🔞 Vacío 🔞:Pogacio

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–⚠️Referencias a trastornos psicológicos y alimenticios⚠️

"Te esperare el tiempo que quieras, se que algún día volverás a mi" 


No había tenido valor de ir a visitarlo, pero esa cobardía se acababa ese día. La última vez que estuvo en ese lugar fue cuando pago, con todo su dinero, la atención médica que aquel sitio aseguraba y prometía, era la mejor de la zona.

Horacio iba en camino al hospital psiquiátrico en el cual Gustabo estaba encerrado desde la explosión de la iglesia.

Horacio fue quien lo había internado en ese lugar y no lo había visto desde entonces. Había tenido que usar también el dinero de Gustabo para costear aquel costoso hospital el cual no sólo le ofrecía la mejor atención, sino que lo escondía de todo el mundo. Incluido de Conway.

Se había llevado a Gustabo al hospital psiaquitro sin decirle a nadie, quería ocultarlo de todo el mundo para que su recuperación fuera más efectiva.

El chico de cresta se sentía nervioso, había llamado por teléfono para avisar sobre su visita, le informaron que Pogo todavía no abandonaba el cuerpo de Gustabo.

Gustabo/Pogo era bastante agresivo y le tenían que poner a dormir usando sedantes, además se negaba a comer, había golpeado en varias ocasiones a los enfermeros y le tuvieron que aislar del resto de pacientes, ahora usaba una camisa de fuerza y, al no poder golpear, lanzaba mordidas cada vez que se le acercaban.

Pasaba casi todo el tiempo sedado y aturdido en su cuarto, pensar en ello hizo que su corazón se rompiera. No quería imaginarse a su amigo drogado y perdido sin tener noción del tiempo.

Estacionó su pequeño vehículo en frente del hospital y se dirigió, bastante nervioso, a la puerta principal.

Horacio sabía que no tenía que estar ahí, nunca admitiria esa silenciosa y secreta visita. Tal vez ni siquiera Gustabo la recordaría pues cada vez perdía la esperanza de poder hablar con él.

Al poner un pie en el interior del hospital, un escalofrío recorrió su cuerpo. A su nariz llego el olor de químicos de limpieza y de medicina, también podía escuchar gritos lejanos llenos de desesperación.

Se quito los lentes de sol que llevaba puestos dejando ver sus prominentes ojeras que el maquillaje ya no tapaba y sus ojos rojos de tanto llorar por las noches. Con una tímida sonrisa de acercó a la recepcionista para avisarle de su visita.

Un doctor mayor de cabello blanco con una gran barba del mismo color apareció para darle la bienvenida e indicarle que lo siguiera, Horacio obedeció.

Horacio siguio al doctor atravesando varias salas y largos pasillos. Aquel lugar era deprimente, se sentía bastante mal por la gente que pudo observar mientras caminaba. Las personas se veían ausentes y vacías, parecían no tener vida dentro de sus cuerpos. Era una imagen muy devastadora.

Un escalofrío recorrió su cuerpo al pensar en Gustabo de aquella forma.

Llegaron a un cuarto apartado del resto, este tenía señales de precaucion al‍ertando que era un paciente agresivo y violento.

–No recomiendo que te acerques mucho, muerde muy fuerte –dijo el doctor tratando de que sonara como una broma.

–No sería la primera vez que me muerde –admitió Horacio encogiendose de hombros.

El doctor suspiro resignado antes de abrir la puerta, la cual estaba cerrada con cuatro cerraduras, y darle acceso.

–Si necesitas ayuda vendremos de inmediato, se que necesitas privacidad así que las cámaras estarán apagadas. Grita y vendremos corriendo. Le hemos quitado la camisa de fuerza en caso de que quieras abrazarlo... Solo te pido precaución.

Horacio le regalo una sonrisa en señal de que entendía antes de que el doctor se retirará. Sus dedos juguetearon con unos mechones caídos de su cresta en señal de nerviosismo. Tomó aire y entró en la habitación.

–Pogo aburrido, ¡Pogo esta aburrido! Cuarentena, sigo teniendo el virus del amor.

Esa voz golpeó su pecho como un puñetazo. Su mirada recorrió la habitación en busca del dueño de esa voz, era una habitación normal y corriente pero apenas tenía cosas en ella, además, todo estaba reforzado y protegido con protectores para bebé para evitar que el paciente se hiciera daño.

En una esquina, acostado con las piernas en la pared, se encontraba Gustabo con los ojos cerrados y riendose consigo mismo.

Cuando lo escucho, bajo las piernas de la pared y lo volteó a ver. La sonrisa burlona que llevaba en el rostro se esfumó en cuanto hicieron contacto visual.

La mirada penetrante de su amigo le perforó el alma, ver de nuevo aquellos ojos azules que tanto amaba era algo que pensó que era imposible.

–H-hola, Gustabo... Yo... Me alegra verte –murmuró ansioso.

–¡Horacios! –exclamó diciendo mal su nombre.

Se abalanzó sobre él, Horacio pensó que lo iba a golpear o a morder, en su lugar recibió un cálido abrazo de su amigo rubio. Gustabo se acurrucó en su pecho y tomó una de sus manos poniéndola en su cabeza.

Sorprendido, Horacio comprendió el mensaje y empezó a acariciarle el cabello. Había soñado tantas veces con eso: abrazar a Gustabo otra vez. El peso que yacía incrustado en su corazón pareció desaparecer al comprender que Gustabo estaba enfrente suya.

Su cabello estaba un poco más largo que antes y podia sentir su cuerpo mucho más delgado que la ultima vez. Sintió como sus ojos se cristalizaban al pensar en su amigo muriendo de hambre. Debía estar muy asustado como para comer.

–Estaba muy asustado, pensé que me habías abandonado –susurro restregando su cabeza en su pecho.

Y tristemente se dio cuenta de que aquel no era su amigo. Claro que no lo era. Gustabo no solía expresarse tan abiertamente, Pogo lo hacía por él, debido a eso hablaba en tercera persona lo cual le permitía describir sus emociones.

–¿Intentas verme la cara de idiota, Pogo? –dijo con la voz inyectada en rabia.

Hubo un momento de silencio, el rubio no se separaba aún.

–Nunca dije que fuera Gustabo, Horacio –canturreo apartándose.

Los dos se vieron a los ojos. En los ojos de Horacio ya no se veía reflejado el cariño y amor que le tenía a Gustabo, sus ojos estaban vacíos e inexpresivos.

–¿Por qué todos odian a Pogo? ¡Todo el mundo lo odia! Pogo solo busca amor, busca cariño, ¡he estado tan solo y desamparado! Pensé que tu eras diferente, solo quería un abrazo, tu también odias a Pogo –grito dramáticamente dando vueltas a la habitación–. Largate. ¡Largate!

Sus palabras le llegaron al pecho como si le incrustaran un cuchillo. Su actitud fría y distante se fue tan rápido como llegó.

Pesé a que sabía que hablaba con Pogo, el simple hecho de ver a Gustabo pedir cariño y amor hacían que su corazón se estrujara de dolor.

Le daba igual si Pogo estaba diciendo la verdad o si mentía, fue hasta él y lo abrazo. Pogo lo apartó, o al menos lo intento, Horacio se aferro a él con fuerza logrando que ambos cayeran al suelo de rodillas.

Pogo había dejado de luchar, estaba inerte, Horacio lo sostenía entre sus brazos sin permitir que se moviera mientras le acariciaba el cabello con una mano.

–Tranquilo, siente mi mano. Enfócate en mi mano, todo está bien.

Pogo pareció relajarse pues se acurrucó más en el cuerpo del más alto tratando de buscar calor.

Horacio se resignó, no iba a engañar a nadie, pese a todo, no podía odiar o sentir rencor hacia Pogo. Lo había intentado y fracaso.

–¿Dónde está Gustabo? –se atrevió a preguntar.

–Dormido. Le han hecho mucho daño –susurro en su oído–. La gente en la que más confiaba lo a herido.

Horacio entendio la indirecta en el tono amargo y rencoroso que Pogo uso.

–Yo nunca los lastimaria, y lo sabes muy bien, Pogo. Yo los amo, a los dos, solo quería ayudarlos... Solo quería hacer lo correcto –murmuró Horacio sin dejar de acariciar su cabello–. Tú y yo tuvimos problemas en el pasado, pero ahora se que hiciste todo eso para protegerme, se que mataste a esa gente por mi bien. Ahora yo quiero hacer lo mismo: quiero protegerte.

Pogo sonrió con tristeza dejándose llevar por las caricias del más alto. Tras un rato de caricias y mimos, ambos se separaron y se levantaron del suelo quedando frente a frente.

Horacio miró a su amigo de arriba a abajo, había soñado tantas veces en lo que iba a decir cuando lo viera, pero las palabras no salían de sus labios. Aunque no importaba si podía decir o no esas palabras, la persona a quien quería decirselas no estaba en esa habitación.

Horacio estaba consciente de que ese no era su amigo, pero en el fondo quería creer que sí, quería creer firmemente que aquel era Gustabo, quería creer que después de todo lo que había pasado, finalmente había vuelto. A su lado.

Con las lágrimas recorriendo su rostro, se acercó al más bajo tomándolo de la cara con gentileza, recibió una mirada confusa por parte de Pogo, Horacio cerró los ojos y unió sus labios con los de él.

–¿Horacio? –susurro Pogo separándose un poco.

El mencionado lo ignoro y volvió a besarlo, está vez fue correspondido. Las manos del rubio subieron hasta enredarse en su cabello.

–Pogo te ama, Horacio –dijo rompiendo el beso–. Gustabo también ama a Horacio.

–Si me amas... ¿Me puedes dejar hablar con Gustabo?

–Pogo no va a hacer eso, Horacio. Gustabo no quiere salir, Gustabo esta herido ¡herido y triste! Las últimas veces que salió fue lastimado, ¡Gustabo tiene miedo! ¡Pogo lo protege!

–Por favor, Pogo... Solo quiero despedirme –suplico desesperado.

–Pogo ama a Horacio –repitió–. Pero ama más a Gustabo, Pogo protege.

Las lágrimas empezaron a deslizar por el rostro de Horacio, junto su frente con la de su amigo de ojos azules. Quería suplicarle a Pogo que lo dejara ver a Gustabo, quería decirle que haría lo que fuera por volver a hablar con su amigo pero sabía que era inútil.

Las manos de Pogo se posaron en sus mejillas y alejo su rostro para mirarlo a los ojos. Seguidamente se acercó y pasó su lengua por el rastro de lágrimas que salían de sus ojos.

Horacio sonrió débilmente imitando la acción de Pogo, lo tomó de la cara, y nuevamente junto sus labios con los de él.

No era la primera vez que se besaban, pero a diferencia del resto de veces, en ese momento lo hacía como un medio para que Gustabo pudiera sentirlo y salir de la garras de Pogo. Quería comunicarle a Gustabo de un modo u otro que estaba en frente de él y que lo amaba.

Pogo profundizó el beso tomándolo de la cadera para acercarlo a él. Horacio sintió como mordía su labio inferior, entendiendo lo que pedía, abrió la boca dejando que sus lenguas se juntaran.

El beso subió de tono bastante rápido, Pogo deslizó sus manos debajo de la camiseta de Horacio acariciando su tersa piel. Horacio se estremeció al sentir su cálido tacto dejando escapar un gemido.

No era la primera vez que sentia las manos de Gustabo en situaciones como esa. Había tenido encuentros carnales con Gustabo en su juventud, con él había dado su primer beso e incluso perdió la virginidad a base de torpezas.

Recordó con añoro esos días, cuando había tenido esos encuentros con Gustabo, se había sentido muy unido a él. Desde que estuvieron juntos por primera vez, se había creado un lazo entre ellos que Horacio creía se fortalecía cada vez que lo hacían.

Ese pensamiento lo lleno de una profunda tristeza y se separo de Pogo tratando de recuperar el aire y evitando que las lágrimas salieran otra vez. Pogo retrocedió unos pasos pasando la lengua por sus labios.

No había nada más que decir, parecía que esa pequeña y única visita había terminado, pero se negaba a irse. Se sentía tan vacío que no podía irse así sin más.

Y supo lo que tenía que hacer.

En una forma de impregnarse de Gustabo, en una forma desesperada por quedar grabado en la memoria de su amigo, decidió entregarse a él en ese momento.

No sabía si lo iba a volver a ver algún día, aquella forma era la única que se le ocurría para demostrarle su amor, para decirle que estaba ahí: con él. La única forma de demostrarle que no lo habia traicionado y que lo amaba sin importar el que.

–Vamos a hacerlo –dijo Horacio tomándolo de la mano.

–No lo se, hace rato que no...

–No me importa.

Sin decir otra cosa lo empujó a la cama y se sentó encima de él poniendo sus rodillas a los lados de sus piernas.

Unió sus labios con los de él de forma desesperada e introdujo su lengua en su boca empezando una batalla, la cual Pogo ganó.

Pesé a que parecía que no quería, rápidamente agarro confianza y empezó a acariciar el cuerpo de Horacio mientras comenzaba a mover su cadera rítmicamente de arriba a abajo simulando embestidas.

Paso sus labios por el cuello de Horacio lamiendo y chupando el mismo. Incluso lo mordio, le enterró los dientes en varias partes del cuello y del hombro.

–Me vas a dejar marcas –se quejo Horacio un tanto adolorido.

–Esa es la idea –repuso contra su oído–. Para qué no me olvides, además, veo que te gusta; mira lo duro que estás.

–Eso no es...

Antes de que dijera nada, Pogo levantó la cadera haciendo que sintiera su ereccion a través de los pantalones.

Horacio gimió, estaba ansioso. El simple hecho de tener sexo con Gustabo lo ponía muy caliente.

No podía aguantar más, se bajo la cremallera y se bajó un poco los pantalones, hizo lo mismo con Pogo, logrando sacar sus miembros de sus dolorosas y apretadas prisiones. Ambos ya estaban erectos y deseosos por atención.

Junto ambos miembros empezando a masturbar a los dos mientas subia y bajaba la cadera para crear fricción.

Sus alientos se combinaron, los dos estaban jadeante y bastante excitados. Horacio podía sentir las manos de Pogo ejercer presion en su espalda y en sus hombros. No quería admitir que le gustaba, no quería ser uno de "esos".

El líquido preseminal comenzaba a salir y eso facilitó el vaivén de arriba a abajo que estaba haciendo con ambas manos. Paso sus pulgares por la punta de ambas pollas sintiendo el placer que ese sitio provocaba.

–¿Se siente bien? –inquirió Horacio jadeante acercando su rostro al de Pogo.

–Se siente muy bien, no pares –respondió soltando un leve gruñido.

Pero lo hizo, Horacio dejó sus pollas de lado y se metió la mano al pantalón hasta introducir un dedo en su parte trasera provocando un leve brinco.

Pogo continuó con el trabajo de brindarle placer a los dos mientras Horacio se preparaba así mismo.

Tras unos minutos haciendo esas acciones, el orgasmo invadió el cuerpo de ambos y se corrieron al mismo tiempo manchando la mano de Pogo y la camisa de ambos.

Aún necesitaba más, Pogo lo separó y le quito el pantalón junto con la ropa interior, seguidamente él mismo se quito la camisa.

Lo puso contra la pared y apretó sus muslos. Horacio entendió el mensaje y dio un pequeño brinco para que Pogo lo alzará. Horacio quedó elevado sosteniéndose con sus piernas alrededor de la cintura de Pogo y recargado contra la pared, estaba encima del miembro de Pogo apuntó de entrar.

Sin cuidado ni avisar, Pogo, sosteniendolo firmemente de los muslos, lo bajó y lo penetro de una estocada.

Horacio soltó un gemido bastante alto de dolor y placer, sus ojos se cristalizaron y amenazaban con empezar a soltar lágrimas.

–¡Ah, no tan fuerte!

Como si hubiera dicho lo contrario, Pogo salió de él y nuevamente lo penetro hasta que todo su miembro quedó dentro de Horacio.

El chico de cresta gimió de nuevo debido a que su prostata fue golpeada. No le dio ni tiempo a acostumbrarse ni a analizar las sensaciones, una nueva penetacion hizo que gimiera de placer, el dolor había desaparecido.

Las embestidas que le brindaba eran fuertes, salvaje y sin ningúna delicadeza. Golpeaba su prostata con cada una de sus embestidas sin cuidado alguno, iba a necesitar descansar del sexo después de eso. Sin embargo, no negaba que el placer que estaba resibiendo era magnífico y delicioso, un placer que pocas veces había sentido.

Hacía mucho no tenía sexo con Gustabo pero identificaba como su cuerpo había cambiado conforme los años. Era diferente de las otras veces, era más grande y se sentía mejor. Mucho mejor.

Horacio busco los labios de Gustabo y lo beso de manera apasional y salvaje dejándose llevar por todo el placer que le estaba dando.

Pogo mordió su labio inferior, el más alto se quejo apartando su rostro sintiendo un ligero sabor a sangre en la boca. Oculto su rostro en el hombro de su amigo mientras esté se dedicaba a sostenerlo de los muslos y a seguir embistiendolo, cada embestida era más fuerte que la anterior mandandolo al cielo con cada una.

–¡Ah, Gustabo, ngh!... Gustabo –susurraba Horacio en el oído del rubio–. No pares.

–¿Te gusta?

–Si, bebé. ¡Ah, sigue así!

Sintió sus uñas enterrarse en su trasero y él le devolvió el gesto enterrando sus uñas en la espalda del rubio.

Las penetraciones aumentaron de velocidad. Sus gemidos se convirtieron en suaves gritos de placer, sabía que nadie lo escucharía pues la habitación donde se encontraban estaba aislada del resto pero los doctores debían estar pendientes de él, así que acalló su voz mordiendo el hombro de Gustabo.

Y lo sintió. Sintió como él orgasmo estaba a punto de llegar, sentía como la poca cordura que le quedaba abandonaba su cuerpo.

–¡Joder, me corro, me corro! ¡Ah! –aviso entre gemidos.

Al terminar de decir esto, Pogo golpeó fuertemente su prostata. Una descarga eléctrica y un delicioso calor recorrieron su cuerpo, su semen salió disparado manchando el abdomen de ambos.

Pogo jadeo maravillado de sentir su miembro ser abrazado aún más por Horacio, se sentía tan caliente y delicioso que también alcanzó el orgasmo. Horacio, aún sintiendo el placer recorriendo su cuerpo, noto el líquido de Pogo salir de su entrada.

Estaban jadeante, el sudor perlaba sus cuerpos, las marcas y rasguños en el cuerpo de ambos brillaban en un tono rojizo. Necesitaban un buen descanso.

–¿Te gustó? –preguntó Pogo en su oído.

–Me encantó... Fue maravilloso –susurro jadeante.

–Pogo está feliz de haberte complacido.

–Te amo. Los amo –admitió Horacio dejando un corto beso en los labios del más bajo.

Pogo lo llevó a la cama antes de que se resbalara a causa del sudor. Se dejó caer de espaldas a la cama quedando Horacio encima de él mientras ambos intentaban controlar su respiración.

Horacio se separó rodando a un lado de la cama apoyando su cabeza en un brazo de su amigo rubio. Este había cerrado los ojos, al parecer se había quedado dormido.

Horacio quiso imitarlo, cerró los ojos tratando de tener un momento tranquilo y en paz con Gustabo. Sin embargo, se dio cuenta que no podía quedarse ahí.

Se sentó en la cama a duras penas sabiendo que alguien podía entrar y los iba a descubrir. Volteo a ver a Pogo, se veía tan lindo al dormir, podía ver su pecho subir y bajar debido a su respiración, sus labios estaban entre abiertos dejando escapar leves suspiros.

Paso la yema de sus dedos por la espalda desnuda del rubio mientas contemplaba su pálido rostro. Su mano viajo a su cabello y se enredo en éste disfrutando el contacto con su pelaje rubio.

–Te amo, Gustabo –murmuró–. Te esperare el tiempo que quieras, se que algún día volveras a mí.

Un tanto adolorido y con las piernas temblando pudo levantarse de la cama, levanto su ropa del suelo y se vistió. Se acercó nuevamente a Pogo y dejó un casto beso en sus labios antes de avanzar a la puerta.

Sus ojos se cristalizaron y salió corriendo del lugar ignorando la voz del doctor llamándolo, llegó a la salida mientras las lágrimas recorrían su rostro.

Pesé a todo lo malo, pese a las veces que habían discutido e incluso peleado a golpes, no cambiaria por nada el día que conoció a Gustabo. Con Pogo o sin Pogo, amaba a Gustabo por sobre todas las cosas.

Siempre había estado con él, nunca había pasado un cumpleaños o un año nuevo sin Gustabo y le dolía pensar que ahora tenía que hacerlo.

Sintio cómo un nudo se formaba en su garganta y el pecho le oprimía, las lágrimas empezaron a salir de sus ojos sin poder contenerlas.

Un vacio inundó su cuerpo.

Se limpio las lágrimas con el dorso de la mano y corrió a una máquina expendedora. Con manos temblorosas y torpes pudo meter el dinero que necesitaba para poder comprar las golosinas que quería.

No supo cuántas cosas compró, tomó todos los dulces y frituras del pequeño compartamiento y salió corriendo a su auto.

Estaba vacío. Se sentía tan... Horrible. Necesitaba llenar ese vacío de cualquier forma.

Al cerrar la puerta del coche dejó caer todos los dulces en el asiento del copiloto, ese en donde tantas veces Gustabo se había sentado.

Con desesperación, tomó uno de las golosinas que compro, le quito la envoltura y empezó a devorarlo casi sin saborearlo. Necesitaba llenar ese vacío que sentía.

Un dulce.

La cara de Gustabo cuando tenía diez años llegó a su mente como una cachetada.

Dos dulces.

Recordó cuando vivían en la calle, aveces su amigo llegaba golpeado y herido pero con la comida de ese día. Cada vez que le preguntaba que le había pasado, Gustabo decía que intentaron robarle. Pero la verdad era que Gustabo era quien robaba y aveces lo atrapaban pero prefería que lo molieran a golpes antes de dejar que Horacio se quedara sin comer.

Cinco dulces.

A Horacio nunca le gustaron las rayos y siempre dormía con Gustabo cuando había tormentas eléctricas. Aún podía recordar su calor corporal arrullandolo en aquellas noches.

Ocho dulces

Recordó su primer beso, recordó como Gustabo lo había tomado con gentileza de la cintura y se acercó a su rostro con los nervios a flor de piel plantando un torpe beso en sus labios.

Catorce dulces.

Aún podía recordar todas las veces que Gustabo se dormía abrazado a él pues las voces en su cabeza eran demasiado para él. Recordaba sus leves sollozos y su voz susurrando su nombre en la oscuridad mientras Horacio acariciaba su espalda y le respondía que todo estaría bien.

Veintidós dulces.

Sin darse cuenta se había comido todos los dulces que compró. El auto estaba lleno de envolturas vacías y sus manos llenas de mijagas y rastros de chocolate. Las lágrimas volvieron a salir de sus ojos resbalando por su cara sin control alguno.

Y seguía sintiéndose vacío despues de comer tanto.



×××××××××



Al abrir los ojos vio un techo desconocido, se encontraba durmiendo en una cama desconocida en un lugar desconocido.

Gustabo se levantó de la cama de un salto sintiendo su cuerpo desnudo arder. Sentía un dolor, como si lo hubieran rasguñado, en la espalda y la cadera lo estaba matando.

¿Donde estaba? ¿Que había pasado? ¿Por qué estaba desnudo? Lo último que recordaba era el rostro de Horacio y el de Conway viéndolo con preocupación.

El miedo invadió su cuerpo, se sentía indefenso y vulnerable. Sus piernas empezaron a temblar y sus dientes a castañear.

Observó toda la habitación con ojos desorbitados intentando buscar algo que explicara que era aquel lugar. Lo único que encontró de utilidad fue una puerta, su libertad. Con las manos temblorosas intentó abrirla, estaba cerrada.

El pánico lo invadió y empezó a gritar golpeando la puerta con fuerza.

Nadie contesto.

Insistió un buen rato pidiéndole a quien sea estuviera afuera que lo dejara salir, las lágrimas recorrían su pálido rostro. Al ver que nadie le respondía, se dejó caer al suelo mientras seguía pidiendo auxilio y llamaba entre sollozos a Horacio para que fuera en su rescate.

–¡Horacio, Horacio, Horacio! ¡Por favor, prometo ser bueno! –gritaba impotente.

Pero Horacio nunca apareció.

Historias Gustacio/PogacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora