DOCE.

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- Buenas noches, señor Fernando. -Saludó cortésmente uno de los sirvientes a disposición de la familia Colunga- Buenas noches, señorita...

- Lucero. -Respondió Fernando- Lucero Hogaza. -El sirviente sólo sonrió e hizo el ademán para que entraran a la casa- Bueno, te daré un pequeño recorrido por la casa.

- De acuerdo. -Sonrió.

- A la derecha, está la sala -caminaron hacia ella- De ese costado -señaló un pequeño pasillo que partía desde la sala de estar-, encuentras un baño,  seguido de éste, encuentras el comedor -caminaron hasta allí- Y esa puerta de madera que ves al fondo es la cocina.  -Era un espacio realmente amplio que contaba con las paredes color blanco, y las valdosas entre un tono beige y blanco.

- Hola Fernando. -Sonrió una mujer de edad avanzada, baja estatura, cabello castaño aunque eran visibles algunas canas. Abrazó a Fernando fuertemente y lo mismo hizo con Lucero. - ¿Es tu nueva conquista?

¡NOOOOOOOOOOOO!

- No señora. Soy Lucero Hogaza... Un gusto.

- ¿Cometí una indiscresión? Perdón... El gusto es mío, Lucerito. -Sonrió.

- No se apure, no hay cuidado.

- Bueno, ella es Cecilia... Es como una segunda madre para mí; ha estado conmigo desde que tengo uso de razón.-Le sonrió.

- Y él es como mi hijo. -Lo abrazó. Cecilia llegó a trabajar a la familia Colunga como ama de llaves hace treinta años, a lo mucho. Cuando Gabrielle y Paulo concibieron a Fernando, fue ella quién estuvo siempre atenta con el embarazo de Gabrielle; cuando nació, era la que se quedaba con él cuando la pareja viajaba por largas temporadas. Fernando tenía 4 años cuando Gabrielle se hundió en una total depresión causada por un embarazo ectópico. Dejó de viajar con Paulo y dejó de lado a Fernando, es más... No salía de su habitación.

- ¿Quieres algo de tomar?

- No señora, muchas gracias. 

- ¿Qué te parece si preparas esa Lasagna que sólo tú sabes hacer? -Preguntó Fernando a Cecilia.

- Me parece bien -sonrió y se marchó en busca de la pasta.

- Ahora, ¿Qué te parece si vamos al estudio?

- De acuerdo. -Caminaron a la par hasta las escaleras, y entraron a un gran salón con una gran biblioteca detrás de un escritorio con extrañas estatuas que captaron inmediatamente su atención.

- Toma asiento, y espera un minuto aquí, ya regreso.

Fernando salió y Lucero se quedó contemplando las estatuas del escritorio. Entre ellas había un gran caballo que no dudó en tomar para observarlo más de cerca. Era extraño, ya que de un lado tenía colores que le daban realismo, pero por el otro lado era negro, y al fijarse en las demás estatuas eran todas iguales.

Eso era realmente extraño.

Mucho.

Dejó todo como estaba, y de su bolso tomó su celular.

Más mensajes de Alejandro.

Alejandro Levinson, ·7:43 pm·

"No me ignores, Lucero. Muy bien sabes que no puedes olvidarme... Es más, te voy a ahorrar el que me recuerdes como un ser mísero que desprecias, tú y o tenemos que hablar."

Lucero Hogaza, ·7:49·

"Usted y yo no tenemos nada de que hablar. Ahórrese las suplicas y los mensajes"

Alejandro Levinson, ·7:50·

¡Vaya! Si no te conociera te creeería que estuvieras molesta, y hasta te haría caso."

Lucero Hogaza, ·7:50·

"Con sus insinuaciones y su cinismo no está ganando nada, señor. Ya le dije que usted y yo no tenemos nada de que hablar."

Alejandro Levinson, ·7:51·

"Tú y yo hablaremos y aclararemos ésta situación te guste o no, ¿entendiste?"

Lucero Hogaza, ·7:52·

"Suerte con eso."

Guardó su celular en el bolso cuando sintió la presencia de Fernando. Pasaron varios minutos de conversación; ambos estaban a gusto conociendo más del otro... Quizás enamorándose del pasaado de cada uno. No hubo lugar para la incomodidad en ningún instante, al contrario. Se llegó la hora de cenar y ahora era Cecilia quien contaba sus anécdotas con Fernando. El reloj marcaba las 8:54pm cuando Lucero decidió irse. 

Caminaron hacia la camioneta de Lucero. Durante el trayecto, Fernando se perdió en pensamientos y Lucero sólo lo veía de reojo...La noche era fría, unas suaves luces iluminaban la entrada de la casa, fue entonces que llegaron al auto en completo silencio; no estaba muy lejos pero el silencio pareció hacerlo eterno.

- Muchas gracias por todo, Fernando... De verdad.

- No es nada... El que tiene que agradecer aquí soy yo por aceptar mi invitación y venir. -Lucero sonrió y notó que Fernando intentaba decir algo pero no lo hacía.

- ¿Está usted bien?

- Ya Lucerito, deja las formalidades a un lado... ¿O siempre que nos veamos me hablarás de "usted"?... Porque que quede claro que ésta no será ni la primera ni la última vez que saldremos juntos.

 - Tienes razón -rió- Entonces, ¿Qué TE sucede?

- ¿Ya ves? -sonrió- Bueno, pasa que... -levantó su brazo y colocó su mano en la parte trasera del cuello.

- Ya. -rió. Y antes de que pudiera reaccionar, el hombre que tenía enfrente estaba tomando posesión de sus labios.

¿¡FERNANDO COLUNGA LA ESTABA BESANDO!?

Con tan pocos años Donde viven las historias. Descúbrelo ahora