El mejor acto: Gustacio

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Horacio invita a Gustabo a pasar la noche en su nueva casa después del FoS


Las voces se escuchaban a la lejanía llegando a ser ininteligibles para él, todo a su alrededor comenzó a volverse ajeno en su distante y pequeño mundo. No podía apartar su vista de aquel rubio y su corazón no dejaba de sacudirse agitado dentro de su oprimido pecho.


Sentimientos encontrados eran demasiados, tanto que llegaban como olas chocando con inmensa vehemencia removiendo todo su ser.

Se negaba a hacerlo, simplemente no quería dejarlo ir de su lado de nuevo dejando un profundo hueco en lo más recóndito de su alma. Deseaba sentir su calidez, no solo el resonar de sus puños maltratando su piel, aunque incluso aquello ya le sabía bien si provenía de él. Era un auténtico masoquista o quizás el fervor de sentirlo contra su cuerpo era tan grande que lo sentía de esa manera.

Sus pies se movieron por si solos. Esta vez no se quedaría clavado nuevamente al piso observando como su espalda se alejaba más y más hasta desvanecerse frente a sus ojos.

Finalmente lo tuvo cerca, tocó su hombro para hacerle saber que ahí se encontraba.

—Gustabo. — llamó pudiendo divisar aquellos zafiros traspasar los cristales de sus lentes.

Su mirada era enigmática. Esos ojos que decían todo y a la vez nada. Inconscientemente suspiró quedándose en blanco por un momento.

La suave risa del rubio que llegó a sus oídos lo sacó de su letargo, parpadeando un par de veces se armó de valor llevando una de sus manos hasta la nuca para rascarla con nerviosismo.

—¿Qué pasa?. — lo animó a hablar al verlo quedarse repentinamente en silencio.

—¿Quieres quedarte en mi casa esta noche?.

Gustabo acalló por segundos no esperando venir para nada la invitación. Pudo ver la silenciosa súplica en los bicolores de su amigo y fue inevitable que su corazón se ablandara.

—Está bien.

Después del breve recorrido que les regaló el conductor de la limusina, parte del evento al cual habían asistido y posteriormente culminado con éxito, finalmente llegaron a la nada modesta casa del menor.

Ingresaron en ella y el mayor apresuró sus pasos para lanzarse sobre el gran sillón que había en el salón. Estaba agotado, había sido un día bastante movido y ya se había acostumbrado a la tranquilidad con la que había vivido desde hace varios meses.

Horacio sonrió al verlo cómodo en su propia casa. No
dudaría en ningún momento en concluir que el rubio de algún modo pertenecía a aquel hogar, pues él siempre sería parte de su mundo aunque pasaran meses o años donde su ausencia se hacía presente en su vida.

Gustabo se acomodó desparramándose en el asiento, después de retirarse la gorra y los lentes dejando todo sobre la mesa ratona, estiró sus brazos sobre el mullido respaldo. Buscó los ojos del menor notando como este se había mantenido inmóvil aún de pie frente a él.

Parecía perdido en sus propios pensamientos. Vio como la sonrisa que pocos segundos antes tenía en el rostro se esfumó poco a poco.

—¿Horacio?. — enarcó una de sus cejas preocupado por el abrupto cambio de su semblante.

El menor desvió su mirada y se acercó al sillón tomando asiento, siendo bastante obvio el hecho de que no quería permanecer demasiado cerca del mas bajo.

Gustabo frunció el ceño al no recibir respuesta por su parte, sumándole a esto la extrañeza de ver como la distancia que había tomado no era en absoluto disimulada.

—¿Sigues enojado conmigo?.

La pregunta de por si sonaba estúpida, no era como que un instante se borrara el dolor que le había causado al de cresta al marcharse por meses sin darle una explicación.

Aún así, tenía la vaga esperanza de que podría llegar a disipar aquel enojo que sentía su compañero con una simple disculpa y luego hacer como si nada hubiese pasado, como había ocurrido esa tarde donde volvieron a encontrarse.

Horacio clavó sus ojos al suelo. Su idea inicial era pasar aunque fuera una noche junto al rubio hablando un poco, recuperando el tiempo perdido, pero todo se vio truncado de repente cuando el rencor que sentía volvió a él.

No lo odiaba, jamás existiría ese sentimiento en su corazón si de Gustabo se tratase. Siempre sería la persona que él más amaba y amaría por el resto de su vida, no cabía ninguna duda de ello.

Pero no todo sería así de fácil...

—Es gracioso que lo preguntes. — respondió finalmente con extrema seriedad.

El rubio suspiró ladeando levemente su cuerpo en dirección al más alto. Aunque este parecía rehuir de sus ojos decidió a hablar de todos modos.

—Ya te expliqué... me fui porque quería pasar un tiempo tranquilo, lejos de tanta mierda.

—Puedo quizás entender ese punto, Gustabo. Pero el que no me hayas dicho nada es lo que más me duele. — reclamó tratando de no perder la compostura y mostrarse débil ante él. Se negaba rotundamente a hacerlo.

—Pensé que eso era lo mejor.

—¿Lo mejor para quién? ¿Para ti?. — alzó su mirada enfrentándolo al fin. La rabia comenzaba a quemarle por dentro.

Gustabo frunció los labios sin querer contestar, percibiendo como el ambiente empezaba a hacerse incómodo y tenso.

No entendía el por qué Horacio lo había invitado a su casa si aparentemente su objetivo era atacarlo con reproches que no estaba muy dispuesto a recibir.

—Creo que es mejor que me vaya... — dijo en un leve susurro que captó inmediatamente el menor.

El rubio se levantó e hizo el amago de dirigirse hacia la puerta pero al instante fue retenido por la mano de Horacio la cual se aferró a su antebrazo con fuerza.

—Suéltame, Horacio. — le exigió llenándose de paciencia. No quería perder los estribos y tener que irse a los golpes con el menor por segunda vez en el día.

—No... — afianzó el agarre de su mano y lo atrajo hacia su cuerpo mirándolo desde arriba. El rubio agachó la cabeza. Ahora era él quien huía de sus ojos. —Eres un egoísta, solo piensas en ti. — las palabras salieron por si solas de su boca cargadas de veneno.

—¿Egoísta dices?. — lo encaró dando un manotazo para zafarse del agarre de sus dedos. —Si fuera egoísta nunca hubiera contactado contigo y me hubiera largado para siempre sin decirte una sola puta palabra.

—Me contactaste porque seguro ya te sentías solo y no tienes a nadie más.

Sabía que estaba siendo hiriente pero le importaba poco en el momento. Tenía un inmenso peso que quería descargar y lo haría de una vez por todas.

Gustabo tensó la mandíbula remarcando aún más su ceño fruncido.

—¡No tengo a nadie más porque el único que me importa en esta mierda de mundo eres tu, gilipollas!. — estalló dándole un empujón al menor el cual hizo que trastrabillara un poco hacia atrás.

Horacio lo miró aturdido reaccionando de inmediato cuando la mano del mayor ya se posaba sobre la manija de la puerta. Colocó ambas manos en sus hombros estampando su espalda con la pared de al lado de la entrada.

—¡Joder, déjame ir ya si tanto me odias!. — se retorció en sus manos buscando apartarlo de su cuerpo pero era innegable el hecho de que Horacio era mucho más fuerte que él.

—¡No te odio, Gustabo! ¡Te equivocas!. — llevó las manos de sus hombros tomando con fuerza la tela de su sudadera sujetándolo por el pecho. —¡Entiéndeme, para mi no es fácil esto!.

—¿Y cuando vas a entenderme tu a mi?. Estuve encerrado por años en un maldito hospital, medicado y tratado como si fuera un jodido psicópata y cuando logro salir me obligan a trabajar en el puto FBI bajo la amenaza de que si no lo hacía me matarían.

El menor lo escuchaba atentamente destensando ligeramente su cuerpo.

—Fue demasiado, quería apartarme de todo eso y poder respirar tranquilo aunque fuese un tiempo y luego vería que hacer. Y pensé también que ya había hecho suficiente daño con el problema de Pogo, creí que alejarme de ti era lo mejor, dejar que fueras libre de mi... que estarías mejor sin mi. — confesó mientras su tono de voz iba a apagándose poco a poco con cada palabra. Estaba abriéndose finalmente, exponiendo por primera vez en voz alta lo que pasaba por su cabeza.

El menor sintió una punzada atravesarle el pecho. Sus manos se volvieron débiles dejando al rubio en libertad.

Se dio unos cuantos segundos para asimilar aquello. Había asumido estúpidamente que a Gustabo no le importaba en lo más mínimo el como llegaría a hacerlo sentir, que solo se preocupaba de su propio bienestar.

Sacó conclusiones apresuradas dejándose arrastrar por sus emociones. Quizás quien en realidad estaba siendo egoísta era él.

La culpa le llegó de golpe derrotándolo por completo.

Tenía razón, nunca lo había entendido.

—Gustabo... — murmuró a la par que mordía su labio inferior, su mirada se mantenía fija en sus propios pies sin atreverse a mirarle a los ojos. —No he estado mejor sin ti. Ha sido un infierno.

El mayor permaneció en el mismo lugar dirigiendo brevemente su vista al rostro del mas alto notando una expresión de profunda tristeza en el.

—Horacio...

Sus miradas volvieron a conectarse ante aquel llamado. El menor levantó una de sus manos posándola con algo de timidez sobre la sonrosada mejilla del más bajo.

—Lo siento.

Gustabo sonrió suavemente. El ambiente se había aligerado un poco.

Desde el principio podía entender las razones de Horacio pues desde que le envió el primer mensaje ese mismo día, sabía que su reacción posterior a eso no seria muy lejana a la que acababa de tener.

—Yo también lo siento. — se dejó llevar por la calidez de la mano del mas alto viajando por su rostro.

—En verdad te extrañé tanto. — sus dedos se deslizaron por el mentón del rubio volviendo a subirlos hasta su frente, atrapando entre sus yemas ese pequeño mechón de cabello que siempre asomaba en el mismo lugar.

Sus miradas se mantenían fijas y no sabían por qué sus corazones comenzaron a latir con fuerza.

—Yo también te extrañé. — se inquietó un poco viendo como todo se había vuelto repentinamente más íntimo entre ellos.

Los ojos bicolores de Horacio fueron a parar a esos rosados labios que Gustabo poseía. Sus emociones estaban a flor de piel, su respiración comenzó a acelerarse y con ella los latidos de su corazón que juraría que a ese punto saltaría de su pecho.

Posó su pulgar en el labio inferior del mayor y lentamente lo movió comenzando a delinear con el sus belfos que eran realmente suaves. Vio el nerviosismo apoderarse de Gustabo y una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro.

—Como dije esta tarde... tu eres la persona más importante para mi, Gustabo. — llevó la mano contraria hasta la nuca del rubio para acercarlo un poco más hacia él.

—Eres un goloso. — dijo riendo levemente contagiando al menor, lo observó fijamente tratando de relajarse y dejarse arrastrar por aquel revoltijo de emociones que cosquilleaban en su estómago.

Horacio vio los labios de Gustabo entreabrirse con delicadeza, sintiendo aquello como una invitación, acortó la poca distancia que los separaban hasta que sus labios se tocaron comenzando un beso dulce y lleno de anhelo.

Era curioso como hace pocos minutos estaban peleando y ahora sus labios se buscaban con infinita necesidad. Aquella dualidad que los caracterizaba se hizo más que presente en esa noche cálida y de inmensurable quietud.

Caótico y calmo.

Dos palabras que siempre definieron su relación, tan singular que a ojos ajenos jamás podría ser concebido.

El menor se sorprendió al sentir la lengua del rubio resbalar dentro de su boca, no esperaba que tomara la iniciativa. Sujetó su pequeña cintura con ambas manos y profundizó el beso que compartían, permitiendo que su lengua danzara con la del mayor.

Se separaron cuando irremediablemente sus pulmones reclamaban oxígeno, sus alientos golpearon contra sus rostros logrando acariciar los pómulos del contrario.

No pasó mucho tiempo para que sus bocas volvieran a encajar de nuevo y así fue una y otra vez hasta que sus belfos ya comenzaban a hincharse, podían incluso quedarse así toda la noche. El sabor de la boca del otro era adictivo. No iría muy lejos la idea de que tal vez deseaban contar cada beso por cada día que pasaron separados.

Horacio se animó a dar un paso más moviendo sus manos hasta descenderlas por el trasero de Gustabo, estrujándolo con poca fuerza. Sintió como este sonrió contra sus labios y se separó inmediatamente para soltar una pequeña carcajada lo cual extrañó al menor pero aún así sonrió divertido ante su inesperada reacción.

—¿Por qué te ríes?. — cuestionó volviendo sus manos a la cintura del rubio.

—No sé, Horacio, esta situación me parece un poco surrealista. — pasó una de sus manos por su cabello dorado, posando la otra sobre el pecho del más alto. —Hace muchos años que tu y yo no estamos de esta forma.

—Lo sé... pero... — mordió delicadamente su propia lengua.

Si bien hace instantes se encontraba dolido y enojado con él, debía de admitir que desde el momento en que volvió a ver a su compañero después de tanto tiempo, había despertado demasiados sentimientos en él y uno de ellos no era precisamente algo muy puro.

Después de todo no perdió en ningún momento el tiempo en lanzarle unas cuantas indirectas dando entender que lo que quería hacer con él no abarcaba solo en darle un simple abrazo.

Por su cabeza pasaba una y otra vez la imagen de tener a Gustabo desnudo bajo su cuerpo fundiéndose de placer mientras lo hacía suyo, después de presenciar aquel bochornoso acto que aunque para todos a su alrededor fue algo incómodo, para él había sido curiosamente estimulante.

Se inclinó hacia su cuello olfateando su aroma, dejando unos cuantos besos húmedos sobre el.

—Quiero estar contigo esta noche, Gustabo. — susurró contra su oreja metiendo sus manos por debajo de su sudadera, acariciando su pecho sobre la fina tela de la camisa que llevaba por debajo.

El rubio solo se limitó a dejarse hacer acariciando con calma la amplia espalda del menor, ladeando su cabeza para dejarle tener más acceso a su cuello.

Horacio colocó sus brazos bajo las piernas del mayor alzándolo contra su cuerpo, este se enredó en su cintura y cuello para no perder el equilibrio.
Caminó cargándolo hasta depositarlo con cuidado sobre el sillón y posicionándose sobre él.

Volvió a atrapar sus labios, mientras sus manos recorrían de arriba a abajo los costados del cuerpo de Gustabo. Alzó su sudadera mientras el rubio estiraba los brazos para facilitarle la tarea de quitársela, repitiendo la misma acción con la camisa hasta dejar su torso completamente desnudo.

Abandonó sus labios comenzando a recorrer con los suyos su mentón, bajando hasta su clavícula sin detener su camino de besos hasta llegar a su abdomen. Estaba encantado escuchando los suaves suspiros que escapaban de la boca de su compañero.

Se detuvo solo por breves segundos para retirarse los guantes negros que traía puestos, con la finalidad de poder explorar con sus manos desnudas cada centímetro de la sedosa y lechosa piel del rubio.

Gustabo se concentró en quitarle su americana deslizándola por sus hombros, comenzando luego a desabotonar su camisa con una lentitud que se le hizo bastante sensual.

Horacio se acomodó entre sus piernas hundiendo sus rodillas sobre el sofá, permitió que las manos de
Gustabo palparan su torso ya descubierto. Se dobló hacia él hasta que sus pelvis se rozaron.
Ambos dieron un pequeño respingo al mismo tiempo cuando la erección del otro se hizo notable.

Para el menor esto fue el detonante para terminar de encenderse por completo. Comenzó un jugueteo erótico moviendo sus caderas contra las del mayor simulando pequeñas penetraciones consiguiendo que sus erecciones chocaran sin cesar.

Por supuesto no pudo reprimir sus gemidos desbordando deseo, y su vaivén aumentó un poco más al observar las expresiones del mayor derritiéndose bajo su cuerpo. Sin duda eso era el espectáculo más maravilloso que había presenciado aquel día.

—Horacio... — suspiró retorciéndose sobre el sillón debido al placer que se empezaba a acumular por sus insistentes roces. —Quítame ya esta mierda. — demandó tomando el borde del pantalón entre sus dedos.

La poca ropa que quedaba ahora empezaba a sofocar y Horacio no pudo estar más de acuerdo con ello.

Rápidamente y con la excitación a tope, desnudó a su compañero mandando a volar su pantalón y ropa interior, imitando las mismas acciones con sus prendas, hasta que ambos al fin se encontraron totalmente desnudos.

Se dieron unos momentos para admirar sus cuerpos por primera vez en años, reparando en cada detalle nuevo en estos como cicatrices y una que otra marca de quemadura.

Sus miembros se mantenían húmedos esperando a ser atendidos con desespero, pero la noche apenas se alzaba y sobraría tiempo para satisfacer la inenarrable lujuria que los envolvía, acallar el insoportable sofoco de tener sus cuerpos hundiéndose de placer por el otro.

Horacio levantó una de las torneadas piernas del mayor hasta la altura de su rostro y dejó unos cuantos besos en la parte interna de su muslo, causándole escalofríos y pequeños jadeos al rubio que le fue imposible contener.

Cerró los ojos disfrutando del dulzor que bañaba su cremosa piel, acercando sus gruesos labios peligrosamente a su entrepierna. Lo sintió temblar ligeramente al sentir su respiración golpear con aquella parte sensible. Alzando sus bicolores hacía él, dejó una prolongada lamida en todo el largo de su duro y húmedo miembro que palpitó ante el tacto de su lengua caliente. Un gruñido acompañado con su nombre escapó de los hinchados labios del rubio.

Saboreó su falo hasta dejarlo cubierto de su propia saliva, deleitándose con los ocasionales gemidos del mayor que comenzaban a resonar como una dulce melodía en sus oídos.

—Eres delicioso, Gustabo. — balbuceó tomando entre sus labios el glande rosado empezando a succionarlo con paciencia, queriendo obtener lo mejor posible de su indescriptible pero agradable sabor.

Gustabo gimió arqueándose sobre los cojines del sillón, llevando sus manos hasta la cresta de su compañero, jaló sus hebras rojizas con los dedos.

Haciendo caso omiso a la fuerza que empleaba los dedos de Gustabo sobre su cabello, capturó su miembro ingresándolo por completo al interior de su boca, hasta hacerlo topar con su garganta.
Sin perder un ápice de segundo, comenzó un vaivén de arriba a abajo ni muy lento ni muy despacio.

Así pasó un largo rato devorando, chupando y lamiendo su dureza encontrándola exquisita. Cada minuto era gloria para ambos.

El menor acrecentó los movimientos de su cabeza creando uno que otro sonido obsceno con su boca mientras succionaba con urgencia el falo que tantas noches había soñado con volver a probar.

Las piernas del mayor se apoyaron sobre su espalda y dejando un poco de espacio entre ellos, con sus dedos acariciaba de forma circular su abdomen plano. Bajó sus dedos por los escasos vellos rubios que adornaban su parte íntima rozándolos unas cuantas veces con sus yemas, captando con ellas su delicada textura.

Gustabo no pudo aguantar más la presión que se formó en su bajo vientre, iba a explotar de placer.

—H-horacio me corro, sácala. — colocó ambas manos sobre las mejillas del menor buscando apartarlo, pero para su sorpresa se negó a hacerlo quedándose clavado en su lugar.

No quería correrse en su boca, se le hacía un tanto desagradable.

—¡Horacio!.

El más alto se aferró a su cintura dispuesto a recibir todo de su compañero, cerró los ojos sin detenerse, ignorando por completo su llamado.

—¡Joder!. — gimió eyaculando irremediablemente dentro de la cavidad bucal del menor.

Tragó su esencia degustando cada gota de ella, al ver que el rubio terminó de tener su orgasmo, sacó el miembro de su boca y se enderezó topándose con sus ojos azules.

—Eres un cerdo. — reprochó con la respiración agitada, bajando las piernas de la espalda del menor.

Horacio soltó una pequeña risita aproximándose al rubio, selló sus labios con los del contrario en un beso lento pero travieso. Ahogó un gemido en la boca ajena cuando los dedos del mayor se enredaron en su polla mientras hacía una ligera presión con su pulgar en el glande hinchado y rojizo.
Lo masturbó lentamente sintiendo como sus dedos se empaparon con su excitación.

—Gustabo... — jadeó rompiendo el beso, quedándose a escasos milímetros de su rostro hizo que sus calientes respiraciones se entremezclaran. —¿Quieres seguir?. — lo miró buscando duda en sus orbes zafiros.

Si bien aún no había tenido suficiente de él, tampoco quería presionarlo, ni mucho menos obligarlo a saciar sus deseos.

—Anda, Horacio, si ya llegamos a este punto démosle un final. — sonrió mientras levantaba su mano acariciando con el dorso de sus dedos la mejilla morena del menor.

Al obtener su aprobación, en un parpadeo el de cresta se incorporó y corrió escaleras arriba dejando al rubio levemente aturdido.

Al poco tiempo volvió con un pote de lo que parecía lubricante entre sus manos, Gustabo comprendió soltando un pequeño suspiro.

—Bien... — destapó el pote tomando con sus dedos una cantidad generosa de lubricante, acto seguido lo esparció con la palma de su mano por todo el largo de su erección hasta dejarla completamente cubierta.
Dejó el recipiente a un lado acercándose hasta volver a quedar entre las piernas del mayor.

Gustabo separó sus piernas colocándolas a ambos costados de la cadera del menor. Su corazón comenzó a palpitar con vigor y su respiración se hizo más pesada.

Horacio notó fácilmente su nerviosismo. Deslizó sus manos con extrema delicadeza por sus muslos tratando de tranquilizarlo.

—Te prometo que seré cuidadoso. — infundiendo seguridad, acercó su falo hasta rozar la entrada del mayor, el solo contacto bastó para que sus vellos se erizaran. Estirando su mano contraria, dejó una suave y tierna caricia sobre sus labios. —Pero si quieres parar, lo haré.

Gustabo se concentró en observar aquellos bicolores que lo miraban con anhelo y ternura. Claro que jamás le pediría que se detuviera, seria el primero en querer en tenerlo dentro de su cuerpo.
De igual forma, no era algo a lo que estuviese acostumbrado a hacer y ese era su mayor temor.

—Tu sigue. — susurró con firmeza tratando de relajar sus músculos tensos.

Horacio asintió y empujó su cadera adentrándose poco a poco en el círculo rosado del mayor hasta estar totalmente dentro de él, siempre atento a sus expresiones por si llegaba a lastimarlo

Las sensaciones le llegaron de golpe. Sus paredes eran jodidamente estrechas y cálidas. Tuvo que apoyar sus manos sobre el sillón para estabilizarse, resoplando varias veces, apretó sus párpados con fuerza.

—Joder... Gustabo, me vas matar. — pronunció apenas resistiendo el impulso de penetrarlo como un poseso.

El rubio mordió su labio inferior sintiendo la dureza del menor dentro de sí. Extrañamente no dolía, como si ambas partes hubiesen encajado como piezas perfectamente colocadas. Su pene volvió a ponerse erecto poco a poco.

Ambos se quedaron inmóviles un buen rato esperando a
que sus cuerpos se acostumbraran al ajeno. El primero en moverse fue Gustabo quien sacudió su cadera incitando al otro a continuar su unión.

Horacio empezó a moverse acompasadamente de atrás a adelante.

—H-he querido hacer esto desde que ocurrió el acto del osito. — admitió entre pequeñas risas acomodando sus manos a los lados de la cabeza del mayor dejando su cuerpo elevado sobre él.

—Joder... Horacio ¿En serio tenías que mencionarlo en este preciso momento?. — hizo una mueca de desagrado que logró que el de cresta diera una risotada.

—Perdón. — aumentó sus embestidas poco a poco hasta que de sus bocas solo acataron a salir jadeos y suspiros de placer.

—Ah... Horacio, más, más. — suplicó entre gemidos estirando su espalda y juntando sus piernas aprisionando con ellas la cintura del menor.

Horacio gruñó un par de veces entrando y saliendo de Gustabo con fiereza.

—¡Ah Gustabo, ah Gustabo!. — gritó sin pudor alguno hundiéndose en el exquisito placer de la estrechez del cuerpo del aludido que lo tenía al borde la locura.

Sintió las uñas del rubio enterrándose en la piel de sus brazos, viendo como se estremecía enloquecido bajo su cuerpo. Disfrutaban cada embestida que llegaban a ellos como olas de calor que derretían sin piedad sus cuerpos.

El menor flexionó sus brazos comenzando a restregarse contra el cuerpo del más bajo aumentando el ritmo de sus caderas. Alcanzó con su boca su apetitoso cuello dejando largas y mojadas lamidas sobre el.
Los gemidos de ambos eran cada vez más altos inundando por completo la silenciosa estancia.

—Ah... no quiero parar n-nunca. — expuso el de cresta gimiendo sin control cerca al oído del rubio causándole escalofríos que viajaban por toda su espina.

—Mierda, Horacio. — recorrió con sus uñas la extensión de los fornidos brazos del menor dejando marcas rojizas por el camino hasta clavarlas en sus duros hombros.

Horacio se incorporó de nuevo irguiendo su espalda, afianzó con ambos brazos una de las piernas del mas bajo descansándola sobre su hombro.
Continuó ahora dando estocadas fuertes y lentas en su entrada sacudiendo con cada una el cuerpo de Gustabo. Divisaba como sus preciosos ojos azules se cristalizaban por las pequeñas lágrimas de placer que se acumulaban en ellos.

Sus estocadas minuto a minuto fueron profundizándose hasta alcanzar de nuevo un vaivén errático, el placer era abrumador y sus cuerpos comenzaban a ser cubiertos por una fina capa de sudor.

—Ah, no puedo...

—N-no puedo más. — ya estando en su límite, no se detuvo hasta descargar su semilla en el interior del mayor, lanzando un gemido ronco inundó la apretada cavidad con su espeso y cálido esperma.

Su cuerpo se rindió ante el prolongado orgasmo que lo hizo vibrar de pies a cabeza, cayó exhausto sobre el rubio justo cuando este llegó también a su clímax machando con su semen ambos cuerpos y parte del cuero del sillón.

Sus piernas temblorosas volvieron a separarse recibiendo entre ellas al menor. Gustabo se abrazó a él mientras se recuperaban de aquellas arrolladoras sensaciones que los derrotaron. Horacio alzó su cabeza posándola sobre la del mayor uniendo sus sudorosas frentes. Sus ojos se encontraron viéndose el silencio por segundos que parecieron ser eternos.

Se acomodaron sobre el amplio sofá quedándose uno al lado del otro con sus rostros a poca distancia, mientras sus dedos viajaron por el cabello del contrario en pausadas y dulces caricias. Las falanges de sus manos opuestas permanecieron entrelazadas en medio de ellos.

—Si hubiéramos hecho esto en el escenario del Fame or shame seguro nos hubieran aplaudido. — comentó burlonamente mientras reía.

—Eres un enfermo, Horacio. — jaló sus cabellos rojos consiguiendo que el más alto soltara un quejido por el maltrato a su cuero cabelludo. —Pero me gusta. — concluyó por decir riendo quedamente.

—¿Te gusta que sea un enfermo?. — lo miró curioso sonriendo ampliamente. El rubio chasqueó la lengua.

—No exactamente, me gustas tu. — se ruboriza apenas captando lo que él mismo acababa de confesar. —No me hagas explicarlo ahora. — desvió su mirada indignado con su compañero sin razón aparente.

Horacio sonríe con dulzura dándole un suave apretón a la mano del mayor que se mantenía enlazada con la suya.

—Tu a mi me encantas.

—Cállate.

—Por cierto, si nuestros reencuentros seguirán siendo así entonces vete más seguido. — bromeó bajando su mano para acariciar su nuca.

—Perfecto, entonces mañana mismo me largo de nuevo.
— lo dijo con tal seriedad que fue imposible que el menor lo observara abriendo los ojos horrorizado.

—¡No, No! No te vayas, por favor. — suplicó abrazando al rubio con fuerza. Este se enterneció con su reacción. Seguía comportándose a veces como un niño pequeño.

—Tranquilo, era broma, no me iré. — le habló despacio volviendo a dejar caricias sobre su cresta despeinada.

—Eso espero... — masculló contra su pecho.

Cerró sus parpados dejándose envolver por la calma que le brindaba el sonido apaciguado de los latidos del corazón de Gustabo.

El mejor acto sin duda alguna fue el de sus cuerpos volviéndose uno solo después de un largo tiempo en el que anhelaron cada día volverse a reencontrar.

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