TREINTA Y OCHO

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No había remedio alguno ya, pensaba, su vida ya no era vida si estaba encerrada y mucho menos si no tenía cerca la fuente de esperanza que la alentaba a seguir luchando por regresar a su antigua vida, o al menos sentir en pocos segundos la felicidad vivida cuando estaba junto a sus hijos y junto al hombre que le permitió tenerlos.

- Buenos días, princesa. - la puerta de la oscura habitación se abrió de par en par, dejando ver la silueta de un hombre. - ¿cómo amaneciste? - el hecho de que le hablara de esa manera, esperando respuestas, la exasperaba muchísimo, ya que estaba amordazada y ganas no le faltaban para responderle una pregunta tan sencilla como esa, o para reprocharle todas las cosas vulgares y grotescas que le decía cada noche. - ¿Tienes hambre? Traje algunos restos de comida que Natalia encontró ayer, ¿se te antoja? - la verdad es que se moría de ganas por comer, pero prefería callar a embutirse cualquier pedazo de basura que Natalia salía a buscar exclusivamente para ella.

Negó con la cabeza en señal de rechazo.

Era demasiado triste su situación, tenía hambre, sed, dolor de absolutamente todo: piernas, cabeza, brazos, abdomen y pelvis. Ya no tenía ganas siquiera de pensar un plan para escapar o al menos investigar el lugar en el que se encontraba, ¿estaba lejos de casa? Quizás era su hogar el que se alejaba de ella y no ella de él.

- ¿Te sientes bien? - inquirió Alejandro sentándose a su lado. Lucero fijó su mirada en el suelo. - No bajes la mirada -sujetó su rostro-, en poco tiempo saldremos tú y yo de éste lugar, de éste horrible país... Te prometo que conmigo serás muy feliz. - bajó la pañoleta que tapaba la boca de Lucero, dándole un poco de libertad para, al menos, respirar un poco más. - Compraremos una casa en el centro de Viena -continuó-, compartiremos una cama, juntos haremos muchas cosas.

- Necesito ir al baño. - susurró Lucero.

- Te acompaño.

- Por favor, no. - suplicó. La incomodidad que aquel enfermo mental le generaba era muchísima, y la verdad lo que necesitaba era refrescarse un poco la cara con agua de la llave. Aprovecharía también para humectar un poco sus heridas abiertas, ya que estaban tomando una tonalidad desagradable en todo su cuerpo.

Tenía incontables moretones en las piernas y muslos, cicatrices en el vientre y rasguños en el pecho, brazos y rostro. Caminar era un acto terriblemente doloroso, puesto que aquel animal que la esperaba afuera, cada noche perdía los estribos y la hacía suya en contra de todos sus principios, y tratar de defenderse era algo inútil; aquel hombre se transformaba en una bestia buscando placer sexual sin importarle el daño causado en el cuerpo de Lucero...

- Lucero, te estás demorando, ¿estás bien? - preguntó Alejandro intentando abrir la puerta.

- Sí. Ya salgo. - avisó y echó un último vistazo a su reflejo, humedeció un poco más una de las heridas que tenía en la cara, y salió. - Perdón.

- Me preocupa cuando tiendes a demorarte en el baño... Estás sangrando de la frente.

- No toques, por favor.

- ¿Por qué no? Deberías verla... Pediré a Natalia que vaya la farmacia más cercana. Necesitas algo para que no se infecte. Espérame aquí. - salió rápidamente a buscar a Natalia, pero tras varios gritos de su nombre, no la encontró. - Iré yo... Lucero, prométeme que no intentarás escapar. - suplicó.

- De acuerdo. - mintió. Oportunidades como esa, de estar sola, no se daban casi nunca; tenía a Alejandro detrás suyo todo el día pendiente de lo que hacía no dejaba de hacer.

Besó la frente de Lucero y salió por la puerta principal de la pequeña casa. Hacia lado y lado solo se encontraba grandes pastizales desolados; eran lugares inhabitables gracias a las grandes insoladas en las temporadas de sequía, y a terribles inundaciones en la temporada de invierno.

El hecho de que se encontraran en una zona donde ni siquiera se encuentran animales, los hacía caminar largos senderos ya sea para buscar una farmacia, un restaurante o incluso una persona a quién recurrir por ayuda.

Llevaba caminando ya varios metros o quizás kilómetros hacia el norte bajo el intenso sol hasta encontrar la droguería que buscaba. En medio de su travesía por la carretera, su mente mawuinaba ideas que surgían para hacer esa noche con Lucero. Definitivamente no estaba del todo bien.

- Buenos días. - anunció al llegar a la farmacia.

- Buenos días, ¿qué se le ofrece?

- Tengo en casa a mi esposa con muchas heridas abiertas, moretones y algunas hinchazones.

- Ya veo... - susurró la mujer detrás del mostrador. - Mire, para las heridas desinfecte el área afectada con esto. - le mostró un tarro blanco- y las cubre con vendas. Los moretones desaparecen por sí solos, y las hinchazones puede masajearlas con este ungüento.

- Perfecto, lo llevo todo.

- De acuerdo... - tomó la calculadora que se encontraba wn el mostrador, y empezó a hacer algunas cuentas. - serían $35 USD.

- ¿Qué? Yo no tengo todo ese dinero.

- ¿Disculpe?

- Tengo solamente $10 USD.

- Lo siento, pero eso cuestan solamente las vendas.

- ¡Esto es un maldito robo!

- Le voy a suplicar que por favor se calme y no levante la voz.

- No me de nada, entonces.

- De acuerdo. Que tenga buen día. - dijo mientras salía del local.

Tenía 10 dólares en el bolsillo y mucha hambre. Si estaba cerca al pueblo ya, podría buscar qué comer; y eso hizo, decidió seguir caminando hacia el norte mientras oscurecía lentamente, y la brisa pasaba de ser calurosa y sofocante a fría y refrescante.

* * * *

Ya la luna estaba en su sitio cuando salió de una cantina completamente ebrio.
En su borrachera dejaba a un lado el estrés que le provocaba el mal genio, y quizás de esa manera, alejaría la pésima idea de lastimar a Lucero, pefo qué equivocado estaba.

Caminó de regreso a la cabaña casi, casi que por un milagro. Siempre que salía por alguna cerveza o trago, dejaba encargada a Natalia para que cuidara que Lucero no se escapara, pero llevaba 2 días sin aparecer ya.

- Hola. - saludó cuando vio la silueta de Lucero contra la columna. - Perdón por demorarme, pero se me cruzaron algunos tragos y mujeres cuando estaba caminando de regreso- rió incontrolablemente gracias a los efectos del alcohol - Me dijeron en la farmacia que te aplicara agua en la frente. Que eso se limpia, o algo así - esperó una respuesta, pero no la hubo. - Hey, sé que no te gusta estar sola, pero no sé en dónde esté la inutil de Natalia - aún no respondía-, sé que tampoco es de tu agrado que me embriague pero tienes que entenderme tú a mí -suspiró-, estar aquí no era lo que yo tenía en mente cuando prometí que estaríamos juntos tú y yo, pero sabes que no todo sale como uno lo espera. - podría parecer que estaba cuerdo, pero la embriaguez lo tenía tan, pero tan mal que aún no se fijaba que le estaba hablando a un cuerpo inconsciente, quizás a un cadaver.

Con tan pocos años Donde viven las historias. Descúbrelo ahora