Carmesí: Pogacio

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"Erαɴ doѕ pѕιcópαтαѕ qυe тeɴίαɴ lα coѕтυмвre de тeɴer ѕeхo deѕpυéѕ de αѕeѕιɴαr α ѕυѕ eɴeмιɢoѕ"


—No me maten por favor, haré lo que quieran. — suplicó el hombre con ojos aguados y el terror latente impregnado en su magullado rostro.


Una basura más y un estorbo menos. El último integrante de una de las tantas bandas de patio que creían tener control en aquella pútrida ciudad. Inservibles con aires de grandeza, cuanto repudiaba a esos seres infelices.

Miró a su único e inseparable compañero quien al pie se mantenía apacible e inmutable. Le hizo una seña con el dedo índice para que se retirara la máscara.

Y así lo hizo, la jaló de un tirón de su cabeza dejando al descubierto su rostro, el tipo sentado frente a ellos abrió los ojos estupefacto al reconocer de inmediato su cara.

—¿T-tu no eras del FBI?. — preguntó sin aún creer a quien tenía ante sus ojos.

—Lo soy. — afirmó sonriendo con sorna tirando la máscara en algún lado sobre el piso de cemento de la oscura e inhóspita habitación. —Soy el director.

—¡Eres un hijo de puta! ¡¿Cómo es-...?!.

Sus palabras fueron interrumpidas por la inesperada patada que recibió en su estómago por parte del mas bajo.

—Cierra la boca. — ordenó con frialdad viendo como el aire escapaba de sus pulmones.

—¿Qué es... lo que ustedes quieren?. — pronunció apenas después de recuperar el aire.

—Simple, el control de esta asquerosa ciudad ¿No es así, Horacio?. — se acercó al menor acariciando su espalda y al recibir un asentimiento de cabeza por su parte, continuó. —Que mejor mafia podría haber conformada por dos integrantes del FBI. El poder que tenemos y la facilidad con la que conseguimos que ratas como tu caigan en nuestros enredos.

—Tu banda de patio nos comenzó a molestar, así que henos aquí. — concluyó el más alto cruzando los brazos a la altura de su pecho.

El payaso miró con desprecio al hombre vulnerable atado a una silla, recordando la forma en que Horacio y él se involucraron en su "mafia" inútil para sacar provecho de ellos. Aniquilando uno por uno hasta quedar su líder quien era el que tenía justo al frente. Recordó el método tan repulsivo al que tuvo que recurrir su compañero flirteando con el imbécil solo con la intención de sacarle la información que necesitaban.

Afortunadamente no pasó de simples coqueteos, de lo contrario por su parte ya lo habría torturado y asesinado utilizando métodos poco ortodoxos.

Horacio había aprovechado el hecho de que el sujeto poseía una poco disimulada atracción hacia él y fue relativamente fácil hacerlo hablar con un par de palabras endulzadas.

Pogo torció una sonrisa maliciosa y sin mediar palabra, sujetó los cabellos azules de la cresta de su compañero jalando su cabeza hasta que sus rostros chocaron y devoró sus labios con urgencia recorriendo la boca del menor con su lengua inquieta y brusca. Este correspondió de inmediato encantado. El payaso rompió el beso tomando su labio inferior con sus dientes estirándolo hasta donde pudo hasta soltarlo.

—Es mi hombre. — recalcó pasando sus uñas por el pecho fornido del mas alto mirando de reojo al sujeto quien los observó inexpresivo.

Sorpresivamente el payaso fue apresado por los gruesos brazos del moreno quien lo miraba con sus ojos brillando de lujuria. El rubio chasqueó la lengua alejándose poco a poco de su agarre.

Sabía perfectamente como encender a Horacio, conocía su retorcido fetiche de sentirse como un objeto de pertenencia suyo y no podía estar más satisfecho con esto. Sus palabras posesivas y celos enfermizos maravillaban al menor por alguna razón.

Pero aún tenían un trabajo el cual terminar, después se arreglarían entre ellos.

Rebuscó la navaja que siempre llevaba en el bolsillo de su pantalón, al hallarla dejó el objeto entre los dedos del mas alto.

—Encárgate ya de él. — se alejó unos centímetros para poder observar mejor el espectáculo.

Horacio no dudó en acercarse al pobre tipo desenfundando la hoja de la navaja inclinándose ligeramente para no perder de vista su objetivo. Hizo de oídos sordos y no se detuvo ni un solo momento escuchando los gritos de súplica y los intentos desesperados e inútiles del sujeto por alejarse de él.

Estiró su cabeza con una mano y con la otra trazó un corte limpio justo en la yugular viendo como la sangre comenzó a brotar como una cascada de la ranura en su cuello, manchando sus manos y parte de su ropa con el líquido carmesí.

No le dio importancia en absoluto a este hecho. Sabía muy bien lo que se venía.

Volteó de nuevo hacia el más bajo percatándose de su ancha sonrisa digna de un psicópata.

No supo en que momento fue acorralado por el rubio en la rugosa pared del lado de aquel cuerpo que se sacudía ahogándose con su propio flujo. Sus labios pintados de morado buscaron de nuevo los suyos en un beso demandante, intenso y nada delicado, sus salivas mezclándose una y otra vez en sus bocas. Horacio arrojó la navaja y colocó su mano detrás de la nuca de Pogo tintando con la sangre de sus dedos su blanquecina piel y parte de su cabello y la otra la reposó en su cintura atrayéndolo más a su cuerpo sintiendo su sofocante calidez.

Pogo estrujó en sus dedos la camisa del mas alto arrancándola a tirones, destrozándola por completo con sus uñas. Este Jadeó excitado ante la acción de su compañero echando su cabeza hacía atrás al él comenzar a arremeter contra sus caderas completamente perdido en su deseo

Sus miembros despertando empezaron a chocar sin pausa hasta que sus erecciones cubiertas por la tela de sus molestas prendas se hicieron cada vez más notables, palpitantes y rígidas. Los jadeos y suspiros de la exquisitez de su fricción se hacían más incontenibles.

El payaso recorrió el cuerpo del mas alto deteniéndose en delinear con sus dedos el tatuaje que poseía en su pecho descubierto, luego ascendiéndolos poco a poco por su clavícula hasta llegar a sus hombros, hundiendo sus dedos en ellos lo empujó hacía abajo con brusquedad hasta que Horacio no tuvo más remedio que acuclillarse en el suelo.

Restregó su entrepierna en la cara de Horacio colocando sus manos sobre su cabeza para mantenerlo en su lugar.

—¿Quieres esto?. — preguntó juguetón con su voz impregnada de lascivia.

Lo vio asentir silenciosamente y alzar su cabeza para conectar sus ojos bicolores con los suyos.

El payaso despegó ligeramente su cabeza para desabotonar el pantalón de su traje elegante de color negro. Bajó la prenda junto con su ropa interior hasta la altura de sus rodillas capturando su pene con una mano y alzando el mentón del de cresta con la otra.

Comenzó a dar pequeños golpecitos con su miembro en los gruesos labios del menor, untándolos con el líquido transparente que chorreaba de la punta de este evidenciando su excitación.

Horacio relamió y entreabrió sus belfos deseoso por saborear más de la polla que se erguía en su cara. Sus ojos se iluminaron cuando la extensión hizo presión en sus dientes para adentrarse en su boca. La recibió gustoso en su totalidad aunque al principio le provocó una leve arcada, ignorando esto comenzó a trazar con su lengua cada centímetro de la erección de Pogo empezando un vaivén frenético con su cabeza, brindándole el placer que su compañero necesitaba.

El payaso gemía complacido aferrando sus dedos en la cresta desordenada de su amigo y mordió su labio inferior clavando sus ojos azules en el techo del cuarto, dejándose llevar por el goce de la felación tan maravillosa que le estaba haciendo.

—Tócate. — le exigió casi en un susurro volviendo a bajar su mirada.

De inmediato el más alto sin detener los movimientos de su cuello, bajó sus manos hasta su pantalón desabrochándolo y retirando la tela de su bóxer dejando libre su gruesa y húmeda polla. Tal como se lo pidió comenzó a masturbarse al mismo ritmo del vaivén en el miembro ajeno en su boca.

Los gemidos ahogados de Horacio provocaban una deliciosa vibración en su erección. Un gruñido ronco de placer escapó por sus labios morados. No podía contener más la inmensa excitación que recorría su cuerpo entre la forma en que el menor devoraba como un dulce su polla y el poder contemplar como este se autocomplacía mientras ligeros espasmos se apoderaban de él sin piedad.

Llevó sus manos colocándolas a ambos lados de la cabeza del menor frenando sus movimientos, acto seguido comenzó a embestir su boca moviendo sus caderas de atrás a adelante en un ritmo firme y acelerado. Gruñidos constantes salían de su boca y frunció el ceño concentrándose en follar con un ahínco exquisito la cálida cavidad bucal de su compañero.

Horacio desaceleró el meneo de su mano en su propio falo y enfocó sus orbes en los zafiros del payaso sintiendo como su garganta era atacada provocándole ahora si unas cuantas arcadas. Por la comisura de sus labios escapaba un hilo de saliva y sus ojos se cristalizaron derramando pequeñas lágrimas.

Finalmente el clímax de Pogo llegó como una ola sin previo aviso, dio un último empujón y jadeó corriéndose en la boca del menor casi ahogándolo con sus fluidos. Lo liberó de su agarre retirando su miembro.

Horacio tosió un par de veces pero tragó por completo el dulce y a la vez salado semen de su compañero.

—Follame. — pidió casi en un gemido lastimero levantándose de su lugar, dándole pequeñas caricias a su polla necesitada de más atención.

—Eso haré.

Pogo agarró al menor del cuello con firmeza y lo estampó de nuevo en la pared. Este soltó un quejido pero no le dio mucha repercusión a la brutalidad con la que ya estaba acostumbrado a que lo tratara, de igual manera estas acciones lo ponían a mil. Era sin duda un sucio masoquista.

Se giró dándole la espalda al rubio, bajó sus prendas inferiores hasta sus tobillos y apoyó ambas manos en el muro del frente.

