Dio largas zancadas hasta la puerta de la habitación y llamó la atención de varias enfermeras. Corriendo, se acercaron a la habitación a corroborar el funcionamiento de las máquinas que habían mantenido a Lucero con vida hasta ese momento.
- Tienen que hacer algo, por favor, mi esposa no se puede morir.
- Señor, estamos haciendo todo lo que está en nuestras manos, por favor cálmese y espere afuera.
La frialdad de las enfermeras lo exasperaba, era su esposa la que se estaba muriendo, la que recién había cerrado sus ojos para quizás no volver a abrirlos nunca.
Salió de la sala con el corazón hecho pedazos, las lágrimas recorrían su rostro como un torrente de fría tristeza, y ha decir verdad, sentía que el mundo se le venía encima.
- Fernando, ¿qué pasó? - inquirió Ana completamente inquieta. Ella y Cecilia ya llevaban varios minutos en la sala de espera con los niños - Hablaste con ella, ¿no es así? ¿Qué te dijo?
- Hablamos un poco de lo que había pasado, de los niños, pero...
- ¿Pero qué? - preguntó Cecilia exasperada.
- Cerró los ojos.
- ¿Quieres decir que mi hija...?
- No sé, Ana - bajó la mirada-. Tendremos que esperar a que el médico nos tenga alguna razón.
- No te preocupes, Fernando -comentó Cecilia-, vas a ver que este obstáculo no va a poder contra ustedes y ella va a estar bien.
- El amor que tiene por ti y por los niños la va a levantar de esa camilla y tendrá más ganas y fuerzas para vivir que las que tenía antes- lo alentó Ana-.
No dijo nada más y se dispuso a esperar. Daniel Ángel seguía mostrando gestos de dolor cada vez que giraba la cabeza, pero eran momentáneos nada más, mientras Bárbara jugaba con sus manos en plena señal de nervios.
Los segundos se convirtieron en minutos, y los minutos en horas y la paciencia de Fernando era cada vez más inexistente.
40 minutos después, una de las enfermeras que entró cuando Fernando la llamó, salió del estéril pasillo de Emergencias.
- Logramos estabilizarla- sonrió con franqueza-. Estará en observación unas cuantas horas y dependiendo de su resultado y respuesta frente al suero, se la podrán llevar a casa ésta misma noche o mañana en la mañana.
- ¿Y no podemos verla ahora? - inquirió Ana.
- La señora necesita descansar. Yo les recomiendo que opten por ir a la cafetería a comer algo, la angustia ya pasó y lo que resta es esperar a que despierte.
- Muchas gracias - respondieron todos al unísono.
- Papá, ¿qué es lo peor que puede pasar? - preguntó Daniel Ángel al sentarse en una redonda mesa en la cafetería, a pesar de no tener hambre. Pero no podían ser egoístas, necesitaban pensar en los niños y ha decir verdad, el aire que se respiraba en la sala de espera, era completamente diferente, denso, estéril, macabro y deprimente.
- ¿Para qué preguntas eso, tonto? - inquirió Bárbara dándole un codazo.
- Curiosidad - respondió como si nada.
- Eso no lo sé, campeón- sonrió-. Lo que sí sé, es que mañana a esta hora estaremos juntos como una familia completa.
Pasaron varias horas charlando y bromeando como hace mucho no lo hacían. Ana sonreía ampliamente contando millones de anécdotas y travesuras que recordaba de Lucero cuando aún era una niña. Y Cecilia tampoco se quedó atrás; comentaba con humor ciertas situaciones de vergüenza en las que se había visto envuelta la infancia de Fernando mientras Bárbara y Daniel se reían a carcajadas con cada historia.
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Con tan pocos años
Любовные романыDespués de aquella situación que quisiera olvidar, Lucero es una mujer joven, hermosa y con una buena vida por delante. Su padre es Rafael Hogaza, dueño de la revista más leída en Miami. En su vida notará que las situaciones no se resuelven como en...