TREINTA.

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La casa estaba disponible para ellos dos, y no lo desaprovecharían.
Lucero se abalanzó sobre Fernando buscando sus labios con desesperación, dejando la decencia y la elegancia de lado; él la cargó y ella envolvió las piernas en su cintura atrayéndolo aún más a su cuerpo. Se encaminaron hacia el sofá, y sin separarse un segundo, Fernando se posicionó sobre ella.

Los besos tenían su propio ritmo, sus respiraciones se entre cortaban cada vez más, sus corazones latían salvajemente y las caricias se hacían cada vez más íntimas. Cada quien recorría el cuerpo del otro con total libertad, sin prisas y adueñándose de cada centímetro que tocaban.

Repentinamente, las lágrimas de Lucero empezaron a descender lentamente desde su rabillo del ojo.

- Bonita, ¿estás bien? - preguntó extrañado.

- Sí...

- ¿Por qué lloras? - se levantó rápidamente- ¿Te hice daño?

- No. No es eso. - lo atrajo hacia ella nuevamente y entrelazó su mano a la de él.

- Bueno... quizá debas saber que hoy hace un año nos conocimos.

- Claro que lo recuerdo, bonita. - sonrió- Pero esa no es la razón por la que estás llorando, ¿verdad?

- No... Bueno, sí... Es que, bueno, Fer...

- ¿Es que qué? -de nuevo estaba llorando.

- Es un hecho que estoy embarazada... -susurró.

- ¿Eh? - escuchó perfectamente, pero necesitaba oírlo una vez más.

- Que vamos a ser padres... Fer, vamos a tener un hijo.

- ¡Lucero! - la atrajo aún más hacia él queriendo desaparecer cualquier distancia que se interpusiera entre los dos. Lloró igual que ella, y la abrazó fuertemente uniendo sus labios en un beso - Te amo, gracias por darme esta felicidad tan grande.

- Yo también te amo, Fernando. - respondió a aquel beso que desató la pasión que les hacía falta para continuar hasta el final. Se recostaron en el suelo despojándose de sus prendas. Lucero buscó el cierre del pantalón de Fernando y se lo quitó si vacilar, mientras Fernando se deshacía de su sostén.

Cada quien conocía los puntos más sensibles del cuerpo del otro; sabían donde besar, donde tocar, donde acariciar lo cual hacía la situación más interesante. Terminaron de desvestirse e hicieron el amor en aquel departamento que tantos recuerdos les traían.

Lucero se sentía plena, completa y feliz; por un momento del día dejó sus preocupaciones fuera de su cabeza, quizás estaban esperándola cuando cruzara la puerta principal de su casa, pero por fin estaba dándole paso a la construcción de un futuro junto al hombre que tenía en frente y un hijo que indudablemente ya amaba.

-¿Cenamos comida mexicana?

- No quiero salir.

- La podemos ordenar.

- De acuerdo, gracias. - Fernando se levantó en busca del teléfono mientras Lucero fue por una bata y su celular. Encendió la pantalla y vio 3 mensajes de Alejandro, optó por llamarlo.

- Hola, vi tus mensajes, ¿qué pasa?

- Bárbara no ha parado de llorar y pregunta por ti, ¿se puede saber donde estás?

- ¿No puedes hacerte cargo? Estoy algo ocupada - sonrió para sí.

- Tu hija te necesita, ¿acaso no oyes?

- De acuerdo, en un rato salgo para allá.

- No sé qué te sucede últimamente, Lucero, pero recuerda que tienes una familia.

Con tan pocos años Donde viven las historias. Descúbrelo ahora