. Tenía miedo, ¿y si Gustabo dejaba de hablarle? No quería perder su amistad, lo había arruinado y todo por una maldita radio que olvidó apagar.

No, arruino todo con su maldita calentura. ¿Que clase de depravado se masturbaba pensando en su compañero de vida?

Llegó a la sede y se bajó del vehículo, permaneció varios segundos viendo la edificación alzándose frente a él. Tenía ganas de vomitar y sentía que su corazón iba a salir de su pecho de lo rápido que latía.

Con pasos tambaleantes y dudosos, entró al edificio buscando a Gustabo con la mirada, no lo encontró. Al ver a Conway se acercó a él con cierto nerviosismo y le preguntó dónde estaba.

–Cuando lo encuentres dile que los quiero aquí de inmediato, algún gilipollas estuvo jugando con las radio y las descompuso –dijo sin mirarlo. Horacio no tomó en cuenta estas palabras–. Lo vi en los vestuarios, parecía inquieto.

Genial, estarían en un lugar sin testigos que pudieran atestiguar de su futuro asesinato. Seguramente Gustabo le saltaría a la yugular en cuanto lo viera.

Arrastrando los pies e intentado retrasar lo inevitable, se dirigió a los vestuarios, los cuales estaban vacíos. Miró por todos lados sin ver señales de que alguien estuviera ahí, incluso las luces estaban apagadas.

–¿Gustabo? –dijo con voz temblorosa prendiendo la luz e iluminando la habitación llena de casilleros.

Sentía sus piernas temblar levemente, ¿qué demonios estaba pasando, acaso Gustabo estaba jugando con él?

Estaba dispuesto a irse pero antes de poder girarse, alguien lo apresto por la espalda tapándole la boca y rodeando su abdomen con un brazo. Lo obligó a entrar por completo en la habitación y con un fuerte golpe se cerró la puerta de entrada.

–¿Me buscabas? –dijo la voz de Gustabo tras él.

Apenas giró su cabeza para verlo, una sonrisa burlona y traviesa estaba dibujada en el rostro del rubio. Y una vez más, la vergüenza invadió el cuerpo del de cresta al ver al individuo que lo mantenía despiertos a altas horas de la noche.

Gustabo removió la mano de su boca y recorrió con ambas manos su tórax provocándole un par de escalofríos al más alto.

–¿G-Gustabo, q-que haces?

–Eso debería preguntarlo yo, ¿no crees? –susurro en su oído–. ¿No te estabas masturbando en el patrulla en mi honor?

El rostro de Horacio se tornó completamente rojo. Se escuchaba bastante tranquilo, ¿no estaba molesto?

–No... –mintió dudoso.

–¿Seguro?

Su maldita voz y el tono en el que decía cada palabra lo estaban matando. Incluso cuando se suponía estaba en "problemas", no podía dejar de excitarse a causa del rubio.

–Yo... Lo siento –murmuró apenado, no sabía lo que tenía que decir en una situación como esa–. No sé qué en qué estaba pensando. Lo siento mucho, Gustabo. En verdad siento lo que hice.

–El caso es, Horacio. Qué fue y es un gran inconveniente para mí –admitió–. Mira lo que me hiciste.

Pegó su ingle a su trasero y de inmediato, Horacio pudo notar su erección entre sus glúteos. Soltó un gemido de sorpresa en cuanto Gustabo empezó a restregar su miembro erecto contra él.

–Por tu culpa estoy así de duro –confesó–. Si a mi no me gustan estas cosas... Pero por alguna razón me excite cuando te oí, ¿por qué? No pude evitarlo cuando te escuche gemir mi nombre.

Las manos de Gustabo recorrieron su cuerpo. Su tacto, su voz penetrado en su cerebro y su miembro restregándose contra su trasero fue suficiente para que el cuerpo del menor también empezará a calentarse.

El rubio notó como el miembro de Horacio empezaba a hacerse notar en sus pantalones y sonrió con sorna.

–Eres un guarro, ¿no te acabas de correr?

–¿Q-qué quieres de mi, Gustabo? –preguntó en un susurro sintiéndose humillado.

–No, no, no. La pregunta es para ti: ¿que quieres tu de mi? ¿Qué es eso que tanto anhelabas cuando te la estabas jalando en el coche?

Su mano se deslizó lentamente hasta el abdomen ajeno dejando un par de caricias y tanteando una zona demasiado íntima.

Gustabo tuvo que pararse de puntitas para alcanzar la oreja de su compañero de vida, con los ojos impregnados en malicia deslizó su lengua por la parte de atrás del cartílago y mordió con suavidad el lóbulo de su oreja. Las piernas de Horacio empezaron a temblar amenazando con hacerlo caer.

–Vamos, sabes que lo deseas. Tanto que es insoportable –susurro con lujuria el mayor pasando la lengua por su cuello–. Tal vez si me lo dices, podría hacerlo realidad.

Tenía razón, era insoportable. No podía aguantar aquella deliciosa tentación, tenía que decirlo aún cuando fuera una broma de Gustabo.

–A ti... Te quiero a ti –admitió a regañadientes–. Quiero que me folles... Te quiero dentro de mi.

La sonrisa del rubio se ensanchó al oír esas palabras. Horacio comenzó a temer que sólo estuviera jugando con él como castigo, pero sus dudas fueron despejadas cuando Gustabo lo volteo para quedar frente a frente, con brusquedad lo tomó de las solapas de su chaqueta y lo jalo uniendo sus labios en un súbito beso.

El aire escapó de los pulmones de Horacio, su corazón latía con ímpetu y un leve hormigueo envolvió su estómago. Los labios de Gustabo eran muy suaves, tal y como se los imaginó.

Correspondió el beso gustoso profundizándolo al tomarlo de los hombros. La diferencia de altura era evidente, Horacio siempre había sido el más alto de los dos pero eso no le impedía a Gustabo que siempre, sin importar la situación, tuviera el control y se viera mucho más dominante. Pese a que Horacio no sólo era alto sino también el más fuerte, podía tomar el control de la situación con facilidad, pero su cuerpo se quedaba inmóvil y débil ante las caricias del rubio haciendo que fuera imposible que tomara las riendas, aunque tampoco quería hacerlo.

El beso subió de nivel a uno muy húmedo donde sus lenguas batallaban por el control del mismo, su saliva escurría de las comisuras de sus labios y esto sólo hizo que el libido de ambos aumentará.

Gustabo lo empotro contra los casilleros recorriendo la figura del menor con sus manos. Empezó a simular embestidas chocando ambos miembros erectos. Los dos jadearon, los movimientos pélvicos del mayor aumentaron de velocidad, Horacio sentía que podía correrse en ese momento solo por el hecho de que era Gustabo quien le estaba dando placer.

El rubio coló sus pálidas manos bajo la camisa del más alto recorriendo su tersa piel parando en sus pezones, los cuales empezó a masajear y a estirar con el índice y el pulgar. Horacio mordió su labio inferior, lo estaba matando lentamente.

Le subió la camisa dejando expuesto su abdomen y pecho que comenzaban a empaparse de sudor. Gustabo se acercó a su pezón izquierdo y pasó la lengua sobre este, Horacio gimió sin vergüenza.

–Eres bastante sensible aquí, ¿no? –preguntó Gustabo con un brillo de burla en la mirada.

–No... –mintió otra vez apenado.

–Eres muy mal mintiendo –confesó antes de devorar sus pezones.

Empezó a chupar y succionar ambos botones rosados en intervalos de tiempo. Jugó con sus labios y dientes jalándolos levemente. Horacio se derretía de placer, no podía aguantar más aquel tortuoso juego.

–Ah, Gustabo. Métemela ya, estoy listo. No puedo resistir más –gimió Horacio desesperado.

–Eres un puerco, ¿lo sabías, mimosin? –susurro contra sus labios.

Con violencia lo volteo dejando pegada su cara a los casilleros. Horacio gimoteo, le encantaba que fuera tan brusco, no quería delicadeza ni nada de eso, amaba que Gustabo se comportará de ese modo tan dominante.

Su pantalón fue bajado junto con su ropa interior dejándolo expuesto ante el rubio. El más alto se inclinó entregándole el trasero, se encontraba en una posición bastante sugerente y atractiva. Gustabo se quedó embelesado al contemplar al de cresta de ese modo tan íntimo y erótico.

Después de ensalivar su propio miembro, acarició la espalda morena de Horacio recorriendo las viejas cicatrices que tenía grabadas en la piel, lo tomó de la cadera y, sin ningún aviso, metió su falo de una estocada dentro de su cavidad.

Un grito de placer involuntario salió de la boca de Horacio al sentirlo adentrarse, como se había masturbado antes, el miembro pudo entrar con facilidad. Gustabo empezó a embestirlo duramente sin darle tiempo a acostumbrarse. Horacio no pudo retener sus desvergonzados sonidos debido al placer que lo había invadido de un momento a otro.

Se sentía tan lleno y feliz con Gustabo dentro de él, sentía que por fin todo era como debería ser. Como si por fin, después de mucho tiempo, la vida le permitiera ser feliz.

Ninguna de sus fantasías o sueños podían compararse con ese momento. Cada embestida era más fuerte que la anterior, su próstata era tocada repetidamente, sus gritos y gemidos eran irremediables. Nunca imaginó que Gustabo fuera a follar tan feroz y salvaje, aunque también notaba la inexperiencia del rubio, le encantaba.

Apoyó su mejilla en los casilleros mientras todo su ser era sacudido violentamente con cada deliciosa embestida proporcionada por Gustabo.

–¡Ah, Gustabo! ¡Se siente tan bien! ¡Así, sigue así! –gritaba extasiado con el rostro bañado en lágrimas de placer que eran imposibles de parar.

–Joder, Horacio. Eres muy ruidoso –admitió pasando su antebrazo por su frente quitando el poco sudor que tenía.