Pogo acarició con sus manos suaves la espalda del menor delineando su columna. Sonrió levemente al verlo temblar a su tacto. Comenzó a masturbarse con la intención de volver a poner erecto su miembro y llevó dos dedos de la mano contraria hacia la boca del menor.

Los aceptó al instante succionándolos y lamiéndolos con fervor, asegurándose de dejarlos cubiertos de su saliva.

El payaso al sentirlos lo suficientemente lubricados los sacó de su boca y comenzó a dirigirlos a su entrada. Introdujo el primero con poca dificultad, lo movió paulatinamente consiguiendo jadeos y gruñidos de parte de su compañero, luego de unos minutos coló el segundo dedo y movió ambas falanges en el interior del más alto de forma circular.

Horacio gimió con desespero. Los dedos del payaso no eran suficiente para satisfacer su deseo carnal que ya le impedía pensar con claridad. Comenzó a mover sus caderas penetrándose a si mismo con las falanges del rubio, este soltó una pequeña risita ante su impaciencia.

Sacó sus dedos y se aferró a la cintura del más alto clavando sus uñas en su piel morena, con su pene ya erecto lo penetró de golpe. Sin esperar a que se adaptara a su intromisión comenzó a penetrarlo en un ritmo frenético.

La habitación fue inundada inmediatamente por los sonoros gemidos de Horacio y los jadeos y gruñidos de Pogo.

El rubio embestía con violencia, llevó una de sus manos aflojando con desespero el nudo de su corbata y enseguida desabrochó como pudo los primeros botones de su camisa tratando de desahogar un poco el sofocante calor que invadía su cuerpo.

Estiró la misma extremidad hasta la cresta de su compañero y tiró de su cabello hacia atrás haciendo que este arqueara su espalda.

—Eres... mío, todo mío... Horacio. — susurró en su oído con dificultad gracias a su respiración agitada.

El de cresta se encogió en su lugar extasiado con sus palabras, por instinto tomó su pene volviendo a masturbarse con velocidad envuelto en una capa de placer que lo tenía al borde de la locura.

—Pogo, Pogo. — repitió una y otra vez en jadeos suplicantes, separando sus piernas para darle más acceso al falo del rubio.

Pogo soltó su cabello y sin parar un segundo en sus embestidas comenzó a arañar la espalda de su compañero sacudido por la lujuria hasta que delgados hilos de sangre lograron divisarse entre las rojizas marcas de sus uñas. Se inclinó hacia adelante lamiendo el líquido dejándole ese delicioso sabor metálico en su boca.

Horacio jadeó adolorido por el ardor provocado en la sensible piel de su espalda y se retorcía con deleite por las salvajes penetraciones del rubio, juraría que iba a partirlo en dos. Las sensaciones eran demasiadas para su cuerpo, sus piernas temblorosas fallaron finalmente cayendo de rodillas al suelo lastimandolas en el proceso.

El payaso lo sostuvo en todo momento de sus caderas al verlo descender quedándose de rodillas a su espalda, aún sin salir de él retomó sus estocadas logrando que el torso del menor se echara hacia al suelo teniendo que apoyarse sobre sus codos para no perder el equilibrio.
Los pequeños gritos del mas alto y el choque de pieles comenzaron a hacer eco en la oscura y lúgubre estancia.

El rubio decidió complacer más a su compañero así que estiró su mano hasta envolver el palpitante falo de este, empezó un vaivén rítmico equiparable con los movimientos desenfrenados de su pelvis. Atacó su cuello con lametones y ligeras mordidas.

Los gemidos de Horacio se convirtieron en gritos agónicos de sumo placer, se estremecía con cada penetración, el calor en su vientre se intensificó no pudiendo resistir más aquel escenario enloquecedor.

Alzó su cabeza y se corrió lanzando un grito el cual quedó atorado en su garganta seca, descargando sus fluidos en los pálidos dedos de su compañero y sobre el suelo de cemento. Jadeó con goce al sentir el semen caliente de Pogo inundando su entrada. Estiró sus brazos recostándose boca abajo en el piso frío.

El payaso se separó observando con indiferencia el cuerpo inerte del hombre que minutos antes había asesinado su compañero. Tendrían que retirarse del lugar y deshacerse de aquella estorbosa basura.

Volteó su cabeza hacía el menor quien se enderezó arrastrándose hacia su cuerpo depositando una lamida en su mejilla derecha limpiando unas cuantas gotas de sudor que resbalaron desde su frente. Miró sus manos manchadas de sangre seca y los rastros de su labial morado en su rostro y cuello, le sonrió de medio lado al chico y este le devolvió la sonrisa.

Por lo menos aquellas ratas que asesinaban servían como afrodisíaco para ellos y el sexo después de acabar con sus miserables vidas era la mejor parte del día.

Seguirían deshaciéndose imparablemente de cada mafioso o policía de la ciudad que entorpeciera su objetivo de tener el control total de los santos.

Dos federales, uno de ellos siendo la cara intachable representante de la facción y el otro trabajando a su lado desde las sombras.

Dos mentes retorcidas que se complementaban a la perfección, bastaría para conseguir lo que deseaban.

Historias Gustacio/PogacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora