Tiró las llaves sin mucho caso en el pequeño cuenco que se hallaba sobre la mesita al lado de la entrada, cerró la puerta y se adentró al recinto. Con pereza se quitó los zapatos azules empujándolos hacía afuera solo con el mismo talón de sus pies dejándolos tirados en un rincón de la sala.
Resopló al sentir el lugar bastante caliente en temperatura. El apartamento donde ahora vivía no era precisamente un palacio pero era lo suficiente cómodo e idóneo para él.
¿Único defecto? No contaba con aire acondicionado y ese día en particular hacia un calor infernal.
Se quitó la chaqueta azul que en letras amarillas bordaba la palabra "FBI" junto con la camisa rosa que llevaba por debajo y colocó ambas prendas en el respaldo de uno de los pequeños sillones de la sala, quedando únicamente con su pantalón negro y medias de igual color se dirigió a su habitación procediendo a tirarse en la mullida cama de sábanas blancas. Suspiró.
"Vaya día de mierda". Pensó el rubio pasando una de sus manos por su rostro recordando la "maravillosa" jornada de trabajo que había tenido ese día.
Primero, al llegar la mañana, para empezar no se había levantado de muy buen humor que digamos, se vistió con su uniforme del FBI y llamó a Horacio como siempre hacía para que fuera por él a su apartamento y comenzar juntos la jornada.
El chico de cresta se tardó mucho en ir al lugar cosa que lo puso aún más de mal humor. Pasaron haciendo y hablando tonterías prácticamente toda la mañana ya que literalmente no había nada que hacer, la ciudad se encontraba extrañamente tranquila.
En el transcurso del medio día a sus móviles saltó una alerta de un código 3 en una de las licorerías de la isla. Ambos con esperanza de que al menos ocurriría algo emocionante, se encontraron la terrible decepción de que el atraco había terminado convirtiéndose en una persecución que el rubio pudo jurar; duró horas, donde eventualmente terminaron por perder el coche de los atracadores, dejando de nuevo un mal sabor de boca en ellos y en los agentes de la LSPD que los apoyaron en el acto.
Pero tal vez lo peor o no sabía cómo clasificarlo exactamente, fue el extraño comportamiento de su mejor amigo.
Gustabo y Horacio tenían una amistad bastante fuerte desde que eran muy pequeños, su confianza estaba más que afianzada por el paso de los años y las vivencias que habían compartido juntos hasta ahora, por lo tanto habían varias conductas que para ellos eran demasiado normales.
Como el hecho de que por "broma" solían coquetearse entre ellos o lanzar uno que otro comentario "salido" sin llegar a tocar algún punto sensible ni nada parecido.
Pero ese día en particular Gustabo pudo notar que el menor de ojos bicolor se había levantado bastante "cariñoso", si esa podría ser la palabra con la que la que lo clasificaría.
Sin poder evitarlo, sus mejillas adquirieron un tono color rojo al recordar los descarados y poco disimulados manoseos o comentarios algo subidos de tono que le hacía Horacio. Dejándolo en más de un momento confundido y extrañado.
Recordó aquel punto donde él se encontraba conduciendo con su amigo estando de copiloto, mientras charlaban de cosas banales este comenzaba a acariciar su pierna más cercana a él.
Al principio no le prestó mucha atención, pues no era la primera vez que lo hacía. Hubo ocasiones en las que lo hizo para molestarlo y a los pocos segundos lo dejaba. Pero esta vez, y no había sido su imaginación, Horacio tocaba más de la cuenta, subiendo su mano rozando su ingle claramente con intención.
"¿Qué coño haces? para guarro". diciéndolo en tono burlón como siempre hacía con él de cresta. Este solo rio un poco y se detuvo.
"Perdón, es que hoy estas muy bueno".
"Yo siempre estoy bueno".
"Ojalá probarte, a ver que tan bueno estás".
Esto último lo hubiese tomado como una más de sus tantas bromas sino fuera por el tono bastante sugerente que había utilizado.
Queriendo desechar ese pensamiento le siguió el juego como hacía habitualmente.
"Cuando lleguemos a la sede me comes el morro".
Así pasaron el día, Horacio cuando veía oportuno le lanzaba piropos, en varios momentos abrazándolo fingiendo naturalidad pero aprovechando esa cercanía para rozar su cuerpo con el suyo o tocando sus glúteos "solo con la intención de molestarlo" según el de cresta.
Claro que el rubio sabía que sus acciones eran con dobles intenciones. No era tonto.
Sin caer en discusiones simplemente se apartaba de sus toques tratando de no darle mucha repercusión a la cosa.
Las acciones del menor a parte de confundirlo lo lograban poner un tanto nervioso y era algo que por su bien prefería ignorar.
Sus mejillas volvieron a colorearse cuando el último recuerdo que tuvo con Horacio pasó por su cabeza.
Se encontraban en la comisaría más precisamente en el área de la armería. Gustabo llegó primero al lugar comenzando a retirarse algunas pertenencias que llevaba encima como la pistola, cargadores y unas esposas colocando cada cosa en su sitio. Distraído en su hacer sintió de nuevo esos brazos anchos rodeando su pequeño cuerpo por detrás. El aliento de él rozando su oreja hizo que un escalofrío subiera por toda su espina.
"¿Ya nos vamos bebé?".
"Horacio...". suspiró llenándose de paciencia.
"¿Qué pasa?".
"No, la pregunta es ¿qué te pasa a ti? Has estado actuando muy raro hoy".
"¿Raro por qué? Yo... solo...".
Sintió como sin previo aviso las manos del más alto se colaron por debajo de su camisa rosa comenzando a dejar caricias lentas en su vientre. Horacio descaradamente volvía a tocarlo haciéndolo tensar en su lugar, la repente intromisión no lo dejó reaccionar y sus neuronas dejaron de conectar cuando el de ojos bicolor empezó un lento movimiento de cadera restregando la dureza que se hacía presente en su pantalón contra su trasero.
El rubio se había quedado de piedra ante las acciones de su compañero. Era como si su mente de pronto se hubiese desconectado de su cuerpo al no entender aún lo que estaba ocurriendo.
Estando en su propio mundo y al no ver reacción alguna en el de ojos azules, Horacio continuó rozando su erección en el más bajo, subiendo las caricias de sus manos hacía su pecho. Sentía la temperatura aumentando en su cuerpo, tener a su amigo tan cerca hacía perder el control de si mismo.
No podía aguantar más, quería tenerlo para él, simplemente quería en ese momento arrancarle la ropa y hacerlo suyo de una buena vez.
"Gustabo...". Gimió con excitación en su oído. Sin premeditarlo su cuerpo se separó bruscamente del más bajo al recibir un empujón por parte de este.
"¡¿Qué coño crees que haces gilipollas?!".
El gemido del de cresta lo había sacado de su letargo haciéndolo volver de golpe a la realidad. ¿Qué cojones hacía? No podía creer si quiera aún lo que estaba pasando.
El menor solo lo observaba asustado por su reacción.
"¡Te estoy preguntando! ¡¿qué crees que haces, Horacio?! ¡contesta!".
Vio como agachaba la cabeza y mordía su labio inferior con notable nerviosismo pero ninguna palabra salía de su boca.
Resopló con rabia al no recibir respuestas.
"Si estás caliente mejor hazte una paja pero ya para con esto".
Pasó por su lado dejándolo ahí de pie aún con la cabeza gacha y salió apresuradamente de la comisaría.
Tomó uno de los coches deportivos descapotado del garaje y arrancó en dirección a su casa.
La brisa de la noche que apenas comenzaba a llegar golpeaba su rostro ayudando a calmarlo un poco, pero aún podía sentir su cuerpo temblando levemente y su cara arder. Sacudió la cabeza queriendo olvidar lo reciente ocurrido pero era sencillamente imposible.
Aparcó en uno de los parking cerca a su apartamento y se quedó un rato sentado en el auto tratando de aclarar un poco su mente. Ya sabiéndose un poco más tranquilo salió del coche y se encaminó a su hogar.
...
Miró el techo blanco de la habitación acomodándose en la cama. Lo pasado con su mejor amigo hace unas horas no dejaba de darle vueltas en la cabeza y no era para menos. El comportamiento que había tenido había sido más que descarado para con él.
Podía quizás pensar que Horacio estaba caliente y quería desquitarlo con él. Aún así sentía raro que él fuera a alguna vez verlo como una opción para saciar sus deseos carnales.
Volvió a recordar sus manos tocando su piel y el bulto de él en su trasero.
—Joder... — pasó sus manos con desespero por su rostro. ¿Por qué se sentía de esa manera? De solo recordarlo un extraño calor se apoderaba de su cuerpo.
La sensación de tener al de ojos bicolor tocándolo aún se hacía presente en él y eso lo hacía sentir extrañamente encendido.
—No. — no estaba bien, no podía dejar que esas sensaciones lo nublen.
¿Pero por qué Horacio había hecho aquello? ¿En serio lo vio como su opción para quitarse la calentura? ¿o había algo más?
Esas preguntas no dejaban de rondar su mente torturándolo cada vez más a parte de repasar una y otra vez la escena que ocurrió entre ellos.
Dio un pequeño brinco sobre el colchón cuando volvió a sentir un tirón en su entrepierna.
¡No, no, no!.
Era absurdo que ahora estuviese excitado por lo que pasó cuando él mismo fue el que cortó todo y se alejó de aquello.
Pero es que aún juraba sentir las caricias de Horacio en su cuerpo y malditasea, le había gustado. Después de horas negándolo estando ahí tendido en su cama al fin reconoció que le había gustado.
Fue algo que no se esperaba y se sintió asustado, confundido y nervioso, por eso la reacción brusca que había tenido no sabiendo muy bien como actuar.
Ahora se sentía como un auténtico gilipollas. No porque admitiera que si se hubiese dejado llevar por Horacio en estos momentos estaría follando con él. Sino porque le habría rechazado en la cara y actuado como si lo hecho por lo del cresta le hubiese dado asco cuando por el contrario le había encantado.
Cerró sus ojos. Después hablaría con él y aclararía las cosas entre ambos.
Volvió a sentir otro tirón en su parte baja, comenzaba a molestarle estar en ese estado. Volvió a resoplar y algo dudoso llevó sus dedos al cinturón del pantalón desabrochándolo, repitiendo la misma acción con la prenda, la bajó a la altura de sus muslos descubriendo su bóxer de color azul marino, el bulto que se asomaba en el era bastante notable y comenzaba incluso a dolerle, metió su mano dentro del interior capturando su erección para liberarla posteriormente.
Estrechó sus ojos mientras observaba su propio miembro, pues no era muy a menudo encontrarlo en ese estado.
Lo envolvió con toda su palma sintiéndolo palpitar al contacto. Un pequeño gemido escapó de sus labios.
Comenzó a mover su mano de arriba a abajo de manera dudosa y pausada. Cerró sus ojos azules con fuerza cuando empezó a sentir el placer recorrer su cuerpo.
—Ah... — mordió su labio inferior tratando de callar los involuntarios gemidos salir de su boca, pues se le hacía vergonzoso escucharse a si mismo.
Las imágenes de su encuentro con Horacio volvieron a pasar de nuevo por su cabeza. Volvió a recordar como restregaba su polla dura contra él, este último recuerdo hizo que su mano comenzara a aumentar de velocidad en su erección.
—¡Ah!. — la excitación que poco a poco crecía en su vientre fue suficiente para mandar al carajo su autocontrol. Como deseaba que fuese el de ojos bicolor el que le estuviese haciendo una paja en ese momento.
....
Después de lo ocurrido, el menor aún se encontraba en la comisaría. Se sentía la persona más sucia del mundo y no era para menos, ¿cómo pudo tan siquiera ocurrírsele hacerle eso a la persona que por tantos años llamó "hermano"?.
Volvió a pasar sus manos por su cabello con frustración importándole poco o nada su ya desordenada cresta.
—Soy un imbécil... siempre siendo un imbécil. — dijo en un hilo de voz mientras se levantaba de la silla donde se había quedado sentado todo ese rato después de haber sido mandado al diablo por Gustabo.
¿Qué haría ahora?.
Lo había arruinado todo por completo, había arruinado su amistad de años con la persona más importante en su vida por un impulso estúpido del cual ahora se arrepentía de manera tortuosa.
Había pensado en la posibilidad de que tal vez, solo tal vez, el rubio también poseía ese mismo deseo que tenía hacía él. Transcurrieron semanas sin verlo. Semanas donde su cabeza imaginaba un millón de cosas de las cuales ya había perdido la cuenta.
Al poco tiempo de su reencuentro con Gustabo después de años sin haber tenido contacto, volvía a sentirse lleno, completo, vivo. Durante los días que pasaron juntos recuperando el tiempo perdido, el de cresta comenzó a recibir comentarios un tanto "raros" por parte de su mejor amigo.
"Estos podríamos ser tú y yo si tú quisieras".
"Yo también me derrito cuando te veo, Horacio y nadie hace nada".
Rememoró aquellas palabras que le había dicho llegando a dejarle confundido y a la vez nervioso al no saber exactamente que decirle o como reaccionar.
Al principio lo dejó pasar, pero cuando llegó ese punto donde el rubio desapareció semanas porque supuestamente estaba de vacaciones, ahí su mente comenzó a viajar y sabía perfectamente que la ausencia de él y la añoranza que poseía en querer volver a tenerlo a su lado, había influido demasiado.
Horacio estuvo activo trabajando en el FBI todo ese tiempo en una soledad devastadora que en muchos momentos llegó a derrumbarlo por completo, pero lo más tortuoso para él había sido el no estar en compañía con la persona que más adoraba en el mundo. Echaba tanto de menos al mayor de ojos azules que prácticamente en todo el día se mantenía presente en sus pensamientos y una noche sin esperarlo, solo un sueño bastó para detonar todo.
Recordó esa velada donde había soñado con Gustabo. Pudo sentirlo tan real... volvía a visualizar en su cabeza a el rubio estando debajo su cuerpo gritando su nombre mientras el de cresta blanca lo poseía con apetito. Esa misma madrugada se había despertado desconcertado y con una gran erección presente en el pantalón de su pijama.
Aún encontrándose acalorado por esas imágenes en su cabeza apagó sus deseos con el rubio presente en su fantasía. Y esa fue la primera de muchas otras veces que tuvo que descargar su lujuria en soledad en nombre de Gustabo.
Pocos días después su mejor amigo había regresado a su lado y eso bastó para que su vida volviera a llenarse de color.
Lamentablemente los sueños seguían transcurriendo y debido a eso sin poder evitarlo comenzó a ver al mayor de otra manera.
Su cuerpo lo deseaba a gritos y quería parar aquello, quería detener esos pensamientos lascivos que tenía al estar cerca de él sin éxito alguno.
Se le ocurrió la estúpida idea de que quizás al insinuársele al chico le correspondería, que esas pequeñas bromas subidas de tono que le hacía tenían un significado detrás.
Pero para su desdicha cometió un error garrafal, ahora su mejor amigo le tenía asco y probablemente no volvería a dirigirle la palabra en lo que restaba de su vida.
Se golpeó la cara con la palma de su mano. No quería perderlo, se negaba a aceptar que por el arranque espantoso que tuvo, su relación con Gustabo se fuera a pique.
No podía dejar las cosas así, tenía que hablar con él y disculparse, tratar de rescatar lo que pudiera de su amistad.
Sin pensarlo mucho más, corrió hacia el garaje de la comisaría y se montó en uno de los autos que había allí, arrancó el motor dirigiéndose al apartamento en donde actualmente habitaba el mayor.
Llegó al lugar subiendo las escaleras con sus piernas temblando levemente. Tenía miedo, no quería que Gustabo de nuevo lo mandara a la mierda y volviera a mirarlo con repulsión.
Soltó un suspiro cuando alcanzó el tercer piso y se encaminó hacia la puerta del apartamento quedándose plantado frente a ella. No podía ahora acobardarse, tenía que tomar valor y arreglar las cosas de una vez, tragó saliva y con su puño tocó suavemente la puerta dando dos golpes.
Se extrañó al no recibir respuesta y tampoco escuchar ruidos que le indicarán que el rubio se aproximaba a abrirle.
Algo dubitativo acercó la mano al pomo de la puerta, quizás se encontraba sin seguro y efectivamente así fue. Terminó por abrirla y con nerviosismo se adentró en el recinto.
Caminó por el pasillo buscando con la mirada algún rastro del chico de ojos azules, pudo divisar su chaqueta y camisa rosa colgadas en uno de los sillones del salón. En afecto este se encontraba en el lugar.
"Tal vez... en su cuarto". Pensó. Así que caminó en dirección a este.
Sus pasos de detuvieron de golpe y su cuerpo quedó congelado en su lugar, lo que había escuchado tenía que haber sido producto de su ya retorcida imaginación. Se acercó un poco más a la puerta de la habitación y volvió a tensarse.
—Ah... Horacio... — escuchó gimiendo al rubio desde aquel lugar. Su boca se abrió con incredulidad.
"¿Qué?."
Gustabo estaba... tocándose y por si fuera poco estaba pensando en él. Sacudió la cabeza aún sin creérselo, recostó la espalda en la pared del lado de la entrada tratando de ocultarse.
Mordió su labio inferior con fuerza al escuchar los melodiosos sonidos que emitía el rubio.
Era un sucio. Lo había hecho sentir como un miserable depravado y ahí estaba él haciéndose una paja como si nada en su honor.
Cerró los ojos y tiró su cabeza golpeando levemente la parte de atrás con la pared. Escuchaba atento los jadeos y gruñidos placenteros provenientes del rubio aumentando la temperatura en su cuerpo y parte baja. Su excitación no tardó mucho en hacerse presente en su pantalón.
Aquella situación se le tornaba demasiado tentadora e incitante. Ya con su cordura poco a poco yéndose al diablo inconsciente bajó una de sus manos hacía su bulto comenzando a acariciarlo por encima de la tela de su vestimenta.
Los gemidos de Gustabo eran la música más hermosa que había escuchado en su vida. Eran tan dulces y delicados que con solo oírlos ya podía sentir que se correría ahí mismo.
—Horacio... — suspiró de nuevo su nombre.
El aludido mordió de nuevo sus labios con fuerza casi haciéndose daño queriendo acallar los gemidos de excitación que querían salir desesperados de su boca al aumentar las caricias en su dolorosa erección.
Sin aguantar mucho más y tomando valor, dejó lo que estaba haciendo y se plantó en la entrada del cuarto viendo como el mayor al reparar en su presencia se detuvo en su hacer y se sentó en la cama reflejando en su rostro sorpresa y terror.
—¿H-Horacio qué haces aquí?. — preguntó con visible nerviosismo tratando de ocultar un poco con sus brazos su semidesnudez.
—Vine con la intención de disculparme contigo por lo que hice hoy en comisaría. Me sentía culpable y me encuentro con la sorpresa de que estas haciéndote una paja en mi nombre. — el de ojos bicolor cruzó sus brazos fingiendo indignación.
El más bajo de ambos lo miró unos segundos en silencio no sabiendo que contestar.
—Yo... yo. — se sentía torpe, las palabras no salían de su boca. Seguro sus pocas neuronas se habían terminado de fundir en esos momentos.
A Horacio se le hizo tierna su reacción, acortó su distancia y se arrodilló sobre la cama de este quedando ambos frente a frente. Con delicadeza tomó la barbilla del rubio mirándolo directamente a los ojos.
—Gustabo... te deseo como no tienes idea, siento que no puedo contenerme más ¿por qué me haces esto?. — susurró cerca de su rostro. El aludido dudó por unos segundos en contestar pero finalmente abrió la boca.
—No te contengas entonces. — sentenció dándole por fin vía libre al de cresta blanca.
Sin meditarlo mucho juntó sus labios con los del mayor en un beso lento pero a la vez lleno de necesidad y lujuria. Saboreó con su lengua cada rincón de la boca de este encontrándola demasiado adictiva. Se separaron lentamente buscando un poco de oxígeno. Sus miradas se conectaron reflejando en ambos un desesperante deseo el uno por el otro.
Horacio bajó hacía el cuello del más bajo comenzando a atacarlo con besos y lamidas, probando cada centímetro su piel, arrancando algunos jadeos en este. Por su lado Gustabo buscaba más contacto con la piel contraria así que con algo de afán le retiró al de cresta su chaqueta del FBI al igual que la camisa que llevaba por debajo dejando descubierto su torso y espalda que sin perder tiempo comenzó a acariciar con necesidad. Gimió alto al sentir la mano del menor colarse entre ellos procediendo a masturbarlo lentamente. No queriendo quedarse atrás llevó sus manos hacía el pantalón de este bajándolo por completo liberando su dureza y rápidamente le devolvió el favor masturbandolo de igual manera a como él lo estaba haciendo.
—Ah... Gustabo. — paró lo que hacía y con suavidad empujó el pequeño cuerpo de su amigo dejándolo recostado en la cama. Se acomodó mejor en ella quedando su rostro a la altura de su pelvis, miró al rubio pidiéndole permiso de continuar, al verlo asentir con su mano volvió a tomar el miembro de este para empezar a introducirlo en su boca comenzando un vaivén lento moviendo su cabeza de atrás a adelante. Más gemidos y gruñidos acompañados de maldiciones se hicieron presentes en los labios del rubio disfrutando y sintiendo como la boca de Horacio lo estaba llevando al éxtasis.
El de ojos bicolor devoraba aquel falo apetitoso aumentando poco a poco sus embestidas, le encantó la sensación de tener a Gustabo retorciéndose de placer a causa suya.
Aún percibía la escena como algo surrealista, algo sacado de sus fantasías más remotas. Cerró los ojos complacido de poder saborear finalmente aquella extensión salada que literalmente le hacía agua la boca. Succionaba, mordía y lamia esperando que con cada cometido se ganase la aprobación de su rubio dejándole escuchar los preciosos sonidos de placer que exclamaba sin pudor alguno.
—¡Me corro!. — avisó después de unos minutos el rubio, alcanzando el punto máximo de su excitación jalando levemente los cabellos blancos del chico bajo él.
—Córrete bebé, dámela toda. — dijo sacando la erección de su boca para volver meterla por completo en ella embistiendo de nuevo con más profundidad. Vio a Gustabo alzar sus caderas y soltar un gritó corriéndose finalmente pudiendo degustar su dulce néctar.
"Delicioso".
Tragó todo y pasó la lengua por sus labios limpiando los restos de semen en ellos.
—¿Te... tragaste eso?. — preguntó con palpable vergüenza y las mejillas sonrojadas. — Es sucio.
—No es sucio, sabes muy bien, no tienes idea cuántas veces deseé hacer esto. — admitió sintiendo también sus mejillas arder.
—Cerdo... — susurró girando su cabeza apartando su mirada del más alto.
Este rio ante su acción y se levantó acercando su rostro al del rubio que lo volvió observar con ojos cansados y la respiración aún agitada por el reciente orgasmo.
Besó con extrema dulzura todo su rostro haciendo que el mayor riera por lo bajo al sentir cosquillas. Horacio se separó y volvió a observarlo con más detalle. Su piel era blanca y deliciosa, sus cabellos dorados que ahora se encontraban desordenados adornaban su cabeza de manera adorable, clavó su mirada en esos preciosos ojos azules con los que soñaba todas las noches y finalmente reparó en esos labios rosados que siempre tuvo ganas de probar.
Gustabo era tan hermoso que casi parecía ser irreal. Ahora que lo tenía tan cerca lo confirmaba y se preguntaba como no pudo haberlo notado mucho antes.
—Horacio. — lo llamó con suavidad sacándolo de sus pensamientos.
—Gustabo, quiero... si tú.... me dejas... — sintió un nudo en el estómago, realmente quería continuar y consumar lo que había empezado con él. Tenía miedo de recibir una respuesta negativa o rechazo por su parte.
—Adelante. — el rubio comprendió y se acomodó sobre la cama separando las piernas lo suficiente para verse su entrada.
Bajó su mirada hacia el círculo carnoso de su compañero y acercó dos de sus dedos a la boca de este. Gustabo chupó las falanges hasta que las sintió lo idóneamente lubricadas con su saliva.
Al tenerlos listos los dirigió ahora a la entrada del rubio comenzando por introducir uno de ellos, el más pequeño frunció el ceño al sentir una pequeña molestia que no pasaba a mayores. Pasado unos minutos procedió a introducir el segundo dedo moviéndolos un poco alistándolo para la siguiente intromisión. Estuvo atento a los sonidos de él, no quería hacerle ningún daño así que esperó si quizás escuchaba algún quejido por su parte. Retiró los dedos y se acomodó entre las piernas del rubio tomando su propia erección, escupió en su mano y procedió a cubrir su dureza con su saliva utilizándola a modo de lubricante natural.
Miró como Gustabo hacía una mueca de asco ante su acción sacándole una sonrisa de burla. Se concentró acercando su miembro al trasero del mayor presionando su glande con el agujero, finalmente entrando en él despacio.
—J-joder... — no imaginó que su amigo fuera a ser tan estrecho para él. Cada vez que se introducía más y más sentía estar ya en el paraíso. Se sostuvo con su mano libre apoyándola en una de las piernas del mayor. El placer de estar dentro de Gustabo lo golpeo de repente haciéndolo temblar levemente. Comenzó jadear a la par del rubio quien expectante dejaba que el menor continuara.
Estando ya completamente adentro esperó unos segundos a que se acostumbrara a su falo, alzó los orbes buscando sus ojos color cielo que lo miraban con el mismo deseo e intensidad que él poseía.
Comenzó a mover sus caderas lentamente embistiendo al rubio, los dulces gemidos de este no tardaron a llegar a sus oídos deleitándolo e incitándolo a continuar.
—G-gustabo... — jadeó sosteniendo sus piernas para separarlas y darle un poco más de acceso.
—M-más rápido, Horacio. — encorbó su espalda queriendo más de él.
Gustoso cumplió con su demanda aumentando poco a poco las embestidas en la entrada del rubio. Su estrechez estaba enloqueciéndolo, los gemidos comenzaron a salir descontrolamente de sus labios.
—¡Joder!. — gruñó el de ojos azules jalando con sus dedos la sabana de la cama.
Horacio aumentó sus penetraciones llenando por completo la habitación de sonidos obscenos entremezclándose con los gemidos y gritos de placer de ambos en una armoniosa melodía.
Tomó en su mano la erección del rubio empezando a moverla con rapidez al mismo tiempo que continuaba penetrándolo aumentando la velocidad y profundidad de sus embestidas. El rubio gritó y se retorció en su lugar al sentir como rozaba ahora su próstata. Gimió el nombre de su compañero al llegar al punto culmine del éxtasis manchando con su semen la mano de este y su propio vientre.
El de ojos bicolor cerró sus orbes con fuerza y echó la cabeza hacia atrás cuando la entrada del más bajo comenzó a apretarlo deliciosamente llevándolo al borde de la locura.
—¡Me corro, me corro!. — el cosquilleo aumentó en su vientre y dando las últimas estocadas se corrió dentro del rubio llenando todo el interior de su esperma. Cayó sobre el chico tratando de recuperar el aliento, sintió los dedos de este acariciando su nuca con suavidad.
—Joder... — suspiró el de ojos celestes aún con la respiración agitada. —Fue...
—Increíble. — completó la frase el más alto levántandose de encima de él y rodando hacia su costado en la cama. Conectó sus ojos con los del rubio y pasó uno de sus dedos acariciando sus labios. —Eres precioso. — soltó de la nada logrando que las mejillas del contrario se sonrojaran. Sonrió ante su reacción.
—Qué dices... — volteó su cabeza al lado contrario de este por unos segundos y volvió a encararlo. —¿Desde hace cuanto tiempo querías follarme?. — le cuestionó frunciendo sus labios esperando una respuesta.
—Eh... — se removió nervioso por la pregunta repentina. —Digamos que ha sido desde siempre. — el rubio enarcó una ceja.
—Resumiendo... desde hace mucho tiempo he sentido, bueno, cosas hacía ti solo que traté de ignorarlas. — explicó mientras jugaba con sus dedos con inquietud. —Por la relación que hemos llevado y porqué no quería hacerte sentir incómodo. Y cuando te fuiste te vacaciones, te eché mucho de menos y no dejaba de pensar en ti, pensando, pues... cosillas. — terminó de hablar y dejó un pequeño beso en el hombro de su compañero. Este le sonrió y se acercó a su cuerpo recostando la cabeza en el pecho del menor.
—Quiero dormir, estoy cansado y hoy fue un día de mierda.
—¿Cómo que día de mierda?, ¿no te gustó lo que hicimos?. — bufó indignado escuchando como el rubio reía.
—Follas muy mal Horacio. — lo picó queriendo hacerlo molestar.
—Entonces a lo mejor tendré que follarte más seguido hasta que te guste. — susurró cerca de su oído y soltó una carcajada viendo como las orejas de Gustabo adquirían un color rojo.
—Gilipollas. — dijo en voz baja sintiendo el cansancio apoderarse de su cuerpo y sus párpados se cerraron quedándose dormido sobre el pecho de su amigo.
Horacio depositó un beso en los cabellos rubios de aquel chico que tanto amaba, escuchó su acompasada respiración y relajó los hombros pasando uno de sus brazos por su cintura. Miró hacía el techo y una pequeña sonrisa se formó en sus labios.
Si Gustabo creía que sus días llegaban a ser una mierda, Horacio se encargaría a partir de ahora en cambiar eso, llenando sus días de color y del amor que tenía guardado para entregárselo todo dándole la paz y la felicidad que necesitaba en su vida.
FIN
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Historias Gustacio/Pogacio
Fanfictionhistorias de: @lovsscherry / 𔘓lαlα @Emil_neul / Emil Neul Derechos a su respectivos creadores