The Lies

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LOVE COME AROUND - ELINA

Cuando mi madre llegó a recogerme, actué con normalidad, como si hace unas horas no hubiese estado llorando. Le contaba un millón de cosas sin sentido, intentando ocultar mi dolor. Mientras caminábamos hacia el coche, una chica de cabellos largos y rubios, con piercings y varias pulseras, pasó a nuestro lado.

—Mírala, parece saber qué —susurró mi madre en cuanto pasó la chica.

Estaba cansada de eso. No me gustaba criticar a los demás; era como una regla del destino: mientras tú críticas a alguien, alguien más te está criticando. No solía ser ese tipo de personas, aunque sí, en algún momento criticaba a personas, pero no era costumbre como en el caso de mi madre.

—En fin, te decía... —traté de ignorar lo que mi madre había dicho.

—Es una cualquiera de calle, mírala nada más. Por eso me preocupa que se vuelvan así —mi madre continuaba, y yo comenzaba a enojarme.

—Mamá, eso es problema de ellos. No es un tema de interés nuestro. Es sus vidas; no planeo hacer mi vida igual que la de las demás personas.

Mi madre rió ante mi comentario.

—Te lo estoy poniendo de muestra, hija. No te alteres —seguí caminando junto a mi madre.

Al llegar a casa, lo primero que hice fue acomodar mi mochila en su lugar habitual y me comencé a cambiar. Mi madre me avisó que iba a salir a recoger a mi hermana pequeña. Una vez escuché la puerta cerrarse, volví a llorar.

- Lo siento - me disculpe con mi abuela mientras me acostaba en posición fetal sobre mi cama.

Me lastimaba de esa forma, ya que mi abuela tenía el mismo nombre que yo. Siempre había tratado de ser mejor para sentir que mi abuela me hubiese querido o que al menos sintiera orgullo en donde sea que estuviera. No la había conocido, pero eso era lo que más me dolía. No convivía con la familia de nadie y no tenía abuelos. Para mí, fallar significaba decepción para mi familia y manchar el nombre de mi abuela.

—En serio quiero morir —mis lágrimas caían sin detenerse, es cierto que no hay peor sentimiento que sentirse en un abismo, un abismo donde la misma ansiedad de querer salir te hace pensar que no hay salidas.

Lloré por un buen rato y, en un momento, me tranquilicé, aunque solo fueron cinco minutos antes de volver a llorar.

—Lo siento abuela —me levante de la cama y camine a un espacio en donde reposaba la foto de mi abuela y aquellas flores a sus costados simplemente iluminaban su sonrisa.

Ver mi rostro mojado y sin expresión era como ver el dolor por fuera, el reflejo en la ventana decía la verdad, esa era yo, al final del día era lo único que había de mi

—Soy una llorona y estúpida. Perdóname. Te juro que quería hacerlo mejor.

Estaba sentada junto al altar de mi abuela y, tras decir aquellas palabras, comencé a sollozar hecha bolita. El ruido de mi llanto resonaba en la habitación. Continué llorando mientras decía que ya no podía más y que debía morir en ese instante. En un punto, mi llanto dejó de sonar y solo quedaban pequeñas lágrimas. Dejé de llorar y tomé una hoja en la que escribí frases para animarme a mí misma, mis preocupaciones, razones para llorar y razones para no llorar. Por último, escribí mis sueños y dejé el lapicero. Leí todo y tomé un espejo. Era mi propia terapia. No podía ir al psicólogo, pero podía sanarme por mí misma.

—Merlí, no te hagas daño —incluso me costaba decírmelo a mí misma—. Siempre has estado sola, has salido adelante sola, no necesitas a nadie. Volveremos a salir de esta. No tienes por qué morir. Tienes una razón más importante. Hasta que no cumplas tus sueños, no puedes irte del mundo.

Me sonreí frente al espejo y fui a lavarme la cara. Una vez que mi rostro ya no estaba tan rojo, escuché la puerta abrirse, así que corrí al baño y fingí que estaba ocupada mientras esperaba que las marcas de haber llorado se desvanecieran un poco. Después de un rato, me vi en el espejo y ya no había marcas, así que salí. Mi madre me estaba buscando en ese instante.

—Merlí —me sonreí para darme fuerzas y fui a donde estaba mi madre.

—Estaba en el baño —mi madre me sonrió.

—Dale de comer a tu hermana. Estoy cansada, quiero dormir un rato —asentí y bajé la mochila de la espalda de mi madre.

Dejé la mochila en el suelo y mi hermana me saludó. Comencé a contarle sobre mi escuela. Luego envié a mi hermana a cambiarse mientras calentaba la comida. Le di su comida y seguí hablando con ella de cualquier cosa. Una vez que terminó de comer, fui a ver a mi madre, que dormía mal acomodada en un sillón. Fui por una sábana y la tapé.

—Hora de hacer tarea —mi hermana menor no se emocionaba por la tarea, solo por el hecho de que podría usar el teléfono a libre demanda y bueno, en una familia como la mía era la mejor parte del día.

—Sí —dijo fingiendo ánimo.

Abrí mi mochila y vi el examen. Lo hice un cuadro lo más pequeño posible y lo metí dentro de una bolsa apartada de la vista principal en la mochila. Comencé a hacer tarea y, pasados unos minutos, mi hermana mayor envió un mensaje avisando que le dijera a mamá que bajara a recogerla del bus.

—Mamá, dice Ashi que ya viene —no quería despertarla, pero tuve que hacerlo.

—Dile que ahorita bajo —se puso los zapatos y salió de la casa.

El resto del tiempo, mi hermana y yo aprovechamos para acabar nuestra tarea. Después de que ambas terminaron, fuimos a ver la tele, viendo programas de K-pop mientras reíamos. El mundo malo de Merlí desaparecía por completo. Pasado un rato, el timbre sonó. Bajé corriendo y abrí la puerta, dejando pasar a mi madre y a mi hermana. Sin embargo, la hermana mayor lloraba y mi madre la ignoró por completo. Mi hermana mayor hizo señas de que me subiera y las dejara solas.

—No sé qué pasa —me dije a mí misma.

Mi hermana menor preguntó con la mirada la razón por la que no habían subido. Negué con la cabeza.

—No lo sé —mi hermana menor simplemente ignoró todo.

Se escuchaban los sollozos de mi hermana mayor y los gritos de mi madre, pero estaba acostumbrada a los problemas del hogar, tanto que ya no me importaba lo que ocurriera.

—¿En serio? ¿100 pesos? ¿Qué tanto crees que lo vale mi dignidad? —los gritos de mi madre se intensificaron.

—Perdóname, mamá —Merlí no entendía.

—Ashi, fueron 100 pesos. Me das pena, siento vergüenza —mi madre suspiró.

Miré a mi hermana menor al oírla suspirar y pregunté sobre el tema.

—¿Sabes algo? —mi hermana menor colapsó en nervios.

—No, no sé nada —miro suplicante a mi hermana.

—Necesito saber. Me estoy preocupando —lo dudó, pero al final habló.

You're EnoughDonde viven las historias. Descúbrelo ahora