🌟 Años perdidos 🌟:Gustacio

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"Gustabo finalmente comprendió sus sentimientos hacia Horacio, ¿el problema? Él lo presenta ante todos como su hermano y teme ser rechazado" 


—Gustabo... Me gustas —murmuró el pequeño Horacio.

Gustabo, de espaldas a él, miró hacia la nada con indiferencia. Pasó una mano por su cabello, sus nudillos estaban heridos de haber golpeado a varias personas, o al menos eso le había dicho Horacio. No recordaba muchas de sus acciones, a veces creía que dejaba de ser él mismo.

—Bien —dijo simplemente.

Horacio se acercó con timidez al más delgado de los dos. Pese a que ya no pasaban penurias para llevarse comida a la boca, a veces el dinero no alcanzaba para suficientes comestibles y Gustabo era quien, sin decir nada, se quedaba con hambre con tal de que su amigo comiera bien.

—Yo... Yo te quiero, Gustabo.

—Y yo a ti.

—Pero yo... —murmuró avergonzado—. Quiero estar junto a ti de otro modo, quiero que los dos hagamos cosas de pareja porque en verdad me gustas, me gustas mucho.

Gustabo tenía la mirada perdida en algún punto del oscuro cielo nocturno. Había olvidado tantas cosas.

Pesé a que Horacio era la única persona junto a él, podía escuchar susurros y murmullos muy cerca de él. Algunos eran ininteligibles pero otros podía escucharlos a la perfección incitándolo a que hiciera el mal.

—¿Gustabo?

—No puedo, Horacio —dictaminó con frialdad—. Olvídalo.

Sus ojos se cristalizaron y retrocedió instintivamente al recibir esa respuesta tan brusca.

—¿Por qué? —susurro con la voz quebrada.

Gustabo volteo a verlo por primera vez, sus ojos estaban rojos como si hubiera estado llorando, su cara tenía pequeñas heridas y un visible hematoma en la mejilla, estaba destrozado. Aún con todo, le regaló una sonrisa.

—Por qué somos familia. Eres mi hermano...



××××××



—¡Gustabo!

El mencionado abrió los ojos de golpe, se levantó de la butaca donde estaba acostado con la mano en la pistolera dispuesto a sacar su arma.

Un sorprendido Horacio estaba frente a él, quien levantó las manos en señal de paz para evitar que le disparara. Gustabo se relajó y retiró la mano de la pistola.

—Joder, que susto... —susurró antes de bostezar.

Después de un agotador día de trabajo habían regresado a la sede del FBI para entregar sus armas, lo último que recordaba era haberse sentado un momento en aquella butaca.

—Te quedaste dormido, parecías estar sufriendo ¿Qué soñabas?

—Ni puta idea —mintió, aquel sueño (más bien recuerdo) lo venía acechando desde varias semanas atrás pero no iba a recordarle eso a su amigo, aquel día lo había cambiado todo.

—Vamos a casa, Gustabo —le dijo sonriendo de lado.

El mayor asiento. Ambos vivían juntos pues Gustabo era demasiado vago para conseguir su propia casa y se había adueñado del hogar de su amigo.

Mientras caminaban a la salida, Horacio parecía escribirse con alguien en su teléfono, tenía una sonrisa tonta en el rostro e incluso soltó una risilla típica de cualquier adolescente enamorado.

—¡Eh, eh! ¿Con quién hablas?

—Con nadie —murmuró burlón el de cresta.

—Últimamente veo que te andas mandando muchos mensajes con alguien, ¿ya no soy suficiente para ti o que? —dijo en tono divertido pero en realidad lo decía en serio.

El menor ladeo la cabeza dudando en contarle.

—Pues... Conocí a un chico la otra noche y hemos estado platicando. Creo que puede llegar a algo más —admitió sonrojado.

—¿Desde cuando buscas ese tipo de afecto? Creí que lo habías dejado atrás —replicó, esta vez sonó enojado.

Horacio se encogió de hombros y comenzó a jugar con un mechón blanco de su cresta.

—No he estado con nadie desde que fuiste internado en el psiquiátrico, creo que ya va siendo hora de que le dé una oportunidad al amor. Yo también tengo necesidades y pese a que me asuste un poco, quiero intentarlo.

Aquellos años habían sido muy difíciles para el menor de los dos, siempre había sido muy coqueto y atrevido con la gente. Perdió su "encanto" cuando comenzó a atascarse de comida para poder sobrellevar la depresión y la ansiedad que lo carcomía por dentro. Había estado muy solo todos esos años y únicamente se recuperó cuando el rubio volvió a su vida, ahora debía tomar control de ella.

Gustabo lo miró un largo rato y apretó los labios para no decir lo que realmente pensaba.

Ambos llegaron hasta su vehículo y condujeron a casa. Cuando arribaron al hogar que compartían, cenaron, vieron la televisión, charlaron y se fueron a dormir, cada uno a su respectiva habitación.

Pesé a que al día siguiente debían despertarse temprano, Gustabo no podía dormir, estaba inquieto pensando en el sujeto con el que saldría Horacio. No podía dejar de pensar en ello, no imaginó que su amigo fuera a buscar pareja pronto y desde que aquel recuerdo lo atormentaba en sueños, le era imposible ver a Horacio con normalidad.

Desde que habían llegado a Los Santos comenzó a sentir algo que no comprendía por Horacio, pensaba que le gustaba pero no estaba seguro de en qué forma lo hacía. Cuando estuvo internado en el psiquiátrico estuvo muy solo, cada día se le culpaba de algo de lo que ni siquiera se acordaba, se le trataba como un asesino y psicópata. En todo ese tiempo solo pudo pensar en Horacio, fue lo único que lo mantuvo cuerdo y, cuando lo volvió a ver, finalmente comprendió. Pudo, por fin, poner en orden sus pensamientos.

No podía imaginarse una vida sin su mejor amigo, quería estar junto a él pero no de cualquier forma. Se dio cuenta que le atraía, le gustaba de forma romántica.

Por varios años había cargado con ese sentimiento pero no supo identificarlo, ahora que sabía lo que sentía quería hacérselo saber al menor pero, ¿cómo iba a decirle que le gustaba? Jamás se había confesado con alguien, nunca fue necesario y menos con el gran problema que tenían ellos dos.

Horacio lo presentaba ante todos como su "hermano". Gustabo temía qué el menor le tuviera repulsión una vez le confesara lo que sentía, que en verdad lo viera como un hermano. Anteriormente, Horacio se había confesado con él, le pidió ser su pareja y fue el propio Gustabo quien lo rechazó. El rubio estaba en una etapa en la que necesitaba estar solo, Pogo devoraba sus pensamientos y sueños impidiéndole pensar con claridad. Se consideró a sí mismo un monstruo y en el momento de la confesión de Horacio tuvo que declinar sus sentimientos bajo la premisa de que eran "hermanos" pero en realidad nunca lo vio de ese modo, ahora Horacio parecía usar sus palabras contra él.

Se arrepentía de haberle dicho eso pero no había su culpa. Horacio había tenido una adolescencia más o menos decente, pudo convivir con otras personas y experimentar el "amor" de pareja. Gustabo no lo hizo, ¿cómo iba a aceptar los sentimientos de su amigo si nunca había experimentado eso? El mayor, a diferencia de los otros, pasó su juventud rodeado de medicamentos, terapias y el eterno sentimiento de perder el control de su propio cuerpo. Solo quería proteger a su amigo y alejarlo parecía la mejor opción.

Ahora todo era diferente y estaba listo para dar el siguiente paso, pero temía ser rechazado. Tal vez era mejor dejar ir a Horacio para que fuera feliz con alguien más pero por más que pensaba en esa idea, no podía simplemente alejar sus sentimientos después de haber luchando contra ello durante mucho tiempo.

Ahora que su amigo había vuelto a tener citas el tiempo lo apresurara, tenía que tomar una decisión de confesar lo que sentía o aceptar que Horacio estuviera con alguien más.



××××××××



Pasaron unos días, Gustabo tenía el ánimo por los suelos y ese día solo empeoraba. Horacio le dijo que posiblemente iba a tener una cita con aquel misterioso sujeto con el que se mensajeaba.

No había tenido el valor de decirle lo que pensaba y tampoco quería que saliera con ese tipo.

¿Que debía hacer? Si le decía a su amigo que no saliera con ese hombre, Horacio iba a dejar de verlo porque así de grande era su lealtad. Pero eso sería egoísta. Además, si ese sujeto en verdad hacía feliz a Horacio, Gustabo tenía que aceptarlo pues la felicidad del menor era su propia felicidad.

Y aun así no podía quedarse tranquilo. Sentía una opresión en el pecho cada vez que pensaba en alguien más con Horacio, quien le platicaba con emoción lo emocionado que estaba con aquel hombre.

Cuando terminaron su turno de trabajo, decidieron tomar una ducha para quitarse el sudor y la suciedad de aquel día tan duro. Gustabo se tardó más de la cuenta, se quedó sumido en sus pensamientos permitiendo que el agua caliente se llevara sus penas.

Una vez terminó de bañarse, comprobó que Horacio se había adelantado lo cual era perfecto pues ahora tenía pudor a que lo viera desnudo. Se vistió, se arreglo y comenzó a llamarlo en voz alta.

No pudo encontrarlo en el gran edificio, con miedo a que ya se hubiera ido a su cita, salió con apremio de la sede. Los últimos rayos de sol le pegaron en la cara una vez abrió la puerta. Gruñó para sí mismo y caminó hasta el estacionamiento. Con la vista aún nublada, pudo ver a Horacio cerca de un coche de espaldas a él, y no estaba solo.

Horacio estaba charlando con un sujeto rubio de ojos claros, quien le ofrecía una rosa de manera romántica, Horacio la aceptó encantado y le sonrió maravillado.

Gustabo sintió su sangre arder en las venas. ¿Qué era aquello? Celos, ¿Estaba celoso? Le importaba poco lo que estuviera sintiendo, lo único que importaba era que no le gustaba para nada ese sentimiento.

Horacio parecía reír y le sonreía a aquel sujeto de una manera que pocas veces había visto, incluso le había sonreído así a él en el pasado. Era insoportable verlo, lo mismo pasó cuando su amigo estaba "enamorado" de Volkov. Esta vez sería diferente.

Sin pensarlo dos veces e ignorando que aquello fuera egoísta, fue hasta la feliz "pareja" decidido a acabar con eso de una vez por todas.

—Horacio —lo llamó enojado—. Vámonos.

El mencionado lo volteo a ver con una expresión de confusión.

—Gustabo, estoy hablando con...

—No me importa, vámonos —repitió apretando los puños—. Quiero ir a casa, llévame tú, ya sabes que por las pastillas no puedo conducir y no me quiero estrellar.

—Oh, eres Gustabo —dijo el chico que acompañaba a su amigo—. Horacio me ha hablado mucho de ti.

—Bien, entonces debes saber lo crucial que es que me lleve a casa. No vaya a ser que le clavé un tenedor en el ojo a alguien.

El tono en el que lo dijo sonó más amenazador de lo que pretendió. El semblante de Horacio cambió a uno serio y su sonrisa se esfumó.

—Gustabo, espérame en el coche, iré en unos mi... Segundos, iré enseguida.

A regañadientes pero sin querer empeorar la situación, obedeció y se fue al auto que compartían. No pretendía que aquella frase sonara como amenaza.

Vio desde la ventana del coche como se despedían y como el hombre depositaba un beso en la mejilla del menor.

Gustabo se hundía en su propia rabia, afortunadamente, eso fue lo único que pasó. Horacio subió al coche momentos después, arrancó y salió del estacionamiento dejando a aquel sujeto atrás a quien Gustabo le sacó la lengua cuando pasaron frente a él.

—Eso fue muy grosero, Gustabo —comentó Horacio tras un largo silencio.

—¿Y que? —espetó malhumorado.

—¿Por qué hiciste eso? Ya te había dicho que quería ir a una cita con él, te dije que Conway podía llevarte a casa —replicó con cierto rencor.

Gustabo se cruzó de brazos. Gracias a que sus pastillas para "controlar" a Pogo eran muy potentes, era recomendable que no condujera pues podría causar un accidente.

—¡Bah! El viejo ese está senil, no se debe ni acordar de como manejar.

Horacio suspiro, se rascó la barbilla con su mano libre mientras mantenía la otra en el volante.

—Has actuado muy raro últimamente, ¿qué te pasa?

—Son ideas tuyas —murmuró en respuesta.

Horacio quería sacarle algún tipo de información acerca de su extraño comportamiento pero Gustabo se negó a hablar en lo que quedaba de camino y se limitó a mirar por la ventana ignorando a su amigo.

Estaba enojado, muy enojado. Ni siquiera sabía exactamente el por qué lo estaba pero todo parecía indicar que estaba enfadado consigo mismo, si tan solo no tuviera miedo de confesarse todo sería diferente.

Llegaron rápidamente al hogar que compartían. Gustabo se bajó del vehículo apenas aparcar y se metió en la casa con intenciones de encerrarse en su habitación.

Apenas llegó a la sala de estar, la voz de Horacio le impidió hacer lo que planeaba.

—Eres mi hermano, deberías estar feliz por mí —reclamo—. ¡Deberías alegrarte por mí!

—¡Estoy enfermo de eso, deja de decir que somos hermanos! —grito histérico, no podía soportarlo más. El miedo había quedado atrás.

—¿Pero qué dices, Gustabo? Si lo somos.

—¡No, no lo somos!

Gustabo pateó una silla mandándola a estrellar contra la pared. Horacio lo miró con una ceja levantada.

—¿Por qué estás tan molesto? —preguntó el menor con voz ronca antes de añadir con malicia—: si fuiste tú el primero que lo dejó en claro.

El rubio gruñó. No podía creer que esa fuera su "venganza", utilizar sus propias palabras contra él era muy bajo.

—¿Por qué te enojas con mis citas? No tiene sentido —replicó el menor cruzándose de brazos.

—¡Reacciona de una puta vez, Horacio! —grito molesto—. Me molestan porque quisiera ser yo quien ocupe su lugar, porque quisiera ser yo quien te haga sentir bien ¡¿no es obvio?! ¡Me gustas!

Su rostro se torno rojo de la vergüenza y desvío la mirada, Horacio permaneció impasible ante aquella confesión.

—¿Estás bromeando? —preguntó enarcando una ceja—. Gustabo, yo me confesé contigo y me rechazaste, incluso cuando intentaba acercarme a ti y conquistarte; te alejabas, me alejabas.

Y era verdad, desde que se confesó cuando eran adolescentes, Horacio había intentado ganarse un lugar en el corazón del rubio pero sus intentos eran infructuosos y decidió rendirse.

—¡Era un puto crio, Horacio! –exclamó molesto—. Tu experimentaste la adolescencia con hormonas alocadas que te obligaban a pajearte tres veces al día, yo la pasé lidiando con las voces en mi cabeza. ¡No sabía lo que quería! Teníamos menos de dieciocho cuando te confesaste, ¿que querías que te dijera si nunca había experimentado algo así? ¿querías que me abalanzara a tus brazos? Estaba confundido, incluso años después seguía confundido y más por que tus "intentos" de ligar consistían en tocarme el culo o el muslo, ¡si no me gustan esas cosas, bien lo sabes!

Horacio se quedó pasmado, no podía decir nada, la realidad llegó a él como una cubeta de agua fría. Todos los años que se la pasó intentando que Gustabo lo aceptara ¿lo estaba presionando? Nunca lo vio de aquella forma.

—Pero —continuó—, contigo es diferente. No me molestaba del todo que me tocaras y conforme los años empecé a sentir algo por ti. No supe que era y traté de alejarte hasta descubrirlo porque estaba confundido, cuando estuve internado en el psiquiátrico solo podía pensar en ti. Pasaba las noches pensando en cosas no muy decentes y cuando te volví a ver, todos aquellos sentimientos despertaron de nuevo. Sabía lo que era: quería estar contigo. Pero todos mis intentos por acercarme resultaban inútiles por que no parabas de decir que era tu maldito hermano, ¡y una mierda, no soy tu hermano! O soy tu amigo o tu amante, no hay puntos medios.

El menor de los dos permaneció en silencio un buen rato jugando con sus dedos y sin atreverse a mirarlo a la cara. Gustabo pensó que había hablado de más y probablemente era mejor irse corriendo. Tal vez después de todo no había sido buena idea.

—¿Por qué no los dos? —dijo de pronto Horacio.

—¿Eh?

El de cresta se acercó a él quedando frente a frente, la diferencia de altura era muy evidente y a la vez, triste.

—Creo que nunca supe comprenderte, intentaba ligarte con mis métodos sin saber que eso te incomodaba por lo directos que eran. Perdón.

—No quiero tus disculpas —gruñó.

—Entonces, Gustabo. ¿Qué buscas al decirme esto?

Fue Gustabo quien se mantuvo en silencio esta vez. Miró a su compañero de vida paralizado. Era cierto, ¿que buscaba al decirle todo eso? No tenía ningún sentido. Bien era cierto que quería que dejara de tener citas con otros hombres e incluso admitió a viva voz que él quería hacerlo sentir bien, pero ¿se veía capacitado? ¿En verdad iba a darle a Horacio lo que buscaba en una pareja?

Retrocedió por instinto, tenía intenciones de irse corriendo de la casa pero el menor vio sus intenciones y bloqueo su camino para evitar que huyera.

—No puedes escapar por siempre, Gustabo —susurro el más alto.

Ambos se quedaron quietos mirándose a los ojos. El mayor pensó en darle un puñetazo y escapar, pero lo detuvo:

—Si no te gusta, solo dilo.

—¿Qué cosa?

