"Los muertos no pueden corresponder sentimientos"
La enfermedad de Hanahaki es una maldición que se manifiesta en las personas cuyo amor no es correspondido.
Una flor nacía en los órganos de la persona, la planta se alimentaba de los sentimientos y crecía al ritmo de estos.
Era una enfermedad mortal, sin embargo, las personas que fallecían por esta afección eran escasas. Antes de que se volviera irremediable, la gente se sometía a cirugía para extraer tanto las flores como los sentimientos que los devoraban por dentro.
Horacio vio a algún que otro amigo sufrir este problema, pero nunca se preocupó por sufrirlo, a la única persona que amaba era a Gustabo y sus sentimientos eran correspondidos.
Y siempre lo serían.
En ese mundo donde esa absurda e imposible maldición existía, la gente tendía a comparar a su pareja con una flor. Se decía que cada persona era una flor diferente y esa misma planta florecía en el cuerpo de la persona cuyos sentimientos no fueran correspondidos.
Para Horacio, Gustabo era una adelfa. Era hermoso y carismático, podía tener a quien quisiera en la palma de su mano gracias a su "pico de oro", pero cuando se profundizaba en su interior, no todo era tan bonito.
Gustabo guardaba mucha oscuridad en su corazón, tenía varios demonios, y a Pogo, susurrándole al oído cosas malas; era un hombre inestable y le importaba poco las personas, solo las ocupaba a su favor antes de perder interés en ellas.
Era igual que la adelfa, un precioso arbusto cubierto de flores blancas o rosas, la gente se cegaba ante su belleza ignorando por completo la letalidad de la planta pues esa preciosa planta contenía veneno en cada parte de ella. Si se estaba en contacto con alguna parte de adelfa, podía ser mortal.
Ataviado con su uniforme del FBI, Horacio llegó a la caravana de Gustabo escuchando a lo lejos los gritos y risas de varios niños que solían ir a jugar a la rampa cerca de ahí. Tras asegurarse que lucía presentable, tocó la puerta un par de veces antes de que se abriera y una melena rubia se asomara.
—¡Comamos juntos, Gustabo! —exclamó—. Traje pizza, ¡y pastel de chocolate, tu favorito!
Gustabo sonrió de lado antes de darle la entrada a su hogar.
Desde el Fame or Shame iba a visitarlo constantemente pues Gustabo se negaba a salir de la caravana. Horacio le llevaba comida, platicaban por horas e incluso pasaba algunas noches ahí refugiándose en los cálidos brazos del mayor. Justo como cuando eran más jóvenes, el de cresta blanca se sentía feliz de estar de nuevo con Gustabo.
Mientras comían, Horacio contaba entre risas las aventuras que vivía día a día en el trabajo, sus ojos desprendían un brillo de ilusión conforme hablaba.
Gustabo se limitaba a sonreír y a asentir escuchando atentamente las palabras del menor. Le gustaba oír acerca del trabajo y los amigos de Horacio, ahora sabía que no estaba solo y se enorgullecía de lo mucho que se esforzaba.
En medio de su plática, el más alto de los dos frunció el ceño y entreabrió los labios con sorpresa al reparar en el pálido rostro del mayor, tenía unas profundas y oscuras ojeras como si no hubiera dormido en días, no era la primera vez que las tenía. Parecía ser que la única vez que podía dormir era cuando Horacio se quedaba con él.
No quiso señalarlas, sabía que no era un tema agradable de tocar, pero esa noche dormiría en la caravana aunque el rubio no quisiera.
Una vez terminaron de comer la pizza, sentados en la cama, procedieron a cortar el pastel y repartirlo entre ellos. En el momento que los orbes de Gustabo se fijaron en aquel postre cubierto de glaseado de chocolate, sus ojos brillaron de emoción como si fuera un niño pequeño.
Apenas lo tuvo en su poder lo devoró cual criatura hambrienta.
Horacio soltó una risilla que intentó ocultar inútilmente con su mano. Gustabo lo volteo a ver ladeando la cabeza en busca de que le hacía tanta gracia.
—Tienes un poco de chocolate en la boca —señaló con una amplia sonrisa.
El rubio intentó limpiarse pero Horacio fue más rápido pasando una servilleta por la comisura de su boca llevándose el chocolate que lo manchaba.
Su acción fue totalmente inocente, sólo quería ayudarlo a limpiarse, pero, al notar la cercanía que tenían, se le hizo fácil deslizar su pulgar por el labio inferior del mayor ante la atenta mirada de este.
Dejándose llevar por sus instintos y sólo centrándose en esos apetecibles labios rosados, lo sujeto del mentón permitiendo que sus largos dedos tocaran su mejilla para acariciarla.
—Horacio.... —masculló Gustabo tragando saliva.
El ambiente cambió drásticamente. El de cresta, hipnotizado por los belfos del mayor, simplemente no lo escuchaba, estaba sumergido en su propio mundo donde los latidos de su corazón zumbaban en sus oídos.
Permitiendo que sus más preciados deseos se cumplieran, se inclinó para unir sus gruesos labios con los de Gustabo, quien ahogó un gemido de sorpresa.
Ambos pares de labios encajaron a la perfección como si estuvieran destinados a unirse y Horacio no perdió tiempo para moverlos y apresar los del rubio con los suyos sintiendo su cálida saliva por un momento. Eran blandos y delicados, podría probarlos todo el día.
Gustabo, al principio desconcertado por aquella acción, relajó su cuerpo y un ápice de tristeza se vio reflejado en sus orbes azules antes de cerrarlos y corresponder el beso que él también había esperado por mucho tiempo.
Se dieron su tiempo en lamer y saborear los labios del otro, no tenían prisa en profundizar el beso.
Sin embargo, Horacio se dio cuenta de lo que hacía y se separó de inmediato dejando a Gustabo confundido.
El más alto de los dos se levantó de su asiento y puso distancia entre ellos, Gustabo pudo notar que sus hombros temblaban ligeramente.
—L-lo siento, Gustabo. No quería... No quería incomodarte —se apresuró a decir nervioso. Lo había arruinado.
—¿Crees que no me hubiera apartado? —preguntó enarcando una ceja. Al ver que Horacio se negaba a verlo, suspiro con pesadez—. Ven.
Palmeo su regazo en una silenciosa invitación para que se acercara. De inmediato, el menor alzó la cabeza y obedeció.
Se sentó en su regazo con las piernas a los lados de las del mayor para quedar frente a frente, de una manera íntima. Aquella cercanía hizo que su cuerpo vibrara de emoción.
Fue esta vez Gustabo quien unió sus labios siendo correspondido de inmediato.
El primer beso fue muy suave, este era más caliente, más necesitado por sentir al otro.
Gustabo mordió el labio inferior de su amigo para pedir permiso al interior de su boca, quien rápidamente accedió dejando que sus lenguas se encontraran después de mucho tiempo.
Recorrieron la boca del otro saboreando el agradable dejo del pastel que estaban comiendo minutos atrás. Sus manos comenzaron a pasearse sutilmente por el cuerpo del otro en un intento de satisfacer su lujuria.
Varios sonidos de ventosa provocados por la fricción y la humedad de sus bocas; los chasquidos de sus lenguas; el leve golpe de sus dientes chocando en un par de ocasiones acompañados por los sutiles gemidos guturales de Horacio inundaron la caravana. La temperatura de ese pequeño lugar y de sus propios cuerpos aumentó rápidamente.
Sus labios se hincharon conforme el beso se volvía más húmedo e incluso permitieron que la saliva escurriera de las comisuras de su boca, estaban demasiado ocupados devorando al otro para que esto les diera asco.
Cuando se separaron para recuperar el aire que les fue arrebatado, se miraron a los ojos jadeantes.
—Sabes muy dulce... —confesó Gustabo tomando aire. Al ver que Horacio enmudeció, se acercó a su oído para susurrar—: Hoy me desperté con unas inmensas ganas de ti.
Al terminar la oración, apresó con sus dientes el lóbulo del menor, quien soltó un quejido y enterró levemente sus uñas en los hombros de su compañero de vida.
La traviesa lengua de Gustabo lamió el cartílago permitiéndose dejar un camino de besos desde la oreja hasta su apetecible cuello, hundió su cara en este lugar inhalando el delicioso perfume de Horacio, era un olor masculino y gentil con toques de notas amaderadas. Aspiro su aroma intentando grabarlo en su alma de esta forma, cuando muriera, el olor del de cresta blanca permanecía a su lado hasta poder encontrarlo nuevamente.
Deposito pequeños besos húmedos y succiono la delicada piel de esa zona con claras intenciones de dejar marcas que serían visibles al otro día.
—¿Q-que haces con mi culo? —preguntó en un suspiro gustoso cuando sus glúteos fueron estrujados.
Jadeo por lo bajo y antes de poder decir nada, las manos de Gustabo se metieron dentro de su pantalón jugando con el borde de su ropa interior. Un escalofrío recorrió su columna vertebral y se inclinó en busca de más contacto.
—En dos días nos vamos a Marbella y se que vas a estar ocupado hasta entonces. ¿Qué tal si aprovechamos el tiempo? —preguntó contra el pecho del menor.
Pasó sus labios por encima de su camisa hasta llegar a uno de sus pezones, el cual atrapó entre sus dientes. Horacio se estremeció ante aquel acto y soltó un gemido involuntario.
—Gustabo... Estas raro —hablo entre dientes—. Tú nunca empiezas esto.
—Hoy estoy caliente, bebé.
La última vez que compartieron cama por motivos sexuales fue el día del inicio del Fame or Shame, lo hicieron toda la noche como una disculpa silenciosa por parte de Gustabo por haberse ido sin decir nada.
Desde entonces, Horacio había querido repetir ese momento pero temía presionar al rubio, quien no era fanático del sexo así que había esperado pacientemente que volviera a darle indicios de que podían repetirlo, tener esa actitud tan predispuesta por parte de Gustabo era raro.
—¿No quieres? —preguntó enarcando una ceja dispuesto a detenerse en cualquier momento.
—¡Claro que quiero!
Gustabo sonrió con lascivia antes de unir sus labios de nuevo en un corto beso cargado de segundas intenciones y, sin perder tiempo, se deshizo de la camiseta amarilla del menor, quien alzó los brazos para que la prenda se deslizara con facilidad.
De inmediato, el rubio recorrió todo su torso con la punta de sus dedos apreciando los tatuajes y cicatrices a lo largo de su piel lamentando para sí mismo no haber podido evitar esas heridas.
Noto como los morenos pezones de su amigo, los cuales eran muy sensibles, estaban muy duros así que no dudó en atenderlos. Lamió ambos antes de chupar el derecho mientras jugaba con el otro ocupando su pulgar e índice turnando sus acciones en intervalos de tiempo.
Horacio sentía que cada parte de su cuerpo que era tocada por Gustabo ardía y dejaba un hueco en su mente. Poco a poco perdía su capacidad para razonar y se dejó llevar por aquel magnífico momento.
Desesperado, le quitó la camisa al contrario para quedar ambos con el pecho al aire. Rápidamente posó sus manos sobre su blanca piel acariciándola con dulzura y deleitándose de lo tersa que era. Al mismo tiempo, inició un lento vaivén con su cadera rozando la ya despierta entrepierna de Gustabo con su propia erección. Los dos jadearon al sentir sus pollas tocarse por encima de los pantalones.
Sujetándolo del trasero, Gustabo lo ayudó con sus movimientos pegándolo más a él alzando la pelvis para tener más contacto.
El menor gimoteo desesperado, su pene parecía querer explotar dentro de su ropa interior. Horacio hizo el intento de deslizarse por sus piernas para quedar de rodillas y hacerle un trabajo oral, pero Gustabo vio sus intenciones y se lo impidió.
—No, no, no. Hoy tu vas a ser quien goce como nunca. Te haré correr tantas veces que te dejaré seco.
—Pero...
Gustabo lo chito colocando su dedo índice sobre sus labios antes de acercarse a su oído y susurrarle lo que iba a hacer a continuación.
El rostro de Horacio se tornó de un carmesí intenso ante esa confesión, pensó que estaba bromeando pero al verlo acostarse en la cama sin dejar de verlo le dio a entender que hablaba en serio.
Se quitó el pantalón y la ropa interior liberando su grueso miembro de su dolorosa prisión, el cual estaba rojo y palpitante en busca de atención. Un tanto avergonzado por esa posición, se puso de rodillas encima de la cara de Gustabo, quien no perdió tiempo antes de aprisionar con sus dedos los perfectos glúteos de su amante, eran tan redondos y esponjoso que se relamió ante tan glorioso festín frente a él.
Depósito una mordida algo fuerte en la blanda carne arrebatándole un jadeo al de cresta dejando impreso sus dientes en su perfecto trasero. Separó con ambas manos sus glúteos y acercó su boca al aro rosado en medio de estos.
El primer lengüetazo hizo vibrar el cuerpo de Horacio, quien gimió maravillado.
La lengua de Gustabo jugó por alrededor de ese lugar tan privado, y que sólo él tenía acceso, antes de meter su lengua. Horacio dio un brinco en su lugar al sentir ese increíble músculo caliente retorciéndose en su interior.
Mordió su labio inferior intentando acallar los desvergonzados sonidos que querían salir de lo más profundo de su garganta.
Gustabo comenzó a embestirlo con su propia lengua girándola en su interior deleitándose ante los leves quejidos de la persona encima suyo. Pudo notar como movía su cadera en busca de más contacto y no se lo negó.
Quería que lo disfrutará al máximo, busco con su mano el miembro húmedo del menor y comenzó a masturbarlo sin dejar de lamer su cavidad trasera con ímpetu y devoción.
El menor se encogió en su lugar intentando asimilar las exquisitas sensaciones que golpeaban su cerebro.
El miembro de Gustabo pedía a gritos atención dentro de sus pantalones, los sonidos que salían de los rojos labios del de cresta lo estaba emocionado mucho. Necesitaba atender a su pequeño amigo pero estaba demasiado ocupado satisfaciendo a Horacio, quien pareció notar su desesperación pues guió sus manos al borde del pantalón de Gustabo, bajó la cremallera y logró sacar su miembro erecto para comenzar a masturbarlo al mismo ritmo que el rubio.
Horacio chillo satisfecho del trato que estaba recibiendo. Gustabo lo tocaba con agilidad y precisión, sin duda sabía lo que hacía, a veces se detenía para jugar con sus testículos volviéndolo loco por unos momentos, cada vez soltaba gemidos más altos y pronunciaba con pasión el nombre de su amado.
—¡Joder, Gustabo! Me voy a...
Intentó avisar que iba a terminar pero el orgasmo lo azotó antes de que pudiera completar su oración liberando su semilla en la mano y parte del pecho de Gustabo.
Un par de espasmos lo obligaron a cerrar los ojos intentando concentrarse únicamente en su preciado y delicioso clímax.
Un tanto mareado, se quitó de encima del rubio y se dejó caer en la cama. Apenas empezaban y lo estaba gozando como nunca.
Gustabo limpio su mano antes de abalanzarse sobre él de cresta acariciando su robusto cuerpo y besándolo por todos lados hasta que una nueva erección se hizo presente.
—Mira que duro estas pese a que te acabas de correr, eres un guarro —lo acusó pasando la lengua por sus dientes frontales. Este simple acto hizo que el miembro de Horacio palpitara excitado.
—Tú me pones así de duro —confesó—. Follame, Gustabo.
El susodicho asintió. Prometiéndole en pequeños murmullos que lo haría tocar el cielo con las manos, Gustabo lo acomodó sobre la cama para que quedara en cuatro sobre esta con sus rodillas y codos hundidos sobre el colchón.
Admiro su cuerpo unos segundos deleitándose de su belleza, sin duda Horacio era hermoso y tener todo su ser a su disposición le encantaba.
Recorrió su espalda con sus manos acariciándola por completo escuchando los jadeos desesperados por parte de su amante.
—Te necesito dentro. Mételo ya y deja de torturarme —pidió el menor meneando su trasero para tentarlo.
Gustabo soltó una risilla traviesa antes de quitarse la ropa restante e impregnar su duro miembro con su propia saliva.
Se colocó de rodillas detrás de él sujetándolo con firmeza de la cadera guiando con una mano su necesitado pene a la entrada dilatada del menor. Lo alineó e introdujo la punta robándole un gemido gutural.
—¿Te duele? —cuestionó Gustabo al escuchar ese peculiar sonido.
Horacio negó con un gruñido apretando con sus manos las sábanas debajo de él. Gustabo, tras esperar unos momento, empezó a introducir lentamente su falo sintiendo como las paredes de Horacio se ceñían a su alrededor.
Su interior era muy húmedo y caliente, su pene estaba siendo sofocado de una manera increíble otorgándole un gozo que sólo Horacio podía darle.
Cuando su pelvis choco contra los glúteos del de cresta, Gustabo se mantuvo inmóvil esperando a que su amante se acostumbrara, quien soltaba leves quejidos de gusto al sentir el pene del rubio agrandarse en su interior.
Una vez recibió el permiso de Horacio, Gustabo comenzó a dar suaves y precisas embestidas tocando con la yema de sus dedos la tersa piel de su compañero de vida.
Poco a poco fue aumentando el ritmo de sus estocadas conforme analizaba y comprendía cada acción o sonido de Horacio. Lo conocía muy bien, sabía exactamente cuándo ir más rápido o despacio gracias a las sutiles contracciones de su cuerpo. También sabía dónde tocar para enloquecerlo y es justamente lo que iba a hacer.
Pegó su pecho a la espalda del menor enterrando las manos a los costados de este para poder moverse mejor y llegar más profundo.
Las embestidas se volvieron erráticas y salvaje, Gustabo pudo encontrar su próstata fácilmente mandándolo a un plano diferente donde sólo existía el placer, los gemidos cargados de deleite no paraban de salir de la boca de Horacio, quien se sujetaba con fuerza a la cama para no resbalar.
Sus agitados y calientes cuerpos se bañaron en sudor conforme la pequeña caravana se llenaba de calor convirtiéndolo en un escenario muy erótico.
—¡Qué rico! ¡No pares, más, más rápido! —chillo moviendo su cuerpo al ritmo de los golpes pélvicos del rubio.
El susodicho sonrió complacido al ver el magnífico desastre que era Horacio, sin duda lo estaba disfrutando. Pudo ver como unas pequeñas lágrimas de placer que guardaba en sus ojos se deslizaban por su rostro llevándose consigo el rímel que portaba.
Esa postura era deliciosa pero el mayor necesitaba ver su rostro rogar por él una vez más.
Salió de él para darle la vuelta y que su espalda quedara recostada en el suave colchón.
Horacio lo miró expectante observando cómo tomaba otra vez su miembro y lo metía de una estocada creando un golpe en seco, su entrada ya estaba dilatada y húmeda así que no le dolió en absoluto.
Gustabo agarró sus dos piernas y las separó una a la otra elevándolas en el aire antes de embestirlo nuevamente.
—¿Te gusta más así? —gimoteo el rubio.
—¡S-si, continúa, no pares!
Obedeció y, como si hubiera recuperado fuerzas, lo embistió lo más duro que podía inclinándose hacia su cuerpo para poder encontrar su punto dulce.
Los gemidos de Horacio se convirtieron en gritos cargados de placer acompañados de los tímidos gemidos de Gustabo, ambos sonidos hacían una perfecta melodía que Horacio quería grabar en su cerebro y alma.
Gustabo bajo su cuerpo logrando rozar su pecho con la piel sudorosa del Moreno, el cual se retorcía debajo suyo, para poder morder y lamer sus pezones que pedían ser estimulados a gritos.
—¡Ah, te siento tan profundo dentro de mí, me vas a destrozar! —chillo, lo estaba haciendo sentir la gloria.
—¿Eso es bueno o malo? ¿Debería parar?
—¡No se te ocurra parar! —trato de decir mientras su cuerpo era sacudido con una brutalidad exquisita.
Logró alcanzar el rostro de su amado para unir sus labios en un frenético beso húmedo intentando incrementar todas esas paradisíacas sensaciones.
Horacio gritaba sin pudor alguno con cada nueva penetración más deliciosa que la anterior.
Estaba enloqueciendo, sus sentidos y su juicio se veían nublados ante aquella deliciosa locura.
Gustabo también gemía y gruñía más fuerte conforme se deleitaba con las muecas de puro placer que se formaban en el rostro de Horacio. Su interior era el mismísimo infierno de lo caliente que estaba, no podía pedir más.
El punto culminante fue cuando Gustabo tomó en su poder su miembro y lo masturbó al compás de los feroces movimientos.
Intentó avisarle que se corría pero de su boca solo salían balbuceos incoherentes cegados por su propio placer. Simplemente dejó salir su semen permitiendo que su tan ansiado orgasmo lo poseyera forzándolo a arquear la espalda y a enterrar las uñas en lo más cercano que tenía, que eran los brazos de Gustabo.
Extasiado por la voz de Horacio gritando su nombre en un tono muy obsceno, el mayor llegó a su límite también eyaculando dentro de la cavidad del menor dejando que el bendito clímax recorriera su cuerpo como una ferviente corriente eléctrica.
Entre gemidos y gruñidos por parte de ambos, el placer abandonó sus cuerpos en lo que pareció el orgasmo más largo que habían tenido ambos.
Agotados, se dejaron caer sobre la cama intentando recuperar el aire perdido. Fue una sesión muy intensa y sin duda el cuerpo de Horacio le iba a doler mucho al día siguiente pero no se arrepentía de nada, fue fabuloso. Giró la cabeza encontrándose con los orbes azules de Gustabo, a quien le sonrió antes de pasar su mano por su mejilla pegajosa gracias al sudor.
—¿Estás complacido? —preguntó con una pequeña sonrisa.
—¿Que si estoy complacido? Joder, Gustabo... Podría morir feliz en este momento.
Gustabo sonrió satisfecho con un brillo de melancolía impregnado en sus luceros. Complacer a Horacio una última vez era lo único que le faltaba en sus pendientes, ahora estaba listo para ir a Marbella.
×××××××××
Finalmente llegó el día, Horacio estaba feliz de ir a un operativo con Gustabo y pese a que el nombrado no quiso que fueran juntos, no le dio mucha importancia y se enfocó en el hecho de que el rubio por fin salió de la caravana, estaba progresando, parecía ya no temerle al exterior.
Incluso, tal vez, cuando regresaran de Marbella, podrían tener una cita fuera de ese pequeño lugar.
—¿Seguro que puedes llegar por tu cuenta? —preguntó Horacio antes de que sus caminos se separaran.
—Si, si. Ya te dije que tú te concentres en ese tal Carlo. Yo iré por Toni —dijo enfatizando el nombre del último mencionado. Su voz sonaba más ronca de lo normal y estaba apagada.
Horacio asintió y, antes de ir a visitar a uno sus amigos, le dio un corto beso en los labios con intenciones de irse, pero Gustabo fue más rápido.
Lo sujeto de la muñeca y lo jalo nuevamente hacia él para unir sus labios una última vez. El beso fue dulce y suave, como si quisiera transmitir todos sus sentimientos en esa acción.
Al separarse, Gustabo acarició con ternura la mejilla de Horacio, quien lo miró con un ápice de extrañeza y curiosidad a la vez.
—Todo lo que hago lo hago por tu bien, lo sabes ¿verdad? —preguntó el rubio sin dejar de verlo con amor. El menor asintió—. Ten un buen viaje. Adiós, que sepas que te quiero.
—¡Yo también! ¡Nos vemos en unos días, Gustabo!
Le dio un último abrazo antes de dejarlo ir. Horacio se despidió desde su vehículo sin saber que no volvería a verlo, al menos, no vivo.
××××××××
Los días pasaron, la misión no fue perfecta. Solo capturaron a un hermano, Toni y sus socios desaparecieron, al igual que Gustabo.
Horacio lo busco por todos lados tanto en Marbella como en Los Santos. Lo llamó por teléfono, le dejó cientos de mensajes pero no respondía.
Todos los días lloraba sintiéndose impotente. ¿Dónde estaba? ¿Por qué no contestaba? ¿Le había pasado algo? ¿Acaso hizo algo mal?
No tenía ninguna pista, no podía responder ninguna de sus preguntas y los malos pensamientos se apoderaban de él.
No aceptaba que Gustabo estuviera desaparecido y menos la pequeña voz que le susurraba al oído que podría estar muerto, tampoco aceptó cuando la tarea de respirar se volvía más dolorosa día a día.
Sus entrañas se sentían llenas e incluso tenía ataques de tos en donde escupía sangre de vez en cuando. Atormentado con la tristeza y la incertidumbre de no encontrar a Gustabo, ignoró su problema por unos días hasta que finalmente fue al doctor a ver qué le pasaba.
—Tienes un amor no correspondido. Estás sufriendo la enfermedad de Hanahaki —le informo el hombre barbudo frente a él.
—Imposible, solo amo a una persona y es correspondido, siempre lo ha sido, desde niños —explicó Horacio intentando negar la verdad. Ante el silencio del doctor, continuó—: esa persona está desaparecida, pero, es imposible que me esté pasando esto. Él me ama y yo lo amo a él, no importa donde esté, sus sentimientos por mi no cambiarían nunca.
El doctor asintió viéndolo con tristeza una vez Horacio le explicó más a fondo la situación.
Sin ningún tipo de sutileza, el hombre, ataviado con una bata blanca, dijo con voz clara y firme:
—Estoy seguro que te ama, pero los muertos no pueden corresponder sentimientos. No te preocupes, es muy común esta enfermedad en viudos y viudas. Podemos ayudarte.
Colérico, Horacio explotó negando entre gritos que Gustabo estuviera muerto, acusó al doctor de ser un charlatán e incluso estuvo apunto de pegarle.
Rompió en llanto y salió corriendo del hospital empujando a cualquiera que osara cruzarse en su camino. Las piernas le temblaban y apenas pudo llegar a su vehículo sin caerse. El aire le faltaba por correr tanto, no podía respirar bien.
Un ataque de tos lo invadió e intentó cubrir su boca con la mano pero la sangre que escupió terminó manchando el cristal de la ventanilla. La sangre fue acompañada por un par de pétalos de una flor que conocía muy bien.
Una adelfa crecía en su interior a una velocidad sorprendente incrustando sus raíces en sus órganos vitales.
Pronto, ese fue el menor de sus problemas pues el veneno que poseía la flor recorría su sangre descomponiendo su cuerpo lentamente.
El dolor de cabeza que tenía acompañado de mareos y vómitos era insoportable. Estaba muriendo y ya no había duda, si esa flor crecía dentro de él significaba que Gustabo estaba en un lugar donde sus sentimientos no podían llegarle. No importaba cuanto lo amara, si Gustabo no existía en ese mundo no había forma de que pudiera entregarle el amor que sentía.
Lloró, lloró día y noche mientras se lamentaba por haber fallado en proteger a su amado.
Se escondió en la caravana de Gustabo con miedo a salir. No quería que nadie lo viera u obligara a hacer algo que no quería. El doctor lo había contactado y le explicó que su problema tenía solución, podía hacerse la cirugía mientras aún tuviera tiempo.
Pero Horacio se negó, no podía extraer las flores, si lo hacía, todos los sentimientos que tenía hacía Gustabo desaparecerían. Dejaría de amarlo.
No podía simplemente deshacerse del amor que sentía hacia el rubio, era lo único que tenía, era lo único que le quedaba de él y se aferraría a esos sentimientos aún si eso implicaba su muerte.
Sabía que le quedaba poco tiempo, las flores inundaban su tráquea impidiéndole hablar, cada vez que abría la boca se podían observar las flores asomarse por su garganta.
Agonizando y cayendo en desesperación abrazo con fuerza a un lindo oso de peluche, el cual pertenecía a Gustabo y ahora el último objeto en esa caravana que aún conservaba su olor.
Ocultando su rostro en el peluche, una llamada a su teléfono lo distrajo del borde de la muerte.
Era un Sheriff. Cuando contestó, soltó un chillido de desesperación. No buscaba ayuda o una solución a su problema, simplemente quería a Gustabo y ese alarido lamentable fue su única forma de pedirlo de vuelta.
—¡¿Horacio?! ¡¿Dónde estás?! Vas a someterte a la cirugía, ¡¿donde cojones estas?! —gritó la voz del otro lado frustrado.
De inmediato, el de cresta colgó. No iba a permitir que nadie le quitará lo que sentía, su amor. Esa flor representaba el cariño que le tenía a Gustabo, era una planta que creció de sus más puros y genuinos sentimientos.
Los recuerdos de Gustabo bombardearon su cerebro. Aún podía recordar esa última sesión de sexo que tuvieron, sus manos deslizándose por su cuerpo, sus tímidos gemidos acompañados por su voz ronca inundada de placer y su rostro tan perfecto como siempre había sido.
Las lágrimas comenzaron a deslizar por su cara sin control alguno, parecía que la flor crecía conforme más apreciaba esas memorias.
Se arrastró por el suelo mientras el dolor en su interior lo hacía quejarse a volumen alto. La sangre que salía a montones de su boca dejaba un rastro de sangre en el suelo manchando su ropa y su cara.
Su corazón bombeaba con ímpetu dentro de su pecho gracias al veneno recorriendo su sangre y apenas podía moverse por la debilidad en sus extremidades.
Entre balbuceos, sintiendo como con cada palabra las raíces se incrustaban más en su garganta, sollozo el nombre de Gustabo esperando a que apareciera y lo salvará.
Y así lo hizo, todo su sufrimiento desapareció de golpe cuando al alzar la mirada se encontró nuevamente con aquellos orbes azules que tanto amaba.
Su perfecto rostro se contrajo en una amable sonrisa y su melodiosa voz pronunció su nombre de una manera relajante.
—Lo siento, mimosin. Pensé que mi amor iba a alcanzarte —masculló Gustabo arrodillándose frente a él permitiendo que sus zafiros se mezclaran con los orbes llorosos de su amado—. Ya estoy aquí, tranquilo.
El de cresta sonrió estirando su mano para poder tocar el rostro del mayor, quien apresó sus manos entre las suyas. Era real, Gustabo en verdad estaba frente a él.
Horacio dejó que el rubio lo envolviera en un cálido abrazo. Después de mucho tiempo, se sentía seguro, estaba en casa.
Se acurrucó en su pecho con las lágrimas desbordando sus ojos escuchando atentamente la confesión que Gustabo le brindó:
—Te amo.
Ya no había dolor.
××××××
Su cuerpo destrozado, encontrado por un agente del FBI, yacía en un charco de sangre y pétalos de adelfa.
De su pecho, salían de forma dolorosa, atravesando el corazón y pulmones, varias raíces de la adelfa y, de su quijada rota, salía la espectacular planta bañándose de su propia sangre y saliva.
Incluso uno de sus ojos estaba cubierto por flores blancas mientras que el otro permanecía mirando a la nada aún guardando las lágrimas que no alcanzó a soltar.
La imponente planta se alzaba encima de él de una forma majestuosa, pese a su belleza, el agente que lo encontró no pudo evitar vomitar ante tan grotesca escena a diferencia de una espléndida mariposa azul que revoloteaba entusiasmada alrededor de esa radiante adelfa.
Un adelfa que contenía el amor de Gustabo y Horacio.
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Historias Gustacio/Pogacio
Fanfictionhistorias de: @lovsscherry / 𔘓lαlα @Emil_neul / Emil Neul Derechos a su respectivos creadores