Juego en la cocina: Gustacio

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Roomies


Al abrir la puerta del baño se topó al instante con un delicioso aroma que provenía de la cocina. Sonrió inconscientemente mientras se enrollaba la toalla a la cintura para salir del lugar, sin querer tomarse la molestia de terminar por secar su cuerpo, de la caliente y reconfortante ducha que se había acabado de dar.


Hipnotizado por ese exquisito olor que empezaba a inundar el ambiente, mismo que por su puesto abría indudablemente su apetito. Se dirigió a la cocina para encontrarse con su eterno compañero de vida, quien cómodamente y con gran agilidad, terminaba de preparar la adición a la cena que comerían esa misma noche.

Sin duda alguna, amaba en demasía la comida que cocinaba Gustabo. El chico parecía tener un talento innato en este arte que desarrolló por sí mismo, después de que en su infancia se vieron obligados a comer sobras en la calle o con suerte la poca comida "fresca" y sosa que lograban conseguir. Todo comenzó a mejorar cuando el dinero llenó sus bolsillos gracias a los empleos informales que pudieron ejercer.

Entró a la cocina y se acercó hasta su compañero quedándose detrás de su espalda

—¿Qué haces ahí?. — se asomó sobre el hombro del rubio. Un suave aroma a dulce con un sutil toque amargo, entró por sus fosas nasales de repente.

—Un postre sencillo para después de la cena. — explicó Gustabo, sin voltear a verlo. Sus ojos azules fijos sobre el bol que contenía chocolate derretido, el cual revolvía con una espátula de plástico, era el mayor motivo de su concentración. —La lasaña ya está en el horno.

—Ya veo.

Gustabo vertió el chocolate sobre un esponjoso y pequeño pastel que parecía especialmente hecho para solo dos personas, y una vez terminada su tarea, bajo la curiosa y atenta mirada de Horacio, volteó a verlo con una sonrisa que se borró de inmediato al visualizarlo.

—¿Qué haces así, Horacio? Vístete. — regañó en un gruñido que le arrebató una sonora carcajada al mencionado. —¿De qué te ríes?.

—No lo sé, es que la forma en que lo dijiste... pareciste mi madre o algo así.

—Ni te acuerdas cuando fue la última vez que tuviste madre. — replicó con simpleza.

De lo contrario a lo que se creería, el menor comenzó a reír de nuevo. Habían pasado por tanto, que tipos de comentarios como aquellos no causaban ningún efecto negativo en ambos.

—No es mi culpa que te ponga nervioso el verme así. — bromeó mientras esquivaba el golpe al aire que el rubio le lanzó. Su vista viajó hacia el postre con cobertura de chocolate que se posaba sobre la encimera de la cocina y con rapidez, deslizó su dedo índice tomando en el, un poco del líquido para untarlo en sus labios.

—¿Ahora qué haces?. — suspiró Gustabo, dándole la espalda nuevamente al moreno para tratar de ignorarlo.

Horacio tomó al mayor por los hombros volviéndolo a la posición inicial, luego señaló sus propios labios.

—Dame un beso. — pidió esbozando una sonrisa en sus labios achocolatados.

—¿Hoy estás gilipollas?. No lo haré. — sentenció desviando su mirada. Por supuesto ambos amigos solían bromear entre ellos de esa manera, sin embargo, mayormente solo se quedaban en eso; simples y tontas bromas que pocas veces llegaban a algo más.

El moreno limpió con su lengua el dulce que había en sus labios, aún así no pensaba rendirse. Así que tomando por sorpresa al rubio, untó los belfos de este con chocolate y antes de que pudiese golpearlo o gritar colérico, el menor fue más rápido acunando las mejillas del de ojos azules y acercando su rostro para besarlo con ternura dejando a un Gustabo completamente anonadado.

El sabor de la saliva del rubio combinada con el dulce y amargo chocolate en su boca, lo embriagó totalmente y si no fuera porque el mayor había roto el beso, pudo haberse quedado una eternidad absorto en sus labios si hubiese querido.

—Si que estás idiota hoy. — refunfuñó fingiendo limpiar sus labios con brusquedad. Horacio simplemente sonrió triunfante. —Si tanto quieres jugar, muy bien.

Lo siguiente que el moreno vio, fue como Gustabo tomaba del líquido para embarrarlo en uno de sus pezones, tomando como ventaja el que el menor se encontraba semidesnudo. No esperaba venir aquello, sus mejillas se tintaron de rojo y enmudeció cuando vio al rubio acercar su boca maliciosamente hacia su botón rosado.

—Gustabo... — las palabras de pronto quedaron atoradas en su garganta al lograr sentir la lengua del de tez blanca deslizarse sobre su pezón derecho. Su cuerpo entero tembló y la totalidad de los vellos de cada centímetro de su piel, se erizaron.

El rubio se separó de él para verlo al rostro, torciendo una sonrisa al notar sus mejillas encendidas y sus labios mudos.

—Ya no eres tan valiente cuando soy yo el que hace algo, ¿Verdad?.

Cuanta razón tenía y es que las pocas veces que Gustabo se animaba a tomar la iniciativa en sus "juegos", terminaba por colocar al moreno a sus pies. Tanto así que Horacio, podía llegar a cederle todo el control con tal de saciar aquel deseo escondido que solo el rubio lograba despertar.

El más alto volvió a desviar su mirada hacia el bol que aún contenía chocolate en sus paredes, y sin pensarlo más, embarró parte del dulce sobre su pecho desnudo, incluyendo ambos pezones. Al inicio, Gustabo lo vio con sorpresa, riéndose para sus adentros. Conocía a Horacio como la palma de su mano y era tan evidente saber que con una acción que no duró más de tres segundos, había despertado su hambre.

El silencio en la cocina, imperó repentinamente. Por un lado, se encontraba un nervioso y a la vez deseoso moreno, aguardando impacientemente a que el de tez blanca diera el siguiente paso. Este por el contrario, había apartado sus dudas y llevado por el inmenso deleite de convertirse en el verdugo, decidió volver a tomar las riendas de la situación tan peculiar.

Gustabo se inclinó hasta el pecho del más alto y con su caliente lengua, recorrió la piel del chico, atrapando también en ella, algunas gotas de agua que aún caían de los cabellos mojados de su cresta.

La lengua del rubio subía y bajaba con lentitud, limpiando los rastros del chocolate sobre ambos botones, teniendo que turnarse entre el uno y el otro, para brindarles la misma atención.

Suaves jadeos comenzaron a escapar de la boca del moreno, quien no perdía de vista aquel erótico espectáculo. Los ojos azules de su amigo repletos de atrevimiento y lujuria, aceleraron sin medida su pulso. La excitación se apoderó de su bajo vientre y en cuestión de segundos una poderosa erección creció entre sus piernas.

La húmeda e inquieta lengua del rubio ensalivando cada centímetro de la piel de sus pectorales, se sumaba al exquisito y tortuoso roce de su pene erecto contra la fina tela de la toalla que aún cubría su desnudez. Todo esto solo conseguía hacerle perder la cabeza.

Sus bicolores brillaron hambrientos, observando al causante de que sus más bajos instintos, despertaran con salvajismo. Queriendo hacerle saber su estado, sus caderas se apegaron contra las del rubio quien estaba a tan sólo unos centímetros de él.

Terminando por dejar impecable al más alto, el de tez blanca alzó la mirada hacia el rostro del contrario. La dureza de su amigo se frotaba contra su pantalón, estremeciendo sus extremidades.

—Te pusiste cachondo. — dijo el rubio con burla.

—Bueno... — balbuceó el moreno con la lujuria impresa en cada una de sus letras pronunciadas. No había nada más que agregar, su cuerpo buscaba desesperado tener más contacto con su compañero. Su deseo explotó tan fácil y rápido como un volcán que hacía erupción sin previo aviso.

Y Gustabo estaba dispuesto a continuar. Después de años de vivir juntos, podían fingir convincentemente el que su fuerte atracción sexual era nula, pero ciertamente ambos sabían que esta era sin duda la mentira más grande que podía existir entre ellos.

Sin mediar palabras, el rubio despojó al de cresta de aquella toalla blanca de un solo tirón. Arrojándola al piso de la cocina, se concentró en el grueso y palpitante falo que se erguía ante sus ojos, rogando ser tocado por sus dedos y así lo hizo.

Con la punta de sus delgados dedos, tanteo la longitud de la dureza del más alto. Horacio gruñó encantado al primer contacto, sintiendo hervir cuando la mano de su compañero se aventuró a obsequiarle un infinito placer, tomando su miembro desde la base, arrastrando la palma de su mano ahuecada hasta la punta, hasta iniciar un lento vaivén que fue en aumento paulatinamente.

Horacio estiró una de sus manos posándola sobre la nuca del rubio. Atrajo el rostro del más bajo hasta el suyo y se dispuso a devorar sus labios con ferocidad. Los gemidos del más alto se ahogaron entre ambas bocas, creando una deliciosa vibración en sus labios.

Al poco rato se separaron obligados por la falta de oxígeno en sus pulmones. Observaron sus rostros enrojecidos y sus orbes destellando en un insaciable apetito, demostrando una vez más sus ganas de devorarse de pies a cabeza.

—¿Sabes? No debería estar haciendo esto ahora, tenía que terminar de preparar la cena. — susurró contra los gruesos labios del más alto. Sus acciones no eran coherentes con sus palabras, negándose a dejar de masturbar al moreno.

—A tomar por culo la cena. — respondió el más alto entre leves espasmos, provocando que el de ojos azules riera por lo bajo. —Gustabo, chúpamela. — más que una orden sonó más a un ruego.

Al escucharlo, de inmediato el rubio detuvo sus movimientos, retirando su mano del falo del menor. Se arrodilló en el suelo, frente a él, demostrando lo dispuesto que se hallaba en complacer a su compañero.

Horacio lo vio desde arriba, apresando su labio inferior con los dientes, satisfecho con la disposición de su amigo. Volvió a robar un poco de chocolate vertiendo solo un poco de este en la punta de su pene, sin querer perder ese toque travieso y juguetón con el que habían iniciado todo aquello.

Gustabo sonrió dejando una prolongada lamida en el glande de ese gustoso miembro que parecía hacerse más grande y duro con su cercanía. El rubio usó su lengua ágilmente, formando círculos alrededor del glande del menor quien soltaba incontables gemidos, irguiendo su espalda involuntariamente debido al placer que lo embargaba.

El sabor de los fluidos que comenzaban a brotar de la excitación del moreno, mezclados con el dulzor del chocolate, se hacían un agradable y placentero cosquilleo dentro de la boca del de ojos azules.
Queriendo obtener más de este adictivo y nuevo sabor descubierto, engulló el miembro del más alto, tomándolo por sorpresa a este, liberando un grave y fuerte gemido de sus labios, al sentir la cavidad húmeda de la boca de Gustabo, aprisionando su falo.

—Joder, joder... — el de cresta echó su cabeza hacia atrás. Cerró ambos párpados para así disfrutar mejor de ese magnífico momento que lo arrastraba a la demencia.

Gustabo inició una felación, dedicándole una breve mirada al moreno para comprobar así que estuviese a su merced. Ver su rostro contraído en placer, lo alentaba a incrementar sus movimientos. Sus manos viajaron hasta las caderas del chico, aferrando sus dedos en la piel de estas y facilitar su tarea.

El interior de la boca del rubio se sentía tan bien, tan cálida y húmeda. Apreciaba el como la saliva del mayor, cubría totalmente su falo. Se encontraba en la cúspide de su placer.

La cocina se inundó de pronto de gemidos, graves, agudos y ahogados. Todos siendo compuestos por el mismo hombre de piel morena y cresta color plateada, que se sumergía en un incontrolable gozo.

—Gustabo, Gustabo. — repitió como si estuviese dentro de un trance. Abrió los ojos y bajó la mirada topándose con una maravillosa y sugerente vista. Su húmeda polla saliendo una y otra vez de la boca de Gustabo, a medida que este mantenía el ritmo de su cuello, yendo de atrás a adelante.

Lo hacía de maravilla pese a que sabía que el rubio no tenía mucha experiencia. Estaba acabando con su juicio. Llevó sus manos hasta atrás, sobre la encimera, clavando sus uñas las cuales resbalaban en el mármol liso. Movió lentamente su cadera, embistiendo con su falo la boca de Gustabo y a su vez provocándole pequeñas y contadas arcadas que el de ojos azules pareció no incomodarles, pues siguió con su cometido mientras ahora aferraba sus manos a los firmes muslos del moreno, buscando más estabilidad.

—Gustabo, oh, ¡Gustabo!.

Cerca de su orgasmo, llevó las manos hacia los cabellos rubios de su compañero. Sus dedos se enredaron en aquellas suaves hebras, al mismo tiempo que estallaba en éxtasis, derramando todo su esperma dentro de la cavidad bucal del mayor. El lugar se llenó de sus últimos jadeos, a la vez que podía percibir un curioso aroma a quemado que juraría emanaba de su piel ardiente.

El rubio no terminó de saborear los fluidos del más alto, cuando ya se estaba levantando del suelo presuroso y agitado.

—¡Mierda! ¡El horno!. — gritó Gustabo, asustando al moreno, el cual apenas estaba recuperándose de su orgasmo y tratando de procesar con dificultad lo que estaba ocurriendo.

El de cresta lo vio sacar una bandeja del horno humeante. La comida no parecía verse muy apetitosa, se había quemado casi por completo. Fue inevitable para el menor, comenzar a carcajearse con la situación y su diversión fue aún más grande, al ver la mirada iracunda que el rubio le dedicaba.

—Se quemó la puta lasaña por tú culpa. Ahora nos quedaremos sin cenar.

—Por lo menos tú acabas de comerte algo. — bromeó antes de perderse de la vista del de ojos azules, al correr en dirección a su cuarto y encerrarse en el, cerrando la puerta de un portazo.

—¡Horacio!.

Escuchó la voz del rubio detrás de la puerta. Una de las cosas que conocía de Gustabo, es que detestaba que sus preparaciones en la cocina salieran mal y por su propio bienestar, lo mejor sería pasar el resto de la noche a salvo dentro de su habitación, hasta que el enojo del rubio se le pasara.

Omitiendo ese pequeño fallo, la diversión y la satisfacción no faltaron esa noche, aunque tuviese que irse a dormir esta vez con el estómago vacío.

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