Sin contestar, Horacio acortó la distancia juntando sus labios con los suyos en un tierno beso.

Gustabo se estremeció pero no se apartó. No era un experto en besar pero lo había hecho con anterioridad, a diferencia de las otras veces, no se sentía incómodo o le desagradaba esa cercanía. Aquella proximidad le permitía oler la colonia que Horacio portaba, era un olor masculino con un balance perfecto entre aromas suaves y dulces. Embriagado con aquella fragancia, un cosquilleo recorrió su cuerpo incitándolo a entreabrir sus labios.

Horacio tomó las manos de Gustabo y las guió a su propia cadera, luego tomó al rubio de los hombros antes de abrir la boca y pedir permiso con la lengua al interior del mayor.

Dudoso pero curioso, abrió la boca y de inmediato la babosa lengua de Horacio se metió a su cavidad bucal.

No movió la lengua, no sabía qué hacer o cómo moverse. Por primera vez en su vida —respecto a ese ámbito— tenía miedo de hacerlo mal.

Horacio pareció notarlo así que se detuvo y se separó lo justo para verlo a los ojos.

—Imítame, bebé —susurro antes de volver a besarlo.

Obedeció la instrucción del menor metiendo igualmente su lengua en la boca de Horacio permitiendo que estas se tocarán y comenzarán a jugar entre ellas.

Pesé a que pensaba que era incomodo el choque de dientes que a veces tenían; los sonidos de succión creados por sus pieles chocando o la saliva escurriendo de las comisuras de su boca, quería seguir explorando, se estaba volviendo adicto a ese beso.

Conforme el beso se volvía más profundo y apasionado, leves gemidos escapaban de la boca del menor. ¿En serio estaba haciendo ese tipo de sonidos? Le gustaban, quería escuchar más.

Tímidamente, Gustabo comenzó a acariciar el cuerpo de su amigo, quien se pegó más a él intentando que lo tocará aún más.

—Tócame con confianza —suplico el de cresta bajando las manos de Gustabo de su cadera a su trasero.

Horacio gimió ante el contacto y cerró los ojos para enfocarse en las sensaciones, su rostro estaba completamente rojo. Gustabo bajó la mirada comprobando con sorpresa que el miembro de su amigo estaba erecto y aún mayor fue su sorpresa cuando descubrió que el suyo también.

Horacio siguió su mirada y sonrió al descubrir lo que miraba.

—¿Estás «cachondito», bebé? —preguntó con cierta burla.

—M-mira quien habla.

Horacio lo empujó hasta que las piernas del mayor quedaron pegadas contra el respaldo del sillón. El menor pegó sus erecciones juntas y comenzó a moverse de atrás a adelante creando fricción entre ellas.

El cuerpo de Gustabo se estremeció y se mordió el labio inferior intentando no gemir, lo estaba disfrutando. Nunca había experimentado tal cosa y odiaba admitir que se sentía bien.

—¿Quieres seguir? —preguntó el de cresta en voz baja—. Podemos parar si quieres.

El mayor gruñó por lo bajo enterrado levemente sus uñas en el trasero del menor.

—Esto no... ¿Qué significa esto?

—Puede significar lo que tú quieras —jadeo en respuesta—. Sé que esto es nuevo para ti, no te voy a presionar para ponerle nombre, solo déjame estar junto a ti de esta manera y de cualquiera. Si quieres parar, paramos. Si quieres seguir, me aseguraré de que lo disfrutes. Ten por seguro que con el simple hecho de que seas tu yo también lo disfrutaré, no tienes que preocuparte mucho de eso.

Gustabo desvío la mirada algo apenado sin saber cómo debía contestar aquella propuesta. No se había parado esa mañana con intenciones de follarse a su amigo.

—¿Q-qué hay de tu ligue? —preguntó algo resentido.

—¿En serio, Gustabo? Tenemos nuestras pollas unidas, no es momento para que pienses en otro hombre —suspiro—. Él no importa, perla. Me gusta pero no tanto como tú. Además, apenas nos besamos, nunca llegamos a nada. El único que puede darme lo que quiero eres tú.

Sentía que su corazón iba a salir de su pecho, su respiración era pesada y aún así esa situación era muy estimulante. Todo iba demasiado rápido pero no quería parar.

—Continuemos —susurro contra sus labios.

Horacio continuó moviéndose para que sus penes se tocarán mientras se besaban. Cuando eso ya no fue suficiente, sin romper el beso, jalo a Gustabo hasta su cuarto, donde se dejó caer en la cama dejando al rubio encima de él.

Gustabo notaba sus labios un poco hinchados, pero eso no lo detuvo para deslizar su boca al cuello del moreno donde pasó su lengua a través de la piel provocando que Horacio gimiera dulcemente.

Le encantaba ese sonido, necesitaba escuchar más. Levantó su camisa y transportó sus labios a uno de los pezones del menor apresándolo entre estos.

Todo esto lo hacía por instinto, en realidad estaba nervioso, no quería arruinarlo, pero los leves jadeos de Horacio le indicaba que lo estaba haciendo bien.

Una vez jugó con sus pezones hasta dejarlos rojos, dejó un camino de besos por su abdomen y se detuvo en la orilla del pantalón pensando en lo que debía hacer a continuación.

Horacio pareció notar su nerviosismo y él mismo se desabrocho el cinturón y la bragueta indicándole con la mirada que le quitara el pantalón. Gustabo deslizó la prenda fuera de las bellas piernas de Horacio permitiendo que quedara en ropa interior dejando ver su ya evidente y húmeda erección.

Al ver esta imagen su libido incrementó y rápidamente se abalanzó sobre él para quitarle la camisa dejando al descubierto su piel cubierta por tatuajes.

Gustabo colocó una mano en el enorme tatuaje que Horacio tenía en el pecho y comenzó a delinearlo con el dedo índice, con el cual recorrió todo su cuerpo hasta parar en las piernas.

Horacio tenía muchas cicatrices, en su mayoría se concentraban en las piernas siendo la más grande una que surcaba desde su rodilla hasta el tobillo.

Vio como el menor se removió inquieto, Gustabo se apartó creyendo que lo había incomodado.

—Aunque suene mal, siempre... Siempre soñé con un momento así contigo ¿sabes? —admitió apenado—. Si hubiese sabido que terminaríamos así el día, me hubiera depilado o algo. Quería ser hermoso para ti.

—N-no me importan esas cosas... ¡Y ya para que me pones nervioso, joder! —grito avergonzado.

Horacio soltó una risilla antes de acercarse sensualmente hacia él.

—¿No te parece un poco injusto que sea yo el único que esté sin ropa? —susurro pasando la lengua por sus dientes.

Tomó los bordes de la camisa del rubio para ayudarle a quitársela, Gustabo alzó los brazos para que la prenda se deslizara con facilidad. Repartiendo pequeños besos por su rostro, Horacio fue capaz de desabrochar el pantalón de su compañero y despojándolo de este.

Ambos quedaron en ropa interior frente al otro, repartieron caricias en su piel desnuda tomándose su tiempo para recorrer los tatuajes y cicatrices del otro.

Intentando satisfacer su curiosidad, Gustabo apresó en su mano el miembro ajeno oculto aún por la ropa interior. Horacio dio un respingo en su lugar y gimió ante aquel contacto. El mayor masajeó un poco la zona antes de bajarle los calzoncillos y liberar su falo erecto.

Todo era nuevo para él, por primera vez en su vida lo estaba disfrutando y no se sentía incómodo, quería seguir probando y lo más importante: quería hacer sentir bien a Horacio.

Impregnó su mano con el poco líquido pre seminal que salía de la punta y tomó el miembro en su mano. Se sentía extraño, nunca le había hecho una paja a otro hombre. Comenzó a masturbarlo intentando seguir un ritmo que resultará agradable.

Horacio comenzó a gemir levemente, había tenido muchas fantasías con aquel momento pero tener a Gustabo haciéndole una paja era mejor de lo que se imaginó y no podía compararse a ninguna de sus sucias fantasías.

—¿Te gusta? —preguntó Gustabo.

—¡Me encanta, sigue así!

Continuó apretando, acariciando y haciendo los movimientos que parecían agradar más al menor; que era estimular el glande.

Tras avisar que se corría, lo hizo sobre la mano de Gustabo, quien se llenó del semen de su compañero. Era muy pegajoso y desagradable pero como era de Horacio no se quejo y se limitó a limpiarlo con los pañuelos colocados en la mesita de noche.

Cuando el menor logró recuperarse del reciente orgasmo, se libró por completo de su ropa interior y jalo a Gustabo hacia él para unir sus labios en un nuevo beso húmedo.

—¿Te la puedo chupar? —preguntó con picardía.

Gustabo se alteró y el pánico se apoderó de él. ¿Chupársela? ¿Quería comerle el pene? Eso era muy sucio, al menos para él. Una cosa era aceptar follarle el culo a su compañero de vida y otra muy distinta que se metiera su falo a la boca.

—No te preocupes, «cari» . Será para la próxima, tu tranquilo —lo calmó al verlo alterado.

El menor sonrió, se levantó de la cama y se fue en dirección al baño. Gustabo se quedó perplejo pensando que se había molestado. El de cresta regresó con un bote morado de lubricante y se acostó en la cama con las piernas abiertas. Abrió el bote con intenciones de bañar sus dedos en el contenido de este y prepararse a sí mismo.

—Y-yo lo hago —dijo nervioso Gustabo estirando la mano para arrebatarle el envase.

Horacio, un tanto sorprendido, sonrió ladino.

—Adelante.

No sabía por qué había pedido hacerlo, nunca lo había hecho. Su mirada se enfocó en la entrada de Horacio y, dudoso, baño sus dedos en el lubricante para luego guiarlos a aquel lugar tan privado.

Jugó con su dedo por la orilla de la cavidad trasera escuchando los impacientes jadeos del menor. Cuando tomó valor para meter su dedo, esté se pudo deslizar con facilidad gracias al abundante lubricante.

Horacio arqueo la espalda y se removió en la cama debatiéndose entre la incomodidad y el deleite. Había pasado mucho tiempo desde que hizo ese tipo de cosas y había olvidado lo que se sentía.

Gustabo lo metió por completo y comenzó a moverlo lentamente. Cuando metió el segundo inició movimientos circulares y de tijera para ensanchar la entrada mientras repartía besos en las piernas del menor, quien pedía más. Su miembro se puso erecto de nuevo.

Finalmente tres dedos estuvieron dentro de él y una vez estuvo preparado, los sacó de su interior ganándose una mirada de confusión por parte de Horacio, quien al ver su expresión comprendió lo que seguía.

Horacio se sentó en la cama, tomó el bote de lubricante y, regalándole una sonrisa traviesa a su acompañante, le quitó la ropa interior dejando su miembro expuesto ante él por primera vez.

—¡Lo que te cargas, bebé! —exclamó sorprendido.

Su prominente erección estaba roja y palpitaba desesperada buscando donde reposar.

—Cállate —gruñó Gustabo avergonzado.

Horacio vertió el contenido del envase sobre el miembro erecto de Gustabo para luego esparcir el líquido viscoso por todo el falo.

Tenía ganas de chupársela pero comprendía que el rubio no estuviera preparado para eso, así que lo masturbo un poco antes de acostarse de nuevo y abrir las piernas invitando al mayor a adentrarse en ellas.

Un tanto nervioso, Gustabo se colocó entre estas. Horacio elevó un poco su cuerpo apoyando sus codos en la cama para poder acercar aún más al mayor y tomar su falo.

Guió el miembro del rubio a su entrada e introdujo la punta con cuidado arrancándole un gemido a ambos una vez estuvo dentro.

Horacio llevaba tiempo sin tener sexo y Gustabo nunca lo había disfrutado, hasta ahora, por lo que era una sensación aún más maravillosa y excitante.



—Está dentro, m-mételo despacio —indicó, el rubio obedeció y comenzó a introducir su falo—. Sigue así. Lo estás haciendo genial.

Era una sensación totalmente diferente a sus otros encuentros carnales. Las paredes de Horacio eran muy estrechas y sobre todo calientes envolviendo su miembro de una manera increíble.

Cuando su pelvis choco contra sus glúteos, los dos gimieron encantados. No sólo era el tiempo que llevaban sin practicar ese acto, sino que lo hacían con quien de verdad amaban y eso era mejor.

Horacio, tras acostumbrarse un poco, comenzó a mover su cadera empezando un vaivén lento que le arrancó varios gemidos. Gustabo poco a poco fue imitándolo uniéndose a sus movimientos.

El de cresta enredo sus piernas en la cadera del mayor, sus cuerpos quedaron más unidos y las penetraciones eran más profundas. Gustabo comenzó a embestirlo más fuerte, su cuerpo se movía sólo acompasado por el de Horacio, quien, en algún punto, comenzó a gemir más fuerte e incluso gritó cuando su próstata fue golpeada.

El rubio vio esta reacción y comenzó a buscar el punto dulce de su compañero de vida, una vez lo encontró, enfocó sus embestidas en ese lugar enloqueciendo al menor.

—¡Ah, si. Así, ahí, dale ahí! —grito sin pudor alguno.

—Joder, Horacio. Te va a escuchar media cuadra —jadeo.

—¡No me importa! ¡Ah, Gustabo!

Se aferró al cuello del mayor acercando sus cuerpos que comenzaban a perlarse por el sudor.