El placer nublaba su juicio, y aún así no era suficiente. Empezó a mover la cadera de adelante a atrás logrando que las penetraciones fueran más profundas —aunque ya lo eran—, ambos gimieron ante aquel nuevo movimiento. El falo de Gustabo entraba en su totalidad para luego salir y volver a entrar golpeando y maltratando su próstata de una manera exquisita. El placer cegaba sus mentes, sus movimientos eran casi automáticos de lo bien que lo estaban pasando, no existía nada más en ese momento que ellos dos y el deleite que recorría sus cuerpos hasta el punto de ser demencial.

La mano de Gustabo se deslizó al miembro ajeno para comenzar a estimularlo. El rubio sabía lo que hacía —o al menos eso parecía— apretaba, acariciaba y tocaba en los lugares exactos para recibir placer, Horacio se ahogaba en sus propias lágrimas de todas las maravillosas sensaciones que invadían su cuerpo.

–Me voy a correr –jadeó el rubio sin detener sus movimientos.

–Hazlo dentro, ¡dámelo todo! –chillo Horacio.

Gustabo gruñó, enterrando sus uñas en la blanda piel del de cresta, se corrió liberando su esperma en la cavidad de Horacio. Al sentir como se llenaba de la esencia del rubio, fue inevitable correrse también.

El orgasmo lo golpeó, su espalda se arqueo y lanzó un sonoro grito sintiendo el delicioso clímax recorrer todo su cuerpo volviéndolo loco por unos instantes.

Jadeando e intentando recuperar el aliento, apoyo su frente contra los casilleros. Gustabo sacó su miembro de dentro de él provocando que se sintiera vacío de pronto, el semen del mayor comenzó a resbalar de su entrada recorriendo sus piernas mientras que el suyo goteaba de su miembro hasta el suelo.

—Estas hecho un desastre –comentó Gustabo al ver la escena, acarició uno de sus redondos glúteos.

–Si... Esto es lo que yo quería –admitió jubiloso.

El rubio, conteniendo una risilla, se inclinó para susurrarle al oído:

–De verdad eres un guarro.

–Este guarro te la puso tan dura que te lo terminaste follando –le recordó incorporándose. Sus piernas temblaban ligeramente y se sentían débiles, Gustabo lo ayudó para que se sentará en una silla–. No creo poder parar después de esto, Gustabo... ¿Lo volveremos a hacer? –preguntó un tanto temeroso a la respuesta.

El mayor se quedó absorto admirando el rostro de Horacio perlado por el sudor y pintado de rojo debido a la alta temperatura que experimentaron.

–Mierda, ¿que demonios me hiciste? –susurro para sí mismo–. Te quiero en mi casa a las diez, ¿entendiste?

El rostro de Horacio se iluminó emocionado aún sabiendo que al día siguiente el dolor en su espalda baja lo atormentaría.

–¡Vale, bebé! Voy a llevar mis juguetes –canturreo lascivo.

De mala gana, Gustabo accedió. Olían horrible y su aspecto no era el mejor así que intentaron bañarse, pero Horacio se negaba a tomar una ducha solo e insistía en meterse a la regadera junto con el rubio, quien huyó de él.

Estuvieron diez minutos "jugando" al gato y al ratón donde Horacio lo correteaba con intenciones claras de molestarlo intentando que se dieran una ducha juntos o al menos que le diera un beso, Gustabo se negaba rotundamente alegando que estaban llenos de fluidos corporales y le parecía asqueroso juntar sus cuerpos. En ese momento, huyendo de los brazos del de cresta, se replanteo la idea de mandar al diablo a su amigo sólo por molestarle.



××××××××××



–¿Ya estás satisfecho?

–No se de que me hablas, viejo –admitió Gustabo encogiéndose de hombros sin voltear a ver a Conway, justo a un lado de él.

El más viejo de los dos suspiro agotado.

–No te hagas el listo conmigo, Gustabo. Noto a Horacio más ausente del trabajo y mucho más alejado de sus compañeros de la policía... en cambio, se ve mucho más empalagoso contigo, más unido.

Apoyados contra la barandilla que los separaba del estacionamiento, ambos estaban fumando. Gustabo caló el cigarrillo antes de responder.

–¿A dónde quieres llegar? –contestó algo molesto.

–¿Qué le hiciste? Él no era así antes. –y era cierto, el de cresta había cambiado en las últimas semanas.

–Solo le di lo que tanto quería, ¿eso me hace el malo de la situación, Conway? Simplemente ayude a mi buen amigo a relajarse y si eso hizo que, por un casual, se alejara del trabajo y de sus amigos, no es mi culpa –se defendió.

Aunque sus argumentos eran válidos, la pequeña sonrisa malvada que tenía en su rostro hizo que Conway no tomará en cuenta ninguna de estas palabras.

–Manipulador de mierda –admitió sin saber si el rubio estaba mintiendo–. Harías lo que fuera por tener el control, ¿verdad?

–Como usted diga, abuelo –murmuró Gustabo tirando el cigarrillo al suelo–.Yo siempre seré el malo para usted.

Sin decir otra cosa, entró de nuevo en el gran edificio, no tenía tiempo que perder, Horacio lo estaba esperando.

Historias Gustacio/PogacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora