CUARENTA Y UNO

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- ¡Abrió los ojos! - exclamó Fernando con notoria alegria. Sus ojos desprendieron las lágrimas que hace unos minutos no cayeron. El médico entró rápidamente y empezó a examinarla; Fernando aprovecharía para ir a ver a Daniel Ángel, aprovechando que se encontraba tres puertas a la derecha. - ¿cómo sigues, campeón?

- Me duele mucho, papá. - señaló su cuello.

- Es normal, Daniel. Tienes que guardar reposo durante varios días para que te deje de doler.

- Está bien. ¿Viste a mamá? - inquirió Bárbara.

- Sí.

- ¿Cómo está? - preguntaron Bárbara y Daniel al mismo tiempo.

- Están examinándola. Llamaré a Ana María para que se quede con ustedes esta noche en la casa mientras sabemos algo de Lucero.

- No -respondió Bárbara-, nosotros nos quedamos contigo.

- Por supuesto que no. Daniel, tienes que descansar.

- Pero quiero ver a mamá. - replicó Daniel Ángel.

- Entiende que me preocupo por ti.

- Le hará bien vernos... -susurró Bárbara- Además, cuando mi abuela se entere de que mi mamá está aquí, seguramente va a querer verla, y Cecilia también.

- De acuerdo... - se rindió porque sabía que era cierto. Ana María había sufrido bastante todos estos años, sólo Dios y su almohada habrían contado cuántas lágrimas derramaba cada noche al estar en la angustia de no saber nada de Lucero. Por otro lado, también se encontraba Cecilia, que le había tomado un cariño incondicional desde el momento en que la conoció, porque en ella, encontró a la hija que nunca pudo tener. - Lo mejor será que compremos tus medicinas, Daniel, y con eso, aprovecho para llamar a su abuela y a Cecilia.

- De acuerdo. - aceptaron y salieron. Dejó de lado las inmensas ganas de echarle un vistazo a Lucero y fue a la farmacia que se encontraba casi que en el estacionamiento de Urgencias por los antibióticos. Al salir, decidieron llamar a Ana, pero, ¿qué le diría?

- Si quieres yo hablo con ella. - propuso Bárbara.

- No creo que sea prudente, princesa. Si quieres entra con Daniel a la cafetería, estoy seguro de que tiene hambre.

- Está bien, suerte con eso.- dijo Bárbara señalando el teléfono. Decidió, primero, marcar a su casa.
- ¿Bueno? ¿Fernando?

- La encontramos, nana, ¡LA ENCONTRAMOS!

- ¿Cómo? - había escuchado perfectamente, pero necesitaba oírlo una vez más para darse cuenta de que no estaba soñando.

- Lucero... La... La vi en el Jackson memorial hospital, nana, ¡ESTÁ VIVA! - gritaría a los cuatro vientos que las oscuras nubes que agobiaban su vida estaban desapareciendo lentamente, que la madre de sus hijos estaba de regreso.

- Ya voy para allá.- anunció con entusiasmo y cortó.

Aún faltaba lo más difícil.

- ¿Quién habla?

- Ana, es Fernando.

- Hola, Fer, ¿cómo va todo?

- Bien... Muy bien de hecho.

- ¿Y eso? ¿A qué se debe tanta alegría?

- Buenas noticias.

- ¡Habla, muchacho!

- Lucero está viva.

- ¿Cómo estás tan seguro?- inquirió con la voz entrecortada.

- Porque... La vi... Estoy en el Jackson Memorial hospital, en urgencias.

Con tan pocos años Donde viven las historias. Descúbrelo ahora