VEINTIUNO.

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- ¿No me recuerdas?

- Ha decir verdad, no.

- Soy Alejandro Levinson, tu esposo, llevamos 3 años en legítimo matrimonio.

- 3 años.... ¿Y la niña?

- Bárbara -sonrió- Es nuestra hija. Tiene unas cuantas semanas de nacida.

- ¿Semanas? Es muy pequeña...

- Sí, pero eso no le quita lo hermosa que es. Igual a ti. -Lucero se sonrojó y se incomodó al mismo tiempo. No le agradaba la idea de que aquel hombre que apenas conocía (porque así lo sentía) le hiciera cumplidos tras confesar que era su esposo.

- Gracias. Si es usted... Tú. -corrigió- mi eposo, ¿Podrías decirme que fue lo que me pasó?

- Tuviste un accidente en la carretera hacia Busan. Tu auto cayó por un barranco cuando la carretera exigió una curva peligrosa. Afortunadamente sobreviviste y Bárbara salió ilesa.

- ¿Y tú?

- Yo no estaba contigo. Ese día tuve que trabajar, y tú ibas a llevar a Bárbara al pediatra.

- ¿Algo anda mal con ella?

- No, claro que no -sonrió- Ella es una nena muy sana, solo era por control.

- Ya.

- Lucero -tomó sus manos entre las suyas-, no sabes cuánto agradezco a la vida que estés bien- Lucero sonrió tímidamente y guardó silencio.

- ¿Y mi familia? Por que he de tener, ¿no?

- Claro que sí, están en Miami. Ellos aún no saben lo que sucedió.

- ¿Por qué?

- Porque apenas te den de alta aquí, nos devolveremos a Estados Unidos, para verlos y terminar tu recuperación allá.

- ¿Cuándo saldré de aquí?

- Más rápido de lo que crees, bonita.

¿"BONITA"? Varios recuerdos amenazaron con entrar a su mente tras escuchar aquella palabra, pero no lo hicieron. Solo lograron inquietarla aún más porque estaba segura de haberla escuchado antes... No en boca de Alejandro.

- ¿Todo bien? -irrumpió la enfermera.

- Sí- Contestaron al unísono.

- Bien, señor Alejandro, le pediré que se retire por favor.

- De acuerdo -se dirigió a Lucero - Te vendré a ver luego. -salió de la habitación y se dirigió al mostrador donde había varias recepcionistas. - Les pediré el favor... No. Les ordenaré que frente a la señora Lucero Hogaza no se mencione a Sophía Evans, ¿entendido? -las enfermeras asintieron no muy y convencidas.

- Es extraño que quiera ocultar la identidad de un cadáver. -susurró una.

- Se está haciendo pasar por su esposo, la señora está registrada con su apellido de soltera, y la verdad dudo mucho que sea la madre de la niña, para que la bebé tenga apenas semanas de nacida, la señora se ve muy bien y no tiene alguna señal de haber sido intervenida en una cesárea... Además no amamanta.-susurró la siguiente.

- Sabrá Dios que pretende conseguir con esta cadena de mentiras, porque sea lo que sea, es para conveniencia de él solamente.

*~*~*~

Los días pasaron rápidamente. Pasaron 3 semanas después del accidente, y aquella "familia" estaba de nuevo en Miami.

Fernando no sabía que Lucero había regresado, llevaba mucho rato sin saber de ella. Todos los días pasaba a la editorial a preguntar por Sophía o Lucero, pero la recepcionista nunca le dio razón, fue a su casa millones de veces, pero la servidumbre negaba haber visto a Lucero, así que de nuevo temía lo peor. Había agotado todas las posibles fuentes de información, pero faltaba una. Se negaba a hacerla, porque quizá Lucero se negaba a ser encontrada y estaría actuando como un idiota al querer verla, cómo quizá estaría necesitando auxilio en esos momentos.

- ¿No has sabido nada de Lucerito? - preguntó Cecilia.

- No, nada. -contestó con frustración.

- No te sientas así, Fernando yo sé que ell...

- ¿Cómo quieres que me calme, eh? Cuando llevo casi un mes intentando dar con su paradero, y no hay pistas de nada.

- Alguna razón habrá, ¿no lo crees?

- Y sí que la hay, ¿pero cuál?

- Tú no te preocupes -lo abrazó- Todo estará bi... -se desplomó en sus brazos.

- ¿QUÉ SUCEDE? -la recostó suavemente en el suelo- ¡REACCIONA! ... ¡VAMOOOOOS! - Tomó su pulso y era realmente leve. Cargó a Cecilia hasta su coche y se encaminó al hospital. La montaron a una camilla desde el estacinamiento y rápidamente ingresaron a la sala de urgencias.

Fernando seguía la camilla con aquella mujer cada vez más pálida y débil, hasta que un hombre lo detuvo.

- Lo siento, no puede ingresar. Sólo personal autorizado. -No tenía ganas de discutir con nadie así que giró sobre sus pies camino a la sala de espera. Se sentó, y su pierna empezó a rebotar sobre la punta de sus pies en señal de desesperación y unas pocas gotas de agua empezaron a rebosar sus ojos. Una enfermera se le acercó.

- Señor, será mejor que se tranquilice. Si quiere puede ir a la cafetería y comer o beber algo para calmar los nervios. - Hizo una pausa - Cuando hayan noticias de la señora, seré yo misma quien vaya a avisarle.

Quizás la enfermera tenía razón. Se tranquilizó un poco y caminó lentamente a la cafetería. Le dolió en el alma ver a Cecilia en aquella camilla sin poder hacer nada. Mientras tomaba asiento recordó aquellas veces en que por creerse niño explorador y super héroe, se había lastimado, pero ahí estaba ella con una sonrisa en los labios y negando levemente con la cabeza. Se acercaba a él, lo calmaba en sus brazos y le repetía que todo estaría bien, no solo porque así fuera, sino porque ella estaría siempre curando sus heridas... ¿Pero y sí no era así? La había decepcionado mucho tiempo, él lo sabía aunque ella no lo demostraba, pero era obvio. Pasaba de mujer en mujer aún estando en una relación sentimental, jugaba con la dignidad de las mujeres sin importarle y aunque sabía que no estaba bien, no le importaba. Lucero había logrado cambiarlo en ese aspecto, pero ahora ella no estaba a su lado, y eso terminó por causar que más lágrimas se desbordaran sin cesar de sus ojos. Enjugó sus lágrimas y trató de normalizar su respiración.

Miraba a la gente que entraba y salía de la cafetería mientras buscaba dar con el paradero de Lucero en su mente. Hasta que vio a una mujer que se acercó con una carriola y un hombre a su lado.

No podía ser cierto.
No quería que fuera cierto.

Pero, ¿y si lo era?

Con tan pocos años Donde viven las historias. Descúbrelo ahora