VEINTIDÓS.

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Los miraba fijamente desde su mesa; veía que ella sonreía ampliamente, miró a la niña y no recordó que Lucero hubiera mencionado nada de un embarazo...

Esa no era su hija...

O al menos eso pensaba...

No sabía quién era el sujeto con quién estaba Lucero, pero qué mas daba... Ella le había mentido y ahora estaba con otro hombre y una bebé que jamás había sido mencionada. Aunque era muy conveniente 8 meses fuera de la ciudad, para poder ocultar su embarazo y tener a su hijo en otro lugar, igual que... Sophía.

¿Y si era ella la que estaba embarazada y no Sophía?
¿Inventó lo del malestar de Sophía para excusarse y hacerse cargo de la niña?

Tenía mucho sentido, y eso en serio le dolía, porque eso sólo significaba que ella estaba con alguien más mientras compartían una bonita no-relación-oficial.
Pasaron unos minutos hasta que el hombre se levantó de la mesa, le dio un pequeño beso en los labios a Lucero -como le dolió eso-, uno a la nena, tomó las llaves del coche y se fue. Lucero se quedó con la niña dentro de la carriola consintiéndola.

Él se levantó y caminó en su dirección, necesitaba una explicación. Cuando estuvo en frente de la mesa, Lucero le dedicó una sonrisa que le recordó lo que más le llamó la atención de su inigualable belleza.

- ¿Se le ofrece algo, señor...? -preguntó aún sonriente.

- ¿Señor? Déjate de tonterías, Lucero. -intentó ser fuerte- Dime porqué ignorabas mis llamadas, porqué estás con esa bebé, porqué estás con otro...

- No sé de qué está hablando. - se levantó de la silla, empujó la carriola donde se encontraba Bárbara y caminó hacia la puerta de la cafetería.

- ¡Oh, no! Tú de aquí no te vas hasta que me expliques qué está sucediendo... -hizo una pausa escondiendo aquellas lagrimas que amenazaban con salir - Lucero, tú no sabes cuánto he pensado en ti, he buscado la manera de localizarte, pero fue imposible, llegué a pensar lo peor. He intentado llamar a Sophía, te he llamado millones de veces.

- Por favor, discúlpeme... -lo miró fijamente y vio las escasas lágrimas brotar de sus ojos, y su alma se frustró.. Necesitaba recordar quién era él, se sentía la peor mujer del mundo -sin un pasado del cual acordarse- viendo aquel hombre llorar. Levantó la mano, y secó sus lágrimas. Quizás ella estaba igual, o antes más destrozada que él.

-Besó la palma de Lucero y la miró a los ojos- Por favor bonita, dime qué está sucediendo...

- Sabía que algo no andaba bien con su esposo, él no era quien empezó a llamarla "bonita". Las lágrimas del hombre que tenía en frente no podían ser mentira- Le juro que no lo sé... Podría mentirle, pero no quiero hacerlo... No puedo hacerlo.

- ¿No puedes hacer qué? ¿Mentirme o explicar?

- No puedo recordar... - tapó sus ojos con las manos- Estoy totalmente frustrada... No sé quien es usted, no se quien es mí marido, no reconozco siquiera a mi hija... Y lo que es aún peor es que ni siquiera sé quién soy yo.

- Fernando la miró fijamente unos segundos, y se dio cuenta que Lucero tenía una cicatriz al costado izquierdo de su frente. Removió el cabello de ella, y pasó su pulgar por la casi invisible cicatriz. Lucero se estremeció ante aquel gesto. - Vamos a sentarnos. ¿Dime qué te sucedió? Estoy seguro que esta cicatriz jamás la había visto.

- Mi espos... Alejandro me comentó algo de un accidente. No recuerdo qué pasó, ni con quien iba, y tampoco deseo hacerlo. El caso es que en el momento del impacto, me golpeé la cabeza con el volante.

Con tan pocos años Donde viven las historias. Descúbrelo ahora