Gustabo, apoyando las manos a los lados de Horacio, siguió penetrándolo más fuerte. Se sentía bien, aquello le estaba dando placer y vaya que lo disfrutaba. Jamás había sentido algo así y quería más.

Sus respiraciones estaban aceleradas, el ambiente era muy caluroso, pequeños cabellos estaban adheridos a su frente. La cresta de Horacio ya estaba despeinada y revuelta, sus ojos desprendían lágrimas de placer llevándose consigo el rímel que portaba.

El menor buscó los labios del rubio, quien al entender el mensaje se acercó uniendo sus labios en un apasionado beso sin detener sus salvajes movimientos.

—Gustabo, ¡Gustabo! —gritaba Horacio sin vergüenza.

Su nombre nunca se había oído mejor. Escuchar de los labios de Horacio llamarlo mientras se derretía en su propio deleite, era muy excitante y hermoso. Quería escucharlo, quería todo. Quería a Horacio solo para él.

Apoyándose en sus codos para darle impulso y evitar dejar caer su peso sobre el menor, se inclinó para comenzar a chupar, morder y lamer su cuello como había visto tantas veces en las películas.

—¡Más fuerte, más!

—Horacio...

Horacio se retorcía de placer debajo suyo. Gustabo, perdiéndose en su propia mente, tomó las piernas del menor en sus manos y las separó aún más estando flexionadas cerca de su cuerpo. Aumentó el ritmo de sus embestidas, el menor pareció encantado, parecía estar en una locura interminable y también comenzó a mover su cadera para maximizar la profundidad.

Viendo la exquisita cara que ponía su amigo, supo que no le quedaba mucho para correrse. Elevó una de las piernas de Horacio dejándola apoyada contra su hombro, con la mano libre comenzó a masturbarlo para ayudarlo y estimularlo más intentando darle todo el placer que podía.

Sintió un leve pinchazo en la cadera pero no se detuvo sabiendo que cuando todo eso acabara no iba a poder levantarse de la cama.

—¡Me corro, me corro! —chillo Horacio extasiado.

—¡Joder, yo también! —admitió sintiendo como las paredes del menor se volvían más estrechas.

Horacio volvió a eyacular sobre la mano de Gustabo lanzando un sonoro grito. El pene del mayor fue abrazado aún más por el interior del de cresta, era algo tan delicioso y exquisito que se sintió desfallecer por un momento, jamás había experimentado algo así. Dejó salir su semen en el interior del moreno.

El orgasmo lo golpeó como si recibiera una cachetada, su cuerpo se estremeció y comenzó a tener leves espasmos. Una deliciosa sensación recorrió todo su ser penetrando en su cerebro y alma obligándolo a gemir.

El clímax abandonó el cuerpo de ambos dejándolos sudorosos y cansados pero bastante satisfechos. Gustabo se sintió mareado por aquella nueva experiencia. Le había gustado, nunca pensó que iba disfrutar de tener sexo. Siempre se había aburrido las pocas veces que tuvo intimidad, no encontraba el estímulo que todos parecían tener, sólo esperaba que su acompañante acabará o él mismo lo hiciera, nunca encontró el placer hasta ahora.

Se dejó caer en la cama al lado de Horacio tratando de regular su respiración, estaba exhausto.

—Fue increíble —admitió Horacio acurrucándose en el pecho del mayor—. Espectacular para la primera vez.

—¿En serio me veías cara de virgen? Soy asexual, es muy diferente —gruñó—. Pero debo admitir que en realidad es la primera vez que lo disfruto.

—Me alegra saber que te gustó mi culo —murmuró Horacio soltando una risilla y abrazando aún más al rubio pegando su cara a su hombro sudoroso.

Gustabo se quejo.

—Estamos todos pegajosos, tío. Que asco —gruñó.

—Bueno, es lo que tiene follar —comentó Horacio encogiéndose de hombros—. Quedémonos así un rato, nos bañamos juntos y si quieres me empotras contra la pared de la ducha.

—¿Y yo era al cachondo? —murmuró divertido.

El menor se elevó un poco para plantarle un tierno beso en los labios.

—Recuperemos el tiempo perdido —susurro con lujuria.

Aceptó gustoso dándole un beso como respuesta, tal vez no podría darle a Horacio lo que buscaba en una pareja, pero lo intentaría. Lo que Gustabo no sabía era que el único requisito que su amigo buscaba en un romance era ese: que su pareja fuera Gustabo.

Historias Gustacio/PogacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora