🎀 Payaso amoroso 🎀:Pogacio

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"Horacio siempre a tenido a muchos hombres detrás de él, a Pogo no le gusta para nada eso" 

—⚠️Conductas más toxicas que Chernobyl. Referencia trastorno psicológico⚠️


–No, lo siento. No quiero salir contigo. No me gustas y, sin ánimo de ofender, me das miedo –declinó cortésmente Horacio al apuesto hombre que se encontraba frente a él.

El sujeto lo miró durante un buen rato, él menor de los dos se encogió sobre sí mismo bastante incómodo. Al final le sonrió y se retiró sin decir otra cosa dejando a Horacio aliviado, no se dio cuenta que había estado aguantando la respiración. Tomando con fuerza las asas de su vieja mochila, se dirigió a casa donde la única persona que lo amaba, Gustabo, lo estaba esperando.

Habían sido días bastante difíciles para el chico de cresta, de la cual Gustabo se burlaba desde que se la hizo un par de meses atrás, no sólo por su empleo ni por los apuestos y escalofriantes hombres con los que tenía que lidiar casi a diario, sino también por la enfermedad que sufría su compañero de vida.

Se conocían desde los seis años, en todo ese tiempo Horacio sabía que algo malo habitaba dentro de Gustabo. Algo terrible. A veces utilizaba un seudónimo llamado "Pogo" para nombrarse a sí mismo. En los momentos en los que era más difícil continuar, "Pogo" siempre aparecía y hacía reír a Horacio pues, al parecer, era un payaso amoroso, o al menos así se describía a sí mismo.

Horacio siempre le seguía el juego a su amigo rubio —ahora castaño— sobre Pogo, incluso le había pintado la cara un par de veces de blanco para que pudiera personificar completamente al payaso. Sin embargo, conforme pasó el tiempo, "Pogo" se volvió algo de lo que Horacio comenzó a temer.

Gustabo le contaba que podía oír a Pogo hablarle por la noche, le susurraba cosas malas al oído y lo alentaba a hacer travesuras. Bajo el nombre de Pogo, Gustabo había causado mucho daño a diversas personas. Incluso había asesinado a seres humanos, quienes quisieron pasarse de listas con el propio Gustabo o aprovecharse de Horacio.

Eso no era lo peor de todo, al día siguiente u horas después de haber cometido un asesinato, Gustabo "fingía" o era incapaz de recordar lo que había hecho.

Tras ahorrar mucho dinero, pudieron costear un psicólogo que, tras varias sesiones, diagnosticó a Gustabo con Trastorno de Identidad Disociativo, en otras palabras; múltiple personalidad. El personaje de "Pogo" no era algo que Gustabo hubiera inventado, era otra identidad —ajena a él— existiendo en su cuerpo que, en ocasiones, tomaba el control de su vida.

Como ahora, Horacio llevaba dos días conviviendo con Pogo, por escasos minutos podía hablar con Gustabo pero Pogo volvía. Siempre volvía.

No odiaba ni temía a Pogo, sabía que en el fondo era Gustabo. Sin embargo, era un gran inconveniente lidiar con el humor errático del payaso, a lo único que le tenía miedo era que hiciera algo que perjudicara permanentemente a Gustabo y por eso tenía que vigilarlo casi todo el día.

Hundido en sus pensamientos, llegó al hogar que compartía con Gustabo y podía sustentar gracias al bien pagado empleo del rubio, cocinero en un restaurante vegano, y ahora el, aunque mal pagado, nuevo trabajo de Horacio; teleoperador de una línea caliente (Pogo ni Gustabo sabían que trabajaba en una línea sexual).

Entró en la vivienda y de inmediato fue recibido por el sonido de pasos corriendo en su dirección.

–¡«Horacios»! ¡Has vuelto, has vuelto con Pogo! –gritó su amigo llegando a su encuentro.

Se abalanzó sobre él rodeándolo con los brazos y enterrando su cara en su pecho. Horacio, feliz de sentir el calor corporal de Gustabo, le devolvió el abrazo. Deposito un tierno beso en el sedoso cabello castaño del antiguo rubio, debido a que la policía lo buscaba por los diversos asesinatos que había cometido, se había teñido el cabello un par de veces siendo su color original el rubio.

–Hueles horrible –soltó de pronto separándose–. Apestas a colonia barata, ¿con quien estuviste?

–Me tope con el viejo que me intentaba ligar y se me acercó mucho, descuida, ya no lo volveré a ver –aseguró el menor de los dos.

Pogo trono la boca en señal de molestia.

Horacio siempre fue muy coqueto y ahora que tenía la oportunidad de serlo debido a que ya no pasaban penurias para llevarse comida a la boca, le gustaba vestirse bien y maquillarse.

Como si verse bien para sí mismo fuera una invitación de querer coquetear con todo el mundo, muchos hombres se acercaban a él para cortejarlo e invitarlo a salir con dobles intenciones ocultas detrás de sus perfectas sonrisas.

Horacio no tenía ningún interés en salir con ninguno de esos sujetos y menos a causa de Pogo, era muy celoso y envidioso.

