Admiración: Gustacio

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Admiró en silencio los anchos hombros de su compañero, dándose cuenta de que ya no quedaba ningún ápice de rastro de aquel pequeño niño que en antaño se resguardaba en sus espaldas buscando protección y alivio bajo sus delgados brazos.

Lo último que sus dedos recorrieron, fue el bordado de su chaqueta azul que en su espalda con letras grandes de color amarillo, indicaban que ya no era un leal policía o ni siquiera un glorioso inspector. Era alguien quien estaba muy por encima de aquellos títulos que quedaron atrás. Títulos que fueron en su momento manchados con sangre y heridas que dejaron profundas cicatrices que por más que el tiempo corriese, serían imposibles de borrar.

Dio un paso hacia atrás cuando los labios del más alto abandonaron sus hinchados belfos y los de este devoraron su sensible y delgado cuello con hambre, pero a la vez con tal delicadeza, con la intención de no causarle algún tipo de daño, o quizás evitando a toda costa que se arrepintiera de continuar con la situación que ahora los envolvía.

Pero apartarse ya no era opción y culminarlo con prontitud tampoco se hallaba en sus planes.

Vio los ojos del menor brillar con intensidad mientras se enderezaba y colocaba sus manos en los hombros, dándole una vuelta a su cuerpo sin ninguna dificultad.

Sintió el acero rodear sus muñecas dejándolas apresadas sobre su espalda y un quejido salió de sus labios cuando su pecho se estampó contra el frío capó del patrulla aparcado ahora bajo sus narices.

Inhaló con algo de prisa sintiendo como las manos de Horacio viajaron por su cuerpo, contorneando su figura como queriendo grabarla en su memoria.

Mordió su labio inferior, ocultando sus zafiros detrás de sus párpados, la dureza de su "verdugo" se restregaba contra su trasero y los suspiros que evidenciaban su excitación, alcanzaban a penetrar sus sentidos creando una revoltura de sensaciones en su estómago.

Las manos de Horacio se deslizaron por el borde de su pantalón y con una sensual y a la vez tortuosa lentitud, bajó la cremallera de aquella prenda, para segundos después adueñarse de su reciente erección.

Jadeó echando levemente su cabeza hacia atrás. El peso del menor lo mantenía clavado en el capó sin darle mucha oportunidad a mover sus extremidades con libertad. Aún así se dejó llevar, dejando que el chico que años anteriores había tomado posesión de su corazón, hiciera lo mismo con su cuerpo.

Poco después de pasar un buen rato donde su cabeza había dado vueltas por el gozo que le fue provocado, al ser manipulado en su parte más sensible. Fue despojado de sus prendas inferiores.

Horacio separó sus piernas, abarcando con las manos ambos glúteos respingados y apetitosos que visualizaba bajo sus bicolores.

Gustabo entrecerró sus ojos azules ante el escalofrío que recorrió su espina de abajo hacia arriba, e hizo un ligero movimiento involuntario con sus caderas cuando la tibia saliva del menor descendió con paciencia por su entrada.

Sintió las uñas de Horacio enterrarse en la lechosa piel de su cintura segundos antes de que el falo del ajeno, invadiera el interior de su cuerpo obligándolo a gruñir con fuerza; reposando su frente contra el rígido material del auto. Se mantuvo inmóvil a la espera del próximo movimiento que realizaría su compañero.

Pronto las embestidas iniciaron, primero a largas pausas, aguardando a que sus cuerpos unidos se acoplaran al otro. Luego fueron tomando más intensidad. El rubio se encogió sobre si mismo, siendo sacudido por cada embestida causando que su miembro rozara insistentemente con la parte delantera del patrulla.

El pecho de Horacio subía y bajaba con velocidad sobre su espalda, su aliento cosquilleaba en su oreja derecha y cuando las penetraciones se volvieron cada vez más erráticas. El volumen de los gemidos del menor se acrecentaron. No paraba de repetir su nombre cerca de su oído y aquello cortaba su cordura.

Su cuerpo no pudo soportar la brutal sensación de placer que le golpeó, corriéndose al mismo tiempo que su compañero el cuál sin ningún tipo de vergüenza, gritó su nombre a viva voz al derramarse en su interior.

Derrotado por su orgasmo, no movió un solo músculo cuando el más alto le retiró las esposas que minutos antes habían hecho parte de aquel íntimo y apasionado acto.

Horacio recostó su espalda sobre el auto, posicionándose a un costado del rubio. Sus miradas se cruzaron permaneciendo ambos en silencio por largos segundos.

Gustabo enfocó su mirada azulada, con atención sobre los bicolores de su amigo, viendo aquel brillo que rodeaba sus pupilas dilatadas.

Sonrieron con complicidad.

Aún le costaba entender como habían llegado a ese punto y quizás a los ojos de cualquiera sería evidente que fue un acto vulgar. Pero solo ellos sabían lo que significaba.

La forma en que se amaban tal vez no la demostraban como comúnmente lo haría cualquier "pareja".
Esa picardía que siempre poseían y los caracterizaba hacía parte de su mundo y de difícil comprensión para los demás.

Horacio acarició los labios magullados del más bajo con infinita dulzura, y este solo se enderezó escuchando como de la radio que habían tirado al pavimento, salían las voces de algunos policías requiriendo de su presencia en la comisaría.

Después de aquel pequeño receso debían de volver al trabajo. Se vistieron volviendo a tomar la compostura.

Gustabo elevó su vista admirando la espalda de Horacio, sintiendo como su pecho se inflaba con orgullo.

Ya no era un niño débil, tampoco aquel policía que en su juventud se autoproclamaba un héroe. Era un agente federal con los pies puestos sobre la tierra, con cicatrices que se encargaría de ayudar a sanar, con un pasado que ya no lo definía tanto, con un futuro del cuál quería formar parte.

Un pilar de hierro que ahora lo sostenía a él. El pequeño que antes guardó entre sus brazos, el hombre que ahora admiraba y amaba con locura

Historias Gustacio/PogacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora