"Todo lo que pase aquí, está noche, es culpa del alcohol si tu quieres"
El piso bajo sus pies parecía moverse obligándolo a tambalearse con cada paso que daba, claramente estaba borracho pero aún conservaba sus cinco sentidos. Se encontraba en la etapa en donde, aún cuando era consciente de sus actos, todas las ideas estúpidas que había tenido a lo largo de su vida se convertían en nuevas oportunidades que tenía que cumplir cuanto antes.
Horacio rio a carcajadas apuntando a Gustabo mientras se subía a la pequeña mesa de centro y comenzaba a bailar.
—Muchas gracias a todos por venir —dijo el rubio con voz pausada y entrecortada a causa del alcohol.
Su único espectador, Horacio, sonrió divertido de ver a su mejor amigo en ese estado.
Después de una semana llena de éxitos, decidieron tomarse un par de cervezas para celebrarlo. Gracias al ambiente tan armonioso y relajado que compartían los dos, tomaron de más. Estaban en casa de Horacio así que no había problema con que ambos estuvieran borrachos.
Gustabo parecía ser el más afectado, se había emocionado y bebió varias botellas de su cerveza "vegana".
—No lo entenderías —le había explicado—. Yo soy «real food». Esta cerveza es exactamente igual a la que te vas a tomar tú, sólo que la mía tiene ingredientes saludables. Emborracha igual que una normal.
Y por esa misma razón, no le dejaba acercarse a su tan preciada —y costosa— cerveza "vegana". Ni siquiera le permitía tocarla y las guardaba con recelo en una caja negra.
—Báilame algo, perro —exigió Horacio sentado en el sillón.
—Te bailo lo que quieras, ¡guapo!
Meneo su cintura en un intento de hacer un baile erótico para divertir a su amigo. Lo que no sabía era que en realidad estaba enamorando al de cresta con su baile poco profesional.
Horacio se subió junto con él al mueble y comenzaron a bailar al ritmo lento de la música a todo volumen que salía de las bocinas puestas en el suelo.
Sus cuerpos se tocaban, el menor rozaba la piel de Gustabo con sus dedos mientras se acercaba aún más a él. Sus alientos llenos de alcohol se mezclaban, estaban muy cerca y, tímidamente, Horacio le robó un beso provocando una risita nerviosa por parte de ambos.
Fue un beso corto y torpe pero eso bastó para que el más alto quisiera cumplir una de las muchas estúpidas ideas que llevaba dando vueltas por su cabeza: llevarse a la cama a Gustabo.
No era la primera vez que se besaban y no sería la última, tampoco era la primera vez que se tocaban de forma indebida pero a diferencia de las otras veces, Horacio quería ir más allá con su atractivo amigo rubio.
Lo deseaba, y esperaba que Gustabo sintiera lo mismo, estaba seguro que en el pasado si se habían anhelado mutuamente y aún sentía que esa pasión permanecía en la actualidad. Sus primeras veces las habían experimentado juntos, desde que eran adolescentes habían compartido cama para algo más que para dormir, pero decidieron dejar esas "tonterías" de la juventud en el pasado. Hacía mucho tiempo que no pensaba en ello pero lo recordaba con nostalgia.
Aquellos recuerdos de los labios de Gustabo contra su piel inundaron su mente siendo en lo único que había pensado toda la noche. Quería apartar esas ideas pero era imposible teniendo a un vulnerable Gustabo acechándolo.
Sintiéndose un tanto mareado, se bajó de la mesa y se sentó en el sillón tratando de controlar sus impulsos.
—¡Vamos, Horacio! ¡Qué la vida es solo una, ostia! —grito Gustabo.
De manera repentina y muy atrevida, Gustabo le salto encima sentándose en su regazo.
—¿Qué haces? —preguntó nervioso.
—Te bailo como me pediste —explicó contra sus labios.
Comenzó a moverse encima de Horacio sacudiendo su cadera de manera provocativa a la vez que pasaba sus manos por el tórax ajeno.
Horacio trago en seco. Gustabo lo estaba tentando, estaba jugando con fuego y no lo sabía. El mayor llevaba toda la noche de aquel modo; desde que empezaron a beber se volvió más cariñoso y afectuoso incluso llegando a darle caricias subidas de tono. Ese fue el principal motivo que lo había incitado a querer cumplir su idea estúpida: el comportamiento candente del rubio.
No quería aprovecharse de Gustabo en estado de ebriedad, pero al mismo tiempo no quería dejar pasar esa única oportunidad que le era dada en bandeja de plata.
Busco la boca de Gustabo, quien al darse cuenta se acercó y dejó que ambos pares de labios chocarán en un beso torpe y vacilante.
Inconscientemente, empezó a mover su cadera simulando embestidas. Gustabo no se movió, se limitó a bajar su cuerpo para estar más unidos y cerca.
La música quedó en segundo plano, sólo existían ellos dos en ese momento.
Horacio lo atrajo más hacia él poniendo una mano en su nuca pidiendo permiso para usar la lengua.
Gustabo se apartó rompiendo el beso. El menor de los dos sudo frío al pensar que lo había incomodado, pero sus miedos fueron apartados cuando Gustabo volvió a besarlo colando su escurridiza lengua dentro de su boca.
No pudo evitar empezar a soltar leves gemidos, continuó moviendo la cadera sintiendo como la temperatura de sus cuerpos comenzaba a subir.
—Horacio —susurro el rubio separándose—. ¿Eres consciente de lo que haces?
Sabía muy bien que Gustabo no era un amante del sexo y que incluso llegaba a perturbarle. Si quería estar una noche junto a él debía jugar bien sus cartas.
Lo miró a los ojos nervioso de arruinar el momento y bajo sus manos posándolas en su delgada cintura.
—Puedo hacerte sentir bien —ofreció de golpe—, al igual que cuando éramos jóvenes. Se que no te gustan estas cosas pero... Déjame intentarlo. Solo esta noche.
Ya no importaba nada. Se valió de la excusa de que ambos estaban borrachos para poder hacer la petición que tanto había deseado.
—¿Te estás aprovechando de mí por qué estoy borracho? —susurro Gustabo—. Si no estuviéramos alcoholizados, ¿me pedirías lo mismo?
—Quizás —admitió contestando ambas preguntas—. La situación es perfecta por que, tanto si me rechazas como si aceptas, podemos culpar al alcohol por lo que pasara. Todo lo que pase aquí, está noche, es culpa del alcohol si tu quieres.
Gustabo se quedó en silencio, sacó del bolsillo de su chaqueta el control remoto de las bocinas y las apagó dejando la casa en un silencio sepulcral. Como respuesta a su propuesta, volvió a unir sus labios en un frenético beso, Horacio lo tomó como una invitación y correspondió gustoso moviendo de nuevo su cadera.
Entre roces y besos húmedos, sus dos miembros despertaron comenzando a chocar entre ellos. Ambos temblaron ante aquella cercanía.
—¿M-me dejas chupártela? —preguntó Horacio cohibido—. Haré mi mejor trabajo para hacerte sentir bien.
Gustabo asintió. Horacio temía que en cualquier momento su amigo se arrepintiera y lo apartara. Cada movimiento que hacía estaba impregnado en dudas, quería que se sintiera cómodo. Haría lo que fuera para que le permitiera llegar hasta el final.
Lo sostuvo de los hombros y lo empujó para que quedara sentado en la mesa de centro. Gustabo se mantenía impasible observando y analizando las acciones del menor, quien se arrodilló frente a él observando la prominente erección que se asomaba de sus pantalones.
Masajeo su entrepierna atento a las reacciones del rubio. Un escalofrío recorrió la espalda de Gustabo, al principio dudoso y pensando que aquella era una mala idea después de todo, sintió placer al recibir las caricias de Horacio.
Los dos se miraban a los ojos, sus rostros estaban muy cerca permitiendo que sus calientes jadeos se mezclaran y sus libidos incrementaran.
Horacio desabrocho el pantalón de Gustabo y lo bajó hasta las rodillas dejándolo en ropa interior. Se relamió los labios antes de acercarse a su miembro y depositar una tímida lamida. Vio cómo el mayor cerraba los ojos para poder centrarse en las sensaciones, continuó lamiendo y besando su falo por encima de sus calzoncillos negros. No pasó mucho cuando la tela se impregnó con saliva y el salado líquido pre seminal. Supo que debía dar el siguiente paso.
—P-podemos parar si no te gusta... —informó en voz baja.
—Continúa.
Horacio obedeció y retiró la prenda para poder liberar el falo del rubio. Estaba rojo y palpitaba deseoso por atención. Lamió su mano en su totalidad impregnándola de saliva y luego la baño con los fluidos transparentes que salían del pene, al cual envolvió con su mano.
El de cresta empezó a masturbarlo con movimientos lentos y agradables a la vez que recorría el glande con la lengua. Gustabo trataba de ahogar sus jadeos y gruñidos mordiéndose el labio inferior.
—¿Se siente bien? —preguntó Horacio mirándolo con falsa inocencia.
Gustabo asintió a regañadientes, el menor de los dos, satisfecho, continuó su trabajo. Envolvió el glande entre sus labios y, poco a poco, metió el grueso miembro en su boca intentando que cupiera en su totalidad.
El mayor no pudo soportarlo más y dejó escapar sus desvergonzados sonidos incitando a Horacio a continuar con su labor. Inició un vaivén agradable con su boca subiendo y bajando la cabeza, Gustabo acarició su cresta indicándole que el ritmo era perfecto.
No podía contenerse, escuchar los jadeos del mayor era insoportable, su propio miembro parecía querer explotar dentro de sus pantalones de lo excitado que estaba. Bajo su mano izquierda y comenzó a tocarse al ritmo de la mamada. Con la misma mano pudo sacar su virilidad y darle la atención que tanto deseaba.
Gustabo noto lo que hacía, sus ojos se inyectaron en lujuria al ver tan espectacular escena de Horacio masturbándose mientras le comía la polla.
Enredo los dedos en las hebras rojas del menor comenzando a marcar el ritmo de la felación. Horacio dejó que metiera todo su miembro dentro de su cavidad bucal sintiendo un par de arcadas en el proceso, empezó a lagrimear como consecuencia pero aún así seguía extasiado de aquella situación, eso se veía reflejado en la ferviente paja que se estaba haciendo mientras su boca era brutalmente abusada.
Tomando con ambas manos su cabeza, metió lo más que pudo su falo y se corrió dentro de su boca soltando un gemido gutural. Horacio sintió como los fluidos inundaban su garganta y se tuvo que apartar de inmediato para evitar ahogarse, eso no le impidió tragar el semen gozando hasta la última gota.
Gustabo, preocupado, se agachó a su altura.
—L-lo siento, ¿te lastime? No era mi intención, lo siento.
Horacio negó con la cabeza regalándole una tierna sonrisa.
—Gustabo... Te necesito dentro de mí —admitió contra sus labios—. Fóllame, aquí y ahora.
Estaba perdido en su propia mente. No podía pensar con claridad y no estaba seguro de sí quería hacerlo. No le importaban ya las consecuencias ni lo que pudiera ocurrir al día siguiente, solo quería que Gustabo lo empotrara contra el sillón en ese momento.
Se quitó los pantalones y la ropa interior procediendo a sentarse en la orilla del sillón con las piernas abiertas. Se metió tres dedos en la boca chupándolos y lamiéndolos mirando a los ojos al mayor, quien estaba embelesado esperando su siguiente movimiento. Tomando con los dientes su camisa para que no estorbara, metió un dedo en su cavidad trasera y de inmediato se retorció de placer.
Cuando un dedo ya no fue suficiente, metió el segundo y el tercero ofreciéndole un ferviente espectáculo a Gustabo, quien no podía apartar la mirada de aquella deliciosa tentación que se abría sólo para él.
En el momento en que se sintió preparado, sacó los dedos de su interior y abrió aún más piernas para invitar a Gustabo a adentrarse en ellas, quien, hipnotizado por los enigmáticos ojos del de cresta, se acercó colocándose en medio de estas.
Pasó sus dedos fríos por la caliente piel de Horacio haciéndole estremecer ante el contacto.
El mayor, dejándose llevar por aquel erótico escenario, enterró su cara en el cuello de su compañero de vida comenzando a repartir besos, lamidas y traviesas mordidas que dejarían marca al día siguiente.
Sus caricias bajaron hasta su pecho donde apresó con sus labios uno de los pezones del menor, quien empezó a gemir al sentir la babosa lengua del rubio juguetear con su botón rosado.
Chupo, mordió y succionó sus pezones hasta dejarlos rojos. Gracias a esto el miembro de Gustabo había despertado nuevamente y el líquido pre seminal no para de salir del miembro de Horacio. Estaba desesperado, sus piernas temblaban de la expectación.
—La quiero dentro ya, Gustabo... No aguanto más —gimoteo con los ojos cristalizados.
El mencionado sonrió intencionado pero decidido a complacer a su nuevo compañero de juegos.
Lo tomó de las pantorrillas alzando sus piernas para darle más acceso e inició su entrada en la cavidad del menor.
Cuando la punta entró, ambos gimieron encantados dejándose llevar, una vez más, por el placer y la locura que los invadía. Gustabo se adentro completamente hasta que su pelvis choco contra la piel de los glúteos de Horacio.
Las lágrimas comenzaron a resbalar por su rostro, al principio había dolido pero ahora ese dolor se veía reemplazado con otra sensación opuesta y exquisita. El mayor comenzó a moverse iniciando un vaivén lento y armonioso acompasado por los gemidos de ambos.
—Ah, Gustabo —jadeo Horacio viendo el punto donde sus cuerpos se unían.
Una vez acostumbrado, el movimiento pélvico aumentó embistiéndolo con fuerza y profundidad logrando tocar la próstata del menor.
Horacio ya no gemía, gritaba con cada nueva penetración más fuerte y deliciosa que la anterior sintiéndose desfallecer del deleite que le era entregado.
—¡Si, sí! ¡Sigue así! —chillaba el menor.
—Joder, estas tan estrecho —murmuró Gustabo maravillado.
Haciendo un esfuerzo para inclinarse, logró acercar su boca a la clavícula de Horacio empezando a chupar y a morderlo.
El menor podía sentirlo, ya no podía aguantar más. No le importaba si era demasiado pronto para correrse, el clímax estaba apunto de llegar y quería hundirse en él.
Cuando estaba apunto de terminar, las embestidas se hicieron lentas arrebatándole su tan preciado orgasmo. Un tanto extrañado y molesto, fulminó al rubio con la mirada, quien tenía la cabeza baja y se veía bastante avergonzado. Pudo notar como sus hombros temblaban ligeramente.
—¿Qué pasa, bebé? —su enojo se vio reemplazado por preocupación al ver al mayor comportarse tan raro.
Gustabo mordió su labio inferior, se negaba a mirarlo a los ojos.
—Me duele la cadera —admitió apenado, su cara se torno totalmente roja—. No puedo moverme.
—Está bien, bebé. Tranquilo —lo calmo intentando no asustarlo, si lo hacía temía que se fuera corriendo de la casa—. Yo me encargo.
Lo tomó de los brazos y lo recostó sobre el sillón. Se sentó sobre él alzando su trasero sobre su pene apoyando sus manos en el tonificado pecho del rubio.
A base de tanteos y fallas que solo lo excitaron más, logró introducir la punta del miembro del rubio en su entrada, una vez insertado, se dejó caer para meterlo completamente de una estocada.
Su espalda se arqueo al sentir una ola de placer recorrer su cuerpo. Comenzó a saltar sobre el falo siendo ayudado por Gustabo con las manos en su cintura.
El sonido de un chapoteo creado con cada embestidas; el ruido de sus pieles chocando; sus gemidos y chillidos de gozo inundaron la habitación que antes estaba sumergida por música. Aunque ambos pensaban que los gimoteos, jadeos y gruñidos del contrario eran la melodía más hermosa que jamás escucharon.
—¡Ah, Gustabo! Se siente tan bien —gritó permitiendo que el placer lo cegara. Pequeñas lágrimas empezaron a resbalar por su rostro.
—¡Horacio! —gruñó Gustabo perdido en su propio paraíso.
No podía dejar de moverse, sus brincos eran cada vez más rápidos y pese a que comenzaba a cansarse, se negaba a detener aquella deliciosa locura.
Ambos avisaron entre gritos de gusto que se corrían y el primero en hacerlo fue Horacio desbordando todo su semen sobre el abdomen del rubio.
Lanzó un sonoro gemido sintiendo el orgasmo invadir su ser con una satisfacción que hacía mucho tiempo no experimentaba.
Por otra parte, el miembro de Gustabo fue abrazado aún más por las paredes de Horacio ofreciéndole un delicioso calor inimaginable que lo hizo eyacular dentro del moreno, al cual tomó de la cintura y lo sentó por completo en su miembro en un intento de incrementar el clímax.
El orgasmo abandonó sus cuerpos dejándolos agotados, pegajosos y cubiertos de sudor. Horacio se dejó caer en el pecho del mayor pudiendo sentir como este subía y bajaba rápidamente debido a su acelerada respiración.
—Horacio, hay algo que...
—A mí también me gustó —interrumpió el menor—. Fue increíble
Apoyándose en sus antebrazos, consiguió alcanzar los labios del mayor con los suyos depositando un tierno beso sobre ellos.
—¿Quieres hacerlo de nuevo? —preguntó lascivo.
Gustabo pareció dudar antes de corresponder su descarada petición con un apasionado beso.
Estaba borracho, probablemente al día siguiente Gustabo ni siquiera se acordaría de todo lo que hicieron así que Horacio aprovecharía y dejaría que su "yo" del futuro lidiara con las consecuencias.
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Un leve pinchazo en su espalda baja le hizo despertar. Al abrir los ojos, la luz del sol le dio en la cara y se giró para poder abrazar a la caliente almohada que estaba a su lado, la cual se quejo.
Si algo había aprendido en todos los años que llevaba vivo era que las almohadas no se quejaban, ni respiraban.
Al ver bien el objeto que tenía en brazos se dio cuenta que era Gustabo, quien estaba desnudo por completo.
Horacio recordó todo lo que había pasado la noche anterior y el terror lo invadió. No se arrepentía de lo que hizo, lo gozo hasta el último segundo pero el miedo y la culpa de haberse aprovechado del estado del rubio lo consumió, ¿acaso recordaba lo que hizo? ¿Que se suponía iba a hacer si no lo hacía?
Se sentó en la cama pensando en las posibilidades que tenía, ¿y si se iba corriendo de la casa y fingía que nada había pasado?
—¿Horacio? —susurro la voz de Gustabo arruinando sus planes.
El mencionado se alarmó, volteo a ver al mayor, apenas se había despertado y estaba adormilado viéndolo con los ojos entrecerrados.
En una forma de sentirse menos culpable, pensó que todo eso había sucedido por el empalagoso comportamiento del propio Gustabo, ¡sino lo hubiera estado provocando toda la noche no se hubiera lanzado sobre él!
—G-Gustabo... Yo...
Su situación se podía entender sin decir nada, ambos estaban desnudos durmiendo en la misma cama y Horacio tenía varias marcas rojizas en el cuello y pecho. Aun así, tenía que explicar lo que pasó.
—Por favor no te vayas a asustar —pidió temeroso—. Bebimos mucho, una cosa llevó a la otra y... Tuvimos sexo.
—Oh —exclamó el rubio—. Está bien. Nos vemos en unas horas —dijo despreocupado con intenciones claras de volverse a dormir.
—¿No estás enojado? —preguntó sorprendido.
—¿Debería estarlo? —cuestionó encogiéndose de hombros—. ¿Te arrepientes?
Su voz sonó quebrada al decir lo último, Horacio dio un respingo en su lugar y agitó las manos para negarlo.
—¡No, no! Yo... La pasé muy bien —admitió apenado—. Pero siento que me aproveche de la situación. Tu estabas ebrio, mucho más que yo, no tenías juicio de tus acciones y yo lo sabía, y tome ventaja de ello...
Gustabo desvío la mirada pensante.
—Tu querías, yo quería, estábamos borrachos. Nadie tuvo el control de la situación. Si quieres repetir me dices pero déjame dormir otro rato.
El rostro de Horacio se tornó en un llamativo color carmesí al escuchar la sugerente propuesta de su amigo. No tuvo tiempo a responder cuando un grito por parte de esté casi lo hace caer de la cama.
—¡Mi cadera! —chillo.
—Tu fuiste el que me profano y resulta que eres el más adolorido, irónico ¿no? —suspiro—. Te traeré pastillas para el dolor. Tu cadera y la resaca no son una buena combinación.
—¿Resaca? ¿Que resa...? ¡Oh, si! ¡Ay, qué dolor de cabeza!
Como el buen amigo que es, se levantó de la cama para conseguir las pastillas. En su camino a la cocina —donde guardaba la medicina—, se tropezó con una caja negra llena de cervezas vacías y cayó al suelo. Gruñendo para sí mismo por la caída, se levantó y tomó las botellas para colocarlas en un lugar donde no estorbaran.
Se dio cuenta que eran las cervezas "veganas" de Gustabo, o al menos así las describió él. El empaque mostraba la marca de la cerveza y en ninguna parte decía que fueran naturales, sin embargo, sí que decían algo muy interesante:
"0.0% alcohol".
—¿Cómo? —preguntó a sí mismo. Esa era la única bebida "alcohólica" que su amigo, con quien había compartido cama precisamente por que estaba borracho, había tomado—. ¿Gustabo?
—Dime, bebe —dijo el mencionado saliendo del cuarto al escuchar tanto ruido, llevaba puesto un pantalón de chándal y el pecho descubierto.
—Aquí dice que no tiene alcohol, ¿eso significa que tu...? —preguntó siendo incapaz de terminar la oración al percatarse de lo que significaba. Gustabo nunca estuvo borracho.
El silencio reino en la estancia. Gustabo, visiblemente nervioso, tomó su chaqueta y abrió la puerta de la casa.
—Uy, creo que me están llamando.
—¡¿Pero qué dices, perro?! ¡Vuelve aquí, trozo de mierda!
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Historias Gustacio/Pogacio
Fanfictionhistorias de: @lovsscherry / 𔘓lαlα @Emil_neul / Emil Neul Derechos a su respectivos creadores