Desistía y declinaba las ofertas rápidamente. Los hombres, muy a su pesar, respetaban su decisión. A excepción de uno que otro que se obsesionaban con él. Aquellos que se atrevían a molestarlo de más se tenían que enfrentar con Pogo, Horacio odiaba que su amigo tuviera la necesidad de erradicar a esos hombres pues la policía sólo recaudaría más pistas entre más homicidios cometiera y por ende, podrían encontrarlo y llevarlo a la cárcel.

Sintió la mirada enojada de Pogo sobre él, tenía el ceño fruncido y una mueca de indignación se dibujaba en sus labios. El payaso era muy posesivo, no le gustaba para nada la idea de que Horacio tuviera a tantos hombres detrás de él. El menor de los dos le había explicado muchas veces que era suyo y de Gustabo por lo que no tenía nada de lo que preocuparse, parecía no ser suficiente.

Antes de poder decir nada, Pogo se abalanzó sobre él y juntó sus labios en un beso frenético. Horacio correspondió gustoso, no sería la primera ni última vez que se besaba con Gustabo o con Pogo, su relación era bastante extraña. Siempre se habían tratado como "hermanos", pero eso no les impedía besarse o repartir caricias inapropiadas en el cuerpo del otro.

El payaso tomó con sus dientes el labio inferior de Horacio y lo jalo, fue tanta la fuerza y presión que ejerció sobre la piel que el menor lo apartó de un empujón.

–Me lastimas –confesó llevándose una mano a sus labios. El sabor de su propia sangre se coló en su boca, lo mordió tan fuerte que le provocó una leve herida.

Pogo se relamió antes de acercarse otra vez para acorralarlo contra la pared.

–No quiero que nadie se te acerque –susurro irritado–. Tú eres mío y de Gustabo.

Deslizó lentamente su mano hasta la entrepierna del menor. Esté se sorprendió ante el contacto y miró los ojos azules de su compañero notando una pizca de lujuria en estos.

–E-espera, ¿qué haces?

Pogo palpó un poco más su entrepierna antes de empezar a repartir caricias sobre el pantalón.

–¿Te vas a poner tímido ahora?

Horacio desvío la mirada avergonzado.

Ya lo había tocado de esa forma antes, no eran pocas las veces que Pogo/Gustabo le habían hecho una paja, Horacio era una persona muy caliente y se masturbaba constantemente, en ocasiones su mano ya no le era suficiente pero no por eso iba a salir y acostarse con cualquiera. Por esa razón, Gustabo y Pogo lo ayudaban de vez en cuando. Horacio se colaba a media noche en el cuarto de Gustabo y se metía en su cama, chillando y gimiendo en su propia excitación le pedía ayuda, una ayuda que el rubio siempre le otorgaba.

La mano de Pogo sobre su miembro lo trajo de vuelta a la realidad, empezó a masajear y a acariciar su falo por encima del pantalón. No quería darle al payaso la satisfacción de lograr que se excitara, pero era casi imposible. La imagen de Gustabo masajeando su miembro lo puso muy cachondo y fue inevitable que su miembro empezará a despertar.

Pogo sonrió satisfecho, metió la mano dentro del pantalón de Horacio donde empezó a masajear con la palma de su mano su pene ya erecto.

–Veo que estás muy duro aquí abajo, ¿quieres que te ayude? –preguntó en su oído.

–A-ayúdame, por favor –susurro el menor apenado.

–Pídemelo bien.

–Ah, Pogo –gimió perdiendo lo que le quedaba de dignidad–. Ayúdame, por favor. Te necesito.

El payaso sonrió antes de bajarle los pantalones solo lo necesario para sacar el miembro erecto de Horacio, el cual al sentir el contacto gimió desesperado.

Pogo empezó un vaivén lento y agradable dispuesto a hacer que Horacio disfrutara. Paso la lengua por su cuello hasta llegar a su oreja adornada por un piercing donde jugueteo con el aro plateado apretándolo con sus dientes.

Horacio se derretía de placer bajo el tacto del castaño sintiendo como aumentaba la velocidad poco a poco siendo ayudado por el líquido pre seminal que comenzaba a resbalar de su falo. Pogo abandonó el cuello del de cresta para unir sus labios en un beso salvaje y húmedo provocando ciertos chasquido de sus bocas cuando sus lenguas se entrelazaron en la boca del otro.

Pronto, un par de espasmos invadieron el cuerpo de Horacio en señal de que había alcanzado el orgasmo, liberó su semen en la mano de Pogo, quien sonrió satisfecho al ver que se había corrido. Los dos estaban jadeante y se quedaron pegados tratando de recuperar la respiración.

Pogo fue el primero en separarse para buscar algo con lo que limpiar los fluidos de su amigo. Aún con su corazón latiendo con fuerza, se acercó al payaso y lo apresó por la espalda.

–¿No quieres que yo te ayude a ti? –susurro en su oído.

–No es necesario, Pogo solo quiere que Horacio disfrute –admitió lavándose las manos.

Pese a que le gustaba que el mayor lo satisficiera, él también quería devolverle el favor, cosa que nunca había hecho.

–Te la puedo chupar –murmuró avergonzado–. Yo... Yo nunca lo he hecho, pero he visto videos y leído en Internet como hacerlo, creo que puedo...

Sus palabras fueron interrumpidas por su amigo, quien se libró de su agarre para voltearse y quedar frente a frente, el payaso colocó un dedo sobre los labios ajenos en señal de silencio.

–No necesitas "agradecerme" de esa forma, «Horacios». No tienes que esforzarte tanto.

–Pero yo quiero...

Pogo lo chito.

–No es «necesarios» –repitió retirando su dedo de los labios rosados del de cresta para dejar un corto beso sobre ellos antes de retirarse.

El menor de los dos suspiro resignado, pasó una mano por su cresta y revolvió su cabello con cierta frustración. Una vez más, había sido rechazado pero no derrotado. Horacio amaba a Gustabo y a Pogo de una manera no fraternal. Gustabo siempre había sido su héroe, siempre estuvieron juntos y se cuidaron entre los dos cuando nadie más lo hizo. Al entrar en la adolescencia, empezó a sentir cosas por su apuesto amigo y desde entonces, indirectamente, había intentando ganarse un lugar especial en el corazón del rubio, la posición de "hermano" ya no le servía.

Deseaba que Gustabo y Pogo se dieran cuenta de que los amaba y en verdad quería algo más que una simple amistad con ellos. En realidad, al que deseaba era a Gustabo pero desde la aparición de Pogo tuvo que hacerse a la idea de que el payaso era Gustabo —al menos una parte de él— y por ende, también debía amarlo.

Todo se complicó cuando empezó a pedirle "apoyo" para satisfacerse, lo hizo en un intento para volverse más cercanos. Al contrario de lo que Pogo/Gustabo creía, no le pedía ayuda porque fuera al único al que podía recurrir, sino por que en verdad se sentía atraído por él.

Cada vez que se ofrecía a llevar su relación al siguiente nivel, Gustabo y Pogo lo tomaban como que quería "pagar" las pajas que le habían hecho, les había explicado que no era así pero parecían no entender. No tenía el valor suficiente para decirle directamente sus sentimientos, prefería decir y hacer cosas que demostraran su amor, pero Gustabo parecía no entender ninguna de sus intenciones.

Escucho al mayor gritarle desde la cocina que la cena ya estaba lista. Horacio, un tanto triste, acudió a su llamado, la comida que Pogo preparó no era lo que esperaba comerse esa noche.



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Pogo cada día se volvía más dependiente y meloso con Horacio, el cual estaba encantando de la atención de su amigo pero a la vez, cada acción por su parte lo ponía nervioso y provocaba que su corazón latiera con fuerza. El mayor lo había notado y le preguntaba si tenía taquicardia. Horacio sólo lo apartaba y negaba cualquier cosa.

Gustabo no había regresado ni por unos minutos, sabía que algún día lo haría y lo esperaría el tiempo que hiciera falta, mientras haría lo que fuera para evitar la autodestrucción del payaso.

La noche había caído, las estrellas brillaban en lo más alto del cielo, al ser una ciudad pequeña se podían apreciar mejor que en cualquier sitio. Al ver el cielo, una triste sonrisa se dibujó en el rostro del chico de cresta, a Gustabo le encantaba la noche y era una pena que no pudiera apreciar aquella noche tan hermosa.

Horacio corría con apremio por la calle siendo observado con extrañeza por la poca gente con la que se cruzaba. Terminó con su trabajo antes de lo previsto y decidió esperar a que el turno de Pogo terminará para ir juntos a casa. Al llegar al restaurante donde laboraba, observó que faltaban aún unos minutos para que su amigo saliera, por los ventanales del local pudo ver a Pogo trabajando y una tonta sonrisa asomo en su rostro, se veía muy guapo con su uniforme puesto.

Ocultándose entre las sombras de la noche, se apoyó contra la pared del restaurante y le mandó un mensaje de texto a su amigo informando que lo estaba esperando con ansias.

Mientras esperaba, un hombre adulto se acercó a él, Horacio lo reconoció de inmediato, era un sujeto que lo había estado cortejando los últimos días, le había prometido a Pogo que lo rechazaría formalmente cuando lo viera, no quería hacerlo enojar o hacerle pensar que en verdad estaba interesado.

–Lo siento, no estoy buscando pareja en este momento –admitió Horacio tras una pequeña charla y una invitación extravagante por parte de aquel sujeto, quien era guapo y muy formal a simple vista.

–Una cita, solo una cena y te dejare en paz –suplicó el hombre.

El menor se removió inquieto en su lugar, ¿por qué era tan difícil entender un "no"?

–Tendré que declinar, señor.

Intentó irse pero el hombre le bloqueó el paso, el de cresta lo miró con recelo.

–Eres muy hermoso, ¿lo sabías? –murmuró.

Horacio se mantuvo impasible y observó su reloj de muñeca. Pogo ya casi salía del trabajo, si lo veía en esa situación se iba poner furioso y sólo Dios sabría de que sería capaz.

–Déjeme pasar –exigió intentando empujar a aquel desagradable sujeto.

Esté, con bastante fuerza, lo sujetó de la muñeca y lo arrincono contra la pared. Su mano libre la paso por la mejilla del menor causándole un escalofrío, su mano subió hasta su cabeza donde jugó con uno de sus mechones de cabello rojo.

–Realmente eres hermoso, daría lo que fuera por tener a alguien como tú en mi cama. Te daré lo que quieras si aceptas –susurro muy cerca de su rostro.

Tenía que irse cuanto antes. Intentó alcanzar el puño americano que llevaba oculto en el bolsillo pero fue demasiado tarde.

–¿Horacio?

Conocía esa voz a la perfección, claro que conocía ese tono alegre y burlón, pero esta vez estaba cargada con cierta rabia. Ambos voltearon en dirección a la voz encontrándose con la figura de Pogo en la entrada del callejón. Pese a que sabía que era imaginación suya, Horacio pudo jurar ver sus ojos arder en llamas.

–No... No, Pogo. Te juro que no es lo que piensas –confesó preocupado–. Lo rechace como te dije.

–Pareces tener miedo, «Horacios». Pogo te cree, Pogo confía en ti.

–¿Tu quien demonios eres? Estamos ocupados aquí.

No hubo respuesta, en su lugar, caminó hasta ellos y tomó al hombre del brazo apartándolo de Horacio con ferocidad. Con una fuerza anormal, volteó su brazo de una forma imposible, el ruido del hueso roto retumbó por todo el callejón seguido de un chillido de dolor por parte del hombre.

Seguidamente lo azotó contra el piso inmovilizándolo, sin soltarlo, Pogo sacó una navaja de su chaqueta dispuesto a cortarle el cuello.

–¡No lo mates, no lo mates! –pidió Horacio abalanzándose sobre el payaso.

–¿Por qué, acaso te importa esta escoria? –gruñó en respuesta.

–¡No me importa él! ¡Me importas tú, me importa Gustabo! No quiero que te atrapen, no quiero que mates más... Por favor.

Pogo, tras unos largos segundos, bufo colérico y volteo al hombre para quedara boca arriba, el payaso se sentó encima de él impidiendo que se moviera.

–Si vuelves a ponerle una mano encima a este chico... No, incluso si lo miras o te acercas. Te mataré, no importa si estamos rodeados de gente, ¿quedó claro? –advirtió enojado–. Él es mío.

Jalo a Horacio para aplastar ambos pares de labios juntos en un beso brusco. Aprovechando que el menor estaba demasiado impactado para responder, sin ningún permiso o aviso, metió su lengua a su boca recorriéndola en su totalidad.

Cuando lo dejó de besar, también dejó ir a aquel desagradable hombre, quien salió corriendo del callejón trastabillando. El payaso se levantó del suelo sacudiendo su ropa en el proceso.

–¿Es normal que me haya excitado? –susurro apenado Horacio refiriéndose a las palabras y el beso brusco de Pogo.

Aunque no quisiera admitirlo, le encantaba cuando se comportaba tan posesivo, le hacía sentirse importante y amado.

–No, la verdad que no. Pogo piensa que eres un degenerado –admitió encarándolo.

–¿Estás enojado conmigo? –preguntó temeroso a la respuesta.

El payaso negó con la cabeza aliviando el corazón intranquilo del menor. Horacio se abalanzó sobre él trepando en su cuerpo como si fuera un koala. Pogo lo sujeto de la espalda dando leves palmaditas en esta.

–Te quiero, Gustabo.

–Soy Pogo –rectifico el castaño acariciándolo.

–A los dos los quiero por igual –admitió contra la frente del mayor después de depositar un beso sobre esta.

Era hora de regresar a casa y así lo hicieron, en todo el camino Horacio no pudo quitarle los ojos de encima a su amigo. Se sentía seguro a su lado y sabía que nunca le pasaría algo malo mientras permanecieran juntos.

Al llegar a su casa, cenaron, se asearon y llegó la hora de dormir después de un pesado día. Horacio se encontraba en su propia habitación leyendo una revista de moda, las cuales amaba. Se acomodo boca arriba en la cama sin despegar la mirada de las coloridas páginas, pudo escuchar un largo bostezo fuera de su habitación.

–Pogo tiene sueño, Pogo agotado –interrumpió la voz del payaso su interesante lectura.

Pogo entró por la puerta vistiendo ropa holgada, su pijama, sujetaba un oso de peluche abajo del brazo, un regalo de Horacio.

Sin decir nada o siquiera pedir permiso, se arrogo a la cama, Horacio rebotó con fuerza en el colchón y enfocó su mirada en su amigo.

–¿Q-que haces?

–Pogo tiene «insomnios». Voy a dormir contigo esta noche –murmuró con los ojos cerrados abrazando con cierta ternura al oso de felpa.

–¡¿A-aquí?! –exclamó.

–Tú lo haces y no precisamente para dormir –le reclamó abriendo un ojo.

Un potente sonrojo invadió el rostro del menor, quien desvió la mirada abochornado. Cuando volvió a ver a su amigo, tenía los ojos cerrados y los brazos cruzados detrás de su cabeza manteniendo al peluche en su abdomen. Involuntariamente, se acercó para poder ver mejor el rostro del payaso.

Al sentir una mirada sobre él, Pogo abrió los ojos encontrándose a Horacio casi encima de él, quien se apartó de inmediato bastante apenado.

–Yo... Yo tampoco puedo dormir –mintió–. ¿M-me abrazas?

Pogo asintió y dejó al oso de felpa de lado. Con una sonrisa de euforia, Horacio apagó la luz del cuarto y se acostó a su lado. Casi de inmediato los brazos de Pogo lo envolvieron en un cálido abrazo por la espalda, Horacio se estremeció al quedar apoyado en el firme pecho de su amigo.

No supo cuánto tiempo pasó, ninguno habló, la suave respiración de Pogo le indicó que estaba dormido.

Sentir el calor corporal de su amigo lo estaba enloqueciendo, no era la primera vez que dormían juntos pero esta vez, por alguna razón, se sentía diferente. Debía ser por el comportamiento contradictorio del payaso, primero era posesivo y lo besaba en señal que era suyo, pero luego parecía olvidarlo y se metía a su cama para dormir abrazado a él, ¿a que estaba jugando? Ahora, por su culpa, no podía dejar de pensar en el beso que le dio en el callejón.

Sus pensamientos llenos de lujuria y lascivia hicieron que se calentara en cuestión de segundos. Dejó escapar un jadeo antes de empezar a restregar su trasero contra la ingle del castaño. Su juicio se veía nublado por la excitación, imaginarse a Gustabo dentro de él era uno de sus sueños más húmedos, sentir el miembro de esté en su trasero hizo que ardiera en deseos de cumplir sus fantasías.

Su miembro empezó a despertar y bajó la mano para acariciarse por encima del pantalón tratando de reprimir sus gemidos. Con la idea de que su amigo dormía, metió la mano en su ropa para masturbarse, movió su cadera tratando de sentir el falo de Gustabo que, por algún motivo, sentía alejarse de él.

–«Horacios» –sonó la voz de Pogo retumbando en la habitación.

Se congeló en su lugar al oír su voz, debió haberlo despertado o peor: nunca se quedó dormido y lo había estado escuchando gemir todo el rato. Fue inevitable que su rostro se tornara rojo de la vergüenza.

–D-dime –susurro en respuesta.

–¿Te estás tocando? –preguntó en tono burlón y añadió–: ¿intentas sentir mi polla en tu culo? Esos movimientos no eran normales.

Sintió su rostro arder de la humillación que él mismo se busco. ¿En qué estaba pensando al hacer eso?

–Lo... Lo sien-...

Sus palabras se quedaron en el aire en el momento que Pogo lo sujeto de la cadera y volvió a unirlo con su ingle. Un suave gemido escapó de sus labios al sentir el miembro erecto del payaso en su culo. Pogo empezó a restregarse contra él creando fricción, no pudo evitar soltar leves jadeos.

–¿Lo quieres? –susurro el castaño en su oído.

–Si... Lo quiero –respondió con voz temblorosa debido a la excitación que invadía su cuerpo.

Pogo se apartó, Horacio, un tanto confundido, volteo a verlo encontrándolo recostado en la cama. La luz que se filtraba por la ventana le mostraba a la perfección el gran bulto que se formaba en los pantalones de su amigo.

–Si tanto lo quieres, sácamelo tú.

Enmarcó con los dedos su miembro realzando la erección. Horacio trago en seco y de inmediato se abalanzó sobre Pogo quedando con la cabeza encima de la entrepierna del payaso. Horacio tomó entre sus dedos el pantalón de chándal que cubría el miembro que tanto anhelaba e intentó bajarlo, pero la mano de Pogo sobre la suya se lo impidió.

–No, con tu boca –ordenó negando con la cabeza.

Algo dentro de la cabeza de Horacio se quebró, su racionalidad se vio cegada ante tan ferviente petición que, por supuesto, iba a cumplir. La voz autoritaria de Pogo lo excitó aún más de lo que ya estaba, sintió su miembro liberar líquido pre seminal manchando sus calzoncillos.

Se sentía un tanto inseguro, temía no hacerlo bien pero la situación era tan afrodisíaca que apartó las dudas de su mente dejándose llevar por sus instintos y curiosidad. Jadeando de la excitación, tomó con sus dientes el borde del pantalón para bajarlo, Pogo levantó la cadera para que la prenda se deslizara con facilidad hasta llegar a sus muslos. Al alzar la vista, vio la ropa interior morada del payaso que ahora era la única que se interponía en lo que tanto había deseado. No pudo evitarlo y pasó la lengua por el gran bulto que formaba la delgada tela recibiendo un gemido de Pogo como recompensa.

Al ver que su acción dio resultados positivos, empezó a lamer la erección oculta llenándola de saliva, sintió el leve sabor salado de los líquidos que impregnaban la prenda por dentro. Levantó con lentitud la camisa del payaso, empezó a repartir lamidas y besos por su vientre antes de, con los dientes, bajar la última prenda que le faltaba para liberar aquel apetecible miembro.

Trago en seco cuando, finalmente, la tuvo frente a él, dura y roja deseando atención urgente. Pogo posó una de sus manos sobre la mejilla de Horacio contorneando sus labios con su pulgar.

–Adelante, haz lo que quieras –concedió el payaso con una sonrisa ladina.

Al recibir permiso, se acercó al miembro frente a él y, con cierta timidez, depositó una lamida en la punta arrancándole un gemido a Pogo. Al levantar la vista lo vio con los ojos cerrados con fuerza y las orejas completamente rojas. Esa imagen de Pogo siendo vulnerable lo incitó a continuar.

Esta vez pasó su lengua a lo largo del falo, empezó a repartir lamidas y pequeños besos por todo el miembro a la vez que comenzaba un vaivén lento con su mano.

Sin poder contenerse y decidido a dejar los juegos atrás, se metió el miembro en la boca de una estocada. El pene tocó su campanilla y le provocó un par de arcadas, pero eso no lo detuvo para seguir chupándolo y meterlo más hondo en su garganta. Pequeñas lágrimas empezaron a recorrer su rostro llevándose el poco rímel que tenía en los ojos.

El payaso gruñía y jadeaba de placer maravillado de la cálida boca del más alto. En ningún momento Pogo insistió en profundizar o marcar el ritmo de la felación, dejó que Horacio experimentará y se aventurara en aquella nueva experiencia que parecía disfrutar. El trabajo oral era asistido por la mano del menor tocando y masturbando la parte del falo que era incapaz de meter en su boca. De vez en cuando detenía el vaivén de arriba abajo que hacía con la cabeza para recorrer el glande con la lengua.

Succionando y metiéndose lo más que podía aquel exquisito falo, Pogo se corrió dentro de Horacio. Tuvo que apartar el miembro para poder tragar el semen, casi se ahogaba de lo llena que estaba su boca.

–¿Hice un buen trabajo? –preguntó con falsa inocencia relamiéndose el resto de líquido blanco que tenía en la boca.

El payaso asintió sonriendo complacido.

–Buen chico –felicitó Pogo acariciando con ternura su mejilla–. Ven, te voy a dar lo que tanto anhelas.

Hipnotizado por los luceros del payaso, se acercó y fue desvestido quedando totalmente desnudo ante su compañero de vida, se sentó sobre sus piernas quedando sus rodillas apoyadas en la cama aprisionando las piernas de Pogo.

Se besaron una vez estuvieron acomodados, al principio fue un beso tierno y gentil pero el calor en sus cuerpos hizo que el beso se tornará salvaje y apasionado. La lengua de ambos recorría la cavidad bucal del contrario jugando y peleando por el control del beso, pelea que, por supuesto, ganó Pogo sin mucha dificultad. Al separarse, el castaño recorrió el cuello del menor llenándolo de besos y leves mordidas hasta llegar a la clavícula. En su camino dejó leves marcas que se harían más notorias al día siguiente.

Las manos de ambos subían y bajaban por el cuerpo del contrario mientras Pogo, después de ensalivar sus dedos, tanteo la entrada del menor con su dedo índice esperando el momento para introducirlo. Horacio movió el trasero en señal de que se apresurara sin separarse un momento del húmedo beso que estaban teniendo.

Cuando el dedo se introdujo en su cavidad, tembló levemente soltando un fino quejido. Despacio y con suavidad, el dedo entró por completo, Horacio se removió en su lugar con cierta incomodidad ante aquella nueva sensación.

Poco a poco, Pogo fue introduciendo el segundo y hasta el tercer dedo moviéndolos en diferentes direcciones para ensanchar la entrada. Ambos se acariciaban intentando recorrer el cuerpo ajeno en su totalidad, la pena y vergüenza que pudo existir al principio ya no estaban presentes. Mientras Pogo se encargaba de prepararlo, Horacio se ocupó de levantar una vez más el miembro del payaso, empezó un vaivén lento con su mano sobre el miembro ajeno logrando que se pusiera erecto otra vez.

Pogo sacó los dedos de su interior, ambos se separaron jadeante para mirarse a los ojos. Horacio acunó en sus manos el rostro de su amigo regalándole una tierna sonrisa, su corazón no dejaba de latir con violencia sabiendo lo que se venía, estaba impaciente.

El castaño lo tomó de los hombros y lo acostó en la cama para ponerse entre sus piernas, las cuales tomó entre sus manos y las colocó encima de sus hombros, aquella posición lo dejaba totalmente expuesto ante él y se relamió los labios al ver el tremendo manjar que estaba apunto de devorar. Un manjar que solo él podía probar.

–¿Pogo te ha dicho lo precioso que eres? –murmuró sonriendo con cariño.

–¿Pero qué dices? –respondió ruborizado.

–Gustabo también piensa que eres precioso –admitió–. Y lo más importante: eres solo nuestro, ¿verdad?

–No tienes que preguntar... Solo soy tuyo y de Gustabo. Mi alma y mi cuerpo son suyos.

Pogo asintió satisfecho. Escupió en su mano para envolver su falo en saliva, así facilitaría su entrada, gracias a Horacio y su previa estimulación, un poco de líquido pre seminal también fungió como lubricante.

–¿Estás listo? –preguntó recibiendo un movimiento afirmativo de cabeza como respuesta–. Aquí voy, respira e intenta relajarte.

Mordió su labio inferior mientras sentía como Pogo intentaba hacer que la punta entrara.

Tras un par de intentos, el glande se deslizó con facilidad y un gemido quedo ahogado en la garganta de Horacio. Se debatió entre el placer y el dolor intentando que su cuerpo se acostumbrara a la nueva intromisión.

Había leído sobre la sensación que sentiría al ser penetrado, pero era bastante diferente a lo que se imaginó. Dolía, pero el dolor se veía compensando con el mismo placer. Sus piernas empezaron a temblar conforme Pogo seguía introduciendo la longitud de su falo lentamente y con cuidado de no lastimarlo.

Cuándo estuvo toda dentro, ambos gimieron de placer. Pequeñas lágrimas aparecieron en el rostro de Horacio, las cuales el castaño limpio con sus labios al inclinarse para besar a su compañero. Empezó a repartir caricias, mimos y besos por el rostro y cuerpo de Horacio intentando que se relajara y se acostumbrara. Estaba muy estrecho, sentía como su pene se ahogaba entre sus deliciosas paredes.

–¿Estás bien? –preguntó tras unos momentos–. Pogo puede parar si quieres.

–Si lo sacas... Te mato –gimió Horacio, el placer poco a poco inundaba su mente.

Tras un par más de arrumacos, Pogo empezó a mover su cadera de adelante hacia atrás lentamente. Leves jadeos salían de la boca de Horacio, el dolor había desaparecido para darle paso a un placer inesperado y exquisito.

Las embestidas aumentaron de velocidad, Pogo entraba y salía del chico de debajo suyo con fiereza. Horacio se retorcía de placer en la cama, se sentía extremadamente bien.

Llevó su antebrazo a su boca ahogando sus vergonzosos gemidos.

–No te calles, Pogo quiere escucharte –gruñó de gozo el payaso removiendo la extremidad de Horacio que le impedía escucharlo.

–Ah, Pogo. S-sólo quieres molestarme –murmuró, sin poder controlarse, comenzó a gemir sin reparo.

–No lo «hagos». Me gusta escucharte –jadeo en respuesta–. ¿Te gusta?

Horacio asintió cómo pudo. Su cuerpo era sacudido con cada embestida. Un par de veces sintió como tocaba su próstata y era inevitable gritar ante la sorpresa y el nuevo placer descubierto.

Una de las manos que Pogo mantenía aferrando las pantorrillas del menor, bajo hasta el miembro ajeno para comenzar a masturbarlo en un ritmo perfecto sincronizado con sus embestidas. La habitación se llenó de sonidos extraños como el repiqueteo de la cama, el constante ruido de pieles chocando y los dulces gimoteos del menor.

Se sentía mejor de lo que jamás imaginó. La mano de Pogo encima de su miembro acompañado de las vigorosas embestidas hizo que se corriera demasiado pronto. Apretó las sábanas de la cama sintiendo como el orgasmo recorría su cuerpo en una ferviente corriente eléctrica. Su líquido blanco emergió manchado la mano de su compañero y dejándolo con la respiración agitada.

Cuando el clímax acabó, sus ojos estaban cristalizados y de las comisuras de su boca caía un hilo de saliva. Levantó su cabeza para ver a Pogo y de inmediato desvío la mirada apenado, al ser nuevo en ese campo fue inevitable que fuera precoz, duraba más cuando se trataba de una paja con o sin ayuda.

Abrió la boca para disculparse pero una nueva embestida hizo que un gemido reemplazará su intento de disculpa.

–¿Listo para la segunda ronda? –murmuró con malicia el payaso.

–E-espera, me acabo de correr y... ¡Ah, Pogo! –grito al sentir una nueva embestida.

Nuevamente sus penetraciones empezaron, esta vez más fuertes y profundas logrando tocar su punto dulce con ferocidad.

Estaba más sensible, su cuerpo se calentó y su miembro se despertó nuevamente. Pequeñas lágrimas de placer surcaron su rostro, se sentía mucho mejor ahora, tanto que era casi insoportable. El miembro de Pogo golpeaba deliciosamente en su próstata enviándolo al cielo con cada embestida, no pudo evitar que sus gemidos se convirtieran en gritos. No le importaba si los vecinos lo escuchaban, el pudor ya no existía en ese momento.

Siguiendo el ritmo marcado por el payaso, comenzó a mover su cadera imitando sus movimientos logrando que el miembro entrara más profundo dentro de él. Los dos empezaron a gritar el nombre del otro dejándose llevar por el gozo del momento.

Su segundo orgasmo estaba apunto de llegar, podía sentirlo y estaba preparado para recibirlo. Sin embargo, los movimientos de Pogo se detuvieron de golpe. Horacio abrió los ojos confundido viendo al mayor inmóvil, lo fulmino con la mirada un tanto molesto de que le interrumpirá su tan ansiado clímax.

–¡O-oye! ¡¿Que pasa?! Ya casi llegaba –chilló desesperado. Ver a su compañero inmóvil y mirando a la nada lo hizo preocuparse–. ¿Estás bien?... ¿Hice algo mal? ¿Quieres cambiar de posición?

Pogo alzó la cabeza, sus ojos se conectaron, Horacio pudo jurar notar algo distinto en ellos. Quiso preguntarle otra vez si estaba bien, pero su pregunta quedó atorada en su garganta cuando el payaso comenzó a embestirlo de nuevo.

Esta vez, como si hubiera recuperado sus fuerzas perdidas, empezó a penetrarlo mucho más fuerte y duro que antes.

–¡Oh, si! ¡Ah, me encanta. Más, más. ¡Así! ¡Ah, así, no pares!

El placer nublaba su mente, su cuerpo era golpeado por maravillosas y exquisitas sensaciones que lo enviaban a un lugar donde sólo reinaba el placer.

–¡Ah, Gustabo! –gimió Horacio arqueando la espalda al ser invadido por el orgasmo.

Se corrió una vez más manchando su abdomen. A la vez que tenía su orgasmo, Pogo no dejó de embestirlo induciendo aún más placer, una especie de corriente eléctrica recorrió su cuerpo llenándolo de deleite, tan fuerte fue la sensación que por un momento sintió que se desmayaba.

–¡Joder, Horacio! –jadeo Pogo, su pene fue abrazado aún más por las paredes del menor.

Una embestida más fue suficiente para que el payaso se corriera dentro del de cresta.

Jadeantes y cansados, ambos intentaron calmar su respiración. La felicidad inundaba el cuerpo de Horacio. Por fin pudo entregarse en cuerpo y alma a su amigo, y esperaba que no fuera la última vez.

Pogo salió de dentro de él provocando que sus fluidos derramaran de la entrada de Horacio. El payaso, aún jadeante, se dejó caer sobre el pecho del menor, el cual empezó a acariciar su cabello con ternura.

–Fue maravilloso –confesó el más alto.

Su compañero permaneció en silencio unos momentos pasando un dedo por su pecho desnudo antes de hablar:

–Horacio –lo llamó Pogo alzando la cabeza para verlo a los ojos–. ¿Por qué estábamos follando?

–¿Eh?

Horacio se quedó de piedra mirando los ojos azules de su compañero, quien lucía desorientado.

–¿G-Gustabo? –preguntó un tanto nervioso.

El castaño asintió. Antes de darle vergüenza o reparo por tener que explicar todo, la alegría llenó de calor su corazón. Lo rodeó con los brazos y enredo sus piernas en su espalda en un fuerte abrazo dejando escapar pequeñas lágrimas de alivio.

–¡Gustabo, Gustabo! –chillaba el menor alegremente.

–¿Pero qué está pasando hoy? –murmuró el castaño siendo ahogado por los pectorales del menor.

Cuando Horacio recapacito lo que pasaba, se separó de él de inmediato, Gustabo se alzó sobre sus propios brazos para mirarlo con seriedad. Fue entonces cuando la vergüenza lo invadió. Sabía que en algún momento iba a tener que explicarle al portador original del cuerpo lo que había pasado entre ellos, no planeaba ocultarle el hecho de que tuvieran relaciones, pero era bochornoso decirle que tuvo sexo con él pese a que no era consciente de ello.

–¿H-hace cuanto regresaste?

–Pues... No lo sé, unos minutos atrás. Al regresar te vi gimiendo y gozando debajo de mí. No supe qué pasaba pero tu mirada preocupada y tu queja de haberte "arruinado" el orgasmo me hicieron pensar: me sirve. Así que continúe moviéndome. Creo que fue la decisión más acertada.

Se acomodaron en la cama y ante la sorpresa del menor, Gustabo accedió a acurrucarse juntos para escuchar las aventuras de Pogo y como habían terminado en la cama.

–En el fondo se que eres tu pero ahora que lo digo voz alta... Lo siento, creo que no fue correcto que yo....

Sus palabras fueron calladas por un beso por parte del castaño. Cuando se alejaron lo miró con cariño.

–Nunca tuve el valor de confesarme contigo, no creí tener oportunidad. Estoy feliz de que Pogo haya dado el paso, que haya apartado mis miedos y fuera a por todo –confesó ladeando la cabeza.

Los ojos del de cresta brillaron de emoción.

–¡¿En serio?! –exclamó con una resplandeciente sonrisa–. Te quiero, Gustabo –repitió por segunda vez ese día.

Había recuperado a Gustabo y por algún motivo, sintió que Pogo no aparecería en un buen rato. Su compañero se acercó para besarlo con dulzura, cuando se separó, un brillo de lujuria estaba impreso en sus orbes.

–Debido a que yo solo estuve en la mitad del acto... ¿Quieres hacerlo de nuevo? –preguntó pasando la lengua por sus dientes.

Horacio lo miró asombrado, al momento, sus facciones se relajaron y dieron paso a una sonrisa burlona.

–¿Me quieres dejar sin caminar por una semana, Gustabo? –preguntó antes de besarlo otra vez.

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Historias Gustacio/PogacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora