CUARENTA

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Sin pensarlo dos veces, caminó rápidamente a la mesa donde se encontraban las recepcionistas aún hablando. Es cierto que existen personas que se llamen igual, ¿pero cuántas "Lucero Hogaza existen en el mundo? ¿en Estados Unidos? ¿En Miami?

- Disculpe, ¿oí que mencionó a Lucero Hogaza?

- Sí, ¿por qué? - preguntó.

- ¿Podría darme informe de ella?

- ¿Qué parentesco tiene usted con la señora?

- Es mi esposa.

- Bueno, la señora Hogaza llego en pésimas condiciones.

- ¿Hay alguna probabilidad de que pueda verla?

- Lo siento, pero eso no es posible.

- Por favor. - suplicó. Bárbara seguía en su silla hecha un mar de lágrimas viendo aquella desgarradora escena, pero es que, la tuvo 9 años a millones de kilómetros, ahora nada podía impedir que la viera y que le hiciera saber que su familia estaba cerca, y de nuevo, junta.

- Señor, tiene que mantener la calma, armando un escandalo no va a resolver nada.

- Tiene que entenderme: llevo sin ver a mi esposa nueve años porque la apartaron de mi lado a la fuerza, la creí muerta lo últimos cinco, ¿cree que tengo la calma suficiente como para sentarme en esa silla unas 20 horas a esperar a que alguno de los médicos se digne a darme razón?

- Lo entiendo, pero...

- ¡NO, USTED NO ME ENTIENDE! - el tono de voz fue tan alto que alertó a los hombres de seguridad.

- No demoran en dar una razón, señor, mantenga la compostura... Es cuestión de un poco de paciencia, como la que tendría con su hijo. Le ruego que se calme, porque estoy segura de que no querrá darle otra preocupación más a su hija, ¿o me equivoco? - miró de reojo a Bárbara.

La recepcionista tenía razón, se había olvidado casi por completo que su hija estaba detrás suyo escuchando y viendo todo. Regresó a la silla evadiendo la mirada de los presentes, que aunque eran pocos, murmuraban y criticaban lo que acababa de pasar, cual programa de chismes.

- También muero por verla, papá. - susurró Bárbara antes de que Fernando pudiese ofrecer alguna disculpa.

- Lo sé, princesa.

- Y... Yo... Papá, no era cierto cuando decía que ella decidió irse. Lo decía porque sentía muy feo cada vez que mis amigas me presumían todo lo que hacían que sus mamás.

- No fueron fáciles estos años, pero ya todo acabó. - la abrazó fuertemente. Sabía que su hija había sufrido bastante con la ausencia de su madre. Empezando, primeramente, con la confesión que le había hecho. Desde el día que Lucero se había ido, prometió reemplazarla queriendo evitar el sufrimiento de sus hijos a toda costa, pero había fallado, la monotonía, la distancia, la tristeza y la falta de confianza se lo comprobaban, y se sentía pésimo por no hacer todo lo que estuvo al alcance de sus manos.

- Paola, ¿hay algún familiar de Lucero Hogaza? - inquirió el médico al cruzar las puertas que separaban la sala de espera de los consultorios de emergencia.

- Sí, yo soy su esposo - cómo si de una flecha se tratase, se levantó de la silla y caminó de la mano de Bárbara hacia donde se encontraban el médico y la recepcionista - ¿Cómo se encuentra? ¿todo bien con ella?

- Señor, mi trabajo es hablar con toda la sinceridad. - ninguna frase viniendo de un médico, que comience así, no pueden ser buenas noticias.

-Por favor continúe.

- La situación de Lucero es complicada. Está desnutrida, las heridas abiertas estaban infectadas, sufrió bastantes golpes en la cabeza, su corazón no late con normalidad y...

- ¿Y qué?

- Y, bueno... Estamos casi seguros que fue abusada sexualmente.

- ¿Puedo verla?

- No es correcto que lo haga, pero ella necesita saber que ustedes están aquí.

- Muchas gracias. ¿Tiene alguna razón de Daniel Ángel?

- Lo de su hijo no fue nada grave, hoy mismo podrán llevárselo a casa.

- ¿Por qué cayó inconsciente?

- Por el impacto y quizás el dolor. Pero no se preocupe, es normal, lo que sí le recomiendo es que use el cuello ortopédico al menos hasta que el dolor desaparezca por completo, y que guarde mucho reposo.

- Muchas gracias.

- ¿Puedo ver a mi hermano? - inquirió Bárbara al doctor.

- Seguro, vengan conmigo. - atravesaron el enorme pasillo casi que arrastrando los pies. El ambiente era denso y difícil de respirar, a ambos lados del pasillo se encontraban metálicas puertas blancas de cada una de las habitaciones - Mira, la enfermera te llevará con tu hermano. - informó el doctor a Bárbara.

- Bárbara, por favor dile a Daniel que entraré en un momento.

- De acuerdo. - anunció antes de entrar en la habitación.

Tres puertas más adelante, estaba la habitación donde se encontraba Lucero.

- Lo mejor será que pase por una bata, gorro y un par de guantes.

- Está bien. - así lo hizo. Dejó sus pertenencias y pasó a la habitación.

Era increíble verla de nuevo. No sabía si alegrarse por hallarla viva, o llorar y morirse de tristeza por encontrarla en esas condiciones. Se acercó lentamente a ella y tímidamente acarició su enredado cabello, bajó al rostro y delicadamente dibujó el contorno de sus rasgos. - Estoy aquí contigo, mi vida. - susurró rompiéndose en un llanto silencioso que sólo logró entrecortarle la voz - Verás que muy pronto estaremos juntos de nuevo para seguir con nuestra vida, - necesitaba abrazarla, pues si lo hacía a lo mejor aquella palidez desaparecería y quizás la tristeza también lo haría. Deslizó el índice sobre el brazo de Lucero para finalmente tomar su mano - estaremos pronto en casa, disfrutando de querernos, pero tienes que luchar - no sabía si lo escuchaba, pero si lo hacía, tenía que hacerle saber que su vida era una desgracia, pero el nudo en su garganta se lo impedía. Cayó de rodillas a un lado de la camilla aún sujetando la fría mano de Lucero - Yo sé que me escuchas, y sé que vas a hacer todo lo posible para regresar a casa y... Lucero, no sé que decirte - levantó la mirada con la ilusión de verla abrir los ojos- Te amo, te extraño, te necesito en mi vida. - aquello último lo dijo en un intento por recuperar la normalidad en su respiración.

Desde afuera, el médico hizo señas para alertarlo de que no podía estar más tiempo allí; necesitaban hacerle más exámenes a Lucero.

- Te amo, bonita. - soltó la mano de Lucero, secó sus lágrimas y salió de la habitación. Mientras se quitaba la bata, la visualizó una vez más asegurándose de que no era un sueño. Y no lo era, porque en ese momento, abrió los ojos.

-

Holaaaaaaaa.

Hace micho rato que no publicaba capítulos relativamente seguidos jaja. Este se lo deben a Jeka y a Majo, por eso mismo las dedicatorias hoy van para ellas :3

¿Qué les pareció el capítulo?

Espero sus respuestas y también espero leernos muy pronto. Les dejo todo mi cariño y agradecimiento siempre, las quiero.

- Jeka: Aquí está tu capítulo, pequeña, no me odies. Jaja. Gracias por tu bella amistad, falta poco para vernos en persona y pasar un rato increíble. Te quiero mucho, mongo(? #24llegaya

- Pegotita: ¿Qué te puedo que no te haya dicho antes? Gracias por ser como eres, por ser intensa, chistoretera, diría Lucero(?), especial, pero sobre todo por abrirme un campo en tu vida. Te adoro muchísimo y sigo esperando la fecha para que me des mis regalos, jaja, mentira, ¡YA TE QUIERO VEEEEEEEEEER!

Con tan pocos años Donde viven las historias. Descúbrelo ahora