Hard Days

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Too sad to cry - Shasa Sloan

Pasaron tan solo tres días desde lo ocurrido. Había sido la fiesta de graduación de su hermana, y después de eso, la familia decidió visitar el pueblo donde su madre había vivido su infancia. Se organizó una reunión familiar donde se reunirían los primos de su madre y sus hijos. Merlí intentaba olvidar todo lo sucedido, aunque se hacía un lío en su cabeza, tratando de no lamentar lo que podría haber sido. Era casi imposible para ella; todo había sido tan rápido y tan pesado.

—Prima —una de sus tías se acercó a la madre de Merlí con gran emoción—. Creí que no vendrías.

—No iba a venir —respondió la madre sonriendo y la abrazó con fuerza.

Después de saludar a toda su familia, uno de sus tíos la llamó a jugar. Era su mismo pensamiento repitiéndose una y otra vez "es solo un juego nadie se está fijando en ti", cerraba los ojos en un intento de no sentir miradas sobre ella y estas no se iban, su cuerpo era un desastre desde su pequeño punto de vista que solo podía pensar bajo la presión de la ansiedad y la depresión que desde hace unos años la había envuelto.

—Mamá —en un descanso, la chica se acercó a su madre—, me voy a cambiar la playera.

Después de cambiarse de ropa, prosiguió a seguir jugando. Pasó un día alejada de todo por primera vez, pero no era una tranquilidad que le calmaba, era tan efímera que la hacía pensar. De vuelta a la ciudad, esa misma noche, durmió cansada, sin esperar que las pesadillas la visitaran. Sin embargo, algo peor la despertó. La chica se levantó de la cama debido al ardor en su garganta, temiendo que su enfermedad de infancia regresara, fue al baño y estuvo allí un rato, pero al salir sintió ganas de vomitar. Como pudo, corrió al cuarto de sus padres.

—Mamá —la madre despertó asustada— tengo ganas de vomitar.

Salió del cuarto y corrió al baño. De pronto, todo se volvió un infierno; sólo podía sentir cómo su estómago se vaciaba, y eso la lastimaba porque ya no resistía, no había nada más que pudiera salir, pero la sensación volvía.

—No, no otra vez —se quejó la chica en un momento que su estómago le dejo tan siquiera hablar y las arcadas volvieron.

—Dios, Merlí —la madre le recogió el cabello corto de la cara.

Cuando por fin se calmó, salió a la cocina. Su madre fue en busca de una pastilla, y se sentó en una silla, respirando, pero sintiendo ganas de llorar. Odiaba su vida; de las tres hijas, ella era la que más gastaba en medicinas y hospitales, siempre trayendo problemas con sus enfermedades. No sabía si era por haber estado a punto de morir al nacer o si eran secuelas de otra cosa, pero había algo que si sabia, nada estaba bien, nada funcionaba bien en ella.

—Ten —la madre le dio una pastilla y la chica le agradeció— no tomes mucha agua.

Fue a los sillones de la sala y se acostó. Poco a poco, sin saberlo, se quedó dormida, su cuerpo estaba intentando recuperar fuerzas. Abrió los ojos con los rayos del sol que llegaban a su rostro. Su cuerpo se sentía cansado, y lo primero que hizo su madre fue darle de comer al menos un poco. Comió y se volvió a sentar en el sillón, con ganas de llorar. Estaba aburrida de las enfermedades, las cuales eran sus pesadillas. De pequeña, no podía tomar leche ya que la vomitaba, y creció sin tomar leche hasta los seis años. Luego vinieron los problemas gástricos, los dolores de huesos, los músculos en mal estado, los problemas en sus intestinos y estómago, y los problemas psicológicos. Todo volvía en una cadena interminable de problemas a como fuese qué la buscaban como si de un imán se tratase.

—Lo siento —le dijo a su madre.

—No hija, no te disculpes —la chica respiró profundo.

Después de un rato, sintió que su cuerpo comenzaba a tomar más calor del debido. Llamó a su mamá y le dijo. La madre colocó paños húmedos sobre el cuerpo de la chica para tratar de bajar la fiebre, pero fue imposible; seguía subiendo, además de causar un dolor de cabeza que la llevaba al extremo de la locura. Sus padres la llevaron al hospital, donde no la atendieron rápidamente, y el dolor en su cabeza parecía taladrar su cráneo.

—Merlí White —la chica se levantó con cansancio.

Al entrar, la enviaron a hacerse estudios y luego le hicieron esperar otra vez. Sentía que se desvanecería en cualquier momento. La madre habló con una enfermera que pasaba por ahí. Al ver a Merlí, la enfermera les abrió la puerta trasera del consultorio e hizo que la atendieran. De inmediato le dijeron que se quedaría internada y eso la hacía sentir peor, veía lo que seguía y eso no era mejor.

—Ven conmigo —la mamá y la chica siguieron al doctor.

Una vez dentro del lugar, le sacaron sangre y le pusieron agujas en el brazo para administrarle medicamentos. Estaba acostumbrada a eso; todos los años sin falta estaba internada.

—Perdón, mamá —la chica intentaba no llorar, pero sus ojos se llenaban de lágrimas—. Siempre... siempre te hago venir al hospital y... es por mi culpa.

La madre negó y se acercó a su hija. La besó en la cabeza y le sonrió.

—No me importa venir hasta aquí si después estarás bien. No pienses que eres un estorbo —la madre acarició la mano de la chica.

Como siempre, se encontraba conectada a un suero, sin fuerzas. Su cuerpo estaba cansado de tanto resistir enfermedades, y ella también. Se sentía mal por sus padres; sentía ser una carga y un problema. El olor del hospital, el sonido de aquella máquina que indicaba sus latidos, todo era agotador, era una constante tortura, ella miraba al techo con la idea de si un día sería mejor vivir, odiaba todo eso, sentía que ella era la única viviendo, su cuerpo ya ni siquiera deseaba continuar. Su madre en el hospital se desvelaba y pasaba hambre. Odiaba ese sentimiento de culpabilidad, quería dejar de sentirlo, y estar allí con una bata y agujas no ayudaba. Pasaron tres largos días, y el doctor le dio de alta. Se sentía feliz.

—Recuerda no estresarte —el doctor la despidió con esa frase.

Regresó a casa, sosteniendo un algodón en su mano y con dolor en la piel pues la cinta para colocar el algodón siempre la lastimaba. Al regresar, su hermana mayor estaba allí. Su hermana fue hacia ella y la abrazó; su corazón volvió a sentirse en casa. Hubiera deseado que ese hogar siempre se hubiera sentido así.

—¿Y qué había sido? —Merlí bajó la mirada.

—Lo mismo de siempre. El estrés fuerte provocó que se pusiera más grave —la hermana suspiró.

—Lo hiciste bien; eso no fue tu culpa —Merlí sonrió ante lo dicho por su hermana menor.

—Comprendo —la chica volvió a sonreírle.

Y de ahí en adelante, los días transcurrieron en la misma rutina: comer cosas sanas y sin sabor, tomar medicinas y descansar. Solo cosas que la aburrían, mientras que aquel dilema se seguía reproduciendo en sí misma, ¿era mejor vivir o ahí era donde tenía que terminar todo? No lo sabía y no tenía idea de si descubrirlo era de alguna manera lo mejor.

You're EnoughDonde viven las historias. Descúbrelo ahora